¿Es cierto que en la Biblia nadie ríe?

El filósofo francés Georges Bataille aseguró que en las sagradas escrituras no existen sonrisas. En esta nota, un paseo bibliográfico por ambos testamentos para confirmar, o no, esta aseveración

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La Biblia (Pexels)
La Biblia (Pexels)

En un cónclave que reunía entre otros a Jean Paul Sartre, Jean Hyppolite, Gabriel Marcel, en marzo de 1944, el convocante, Georges Bataille, afirmaba: “Es sorprendente lo difícil que resulta citar pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, donde alguien se ría. La Biblia es verdaderamente el libro donde nunca nadie se ríe” (Discusión sobre el pecado).

Sospechando que dicha afirmación es de dudosa certeza, nos propusimos explorar el tema. ¿Dónde? Obviamente en las fuentes bibliográficas desafiadas, y en otras afines.

Por de pronto, y sin ir más allá del primer libro de la Biblia hebrea, Génesis, nos resuena la risa de Sarah, esposa del patriarca Abraham, cuando los enviados de Yahvéh le anticiparon que habría de parir un hijo: “Sarah se rió mientras pensaba: Ahora que soy anciana, ¿haré el amor con mi marido que es tan viejo?” (18:12, en libérrima traducción). Esa risa mereció un reproche de Yahvéh: ¿acaso “hay algo imposible para Él”?. Sarah trató de defenderse, pues tuvo miedo, y dijo: “Yo no me he reído. Pero Él contestó: Cierto que te has reído” (18:15). Ese breve chisporroteo culminó en el nacimiento de un varón, en cuyo nombre: Isaac-Itzják, quedó estampado el vocablo “risa”, en hebreo: “tzjok”. Aún cuando puede considerarse que Bataille ha quedado desmentido, podemos aprovechar el desafío, y visitar otras fuentes literarias. Por de pronto, un proverbio judío afirma: “El hombre piensa, y Dios ríe”. ¿Se burla así del “yo pienso”, cartesiano? Reconozcamos que más vale la burla de Dios que su silencio.

En la conocida plegaria para el buen humor, Prayer for good humor, Thomas More (1478-1535), proclamado santo, reconoce que necesita “sentido del ridículo”, necesita poder reírse de sí mismo y de los demás, pero lo requiere como gracia de Dios, pues sus propias fuerzas no se lo pueden dispensar: “Dame, oh Señor, una buena digestión, y algo para digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor para mantenerla…No permitas, Señor, que llegue a preocuparme por esa cosa tan envolvente que es el yo [”I”]. Dame, oh Dios, el sentido del ridículo. Concédeme la gracia del sentido del humor, a fin de que en esta vida, sienta un poco de alegría, y pueda transmitirla a los otros. Amén”.

Thomas More
Thomas More

Georges Bataille no dejó de imputar también al Nuevo Testamento por la ausencia de risa, esto es, por un Jesucristo que nunca ríe. Tal cosa es cierta, a juzgar por el testimonio que prestan los Evangelios canónicos que lo integran. Un teólogo idóneo en esta materia, fray Monroy Ballesteros (cf. Jesús y la risa) reconoce que en esos textos, Jesucristo llora un par de veces, pero jamás ríe. Y que sólo en los Evangelios apócrifos, extracanónicos, creación del así denominado “cristianismo primitivo” de orientación gnóstica, Jesucristo ríe “con la más encantadora de las sonrisas”. Uno de dichos Evangelio, escrito originalmente en lengua griega, el así titulado Evangelio de Judas, datado entre 220 y 340 d.C, lo ilustra.

Volvamos a la Biblia hebrea, esto es al Antiguo Testamento: “Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; nuestra boca se llenaba de risa y nuestra lengua de gritos de alegría” (Salmos, 126:1). Y de aquí, iremos al encuentro de una anécdota muy propia de un movimiento religioso judío, el Jasidismo, en la cual, a falta de una única risa, de ella habrá tres. Es Martin Buber quien la ha recogido en su obra La leyenda del Baal-Shem (este nombre significa “portador del nombre de Dios”), el así considerado creador de este movimiento pietista iniciado en el 1700 en Europa central. Este rabí se muestra apesadumbrado, hasta que estalla en risa por tres veces. Acepta develarles a sus seguidores atónitos el motivo de tanta exaltación, llevándolos sin explicaciones hasta una aldea lejana. Allí convoca a sus pobladores, y ruega a un humilde sastre y a su esposa a que relaten lo que les aconteciera en el día anterior, en vísperas del Shabat, el Sábado litúrgico. Esa víspera los encontró sumidos en la tristeza de no contar con un céntimo para armar la cena ritual, hasta que una casualidad los puso frente a una prenda olvidada con botones enchapados en oro. Con lo percibido en la venta de los mismos, prontamente les fue posible adquirir los alimentos festivos. Entre plato y plato, por tres veces, el marido invitó a su esposa a bailar, para dar rienda suelta a la alegría. Dirigiéndose entonces a sus seguidores, el Baal Shem les dijo: “Sepan que todos los seres celestiales estallaron en júbilo con los arranques danzarines de esta pareja. Y yo fui impulsado en las tres veces a estallar en risa”. Aquí también, según Buber, las risas dieron lugar al nacimiento de un niño, posteriormente reconocido predicador.

Hasta aquí hemos respondido al alarde del que hizo gala George Bataille. Queda para la antropología valorar el lugar que ocupa la risa en la vida del ser humano.

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