El camino del héroe de Horacio Convertini y “la partícula siniestra que todos llevamos dentro”

En un diálogo tras la publicación de su última novela, “Lo oscuro que hay en mí”, el escritor reflexiona sobre la construcción de los vínculos, incluso tras la muerte. “Los integrantes de la clase media hacemos nuestro el discurso de la clase alta”, dijo

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Horacio Convertini (Florencia Downes)
Horacio Convertini (Florencia Downes)

Luis Daverza, el protagonista de la novela Lo oscuro que hay en mí, de Horacio Convertini, encuentra en la casa de su padre -recién muerto- cien mil dólares, un hallazgo que funciona como uno solo de los disparadores con el que el lector empezará a transitar la transformación del personaje que ocupará el lugar secreto del difunto para descubrir, según palabras del autor, “la partícula siniestra que todos llevamos adentro”.

La nueva novela del narrador, guionista y periodista Convertini, publicada por Alfaguara, no solo marca el derrotero de un personaje que tras la muerte de su padre cambia su mirada y actitud ante los demás, sino también la aventura y el aprendizaje del protagonista en una nueva vida que lo relaciona con personajes únicos, de un mundo que hasta ese momento le resultaba totalmente ajeno.

Un juguetero de Bahía Blanca, ciudad en la que murió el “gringo” Daverza, llama al protagonista para decirle que en el baúl del Taunus de su padre encontró un objeto peligroso, algo “tan tremendo que no se podía mencionar por teléfono ni transportar en una ruta”. A partir de estos hallazgos que hacen suponer una vida clandestina del padre, su hijo emprende un viaje dejando atrás algunos problemas personales.

Luis, nombre del personaje central, emprende el camino del héroe: el viaje, el aprendizaje, las pequeñas escenas de la vida cotidiana como debería ser una cena, una visita a un prostíbulo, una compra de un departamento o un café con la esposa se dimensionan en la caja de resonancia que es la literatura del autor, que nació en Buenos Aires en 1961. Convertini transforma cada escena mínima -a las que describe con palabras precisas y carga con una singular belleza- en una gran aventura que debe transitar el protagonista: el lector agradece que se lo deje observar desde ese rincón privilegiado.

Las obras del escritor, que han sido publicadas en Argentina, España, Venezuela, Colombia, Estados Unidos y México, consiguieron varios galardones. Los que duermen en el polvo obtuvo el Premio Celsius a la mejor novela de ciencia ficción en habla hispana. Convertini recibió, además, el Premio Municipal de Literatura (género cuento, bienio 2008-2009) por Los que están afuera, el Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón a la mejor ópera prima del género policial 2013 por la novela La soledad del mal y el Extremo Negro-BAN 2013 por El último milagro.

, “Lo oscuro que hay en mí” (Alfaguara), de Horacio Convertini
, “Lo oscuro que hay en mí” (Alfaguara), de Horacio Convertini

—¿Cuál es la importancia de la figura del padre en la novela Lo oscuro que hay en mí?

—Para un varón, el padre funciona como ejemplo, como rival, como docente, como juez, todo simultáneamente. Es el espejo en el que te buscás o del que huis. En definitiva y en cualquiera de las dos opciones, un modelo. Ejerce una influencia diferente a la de la madre, con la cual el hijo nunca compite. Con el padre sí, especialmente si sos de mi generación. Uno es en relación a su padre, tanto en la rebeldía como en la sumisión.

Es un tema que siempre me interesó. Recuerdo La hora sin sombra, de Osvaldo Soriano, o La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos. Sus personajes enfrentan, cada uno en su circunstancia, al tótem paterno. Yo ya había trabajado esa línea en New Pompey, donde Cali, un chico gay, desafía los mandatos de un padre orgulloso de su historia de peleador callejero. En Lo oscuro que hay en mí, la tensión existe pero es menos explícita: está labrada en los silencios, en cierto desinterés por el otro. Luis, el protagonista, irá descorriendo de a poco los velos que cubren la vida invisible de su padre, que acaba de morir. Y se enfrentará al dilema de reconocerse en él y replicar el legado, o bien romper.

—Cómo trabajaste la idea de la reconstrucción de la vida secreta del padre muerto?

—Hay una experiencia muy fuerte por la que casi todos pasamos en algún momento, que es desarmar la vida de nuestros padres cuando mueren. Abrir los cajones de la mesita de luz, decidir qué hacer con la ropa, fijarte si han dejado cuentas por pagar.

