Una adicta al sexo, una niñera asesina y un joven violador: la obra inquietante de Leïla Slimani

La autora marroquí nacionalizada francesa, a quien Emmanuel Macron puso a cargo de la Organización Internacional de la Francofonía, es un best seller incómodo, que revela los monstruos secretos de la burguesía y denuncia la “miseria sexual” del mundo árabe

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Leila Slimani, autora de "Canción
Leila Slimani, autora de "Canción dulce", por la que ganó el premio Goncourt, y "En el jardín del ogro". (Ed. Cabaret Voltaire)

Cuando su segunda novela, Canción dulce, ganó el premio Goncourt, vendió más de un millón de ejemplares y salió en 42 idiomas, Leïla Slimani fue celebrada —recordó The Guardian— “como la encarnación moderna de Marianne, el símbolo femenino icónico de la República Francesa”. Entonces, en 2016, tenía 35 años y su perfil multicultural —nació en Rabat, Marruecos, y emigró a París para estudiar ciencia política— la convertía en una figura perfecta para “una Francia juvenil dirigida por el presidente Emmanuel Macron, el jefe de estado más joven del país desde Napoleón”.

Sus temas, sin embargo, son menos instagrameables. Por ejemplo, así comienza Canción dulce:

El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido. Lo tendieron en una funda gris y cerraron la cremallera sobre el cuerpo desarticulado que flotaba entre los juguetes. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias. Se debatió como una fiera.

La novela cuenta las bambalinas de una familia perfecta, madre y padre felices, de buena posición económica, que contratan a la niñera de mejores referencias para cuidar a sus dos hijos sanos y hermosos. Pero, aunque ignorada, la oscuridad avanza desde el fondo: los prejuicios de clase y los culturales, las expectativas del amor y del dinero, el poder limitado de los seres humanos y la locura ilimitada de la angustia.

Canción dulce surgió del sentimiento de horror que le causó cuando una niñera que cuidaba a sus dos hijos un buen día le dijo: “Te he mentido desde el comienzo. Ni siquiera te dije mi nombre real”. Slimani comprendió en un instante que le había confiado la vida de sus niños: su candor arriesgado se le volvió un escalofrío.

La novela de Leila Slimani
La novela de Leila Slimani sobre una niñera asesina vendió más de un millón de ejemplares y fue traducida a 42 idiomas.

Poco después se enteró de los casos de Louise Woodward, quien en 1997 asesinó al bebé que cuidaba, Matthew Eappen, en Newton, Massachusetts, y de Yoselyn Ortega, quien apuñaló a Lucía y Leo Krim, de seis y dos años, mientras la madre iba a buscar a su tercera hija a una clase de natación en Nueva York, en 2012.

Su novela anterior, En el jardín del ogro, contaba también las tinieblas de una mujer que aunque tiene la vida que deseaba, o precisamente porque la tiene, se derrumba bajo ese peso, el de ese trabajo y ese hijo y ese marido que la asfixian de tedio. Sólo el sexo serial, compulsivo —”Ahora piensa como los opiómanos, los ludópatas”— la salva del abismo:

Adèle le araña el cuello, le tira del pelo. Él se burla y se excita. La zarandea violentamente, le da una bofetada. Ella le coge el miembro y se penetra. De pie, contra la pared, siente cómo entra en ella. Desaparece la angustia. Recupera sus sentidos. Ahora tiene el alma más liviana; la mente, vacía. Agarra las nalgas de Adam, impone al cuerpo del hombre unos movimientos agitados, violentos, cada vez más rápidos. “Intenta llegar a algún lado, con una rabia infernal.”

En 2017 la revista Elle la llevó a su portada con el título “Superstar”; en 2018, Vanity Fair la ubicó segunda en su ranking de mujeres poderosas de Francia. Aun así ella creyó que era una broma de su marido, y por eso cortó la comunicación, la llamada de Macron para ofrecerle el cargo de ministra de Cultura. El presidente insistió y Slimani se rió, se disculpó y aceptó una invitación al Palacio del Elíseo.

