Ensayos solitarios, distancia social y protocolos: ¿cómo sobreviven las orquestas y los coros en pandemia?

En aislamiento, con producciones digitales y algunos recitales al aire libre, los ensambles de música aguardan el fin de las restricciones con ansias volver a tocar juntos. Testimonios de músicos argentinos

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Concierto al aire libre organizado
Concierto al aire libre organizado por el DAMUS, con protocolos sanitarios y distanciamiento (foto: gentileza Lucía Ghini)

“Todo esto es un drama desde el punto de vista artístico. El resultado estético es deplorable acá, en Alemania o donde quieras, en la Filarmónica de Berlín o en el Coro de Niños de Berisso”. El que habla frente a la pantalla de su teléfono, desde su casa, con una enorme biblioteca atrás, es Oscar Escalada. Fue durante décadas el director del Coro de Niños del Teatro Argentino de La Plata y hace quince años que está jubilado. Hoy, además de arreglador, compositor, investigador y productor de eventos, es el presidente de la Asociación Argentina para la Música Coral (AAMANT). “No hay forma de que nosotros podamos trabajar si no estamos juntos. Eso implica una ruptura esencial con profundo dolor y con profunda inestabilidad en toda nuestra actividad. En este momento ninguno de los cuerpos estables del Teatro Argentino está trabajando. Esto significa una pérdida enorme”.

¿Cómo sobrevive una orquesta, un coro, la música de ensamble al distanciamiento social estricto? Con la irrupción de la pandemia de coronavirus durante los primeros meses de 2020, y ante la necesidad de respetar las restricciones impuestas relativas a las reuniones sociales, son muchas las actividades que se vieron paralizadas. Ante la incertidumbre, la salida rápida para mantener el contacto fue la virtualidad, pero, aseguran todos, “no es lo mismo”. Los conciertos al aire libre con protocolos estrictos —barbijos, distanciamiento, capacidad limitada— alumbraron la nueva normalidad con una luz más optimista. Sin embargo, cada artista vive a su manera esta experiencia inédita y global.

“En mi trabajo personal como flautista, tuve la suerte de poder revincularme con mi instrumento desde un lugar más íntimo”, cuenta Nubia Bado, escritora, licenciada en Música, docente, instrumentista. “El estudio, el placer y el juego como único objetivo me hacen reflexionar sobre la importancia del tiempo, y la importancia de estar un poco más quietos”, dice y subraya el “gran esfuerzo que hicimos junto con los y las alumnas para no perder nuestro vínculo aun habiendo perdido el espacio áulico”. Ya habituada al uso de plataformas y encuentros sincrónicos a distancia, asegura que “el Consort de flautas dulces del conservatorio es un desafío aún mayor, pero continuamos preparando repertorio con la intención de volver a juntarnos en un futuro próximo. Lo importante es no dejar de estar en contacto y darnos ánimos para que los proyectos no se abandonen”.

Andrés Gerszenzon en la era
Andrés Gerszenzon en la era prepandémica (foto: gentileza A. Gerszenzon)

La pianista y docente Lucía Ghini, prosecretaria de producción del DAMUS (Departamento de Artes Musicales) de la Universidad de las Artes (UNA), coincide con Bado en cuanto al impacto del aislamiento en su relación con su instrumento: “Fue muy difícil no poder juntarnos a ensayar, no poder hacer música en vivo, ni siquiera juntarnos a hacer música nosotros, aunque sea sin público. Pero también fue un trabajo de introspección y autoconocimiento muy grande, muy positivo para la unión del grupo”.

Gustavo Gargiulo, que es músico y docente, y desarrolla su actividad entre Argentina y Europa, sostiene que “resignar la inercia que provee el tocar junto a otra persona es absolutamente irremplazable, a veces el mejor (y único) estímulo para la interpretación del repertorio de los siglos XVI y XVII, en donde los sentimientos del alma se ven reflejados a flor de piel es la respiración del músico que tenemos al lado, no la batuta de un director, y mucho menos la referencia mecánica de un metrónomo... es donde se hace tangible lo que se expone en el prefacio de Monteverdi: ‘la palabra es dueña de la música’, no el software o app para hacer música sincrónica”.

