Crónicas que se transforman en obras de teatro, novelas que saltan al escenario con adaptaciones que apuestan a la exploración de las formas narrativas o textos que permiten a un mismo autor crear en géneros muy distintos: escritores como Ariana Harwicz, Federico Bianchini y Félix Bruzzone llevan a cabo por estos días procesos creativos en los que se animan a resignificar algunas de sus obras haciéndolas migrar de su formato originario hacia otros registros que permitan expandir sus indagaciones y al mismo tiempo alcanzar nuevos interlocutores.
En un tiempo de proliferación de redes sociales, ficciones producidas por plataformas y series que se imponen como opción en los consumos audiovisuales, ¿cómo se bifurcan narrativa y formato? Bianchini, Bruzzone y Harwicz apuestan por caminos en los que no prevalece el apego a los géneros y dan cuenta de cómo fueron creando obras que se resignificaron y crecieron al cruzar formatos y ser releídas para nuevas adaptaciones.
Periodista y escritor, Federico Bianchini publicó en 2016 Antártida. 25 días encerrado en el hielo, una crónica acerca de un lugar que podemos pensar cercano pero que puede presentarse distante a partir de leyes propias y reglas particulares. La directora teatral Analía Fedra García leyó ese material y le propuso hacer juntos una adaptación al teatro. “Le aclaré: leo teatro, disfruto el género, pero nunca escribí. ‘No importa’, dijo. Y me contó que pensaba aprovechar parte del texto de la crónica: oraciones, párrafos, para los parlamentos de los actores. Armar la trama a partir de lo ya dicho (la crónica como disparadora de ficción manteniendo el texto de la no ficción)”, relata el cronista de las historias de Desafiar al cuerpo: del dolor a la gloria.
El plazo de esa tarea lo puso la convocatoria del Premio Estímulo Banco Ciudad y el Complejo Teatral de Buenos Aires que vencía en un mes. “Le dije que podríamos llegar. No porque lo creyera, no tenía idea de cuánto tardaríamos en escribir una obra de teatro, pero me gustaba la idea del desafío. Podríamos pensarlo como un juego en el contexto de la pandemia. Así que armamos un archivo compartido y nos pusimos a escribir”, reconstruye.
Pensando en personajes y entrelazando historias, el equipo definió escenas posibles. “La búsqueda ya no tenía que ver con cómo describir los paisajes, cómo contar y explicar qué hacen los científicos y los militares en ese mundo tan particular (de algún modo, esa había sido la intención del libro) sino intentar transmitir las tensiones y relaciones que se establecen en ese mundo: con personas lejos de sus casas y de sus familias, soportando la agresividad del frío, disfrutando de paisajes que en ningún otro lugar del planeta podrían encontrar”.
La obra ganó el premio y se estrenará a fin de año en el teatro “La Carpintería”. Sobre esa diferencia en los procesos de escritura, Bianchini explica que “en el teatro, el texto es un sólo un engranaje de la obra”, en cambio “la crónica, más allá de si está escrita en primera o tercera, es un modo de mirar; individual y personal”. Para su compañera de escritura, la extrañeza de Bianchini frente al mundo del teatro es “funcional” a la tarea de adaptación, ya que “es análogo a lo que sucedía en la Antártida: lo que define la crónica es el extrañamiento de alguien que ve ese mundo de manera sorprendida y novedosa, alguien que llega y se interroga; en ambos casos un periodista ajeno a ese universo”, desarrolla el cronista.
Matate, amor es la primera novela de Harwicz y llegó al teatro en 2018 con la dirección de Marilú Marini y la actuación de Erica Rivas. En ese proceso, cuenta la escritora radicada en Francia desde hace años, no se implicó con un rol concreto pero sí haciendo, por ejemplo, un primer corte: “Es una novela corta de 150 páginas pero para teatro es muchísimo. Cada página, en teatro, son 3 minutos. Ellas después hicieron la adaptación final. Les dije que de las 150 páginas les daría estas 40 y ellas la bajaron a 20”.
Estuvo en todo el proceso de aprendizaje de la letra, de introspección de Rivas, aportó “a la fabricación de imágenes, en ese camino que implicaba entrar al imaginario de Matate, amor pero darle el imaginario del teatro”.
Harwicz dice que su formación incluye “la adaptación de un género a otro, la transición”, ya que antes de llegar a la literatura estudió fotografía, cine y dramaturgia. Considera que nunca escribió “nada puro” sino que siempre lo hizo “en un estado de hibridez, de mezcla, de impureza cruzando la literatura, la dramaturgia y el cine”. Eso hace que no se asombre porque sus libros sean “naturalmente teatro”.
Por estos días, dos de sus novelas están siendo abordadas como piezas teatrales: Precoz, con Lorena Vega como directora y Julieta Díaz como actriz, y La débil mental, que ahora la están trabajando Ingrid Pelicori, Cristina Banegas y Claudia Centeno para estrenarla en el teatro El excéntrico de la 18. Este mismo texto ya había sido adaptado al teatro en 2019 por Paula Herrera Nóbile.
