El rostro que muestra el cuadro casi no necesita presentación. Se trata nada menos que de Keith Richards, el legendario guitarrista de los Rolling Stones, transfigurado en obra de arte por las pinceladas de Elizabeth Peyton, una artista estadounidense contemporánea que se hizo famosa por sus retratos intimistas de íconos pop. Desde los años noventa, Peyton ha pintado –entre muchos otros– a estrellas de rock como David Bowie, Kurt Cobain, Liam Gallagher, raperos (Kanye West, Eminem), actores de cine (Leonardo Di Caprio, Chloe Sevigny), artistas (Frida Kahlo, David Hockney), a personalidades como el diseñador Marc Jacobs o la joven activista climática Greta Thunberg, al matrimonio Obama y a la familia real británica. Aunque a simple vista sus cuadros transmiten una obsesión por la fama y una fascinación por la belleza joven, la artista asegura que su intención es captar el espíritu de un tiempo en el que las celebridades forman parte de nuestras vidas.
Gracias a la idolatría y la mano izquierda de Peyton -nació con una malformación en su mano derecha- Richards puede ser observado lejos de la parafernalia de un concierto de rock, colgado sobre la pared en una sala del Museo Guggenheim de Nueva York o, para ser sinceros, asomando en nuestras pantallas digitales. Aunque antes de ser plasmado en el lienzo hubo otro cambio de contexto. Como el título lo indica, la fuente de esta composición es un fotograma de Gimme Shelter, el documental que registra la gira vertiginosa de la banda británica por los Estados Unidos en 1969, la que culmina con el caótico recital en Altamont que pondría fin al sueño hippie. Peyton era por entonces una niña de apenas cuatro años, y habría de esperar seguramente un tiempo más para apreciar como fan la influyente música de los rockeros ingleses.
La pieza en cuestión fue pintada recién en 2004, en un momento de transición en la carrera de la artista, quien ya había ganado notoriedad entre las galerías neoyorquinas con su arte figurativo a fines de la década anterior, cuando predominaba la abstracción y el arte multimedia. No obstante se mantiene acá la modalidad de trabajo más característica de Peyton, quien luego de graduarse de la Escuela de Artes Visuales trabajó a principios de los noventa como investigadora en un estudio de fotografía que ofrecía imágenes de archivo a diversas publicaciones. Como en muchos de sus cuadros, aplica esa experiencia tomando como materia prima una imagen proveniente de la cultura pop, que en otros casos escoge de alguna revista, aunque con el tiempo comenzó a ocuparse ella misma de registrar con su cámara a sus modelos, especialmente cuando es alguien de su círculo de amistades, amantes y conocidos.
No importa la fuente que elija, la pincelada fluida de Peyton y los colores brillantes que aplica transforman esas imágenes en otra cosa, como puede apreciarse en Keith. Las arranca de su circulación mediática y logra imprimirles a los rostros un aire de introspección y frescura que le debe mucho más a la tradición decimonónica del retrato que a las tapas de Vogue. No es casualidad que en los inicios de su carrera Peyton se interesara en personajes históricos como Napoleón, María Antonieta y Luis II de Baviera, quienes formaron parte de su primera exhibición en el mítico Chelsea Hotel de Nueva York, por donde han pasado en otros tiempos varias figuras literarias y de la música que podrían haber sido parte de sus cuadros. En un clima de intimidad que se ajustaba a lo que pretendía transmitir con sus retratos, los visitantes debían pedir la llave en la recepción y subían luego a la habitación a contemplar las obras en soledad.
A diferencia de Warhol, una de sus influencias, no le interesa la fama en sí misma sino lo que esas celebridades hacen. Cada una de las personas que retrata es, primero que nada, una verdadera inspiración para su arte. Y pone la atención en sus cualidades estéticas: “Creo que es la personalidad la que crea esas líneas, ojos, colores y arrugas. Los rostros de las personas se ven como se ven a partir de una gran cantidad de decisiones internas conscientes o incluso de sus movimientos involuntarios. Tiene que ver con su carácter emocional”. Esa expresividad, en efecto, es palpable en la mirada, cabizbajo, y la pose encorvada del guitarrista de los Stones. Para la época en que pinta a Richards sus modelos comienzan a aparecer más vulnerables e introspectivos y los trazos se notan más firmes. Su paleta también se vuelve más clara al incorporar los colores de los alrededores de Long Island, a donde se muda huyendo de Manhattan.
La dimensión íntima de las obras de Peyton se transmite asimismo con los aspectos más exteriores de sus cuadros, como el tamaño de los lienzos, que por lo general no superan los 50 centímetros de lado, o el título de la obra, que apenas suele llevar el nombre de pila del retratado y a lo sumo otro detalle. Se advierte ahí un gesto que prioriza la interioridad de sus personajes y borra la distancia que los separa de las personas comunes.
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