Editora, traductora, periodista, escritora, investigadora de la obra de Roberto Bolaño y cazatalentos, Valerie Miles cofundó en 2003 la revista Granta en español para establecer puentes entre la literatura anglosajona y la hispánica y, con esa premisa, cada diez años trabaja en la edición de un número que da a conocer los veinticinco mejores escritores jóvenes de habla hispana, una lista que en su más reciente selección “fichó” a los argentinos Camila Fabbri, Michel Nieva y Martín Felipe Castagnet.
Lejos del capricho y conforme con el “experimento científico” que supone controlar variables para descubrir las voces de una generación y llegar a una muestra representativa del mapa hispanoamericano, Miles celebra que estos escritores menores de treinta y cinco años prioricen la sonoridad y que se refugien en el humor y la sátira. Percibe, además, que la voz de las autoras mujeres se hace sentir cada vez más fuerte, se muestra conforme con una selección de autores que, a contramano del gesto de la selfie, se anima al desafío que supone escribir ficción y asegura que hay una edad dorada de la traducción literaria. ”No elegimos a un escritor que tuvo una gran idea para un libro brillante, sino al artista que usa el lenguaje como la herramienta necesaria para expresar un arte”, dice en entrevista a propósito de la aparición del volumen editado por Candaya/Big Sur que reúne ahora textos de los autores seleccionados.
La última selección, que se dio a conocer en abril pasado, fue realizada por un jurado integrado por Aurelio Major, Horacio Castellanos Moya, Gaby Wood, Rodrigo Fresán y Chloe Aridjis. Más de 200 escritores respondieron a la segunda convocatoria de Granta en español y fueron elegidos en principio 60. A finales de junio, cada integrante propuso una primera lista de 20 candidatos y ahí comenzaron las deliberaciones que terminaron en esta selección literaria encabezada por España (con 6 escritores); México (con 4) y Argentina y Cuba (con 3 cada uno), dos autores de Chile y uno de Guinea Ecuatorial, Costa Rica, Perú, Colombia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua.
Al requisito del límite de la edad, se sumó una condición que delimitó aún más el mapa. “Buscamos obras de la imaginación escritas en español. Ficciones. Conciencias plasmadas en la página. Contadores de historias. Nada de ensayos, ni memorias, ni reportajes. Nada de selfies pasados por el Photoshop para hacerlos colar por ficción”, explica Miles en el prólogo de la edición que reúne los textos que los 25 autores decidieron presentar para la edición.
—¿Qué entienden en Granta por “generación”?
—Tiene mucho que ver con la cantidad de tiempo que alguien está en conciencia. Durante los primeros diez años de vida, en la infancia, pasan muchas cosas en el trasfondo de lo más evidente: la música, las películas, las conversaciones que mantienen con sus pares en la escuela. Todo eso deja una marca y por más que haya un recorte local, esta información que viene de la infancia y la adolescencia es muchas veces compartida: a pesar de las diferencias, en una generación literaria resuena la misma melodía. Con esta selección, queremos decirle al mundo que debe poner el ojo en lo que se escribe hoy en habla hispana. No son solo veinticinco autores, hay una galaxia de escritores hispanoparlantes a la que hay que prestarle atención.
—¿Qué tipo de representación buscaron en la selección?
—Trabajamos con una fórmula que creo que es muy honesta: sabemos y aceptamos desde el principio que hay una administración de la lectura. Los integrantes del jurado tienen gustos que son, de alguna forma, inapelables. Pero somos muy cuidadosos en la selección del jurado para que haya una variedad grande de autores, de lugares y que han estado expuestos a otras tradiciones literarias. La apuesta de Granta es como un experimento científico: ponemos ciertas variables y las cumplimos porque sabemos que da resultados. Somos un satélite de la Granta inglesa y ellos llevan 40 años con el mismo ejercicio de selección cada diez años y han tenido cierto éxito. En los números intermedios, en cambio, sí experimentamos más: trabajamos temas, invitamos a autores de todas las edades y generamos conversaciones. Buscamos retratar y no incidir porque no nos interesa imponer un canon. Tampoco vamos por la excepcionalidad: no elegimos a un escritor que tuvo una gran idea y que escribió un libro brillante, sino al artista que usa el lenguaje como la herramienta necesaria para expresar un arte. Sostenemos las variables a lo largo de las décadas porque, si no, el ejercicio de la comparación se desvanece.
