“La otra hija”, de Santiago La Rosa: cuando la literatura habla del padre

En un momento histórico en el que la cultura en general desnuda los avatares de la maternidad, el escritor y editor argentino se anima con una ficción sobre la paternidad, las faltas en los vínculos con los hijos y el abanico de los miedos

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"La otra hija" (Sigilo), de
"La otra hija" (Sigilo), de Santiago La Rosa

En la experiencia de un hombre que se convierte en padre caben pulsiones amables como el amor o el deseo de proteger a un hijo contra los peligros del mundo, junto a otras más incómodas o dolorosas como el miedo a que fallen la señales de alerta y sobrevenga alguna tragedia, sensaciones que corroen al protagonista de La otra hija, una novela de Santiago La Rosa que narra con tránsito de policial los modos en que la paternidad funda vínculos nuevos y replantea los preexistentes. “Lo que mueve el libro es la intención del narrador de hacer algo distinto como padre de lo que hicieron con él como hijo”, dice el escritor.

El narrador de La otra hija se convierte en padre y mientras va desovillando sus recursos y flaquezas frente a esa experiencia se interroga sobre el efecto que ha tenido sobre él la figura paterna. Alcanzado por el terror que le genera sentir que la vida de su hija pueda estar acechada por riesgos que no logra identificar, dibuja una trayectoria errática: el miedo lo paraliza al punto de alejarlo silenciosamente de aquellos a los que ama. Se da cuenta de ese éxodo involuntario hacia sí mismo y piensa que una manera posible de frenarlo es desandar la esquiva relación con su padre hacia un pasado que le permita encontrar certezas o señales.

“Había algo de confianza y algo de ingenuidad en creer que armar la historia de mi padre me iba a librar del miedo por mi hija”, dice frente a esa búsqueda que presiente poco esclarecedora, contradictoria: cuando más se acerque a la historia de ese hombre -un psicoanalista que coquetea con las terapias new age- más serán los agujeros negros que surjan a través de los relatos fragmentarios de quienes alguna vez formaron parte de su cotidianidad.

Entre esos nuevos nudos enigmáticos que se instalan, hay uno particularmente inquietante sobre el que pesan leyendas terribles: antes de que él y su hermano nacieran, su padre tuvo una hija y otra mujer que murieron, según los distintos relatos articulados por los testigos de aquella historia, todos disímiles pero igualmente siniestros. Pero el protagonista ya no tiene la posibilidad de cotejar versiones con su padre, que a cierta altura de la trama desaparece sin explicaciones, aunque reaparece cada tanto a través de fotografías o mensajes por WhatsApp que se pueden leer como un gesto disciplinador para seguir incidiendo sobre la vida de su hijo.

En torno a esa relación tan esquiva con la figura paterna que se construye a través de la ausencia se define uno de los interrogantes de La otra hija, editada por Sigilo: dónde nos sitúa la mirada del otro, en qué medida nos cifra y nos condiciona ese lugar donde otro nos coloca. ¿Hasta qué punto ese hijo se siente atrapado en la maqueta que ha hecho de él su padre? “Mi padre no era una guía ni un ejemplo, ni siquiera un maleficio, era un agujero y yo quería un punto que lo confinara”, dice el narrador cuando parece haber llegado a la conclusión de que convivir con la ausencia le generará menos angustia que el merodeo difuso.

La Rosa, que además de escritor es fundador y editor de la editorial Chai -que ofrece un catálogo minucioso en el que confluyen la apuesta por autores en ciernes y la singularidad de voces como las de Peter Orner, Marina Benjamin o Cynan Jones-, instala el temor que genera la posibilidad de una genética ineluctable que lleve a repetir patrones o gestos de los padres: el miedo de no poder descorrernos del mandato.

Santiago La Rosa, editor, además
Santiago La Rosa, editor, además de escritor, en su novela "La otra hija" aborda el tema de la paternidad (Foto: Télam)

—¿Cuáles fueron las primeras imágenes o pensamientos que alimentaron el germen de la novela?

La otra hija nace de un tema que siempre me obsesionó: el terror por los hijos. Cómo se los cuida y cómo se los entiende. La imagen inicial de un hijo amenazado, del esfuerzo de un padre por cuidarlo, por mantenerlo con vida, viene de ahí. Hay una tradición de novelas sobre el padre que para mí fue fundamental. Autores que admiro, a los que releo y que escribieron estos textos sobre padres que fallan, que no entienden ni pueden con sus hijos. Pienso en Desgracia, de Coetzee, en Pastoral americana, de Philip Roth, pero especialmente en La carretera, de Cormac McCarthy, que lleva al extremo la posición de impotencia y a la vez la pulsión del cuidado, de la función de un padre que inventa con palabras un mundo para su hijo, una esperanza que lo sostenga cuando no queda nada más.

—Vivís en un pequeño pueblo cordobés, como el narrador, y convertirte en padre fue para vos una experiencia relativamente reciente ¿Cuántas de las vacilaciones que acechan al personaje son un desplazamiento de tus propias obsesiones y fantasmas?

