Como símbolos de ciertos valores que no siempre coinciden con el pensamiento del presente, los monumentos reflejan un orden de la sociedad que está íntimamente ligado al momento en el que fueron erigidos. La vandalización y posterior destrucción de estos monumentos como consecuencia de ese choque casi siempre opuesto de mentalidades y realidades es un claro ejemplo de la coyuntura actual, además de una respuesta precisa a la imposición por parte de sectores ligados al poder de algunos personajes históricos cuyo currículum, a los ojos de hoy, ya no resistirían un archivo.
La tensión y la tirantez permanente que siempre han existido entre la historia y la memoria de los pueblos se manifestó aún más con el devenir de la deconstrucción. A lo largo de los años tomó envión el signo que caracteriza a estos tiempos, es decir, poner bajo la lupa aquellos valores cuyo cuestionamiento ha sido prácticamente nulo. La búsqueda de nuevas virtudes que resignifiquen la cara de la sociedad actual implica, en términos de deconstrucción, individuos capaces de reflexiones profundas ante formas de pensamiento un tanto anquilosadas y enquistadas en la historia.
Revisionismo y condena
¿La reinterpretación de la historia en base a nuevos datos carentes de algún sesgo oficial puso en jaque la visión victoriana y moralista que encarna la mayoría de los monumentos? El asesinato de George Floyd en manos de la policía de Estados Unidos así parece demostrarlo. Esto disparó, junto al movimiento Black Lives Matter, una serie de ataques a monumentos relacionados con el pasado esclavista de algunos países. La estatua de Edward Carmack, que hacia fines del siglo XIX firmó sentencias de linchamiento a afroamericanos, fue derribada por manifestantes que se acercaron hasta el capitolio de Nashville. Del otro lado del océano, en Bristol y Londres, la misma suerte corrieron las estatuas de Edward Colston y Robert Milligan por tratarse de viejos comerciantes de esclavos. El mensaje es claro: no solo caen los monumentos, también lo hacen ciertos valores (y horrores) que éstos representan.
Otro ejemplo también en Inglaterra fue la remoción por parte de las autoridades de la estatua de Robert Baden Powell, fundador en 1908 del movimiento Boy Scout. A pesar de las voces contrarias a la acción, que sostienen que se puede conmemorar la obra positiva de un hombre que no lo es tanto, la admiración por Hitler, el racismo y la homofobia que profesaba Powell fueron más que suficientes para proceder a la quita de su figura.
Un párrafo aparte merece Cristóbal Colón, demonizado por la hazaña de llegar a un continente desconocido que se convirtió en el objetivo de expansión de las potencias europeas a partir del siglo XVI. El pasado mes de junio, en la ciudad colombiana de Barranquilla, fue derribado un monumento al navegante genovés. Para los pueblos nativos del continente americano Colón significa el comienzo de una etapa brutal y trágica de genocidio, saqueo y conquista. Miami, Boston, Richmond, Santiago de Chile, Bogotá y México DF son solo algunas de las ciudades en las que, a partir del Black Lives Matter, los monumentos de Colón sufrieron pintadas y decapitaciones. La mirada no debe ser unidireccional: no solo se trata de una vandalización, también hay una ideología por detrás del mero acto del ataque. El objetivo subyacente es mirar con otros ojos un pasado que, aunque duela, es parte de la historia.
Visión del arte en tiempos de deconstrucción
La gran mayoría de los monumentos son de estilo clásico, es decir, responden a un cánon artístico ciento por ciento europeo. Sus rasgos principales son claros: columnas de altura considerable, esculturas de leones y figuras mitológicas, bajorrelieves y escudos de armas, escenas relativas a su vida, capiteles, laureles y espadas, y sobre un pedestal, la figura o busto del personaje en cuestión.
Bajo las nuevas miradas y la necesaria búsqueda de otros valores, los monumentos ya no son solo objetos de goce visual y estético; también son elementos de propaganda y un reservorio de viejos ideales que reverberan hasta el día de hoy. En palabras del filósofo francés Jacques Derrida (aplicadas originalmente en torno al arte, aunque podamos hacerlas extensivas al tema de este artículo), se resignifican los sentidos que operan alrededor de un objeto artístico para así dar luz a lo que hay implícito en él. De esta manera, hay una acción deliberada en desarticular un entramado simbólico inherente al pasado.
Ese es el caso de la figura de Leopoldo II, rey de Bélgica durante cuarenta y cuatro años, cuyo régimen salvaje de explotación del Congo terminó arrojando una cifra de muertos que varía entre los dos y los diez millones de personas. Como consecuencia de esto, una estatua ecuestre y varios bustos del monarca fueron atacados el último año en las ciudades de Amberes y Bruselas. La conciencia y la corrección finalmente parecen haber llegado hasta las altas esferas ya que el ayuntamiento de la capital del país estudia una petición popular cuyo fin es el retiro de todas las imágenes de un rey cuyo pasado colonial y esclavista avergüenza a sus habitantes.
