Escuchar a Pichuco es siempre una invitación a la Buenos Aires de los años 40. A las reuniones entre licores y humo, testigos de un bandoneón emocionado, motivado y ambicioso en busca de la compañía de una voz perfecta para ayudarlo a decir lo que esas notas le piden. “Decir el tango”, como definía Roberto Goyeneche a la manera en que se lo debe interpretar.
Volver a su figura de un músico virtuoso con un oído sin igual era necesario y bien lo supieron los músicos Fernando Vicente y Javier Cohen que acaban de publicar el libro “Siempre estoy llegando: el legado de Aníbal Troilo”, una guía musical “apta para todo público”, aseveran los autores que convirtieron en título una de las frases de quien fue uno de los más grandes artistas porteños, nacido en en 1914 y que murió en 1975. La propuesta inédita invitó a quienes lo conocieron a dar testimonios, también a la reflexión de sus colegas para darse forma con la transcripción de una entrevista completa y poco conocida al gran compositor.
“Tenemos una admiración muy grande por Aníbal Troilo, que fue la que nos llevó a hacer este libro. Lo consideramos una figura muy muy importante; y, más allá de todo los maravillosos libros biográficos que se han escrito sobre él, sobre todo en la década de los 70´s, se escribió poco desde lo musical y creemos que merecía una especie de guía de apreciación musical apta para todo público”, señala Fernando Vicente —técnico en Música-Canto, egresado del Conservatorio Municipal Manuel de Falla— sobre el motivo que hace 7 años llevó a los autores a delinear el libro de 463 páginas que acaba de publicar Libros del Zorzal y que requirió el análisis de 400 partituras originales y 500 grabaciones oficiales.
Javier Cohen y Fernando Vicente se fijaron en “Siempre estoy llegando” un objetivo ambicioso: ofrecerle al público general una guía práctica para la apreciación de la obra de este porteño de pura cepa. Sin tecnicismos ni tono académico, sino con el entusiasmo de quien conoció su música y quiere compartir esa dicha con otros.
El libro, de lectura recomendada por su recorrido detallado, denota el camino de este virtuoso músico, quien guiado por el pulso de la intuición, brilló como director de orquesta, compositor y también como un hombre de enorme generosidad, cualidad que resaltan quienes llegaron a conocerlo en la intimidad o trabajando con él.
“En el recorrido que implicó escribir este libro hubo muchas sorpresas gratas en torno a Troilo. Con Javier (Cohen) -el otro autor- lo escuchamos desde hace muchos años y desde lo musical lo conocemos, pero algo que nos pasó durante la etapa de entrevistas fue que todas las personas que entrevistamos cuando les preguntamos si podíamos hablar de él, todos se mostraron encantados de hacerlo, todos querían colaborar para hablar de Troilol”, cuenta entusiasmado y hace un punto aparte al revelar el encuentro con el músico Raúl Garello (1936-2016), quien fue el último arreglador de Orquesta de Pichuco.
´”Él se encargaba de llevar las ideas del Troilo al sonido orquestal —aclara—. En la primera entrevista, aún sin conocernos, no paramos de hablar de él. Garello era una persona muy ocupada y dispuso su tiempo para hablar y contar todo lo que cuenta en el libro”.
«(...) él tenía una visión. Iba a decir que como todo gran artista... y sí, está bien, como toda gran director o artista, como si estuviera dirigiendo la sinfónica no sé de dónde, naturalmente. (...) Tenía una visión total.» Raúl Garello
“Siempre estoy llegando” es un libro sobre el continuador de los pasos de Carlos Gardel e impulsor de Astor Piazzolla, como lo describe Fernando Vicente. Pero también, como añade Javier Cohen, sobre “alguien que desarrolló hasta el doctorado la capacidad de sentir el dolor y la alegría del otro como propios”.
Para descubrir su modo de trabajar y de pensar en la música sin dejar nada librado al azar, Vicente y Cohen dividieron su obra en cuatro períodos (“Alegría rítmica”, “Articulación distintiva”, “La reflexión armónica” y “La tristeza melódica”).”La definición de estas etapas nos permitió ordenarnos en tiempo y espacio para que la unidad a estudiar no sea tan extensa, y dentro de esos marcos poder ubicar las perlas que ya habíamos disfrutado, y complementar con los contextos socio/históricos que iban afectando a las diferentes formaciones orquestales; la narrativa ‘apta para todo público’ también fue un lineamiento que nos trazamos desde el día uno”, explica Javier Cohen.
—¿Qué fue lo que más lo sorprendió durante el recorrido realizado en las composiciones y el sonido de Troilo, o de él a nivel personal?