La adicción sexual de Adèle
La adicción sexual de Adèle es el tema del otro best seller de Leila Slimani. (Ed. Cabaret Voltaire)

Rechazó el ministerio pero aceptó convertirse en la representante de Macron en la Organización Internacional de la Francofonía, los países y regiones donde se habla francés. Un cargo ad honorem, subrayó a The New York Times, que ella no considera político. El idioma que promueve desde allí es uno “en el que hay palabras en árabe o en créole y que permite errores”, explicó.

“En algunos países africanos se les dice a los jóvenes que no deberían hablar un idioma extranjero, que es la lengua del Occidental blanco, y eso me da asco. Un idioma no pertenece a nadie”, agregó. Por verla como una suerte de embajadora del francés, varios escritores árabes del norte de África la han criticado. Ella se sacudió los comentarios, contó a Literary Hub:

No estoy segura de que Marruecos y Francia sean mis países. Mi país es mi idioma. Mi país es una biblioteca. En una biblioteca me siento en casa en cualquier parte: puede ser Nueva York, París, Marruecos. Mi ciudad natal, mi tierra, es este mundo de idiomas, bibliotecas, libros, y eso es lo que quiero transmitirle a la gente: la cultura y la lectura y la literatura nos emancipan. Creo que me convertí en una mujer libre gracias a la cultura.

“Es mi boca y digo lo que quiero”

No fue fácil: creció en una sociedad que no lo alentaba. “Nací y me crié en Marruecos, en una familia burguesa. Mis padres no eran religiosos pero recuerdo que solían decirnos que era posible hacer ciertas cosas... pero nunca decirlo fuera de casa”, siguió. “Llevaba dos vidas, y creo que eso probablemente me influyó para escribir sobre estos personajes con doble faz”.

“Nací y me crié en
“Nací y me crié en Marruecos, en una familia burguesa. Llevaba dos vidas, y creo que eso probablemente me influyó para escribir sobre estos personajes con doble faz”, analizó Slimani. (Ed. Cabaret Voltaire)

En la infancia le costó adaptarse a eso. Tenía cuatro años cuando, en una de esas conversaciones sobre lo que se puede en la privacidad de una familia educada y liberal pero que no se puede en las calles de un país árabe, les explicó a sus padres: “Es mi boca y digo lo que quiero” (“C’est ma bouche et je dire ce que je veut”). De ahí le quedó el apodo Cémabouche, confió al Guardian.

Sus colaboraciones en los medios franceses son igual de expresivas: “Extremistas, los odio”, tituló una columna luego de los atentados de noviembre de 2015 que dejaron 130 muertos. Y en 2018 criticó a Macron por no defender a los inmigrantes “con más vigor”. Luego de los comentarios violentos que recibió en las redes sociales por dos entradas de un diario de la cuarentena, en los que la acusaron de ser una privilegiada y le desearon que sus hijos murieran de coronavirus, suspendió esa serie de textos para Le Monde y cerró sus cuentas en las plataformas.

Es, en efecto, una mujer rica: se pudo ir de París durante la pandemia a su segunda casa, en Normandía, con su esposo banquero; su padre, Othman Slimani, fue ministro de Economía de Marruecos y su madre, Béatrice-Najat Dhobb, una de las primeras cirujanas del país. Estudió en el Liceo Francés de Rabat y su vida cómoda sólo se vio afectada por la detención de su padre debido a un escándalo financiero; fue exonerado tras su muerte, que sucedió poco después de que saliera de la cárcel.

Como es su literatura y escribe lo que quiere, su nuevo libro no cuenta la típica historia de emigración de África a Francia, sino la ruta inversa. Fue, además, la experiencia de su abuela.

Una versión transfigurada de Anne
Una versión transfigurada de Anne Ruetsch, la abuela de Leila Slimani, es la protagonista de su nueva novela. (Ed. Cabaret Voltaire)

En 1944 Anne Ruetsch, una muchacha alta y blanca, de una familia acomodada de Alsacia, conoció a Lakhdar Dhobb, un marroquí bajo y atractivo, estacionado allí como coronel del ejército colonial francés durante la Segunda Guerra Mundial. “Mi abuela se mudó a Marruecos y pensó que viviría como Karen Blixen en África mía, puras aventuras y cócteles. En cambio se encontró en una granja perdida en un país austero con un esposo que pensaba que las mujeres no se debían juntar con hombres y que no tenía tiempo para fiestas o nada que no fuera el trabajo”, contó al Guardian.