Harwicz (Buenos Aires, 1977), que hace algunos años vive en un pueblo francés, está ahora en Argentina y cuenta que tiene previsto ir a los ensayos, que ya aportó cuadros, acercó música y pasó algunas traducciones de sus libros, las que también piensa como adaptaciones.
La narrativa y el teatro se fusionan en su universo: “Leo obras de teatro como novelas, novelas como obras de teatro, puedo ver cuentos en cuadros, una película como obra de teatro. Me gustan las obras de teatro filmadas aunque una experiencia del teatro es ir al encuentro. Me gusta la ambigüedad, no me gusta lo definitorio... la literatura de género la entiendo pero no me gusta tanto que la obra me diga desde qué perspectiva la tengo que leer. Puede ser un encasillamiento eficaz pero me gusta más lo ambiguo, lo perturbado y en ese sentido la declinación de un género a otro es lo que más me interesa como experiencia”.
Félix Bruzzone (Buenos Aires, 1976), autor de 76, Los topos y Barrefondo, define a Campo de Mayo como “una zona de contacto, de adherencia, del orden de lo real y de lo simbólico”, sobre la que hizo “exploraciones más o menos conscientes y algunos elementos de esas exploraciones empezaron a tener forma narrativa propia y encontraron distintas posibilidades”.
¿Cuáles son esas posibilidades? Ensayos, crónicas, una conferencia performática que hizo con Lola Arias, una novela publicada por Random House y ahora una película en la que está trabajando. Primero la define como un documental pero después dice que no lo es “estrictamente”, ya que “tiene algunos elementos de ficción”. Sin dudas Campo de Mayo, un sitio que convirtió en una presencia territorial y simbólica en su obra, es un proyecto que ya cuenta con varias piezas y que no tiene un punto final.
“Soy narrador y lo primero que se me ocurre siempre es escribir un texto narrativo, cuento o novela, pero la novela iba avanzando muy despacito, iba tomando su propia forma, con sus propios personajes, su propia dinámica de estar más o menos cerca de lo real, incorporar más o menos elementos ficcionales, iba macerando. Hay cosas que nunca publiqué: algunos poemas y cosas que fueron armándose y seguirán produciendo porque es un terreno muy cercano a mi experiencia e imaginación”, reflexiona.
Bruzzone es hijo de desaparecidos y en la novela Campo de Mayo construye a partir del personaje de Fleje, un hombre que corre descalzo, en campo abierto, sobre la basura, de incógnito y sin descanso, una trama vertiginosa que comienza con la búsqueda del recuerdo de una madre desaparecida en ese centro clandestino, pero que luego sumará otras experiencias. Le gusta pensar en un diálogo abierto entre las distintas piezas que fue construyendo sobre el lugar que funcionó como uno de los centros clandestinos de detención durante la última dictadura cívico militar: “cada una tiene su propia lógica como si lo otro no existiera, se tocan pero no dependen, no hay una idea de adaptar. Hay zonas que parecen robadas”, grafica.
En ese sentido dice que “si pensamos en instancias de la producción, la conferencia performática podría pensarse como el backstage de la novela, y la película, aunque salga después, podría ser una precuela de la novela porque documenta el trabajo de investigación que luego uno puede pensar que desemboca en la novela. Pero la novela no es el punto final de llegada, ya que se está llegando como punto final a la película”.
Para el escritor se trata de “un cruce de influencias y momentos de producción que no coinciden “con lo que cada cosa es” y sintetiza: “Campo de Mayo es más que todo eso y a su vez las tres se llaman igual”. Al hablar de adaptaciones, Bruzzone prefiere pensar “las cosas como objetos totalmente independientes, que puedan tener su vida propia, citando a la novela o a lo que se esté trabajando pero que el objeto sea otro”.
Harwicz reconoce que “hay una tradición de novelas llevadas al cine como si fuera más orgánico, más natural que la novela o el relato literario deriven en cine y no en teatro” pero en este último tiempo advierte que “cada vez más el teatro recurre, de un modo fragmentado, a la novela para romperla, porque de eso se trata: de aceptar que la obra ya es otra. El escritor que entrega una novela a la adaptación tiene que aceptar ceder el reinado. Cada vez lo veo más y cuando más se crucen las artes, mejores obras saldrán de ahí”.
En ese cruce, Bianchini propone “pensar a la crónica como una narración de la experiencia, que, en tanto recorrido emocional, el origen es el mismo que el de la ficción. En ese sentido tiene una maleabilidad muy potente que permite convertirse en el germen de muchas cosas: una película, una obra de teatro, un cómic, una novela. Esto es algo que no es tan simple a la inversa: sería difícil hacer una crónica a partir de una ficción”.
Fuente: Télam
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