Hace cincuenta años, un viernes del invierno marplatense, moría a los 35 años en un accidente fatal, junto a su primogénito Juan Pablo, el narrador y dramaturgo Germán Rozenmacher, autor del célebre libro de cuentos Cabecita negra y la obra teatral Réquiem para un viernes a la noche, a quien evocan para la ocasión su último editor, su hijo Lucas y escritores como Juan Ignacio Pisano, quien desde las nuevas generaciones resignifica el aporte del autor que puso en juego “una forma de pensar las formas de la hegemonía cultural y racial” como “marca imborrable de la argentinidad”.
En el momento de su muerte, además de ser un exitoso escritor, Rozenmacher era periodista de la Revista Siete Días. Este semanario en agosto de 1971 pormenorizaba la triste confirmación de su muerte: “El viernes 6 -un viernes de sol que prometía mejores cosas- una noticia increíble, una disparatada ráfaga de espanto, sacudieron a la gente de Siete Días, paralizaron sus cuerpos y mentes; Germán había muerto en Mar del Plata y con él su hijo Juampi, un chico de 5 años”.
La redacción aclaraba que noticias inverosímiles, “malamente trasmitidas por allegados”, hablaban de escapes de gas y “de hornallas demasiado tiempo encendidas (a falta de calefacción)”. Rozenmacher había sido enviado a Mar del Plata para investigar tres notas, y aprovechando una estadía que abarcaba un fin de semana su familia lo había acompañado... “Había muerto Germán, había muerto Juampi; Chana (Amelia Figueiredo, la mujer de Germán) y Lucas, el menor de los dos hijos, se habían salvado porque una súbita enfermedad del bebé los había hecho pasar la noche en una clínica de niños”, especificaba.
Hoy aquel bebé, Lucas Rozenmacher, tiene 50 años. Su madre Chana murió en febrero de 2019. Para él cincuenta años es mucho tiempo y es “también, en algunos casos, toda una vida (en este caso la mía)”. El único que hoy sobrevive de aquella familia asegura medio siglo después que “aunque podría hablar sobre cómo fui conociendo a Germán a través de la lectura de sus cuentos, sus obras de teatro o de las investigaciones periodísticas, hoy quiero recordarlo a través del relato que otros me transmitieron sobre su vitalidad para cantar como Al Jonson, la defensa férrea y constante de pueblos sometidos o el cruce a través de media Europa para llegar a una Cuba que llenaba América Latina con la esperanza de la llegada del ‘hombre nuevo’”.
Para conocer al escritor, además de su hijo, aparecen voces que lo frecuentaron o son herederos del linaje de la literatura del escritor. Juan Ignacio Pisano, nacido una década después de la muerte de Rozenmacher y autor de la premiada novela El último Falcon sobre la tierra, es uno de esos narradores que en su narrativa asimilan muestras de aquella genética literaria.
Para Pisano, Rozenmacher “dejó una huella imborrable en la literatura argentina por una obra que con los años se volvió indispensable”. El escritor y docente universitario, trabaja la obra del dramaturgo con sus alumnos. En sus clases se detiene en el cuento Cabecita negra. El escritor y doctor en Letras explica que Ricardo Piglia señaló que el relato era una versión irónica de Casa tomada de Julio Cortázar: “Pero se trata de un comentario hecho a posteriori, cuando se impuso, con la mediación de Juan José Sebreli en 1966, la interpretación del cuento de Cortázar como una manifestación del miedo de las clases medias al avance de los sectores populares de la mano del peronismo”.
En Cabecita negra, el señor Lanari, su protagonista, pertenece a una clase que goza de ciertos bienes y comodidades, y en una noche de insomnio ve que su casa, de pronto, está tomada por dos “cabecitas negras”. Pisano aclara que “aquello que el personaje no tolera es el goce del otro, que es (Lacan mediante) una fórmula para entender al racismo. Y ahí reside también la actualidad del cuento: cada vez que alguien dice que los ‘cabecita negra’, o simplemente los ‘negros’, los ‘negros cabezas’, se movilizan por el chori y la coca, o critican los consumos populares en los espacios de reunión que le son propios, y ajenos a esa otra clase, no deja de recordar las apariciones de ese otro que goza de un modo intolerable como manchas oscuras en una historia nacional que se cree prístina y racialmente intocable”.
Rozenmacher puso en juego “una forma de pensar las formas de la hegemonía cultural y racial que una clase ha impuesto sobre la otra, y que perdura como una marca imborrable de la argentinidad”, asegura el escritor Premio Novela Fundación Medifé Filba 2020.