El país de los otros

“Eran una pareja mixta rechazada por ambas comunidades”, sintetizó, y de esa idea sale el título de esta novela que acaba de salir en castellano (y que, como los demás libros de Slimani, está en ebook): El país de los otros.

Como la historia transcurre en los 10 años anteriores a la independencia de Marruecos, las tensiones entre los personajes tienen en común que todos se sienten en el país del otro: los franceses en la inminente ex colonia, los locales dominados por el extranjero, las mujeres en el país de los hombres.

Una escena del libro condensa esa idea: Mathilde (el personaje de su abuela) “se puso en pie de un salto y se echó a reír” cuando Amín (el personaje de su abuelo) le dijo que vivirían en la casa de su madre hasta que pudieran instalarse solos. Él no entendió qué tenía de gracioso lo que le había informado: “Aquí las cosas son así”, le dijo. Escribió Slimani:

La historia transcurre en los
La historia transcurre en los 10 años anteriores a la independencia de Marruecos, por lo cual las tensiones entre los personajes tienen en común que todos se sienten en el país del otro. (Ed. Cabaret Voltaire)

A menudo oiría esa frase. En ese instante, comprendió que era una extranjera, una mujer, una esposa, un ser a merced de los otros. El ahora estaba en su territorio, él era quien explicaba las normas, quien decía lo que había que hacer, quien trazaba las fronteras del pudor, de la vergüenza y del decoro.

Esa abuela participó mucho en la crianza de Slimani, y sus historias —era una mujer independiente, que fundó una clínica de salud en Rabat, hablaba varios idiomas y publicó sus memorias en 2004, 12 años antes de su muerte— la influyeron. También las de su madre, y quizá por eso El país de los otros es el primer libro de una trilogía: el segundo seguirá en los sesenta y los setenta y el tercero, los años de juventud de la propia Slimani. Y, entonces sí, la travesía que cierra el círculo: de África a Europa.

Pero no es literatura del yo, se apresuró a aclarar a The New York Times. Son novelas en las que la imaginación transfigura las historias de su abuela y de su madre.

El trauma de la guerra, el sentimiento perpetuo de extranjería, las penas lentas del matrimonio: todo va cambiando a Mathilde y a Amín, que se desconocen mutuamente cada vez más, a la vez que se siguen amando.

"El país de los otros"
"El país de los otros" es el primer libro de una trilogía: el segundo seguirá en los sesenta y los setenta y el tercero, los años de juventud de la propia Slimani. (Wikipedia)

Cada uno se desconoce a sí mismo también: “¿Se habría convertido en una mujer así? ¿De esas que empujan a las demás a mostrarse razonables, a renunciar a su felicidad, a poner el honor en primer lugar?”, se pregunta Mathilde en un momento. Y en otro Amín asiente mientras ella le dice que “los tiempos han cambiado” y que su hija tiene que estudiar: “¿Acaso no eran los propios nacionalistas los que asociaban el deseo de independencia a la necesidad de favorecer la emancipación de las mujeres? Cada vez eran más numerosas las que recibían una educación”.

Las mujeres y el sexo en el mundo árabe

Mucho de lo que Slimani cuenta de Marruecos lo aprendió cuando regresó como periodista, entre 2008 y 2012. Aunque nació y se crió allí, a los 17 años se mudó a Francia, donde se quedó.

Su trabajo en la revista Jeune Afrique (Joven África) la llevó a cubrir el Magreb en general y la Primavera Árabe en particular. Pero el tema que más le interesó fue la sexualidad de las mujeres jóvenes, las capas de control, ignorancia y confusiones con que se las alimenta. De allí saldría, en 2017, su único libro de no ficción hasta el momento, Sexo y mentiras.

“Cuando en el verano de 2014 publiqué mi primera novela, En el jardín del ogro, algunos periodistas franceses se sorprendieron de que una marroquí escribiera una obra así”, argumentó en su colección de voces de mujeres de Marruecos. “Con ello se referían a un libro sobre sexo escrito con toda libertad, de temática trash y cruda, y que cuenta la historia de una mujer que padece adicción al sexo. Era como si culturalmente yo tuviera que ser más recatada, más reservada”.