Pero esto no es nuevo. También en el antiguo Egipto se intentó borrar de los anales de la historia a un faraón por desafiar las normas del imperio. Amenhotep IV, también conocido con el nombre de Akenatón, impulsó reformas de todo tipo durante su reinado. La más trascendental fue la instauración de Atón como el único dios oficial de su gobierno, dejando así de lado el culto al resto de las figuras del rico panteón egipcio. Esto convirtió al faraón en uno de los primeros reformistas religiosos de la historia. Tal controversia despertó ese y otros cambios llevados a cabo por Akenatón que, una vez muerto, sus sucesores destruyeron sus imágenes, estatuas y construcciones como ejemplo de que nunca debía cambiarse el orden establecido ni desafiar a los dioses.
Los antimonumentos
El revisionismo con el que se observa a los personajes históricos, su rol en la historia y la función que cumplen sus monumentos en el paisaje urbano, da como resultado muchas veces una nueva forma de resignificación. El nombre Antimonumento, palabra traducida del inglés counter monument, no refiere a una brigada secreta que atenta contra las representaciones de los personajes históricos si no a aquella instalación montada sobre un monumento al calor de una manifestación popular. Se busca recordar y mantener vivo el recuerdo y el reclamo por las víctimas de algún hecho trágico. Una de las primeras expresiones en nuestro país fue la intervención al monumento del general Roca en Bariloche, cuando se cambió su segundo nombre (Argentino), quedando de esta manera Julio Asesino Roca.
Los antimonumentos no buscan enaltecer la gloria nacional; al contrario, rechazan al Estado y su intención de instalar mensajes y valores enfrentados con las nuevas formas de pensamiento actual. A través de la apropiación del espacio público, el fin es deconstruir (y reconstruir) las posturas oficiales. También en este caso se deja atrás al objeto estético que representa un pasado ominoso en pos de un trabajo de memoria colectiva, dando por tierra la idea de belleza que forma parte de un cánon determinado.
Sin embargo, el hecho del emplazamiento inmediato y fugaz de los antimonumentos hace que también sean muy fáciles de desmontar y destruir.
Marcas en la ciudad
Cuando monumentos y estatuas son derribados, se produce un efecto en donde la nostalgia hace su aparición. La mayoría de las miradas se detiene en aquello que ya no está, en ese objeto clásico y venerado por la historia que, a los ojos de todos, cortaba el horizonte. Pero otro aspecto tácito que también es tema de interés es ese espacio vacío que antes ocupaba el objeto conmemorativo. Ya no hay una forma que se alza, sino el recuerdo de lo que estaba. Esa ausencia, ese vacío, pesan e invitan, si se los sabe mirar, a la contemplación y a la reflexión. Quizás sea hora de repensar el motivo por el que algunos monumentos fueron erigidos y luego cuestionados.
Dos años después de la caída del Muro de Berlín, un monumento a Lenin emplazado en una zona oriental de la ciudad fue destruido y enterrado en las afueras por representar la opresión y el yugo sufrido durante años a manos del régimen comunista. Después de la unificación de las dos Alemanias, todas las imágenes dedicadas a la memoria de Lenin fueron desarmadas, incluido un busto que adornaba la entrada a la embajada rusa. El vacío que quedó en la vieja Lenin Platz de Berlín, sumado al cambio de nombre (plaza Naciones Unidas), resignificó el legado y la figura del político ruso.
En este caso en particular, la falta de aquel objeto o monumento ya no ocupa espacio físico aunque, de alguna forma, tiene el peso hondo de una herida.
Todo es historia
Figuras con pasado racista, esclavista, genocidas, celebradas y conmemoradas a lo largo y ancho del mundo, ¿deben coincidir con la moral de nuestra época? ¿Merecen ser parte del paisaje urbano?
La historia no es una ciencia que solo describe los sucesos del pasado y que debe ser tomada como algo hermético e intocable. Al contrario, al abordarla se la puede someter a una mirada crítica con el fin de lograr una mayor reflexión y recogimiento. Es importante el papel de las autoridades gubernamentales que han accedido a quitar monumentos y estatuas que puedan herir la sensibilidad de las personas. El consenso con la comunidad es importante, porque la decisión de dejarlos o removerlos no solo es tarea de los historiadores.
En definitiva, con el devenir de los años, lo que sucede hoy con los monumentos será también parte de la historia.
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