—En la edición de 2010, figuraban autores como Lucía Puenzo, Santiago Roncagliolo, Oliverio Coelho, Andrés Barba, Pola Oloixarac, Samantha Schweblin, Alejandro Zambra y Patricio Pron. ¿Seguís la trayectoria de los autores seleccionados?
—Sí, claro. El otro día leí una entrevista en la que Andrés Barba contaba que aquella lista le sirvió para conocer a los escritores de su generación en otros puntos del mapa. Se leyeron, compartieron charlas y paneles. Granta busca fomentar la conversación entre escritores y esto va más allá de las generaciones porque también nos interesa que los escritores veteranos estén en contacto con los más jóvenes.
—Como editora y traductora, tendés puentes entre autores y lectores de distintos idiomas y para dar cuenta de ese trabajo solés referirte a un proceso de “polinización cruzada”. ¿Por qué hacés esa conceptualización?
—El mejor ejemplo de esto ha sido Bolaño: un escritor chileno que vivía en España pero que escribía sobre México. Hoy eso ya ni siquiera se cuestiona. Me parece extremadamente interesante el hecho de que los escritores españoles que durante mucho tiempo se dedicaron a la novela realista puedan mirar a los argentinos y ver que están usando e investigando otras técnicas. Y que puedan ser influidos y polinizados, no ya por los italianos o los franceses, sino por los argentinos.
—El uso de los géneros también suele marcar diferencias. En Estados Unidos o en España hay una interpretación muy esquemática de qué es ciencia ficción o un policial, mientras que en Latinoamérica los escritores pareciera que se animan más a experimentar, a transitar los híbridos.
—Una vez entrevisté a Camilo José Cela y se quejaba justamente de esto: decía que en España hay una tendencia a categorizar y que una vez que un escritor está categorizado por una manera no puede salir nunca de ahí. En Latinoamérica, en cambio, los cruces están bien vistos, simplemente hay personas creativas. Camila Fabri, por ejemplo, es actriz y dramaturga. Y además, hay una tradición: el mismísimo William Carlos Williams era médico. También me ha pasado a mí: me consideran como editora y no saben que escribo o que soy traductora, necesitan encasillarme.
—En el prólogo, contás el detalle de por qué algunos autores no quedaron en la lista definitiva. Y sumás la valoración que el jurado hizo de esas obras. En el caso de los argentinos, quedaron seleccionados Martín Felipe Castagnet, Camila Fabri y Michel Nieva y, además, destacás los cuentos de Olivia Gallo. ¿Por qué decidiste hacerlo?
—Hay una suerte de prejuicio que asegura que, en el mundo digital, los escritores ya no tienen capacidades de atención o de concentración porque ahora todo es Netflix y ya nadie lee. Y la realidad es que no es así. Y fue al revés, nos costó muchísimo llegar a los veinticinco y todos los miembros del jurado sentimos que en el camino perdimos autores valiosos. Hicimos defensas apasionadas y todos sacrificamos. Los cuentos de Olivia Gallo, por ejemplo, me encantaron: creo que tiene un estilo muy lánguido, mínimo, donde pareciera que no pasa nada pero vaya que sí pasa. Y en una época de grandes activistas y de conceptos en mayúsculas, uno agradece el talento con sutileza.
—Analizás que es una generación que atiende al sonido de las palabras y que muestra con orgullo los dialectos. ¿Por qué sucede?
—Todos los integrantes del jurado notamos esta cuestión. Cuando empezamos a leer a los autores cubanos sentíamos esa cadencia, aire fresco, nos obligaba a viajar. En Mónica Ojeda, Paulina Flores y Camila Fabri también se nota muchísimo este uso del lenguaje, el cuidado por transmitir lo complejo de la oralidad. A la hora de elegir las palabras, prima el sonido. Y ahí hay una ruptura. Creo que durante la generación del Boom y hasta Bolaño, hubo cierta idea de que para llegar había que tener determinada educación, un agente y circular por algunos lugares. Eso no pasa ahora, surgen historias que son menos conocidas, miradas más frescas, de lugares remotos. Es un augurio maravilloso para el futuro de las letras en español.
Fuente: Télam
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