Al regresar a Marruecos como
Al regresar a Marruecos como periodista, entre 2008 y 2012, Slimani investigó su primer libro de no ficción. (Ed. Cabaret Voltaire)

Su campo debía de ser la erótica orientalista, de rodillas en el altar de Sherezade. “Sin embargo, ¿quién mejor que los magrebíes para tratar los temas relacionados con el drama sexual, la frustración o la alienación? Por vivir, o por haber crecido, en unas sociedades en las que la libertad sexual no existe, el sexo se convierte en objeto de ciega obsesión”.

En su libro hablan mujeres golpeadas; violadas y expulsadas de sus casas o violadas y forzadas a casarse con su violador; casadas a una edad muy baja o presionadas porque no se casan; a las que se exige un “certificado de virginidad”; encerradas en un psiquiátrico por haberse declarado lesbianas; convencidas de que se han condenado por una conversación apasionada con un desconocido; que se encierran a mirar Venus TV para ver si aprenden algo; que se arriesgan a un año de cárcel si tienen relaciones fuera del matrimonio y a cinco si abortan; que se ponen la hiyab simplemente para que no las molesten en el transporte público.

“La miseria sexual no se debe únicamente al predominio de ciertos valores morales o al peso de la religión. Tiene unos orígenes y unas incidencias de naturaleza política, económica y social”, sintetizó Slimani su perspectiva del sexo en la cultura islámica, lo cual le valió críticas por discriminación. “La mujer es madre, hermana, esposa e hija, antes de ser un individuo. Garantiza el honor de la familia y, lo que es peor, la identidad nacional. Su virtud es un asunto público. Aún no se ha inventado una mujer que no pertenezca a nadie, que solo responda de sus gestos como un ciudadano cualquiera y no en función de su sexo”.

El escándalo de Dominique Straus Kahn

Slimani cree que el cuerpo es su obsesión: el sexo, la maternidad, la muerte. “Detesto el hecho de tener un cuerpo, siempre lo he detestado. Mi cuerpo me puede hacer daño, me expone, me hará morir”, dijo a Literary Hub. “Siempre quise explorar eso: cómo el hecho de que tengamos un cuerpo nos de tanto las emociones más exquisitas de la vida como una gran alienación. Y creo que probablemente las mujeres lo sentimos y lo vivimos más que los hombres en la maternidad, en la violencia. Creo que toda mujer pensó alguna vez en su vida ‘Tengo miedo de que me violen’”.

Laura Freixas presentó en España
Laura Freixas presentó en España "Canción dulce", de Leila Slimani. (Ed. Cabaret Voltaire)

La idea de En el jardín del ogro se le ocurrió en 2011, mientras miraba las noticias de la detención de Dominique Straus Kahn, entonces director del Fondo Monetario Internacional (FMI), por la denuncia de violación que le interpuso Nafissatou Diallo, empleada de limpieza del hotel Sofitel de Nueva York. No era el primer escándalo de DSK —tampoco sería el último— y eso le hizo pensar en la adicción al sexo.

Imaginó una novela sobre el tema. Y entonces entrevió la clave: no la protagonizaría un hombre, sino una mujer.

“He aquí a una joven que se atreve a enfocar directamente el problema de la adicción sexual mediante la experiencia de una mujer”, escribió la crítica Nelly Kaprielian, de The Paris Review. “En otras palabras: la ninfomanía. Un tema en general tratado, y masivamente fantaseado —nos guste o no— por varones”. Eso la convirtió en un éxito.

Del mismo modo que Canción dulce, la novela es apasionante y dura, que se puede leer de una sentada porque de tan poco sentimental, de tan carente de moraleja, zambulle al lector en los hechos que narra. “Un escritor no puede juzgar a sus personajes”, dijo a Literary Hub. “Hay que explorar sus misterios”. Debió reforzar el argumento cuando publicó un cuento en The New Yorker, The Confession (La confesión), que narra una violación desde el punto de vista del violador.

“No me gusta que animalicemos a la gente como los violadores o los asesinos: decimos ‘Es una bestia, un cerdo’, y creo que eso está mal, porque son humanos”, dijo ante un público incómodo en la Biblioteca Pública de Nueva York. “Tenemos que aceptar el hecho de que hay algo monstruoso en la humanidad”.

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