Mi papá murió de un infarto la noche del 1º de marzo de 1996. Mi mamá y mi hermana estaban en shock. Me tocó a mí ser el que entrara a la casa, abriera los cajones, revisara los papeles, ordenara sus fotos de juventud. En una agenda encontré un recorte del diario Clarín de unos días antes: era un aviso de Alitalia que ofrecía viajes de avión a Roma con descuento para jubilados. Y en ese momento recordé la última conversación que habíamos tenido: en una cena, yo intenté convencerlo de que aprovechara el uno a uno para visitar Cisternino, el pueblo de la Puglia donde había nacido y al que nunca había querido ir. Le dije que estaba dispuesto a acompañarlo y él no me contestó (era bastante parco), pero evidentemente el tema quedó flotando en su mente porque después recortó y guardó ese aviso. Luis, el protagonista de la novela, vive una situación similar, pero el hallazgo inesperado no lo va a conectar con un rastro del afecto, como en mi caso, sino con un lado sombrío y terrible. ¿Por qué procesé de esta manera aquel recuerdo? Porque me gusta escribir sobre la partícula siniestra que todos llevamos adentro.

(Florencia Downes)
(Florencia Downes)

—En definitiva ¿Cuál es la herencia que recibe Luis de su padre?

—La herencia que recibe Luis es un enigma: la pieza que no encaja en el rasti de su biografía familiar y por eso, aun en contra su apatía natural, aun en contra del aplastamiento defensivo que lo caracteriza, de a poco va emprendiendo el camino de la develación. Lo imaginé como un nadador que se tira al mar, se aleja de costa y en un momento debe decidir si vuelve a la orilla, a lo seguro, a lo conocido, o avanza hacia un destino que solo se intuye, con el riesgo que eso implica. La materia de esta novela es el ocultamiento: todos saben muy poco del otro, lo visible es escaso. Por lo que Luis no solo se enfrentará a los misterios de su padre, sino también a los de su esposa, a los de su madre y a los de varios personajes que lo rodean. ¿Qué herencia deja en mí la literatura? Fui y soy un lector a los tropezones, sin formación académica y de curiosidad silvestre, pero aun así siento que me abrió una puerta vital: la de aprovechar la escritura para crear mundos y el convencimiento de que ejercitar la imaginación es siempre maravilloso y muchas veces terapéutico. No recuerdo tarea más feliz de la escuela primaria que cuando las maestras me mandaban escribir una composición “tema libre”.

—¿Cuál es el espacio que ocupa el sexo en la trama de la novela?

El sexo es parte de los ocultamientos. Luis desconfía de la relación que su esposa tiene con una amiga, pero al mismo tiempo se excita espiando a su sobrina adolescente y ha tenido una extraña relación sexual, yo diría que de sometimiento, con una compañera de trabajo, de la que sospecha que lo usó no solo para matizar la monotonía del empleo municipal sino también para algo inconfesable. Aun hoy, no hay pulsión humana que esté más sujeta a la hipocresía y al control social que el sexo. Nadie es lo suficientemente transparente para superar el escáner de la visibilidad total en este campo.

En la trama de Lo oscuro que hay en mí, el deseo sexual es un territorio con caminos vedados que Luis se animará a transitar igual, muchas veces con culpa y con la sensación de que no es él en realidad el que hace lo que hace, de que está siendo usurpado por un ente casi diabólico y de que solo el amor, algo claramente en otra frecuencia, podrá salvarlo.

Horacio Convertini
Horacio Convertini

—¿Es el dinero lo que impulsa a los personajes principales?

—Más que el dinero, los personajes de la novela están impulsados por la aspiración “clasemediera” de subir siempre un escalón: la casa, el auto, el viaje al exterior, el nombramiento en el trabajo. En suma, la ilusión del progreso, la zanahoria que nos hace andar. Quedarse es fracasar, el camino siempre debe ser ascendente. Pero para eso se necesita plata. Ganarla de alguna manera. O encontrarla en un pliegue oculto, como le pasa a Luis.

Los integrantes de la clase media hacemos nuestro el discurso de la clase alta, que en el castellano neutro de los cartelitos que se cuelgan en las redes sociales sería algo así como “persigue tus sueños”. Y ese sueño siempre es individual y relativo al confort del consumo, una matriz que en el fondo solo beneficia a los que están más arriba que vos.

El quiebre entre Luis y su esposa se da, entre otras cosas, por la manera de interpretar el progreso de la pareja. La plata puede ser una fruta envenenada. La verdad, también.

Fuente: Télam

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