A veces el mejor (y único) estímulo para la interpretación del repertorio de los siglos XVI y XVII, en donde los sentimientos del alma se ven reflejados a flor de piel es la respiración del músico que tenemos al lado, no la batuta de un director, y mucho menos la referencia mecánica de un metrónomo (Gustavo Gargiulo)

Hace más de veinte años que Andrés Gerszenzon se dedica a la música. Acumula prestigiosos premios, becas notables y una obra que aglutina música para películas, para obras teatrales, para puestas en escena y para orquestas. Es docente, director, compositor, instrumentista, investigador y, pese a su experiencia y a todos los pergaminos, la pandemia cambió su vida. ¿Cómo se ensaya con barbijo, sobre todo cuando los ensambles están llenos de instrumentos de viento? La única opción posible fue la virtualidad. “Los ensayos por Zoom o similar son imposibles. Lo que se pudo generar es una modalidad muy difundida de grabaciones individuales y luego edición de sonido, previo trabajo también individual con cada integrante”, cuenta.

Concierto al aire libre, con
Concierto al aire libre, con protocolos (DAMUS) (foto: gentileza Lucía Ghini)

Si bien los músicos apuestan a la virtualidad, hay algo ahí que se pierde. Pero, ¿qué? “Si el bailarín no trabaja en su casa —explica Oscar Escalada— pierde la elasticidad de su cuerpo. Si el músico no practica, pierde la elasticidad de sus dedos. Lo mismo le pasa al cantante. Es un músculo que adiestramos cuando ensayamos todos los días. Esto se notaba mucho cuando volvíamos de las vacaciones, por ejemplo. Nuestras vacaciones son más o menos 45 días. Teníamos que reacomodar todo nuestro organismo porque la práctica cotidiana que te exige el ensayo no la tenés hasta que no empezás a trabajar. Imaginate ahora, la pandemia, un año y medio o dos años de cero a retomar el trabajo. Se ha perdido una calidad inmensa. Con los chicos es aún peor”.

Alternativas para no dejar de tocar

Mientras afuera el mundo se derrumbaba, Gerszenzon se encerró a hacer música, a experimentar en la soledad de su estudio. Se abocó, en sus propias palabras, a “una idea de diseño audiovisual, o sea, que tenga elaboración visual que supere plástica, artística y poéticamente a los videos de pantalla partida”. Así fue que trabajó junto a Muta Multimedia en piezas como “Lamento de la Ninfa”, de Claudio Monteverdi, por ejemplo. También aprovechó el tiempo para aprender a editar sonido, “práctica a la cual me resistía anteriormente”, reconoce. “Debo decir que como compositor, esto me ha cambiado la forma de escuchar”, asegura con más sorpresa que orgullo.

“Las producciones audiovisuales fueron las estrellas musicales de la pandemia”, sostiene Nubia Bado, y si bien sabe que “no es lo mismo que hacer música compartiendo un espacio”, lo importante es “el recorrido y la capacidad de sentirnos cómodos y a gusto con algo que no teníamos ni pensado” y contar con la posibilidad de “mostrar un producto final”. Durante la pandemia subió mucho contenido a su canal de YouTube, se abocó a su rol de docente (“hay otra herramienta no tecnológica que todos tuvimos que desarrollar sí o sí: ¡la paciencia!”) y ganó el concurso de Música Antigua de Gijón de España. Ahora está por grabar para el Ensamble Virtual de Música Antigua, un proyecto del maestro Marcelo Dutto. “La ejecución sincrónica, poder tocar al lado de mis colegas y de mis alumnos, es lo que más extraño. Nada puede reemplazarlo, pero con ayuda de la tecnología, produciendo grabaciones, pistas musicales, al menos podemos tener la ilusión de estar tocando juntos”.

Gustavo Gargiulo en pleno ensayo
Gustavo Gargiulo en pleno ensayo virtual (foto: gentileza G. Gargiulo)

Ghini cuenta que los ensambles “se hicieron trabajando virtualmente, grabando videos. Hubo que aprender sobre edición de videos para juntar todo lo que sonaba en lo audiovisual”. Posteriormente, cuando la situación sanitaria y climática lo permitió, el DAMUS organizó algunos conciertos al aire libre: “Los ensambles se presentaron en un formato reducido, de hasta ocho integrantes, sin cantantes ni instrumentistas de viento. Esos son los protocolos a los que nos tuvimos que adaptar”.

Con la excusa del centenario del nacimiento de Ariel Ramírez y Astor Piazzolla, la AAMCANT (Asociación Argentina para la música coral América Cantat) está preparando un Coro Virtual en Homenaje. “Hicimos un llamado internacional para que todos los cantantes del mundo que quisieran sumarse lo hicieran. Se hizo un video que yo dirigí. Hubo que grabar el audio de los instrumentos; el movimiento de mis manos y de los instrumentos que sonaban tenían que estar perfectamente acomodados. Así y todo recibimos los videos de Europa, de Asia, de toda América y tuvimos que editar: agarrar voz por voz, video por video... Imaginate lo que es, un trabajo bárbaro. Cuando vos escuchás, está todo editado y todo afinado; los que le erraron están editados, pero todo eso es de mentira. No es que no sea un hecho artístico, lo es, pero es otro tipo de hecho artístico”, cuenta Oscar Escalada.