—Quería que lo verdadero de la historia estuviera sostenido por la estructura de ficción. Hay algo biográfico que se filtra, por supuesto: está el escenario familiar de un pueblo chico, las sierras y los ritmos del clima. Y claro que está mi experiencia como padre, pero no aparece en el libro en los hechos sino desde las fantasías, los miedos y quizás lo que opera desde el inconsciente.

—¿La necesidad del protagonista de indagar en la vida paterna está movida por el deseo de entender a ese hombre o acaso busca la evidencia tranquilizadora de la diferencia, es decir, encontrar en la historia de su padre elementos que lo ayuden a desmarcarse de él?

—La lectura de los libros sobre la muerte del padre acompañaron la escritura de la novela. A veces pienso que forman un género en sí mismo: en general un hombre, el escritor, pierde a su padre y eso desencadena una reacción: el inicio de un duelo, el hallazgo de verdades que no se conocían, el momento de hacer las paces con una figura que no está. Están los clásicos como Paul Auster y Karl Ove Knausgård, pero también Mauro Libertella, Pascal Bruckner y el escocés John Burside, que tiene una memoria con un título genial: A Lie About My Father. Más allá de las particularidades y estilos, son libros de hijos con padres más o menos fallidos.

La pregunta por la herencia en un sentido amplio, abarca más que esa suerte de género porque es una pregunta que me parece especialmente humana y, de algún modo, universal. El pasaje de hijo a padre actualiza el problema para todos los sujetos en todas las generaciones. Qué de lo heredado nos permite pararnos como padres, qué nos los impide, qué cuestionamos de lo que se hizo de nosotros como hijos.

En mi caso, el nacimiento de mi hija me llevó a pensar mucho sobre su cuidado, sobre lo que se transmite y lo que no. Por eso me interesaba escribir una novela que fuera una búsqueda sobre el modo de ser padre, algo que siempre tiene bastante de invento y de pantalla sobre la impotencia y el no saber. La novela intenta dar cuenta de esa zona, de algo generacional, un movimiento que se repite desde siempre: por un lado lo que tenemos que atravesar de la fachada de los padres para salir del lugar de hijo y lo que tenemos que dejar fuera para sostenernos como padres.

Santiago La Rosa, en 2016,
Santiago La Rosa, en 2016, publicó su primera novela "Australia" (Foto: Télam)

—Las indagaciones del narrador sobre la figura de su padre generan relatos encontrados que en algunos casos se neutralizan unos a otros y siembran la paradoja: cuanto más uno intenta aproximarse a la verdad, menos esclarecedora se manifiesta. ¿Qué impacto tiene en el protagonista esa operación?

—Un amigo leyó la novela y señaló la dimensión casi policial, el ritmo de lo que de a momentos parece una investigación. Pero no es lo mismo la pregunta sobre un hecho que sobre un sujeto, sobre quién fue alguien y por qué hizo lo que hizo. Creo que en el narrador aparece con mucha fuerza la necesidad de saber sobre el padre pero en algún momento queda claro que esta pregunta interminable es una fuga de su propia paternidad. Y si sigo pensando a partir de lo que decís, toda esa narrativa que mencionaba de los libros sobre la muerte del padre son libros de hijos que se aíslan para reencontrarse, descubrir o cuestionar a esos padres. Pienso en la novela de Chris Offutt que publicó hace unos años, Malastierras, o en la novela del hijo de William Saroyan: personajes que se encuentran de golpe frente a un vacío y una falta que los sacude.

En resolver esa pérdida se juega muchas veces la posibilidad de esos hijos para seguir adelante y armar sus propias familias. El narrador busca todo el tiempo a figuras elusivas, que ya no están y que quizás nunca estuvieron pero que resultan muy presentes en el día a día de su relación y su paternidad. Al final nos relacionamos con palabras, recuerdos que son frases, mandatos, amenazas y restos. El narrador quiere olvidarse, no pensar, no ver, y de algún modo la tragedia que lo antecede se le hace presente todo el tiempo. Piensa en esos vínculos, en su trabajo y especialmente en la relación con su hija. De algún modo, lo que mueve el libro es la intención del narrador de hacer algo distinto como padre de lo que hicieron con él como hijo.

—En la novela conviven distintos registros y uno de ellos es la atmósfera espectral, como de peligro inminente, que hace que las exploraciones del personaje estén atravesadas por una tensión: la existencia de una carta astral que parece preanunciar un destino trágico, la aparición de una víbora entre la maleza que amenaza la estancia de esa familia en las sierras, la historia de esa nena muerta junto a su madre y todas las tragedias laterales que salpican la historia del padre... ¿Te gusta pensar en esta idea de lo siniestro que habita en lo cotidiano?

-—Totalmente, la familia es el núcleo donde me gusta situar las ficciones que escribo, me parece que puede ser un lugar especialmente perturbador. Es ahí donde construimos esa normalidad un poco imaginaria que siempre está amenazada desde dentro y desde fuera. Hacemos un esfuerzo por no pensar la fragilidad en que esa cotidianeidad se sostiene. La otra hija trabaja sobre cómo se lidia con la falta y con la tragedia y cómo esa salida deja una marca en todo lo que sigue incluso para las generaciones futuras.

Fuente: Télam

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