Vicente Battista participó en el comienzo de los sesenta como jurado de preselección del Segundo Concurso de Cuentistas Americanos junto a Augusto Roa Bastos, Beatriz Guido, Humberto Costantini y Dalmiro Sáenz. Cuenta el escritor que llegaron 360 cuentos. Como consecuencia de la calidad de cada uno, el jurado no se decidió por un primer premio, sino por cinco, que fueron otorgados a autores como Miguel Briante, Ricardo Piglia y Los pájaros salvajes, de Germán Rozenmacher. “Así fue como lo conocí. Ahora recuerdo su pelo enrulado, su mirada entre cálida y desconfiada, su pipa y el énfasis con que exponía sus ideas”, recuerda el autor de Sucesos argentinos.
En referencia a aquel cuento presentado por Rozenmacher al concurso, Battista lo define como “faulkneriano”. Y agrega: “Cuenta la desgarrada realidad de una chica y su padre viviendo (sufriendo) el norte argentino. Más que la composición psicológica de personajes, es la postura de los seres condicionados por su situación lo que -fundamentalmente- consigue el autor”.
El compilador de las Obras Completas del escritor, publicadas por la Biblioteca Nacional durante la gestión como director de Horacio González, fue Matías Raía, quien señala que ese trabajo lo tomó como un acto de justicia poética: “Después de haber leído su hit Cabecita negra me había conseguido los cuentos recopilados por el CEAL y había descubierto en esos relatos una voz novedosa del pasado, que podía dialogar con Rodolfo Walsh, Haroldo Conti o Daniel Moyano”.
El joven editor recogió la obra dispersa de Rozenmacher que abarca textos muy disímiles más allá del cuento: guiones para televisión, entrevistas, aguafuertes, artículos periodísticos... “hasta escribió entradas para un diccionario de literaturas comparadas dirigido por Roger Pla, único en la historia nacional”, agrega Raia.
Lucas Rozenmacher asegura que podría evocar “la mirada comprometida con una literatura situada y disruptiva” pero prefiere que lo planteen otros, porque confiesa que desea recordar en esta fecha a su “viejo” y a su “hermanito, un niño que cargaba con toda la potencia del porvenir, que con sus cinco años podía cantar el disco entero Yellow Submarine de los Beatles o plantarse ante los adultos y sostener sus verdades “y que esa noche de agosto no pudo seguir”.
Desde que empezó a hablar intenta, según su propio relato, recordar la voz de su padre cantando jazz o la de su hermano alentándolo mientras lo “cargaba en el karting de madera y rulemanes por las lomadas del rosedal de Palermo”.
El 6 de agosto es para él, desde siempre, un momento bisagra en el que quedaron con su mamá “sosteniendo la memoria de lo cotidiano y conviviendo con el abrazo público y con el cercano con quienes, momento a momento, fuimos construyendo un vínculo amoroso con la obra de mi viejo y la mirada dulce y sagaz de mi hermano”.
Lucas volvió hace una semana a Mar del Plata, por primera vez junto a sus hijos. Una forma de reencontrarse con aquel pasado, repararlo. El hijo del escritor le dedicó “a Germán” un poema En tránsito, que forma parte de un libro de próxima aparición. Sus versos reconstruyen, más que otra cosa, esa presencia de su padre y su hermano que encuentra en la mirada y la sonrisa de sus hijos, Olivia, León y Pedro.
“La voz reconstruye sentidos / las imágenes momentos / y el abrazo sensaciones. // Vivir, es también y de algún modo, / ir buscando que esos tres componentes se conecten / Y que finalmente al hacerlo, esa triada afectiva haga síntesis en uno mismo. // Este terceto también / es una búsqueda entre lo que está / y lo que se fue // Encontrarse / Buscarse / Redibujarse // Por lo que dicen, estás en mí cuando camino / Por los saltitos de mis pies / Y en el uso de las parcas en el invierno // Mientras, busco tu voz, / aunque sea pidiendo chicles bazooka / o tabaco en un iddish incomprensible”, dice el poema.
Y prosigue: Con una sola imagen juntos / me conformo / y completo. // Aunque en todas las demás fotos el ojo que señala es el tuyo, / por una única vez, / reclamo y pervivo buscando una imagen juntos. // Queda impregnada una sensación de haber sido acunado / bajo susurros de trompetas vocales / y así, de ese modo tu voz rebota en mí. // Mientras, sigo en el camino, / intentando completarme, / con lo que viene y con lo que nunca termino de saber cómo fue. // Recomponiendo a través de relatos / de libros, borcegos y canciones / que permiten reescribirte / mientras tanto, / voy transcurriendo en este tránsito, / hasta donde pueda llegar”.
Fuente: Télam
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