—Reafirmar que era un tipo muy modesto. Troilo sabía qué era lo que estaba haciendo, cuál era la importancia de la música que estaba creando, pero no lo decía. Y quienes lo rodeaban también lo sabían y tampoco se lo decían... Era un secreto a voces. Todo lo que nos imaginábamos de él, como admiradores, se fue confirmando en las entrevistas a quienes lo vivieron. Y la investigación respecto a la calidad de música nos llevó también a su calidad humana.
—También era considerado muy generoso, ¿verdad?
—¡Muy generoso! En la década del 70 se escribieron muchos libros sobre él que contaban sobre su vida personal y decían también que mucha gente se acercaba, justamente, por esa generosidad; era muy desprendido. Al punto de ir caminando por la calle y si alguna persona le tiraba del saco para pedirle dinero, él simplemente metía la mano en el bolsillo y le daba lo que tenía; hasta llegó a dar casi todo el dinero que había cobrado. Era un hombre daba sin mirar. Otra anécdota cuenta que una mañana caminaba por la calle, cerca de las 6:00, estaba todo cerrado y se cruzó con otro hombre que iba a trabajar. Notó que tenía frío y se sacó el sobretodo y se lo dejó. Así era Troilo...
—Y musicalmente ¿cómo lo define?
—Era muy intuitivo. Un músico virtuoso con un oído sin igual. Un director de orquesta que dejaba lucir a sus cantantes. Javier (Cohen) lo define muy bien: lo compara con los grandes músicos que tenían la capacidad de ver lo que quería lograr como si fuera una especie de cineasta que tenía muy clara la imagen de lo que quería crear y la llevaba a cabo con la orquesta. Eso no es común, no sucede con todos los músicos, sólo a los grandes compositores les pasa. Y eso es algo que pasa con Troilo y era tanto el respeto que le tenían sus colegas que no era necesario decirle que era un número uno, simplemente sucedía. Pichuco tenía la autoridad que le confería la forma de hacer las cosas. Si te fijás, su repertorio es todo de Tango, básicamente. El sonido de Troilo, el repertorio que él eligió aún sigue vigente.
—En el libro dividen cuatro etapas en su música, ¿cuál le gusta más?
—Si debiera elegir, elijo las orquestas de principio de los ‘40 y principios de los ‘60. Si lo escuchás, más allá del sonido de los discos, son orquestas diferentes. Pero más allá de eso, cuando uno se engancha con Troilo no sale más. No sé si la palabra es “perfección”, pero el equilibrio que tiene la orquesta de Troilo, la manera en que él enfoca... Es medio difícil decirlo ahora que cada hace sus composiciones y publica sus discos, pero él tiene también una cuestión que es la del intérprete, la persona que toma al repertorio que quizás no lo compuso, sin embargo le da una impronta. En esa elección Troilo era un maestro. (Se refiere a cantores como Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Roberto Rufino, entre otros).
—¿Qué desea que este libro represente dentro de la bibliografía del Tango y como un homenaje a la música de Pichuco?
—Hicimos este libro con todo el amor del mundo. Ojalá podamos dejar algo interesante. Nuestra meta era centrarnos en lo musical porque de las figuras siempre se habla de lo anecdótico, de sus biografías, de la personalidad del músico, pero se refiere muy poco de la música en sí, que es por lo cual uno se acerca a estos artistas. Por eso, la idea de proponerlo como una guía es para que la gente pueda engancharse con la música de, en este caso, Troilo. Si eso se logra nuestro objetivo está cumplido.
Vicente reconoce que el recorrido realizado “nos causó mucha felicidad”. Él, por su parte, tuvo un gran acercamiento al compositor en 2014, cuando se cumplieron 100 años su nacimiento, y se hizo una edición de 12 discos compactos con una historia de la que participó.
“Fui absolutamente feliz. Daba la impresión de que él estaba ahí, mirando desde el cielo y que sigue siendo un tipo generoso que sigue ayudando. Las cosas cuando pasan por él, cuando se hacen por él, hasta donde conozco, se hacen desinteresadamente. Es tan grande la admiración a su figura, y tan desinteresado era él mismo, que eso logra sobrevivirlo”, finaliza.
Sobre los autores
Fernando Vicente nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, el 19 de agosto de 1970. Es técnico en Música-Canto, egresado del Conservatorio Municipal Manuel de Falla. Fue productor en el proyecto TangoCity e intermediario responsable ante los coleccionistas, compilador del material para el proyecto y curador de la digitalización y restauración en el Archivo Digital del Tango.
Javier Cohen nació en Buenos Aires el 2 de enero de 1966. Es músico y docente; y tiene tres discos editados como solista (Buenas, Como va todo y Línea de Tres) y uno en dúo con Claudio Ceccoli (Catorce). Además, realiza participaciones como guitarrista en distintos proyectos de colegas. Como docente, trabajó como profesor en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) durante 30 años. Allí, se desempeñó doce años como coordinador pedagógico del área de Tango
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