Tiempo de balances

A casi dos años del inicio de esta pandemia, “el balance es netamente negativo”, sostiene Andrés Gerszenzon. “Tanto los ensayos como la comunicación artística son un fenómeno social e interpersonal. La liturgia musical no se puede reemplazar electrónicamente, se da en un mismo tiempo y espacio. Es similar a lo teatral, incluyendo la danza. Tal vez en el caso del cine, que también nació para las salas, la adaptación sufrió menos, pero todos sabemos la diferencia de ver una película en una sala o en un monitor con auriculares”. Cuando Infobae Cultura le pregunta si cree que algo se ganó con la aparición de estos obstáculos, si este escenario alumbró algún tipo de novedad, si se puede sacar algo positivo de todo esto, su respuesta es contundente: “No”.

También es tajante Escalada en sus conclusiones: “La virtualidad lo único que ha podido hacer es entretener”. Y agrega: “Un hecho artístico necesita de alguien que lo produzca y un medio que lo transmita y alguien que lo reciba. En el caso de la música hay un músico que genera el sonido, un aire que transmite las vibraciones, un oído que lo escucha y una mente que lo interpreta. Hasta que no llega a la persona que recibe, ese circuito del arte no se produce. Arte en mi casa, yo solito, encerrado, tocando con mi deleite, me deleito yo mismo; eso no es arte porque no llegó a concluir. El arte es una forma de comunicación, es un lenguaje que se transmite a través de los sentidos”. Pronto va a salir una segunda edición ampliada de su libro Un coro en cada aula, donde explica que “el canto en el niño es un derecho humano”. “¿Por qué?”, dice ahora, “por todos los beneficios enormes que trae en su inteligencia, en su memoria, en su sociabilización, en su empatía”.

Nubia Bado y Oscar Escalada
Nubia Bado y Oscar Escalada en la era prepandemia

Aunque en líneas generales todos coinciden en que el hecho artístico se vio alterado por la imposibilidad de reunirse con otros para hacer música en el mismo espacio, algunos se empeñan en rescatar algún saldo positivo de las adaptaciones a las que se vio forzada la actividad musical. “Se reunió un material que de otra manera jamás se hubiera tenido —evalúa Ghini—. Sirve para mostrar y también como un registro de la actividad, de la producción anual de cada ensamble. Eso en el concierto en vivo se pierde, porque habitualmente no se graba. Así quedó un historial de lo que cada ensamble fue trabajando de manera virtual. A partir de ahora, en todos los conciertos va a haber un registro audiovisual, explotamos a full los canales de YouTube, las redes sociales, el movimiento virtual del mundo de la música, que en eso estábamos muy atrasados”.

Para Gustavo Gargiulo, quien asume como una ganancia el haber aprendido técnicas de grabación y edición multimedia, la tecnología también lo ayudó a evidenciar la singularidad de cada performance o interpretación: “Pude utilizar todos los beneficios que la tecnología da, desde encarar las clases como un recital, haciendo playback, y así mostrar que una interpretación (desde el punto de vista de la ornamentación e improvisación, que es lo que principalmente enseño) puede ser cada vez única, diferente e irrepetible. En mi caso hay algo que de otra manera no se hubiera logrado: entre mis alumnos he contado con gente de España, Holanda, Francia, Suiza, Colombia, México, Chile, Guatemala, Paraguay, algunos ya profesionales y miembros de ensambles especializados, otros estudiantes muy comprometidos, otros vocacionales... y de alguna manera han interactuado (tanto en videollamada como en música colaborativa) y me ha dado satisfacción ver que las fronteras geográficas, sociales, han desaparecido, para poder encarar y disfrutar de un proyecto en común, que de otra manera no se hubieran conocido”.

“A pesar de resignar el compartir un espacio real con un otro, con todo lo que eso implica a nivel educativo y humano, pudimos mantener la existencia de los espacios de clase, que es muchísimo. Y en el mejor de los casos, el entusiasmo por seguir adelante, sostiene Nubia Bado, y concluye: “Admiro a mis alumnos y alumnas que con todas las dificultades que hay se esfuerzan y se superan cada día. La educación pública siempre sale adelante por el esfuerzo de su comunidad, pero no podemos dejar de luchar para que se invierta más en educación y en cultura de modo que todos y todas tengamos las mismas oportunidades”.

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