En Carrara, Italia, cuyas canteras de mármol aportaron el medio a través del que se manifestó el talento artístico de Miguel Ángel, ahora son los robots los que cincelan la piedra. La ejecución precisa de las esculturas realizadas en este mármol de un blanco grisáceo está a cargo de ABB2, un brazo robótico de aluminio de cuatro metros de largo.
“A los artistas les gusta perpetuar esa idea de que están encerrados con el cincel y el martillo”, dice a The New York Times Giacomo Massari, uno de los fundadores de Robotor, la empresa propietaria de los robots escultores. Massari, de 37 años, sostiene que abandonar las técnicas manuales tradicionales es la única manera de asegurar la continuidad de la escultura italiana en mármol.
Desde el Renacimiento, las obras realizadas en los talleres de arte de Italia son unas de las exportaciones más valiosas y reconocidas del país. En el siglo XVIII, la piedra de las canteras locales fue transformada en cientos de estatuas neoclásicas, y en la zona abrieron decenas de talleres de escultura.
Massari dice que, con el tiempo, muchos artistas descartaron el mármol como material por los meses o incluso años que se tarda en completar una sola estatua hecha a mano. Cada vez menos jóvenes de Carrara estuvieron dispuestos a la extenuante tarea de cincelar la piedra y a respirar durante horas el polvo que se desprende en el proceso, con los problemas de salud que eso conlleva.
En el taller robótico, donde los técnicos prueban un gigantesco robot nuevo, Massari señala una reproducción de Psique reanimada por el beso del amor, obra maestra de la escultura neoclásica, de Antonio Canova. “Canova tardó cinco años en hacer esto; nosotros tardamos 270 horas”, compara.
Originalmente, Massari y su socio les compraron los robots a empresas tecnológicas locales. Pero a medida que sus clientes –entre los que hubo y hay nombres de artistas consagrados como Jeff Koons, Zaha Hadid y Vanessa Beecroft, y muchos otros que eligen el anonimato–, empezaron a pagarles comisiones extraordinariamente altas, empezaron a fabricar sus propios robots, con software propio y partes mecánicas alemanas.
Sin embargo, no todos en Carrara muestran el mismo grado de aprobación de esta tecnología. “Si Miguel Ángel viera el robot, se arrancaría los pelos”, dice en la nota de NYT Michele Monfroni, de 49 años, en su taller en las montañas toscanas. “Los robots son negocio, la escultura es pasión”, resume. Lejos de salvar su legado artístico, según Monfroni, Italia corre de esta manera el riesgo de perder la reputación internacional de su tradición artesanal.
Marco Ciampolini, historiador del arte y director del museo de Carrara, no considera que el uso de robots sea un quiebre total con el pasado, ya que muchos grandes artistas, incluido Miguel Ángel, delegaban gran parte de su trabajo. “La idea de que el artista trabaja solo es un concepto romántico inventado en el siglo XIX”, dice al NYT, y agrega que si bien los avances tecnológicos facilitan la tarea del escultor, para preservar el valor artístico sigue siendo necesario el toque humano: “Sólo el humano sabe cuándo parar”.
Con la irrupción de los robots en el campo de la escultura se abren muchos debates y se cuestiona también quién merece el crédito por la obra. En los antiguos talleres florentinos, muchas esculturas y pinturas eran fruto de muchas manos, pero solo llevaban la firma del maestro. Ahora son los robots de Carrara los que trabajan en la sombra, y muchos de los artistas que encargan la realización de su diseño exigen confidencialidad y que su nombre no se filtre.
Digital Stone Project
Durante décadas, los robots han sido capaces de reproducir casi cualquier cosa diseñada o fabricada por humanos, pero más rápido, con mayor exactitud y a menor precio.
Para Digital Stone Project, una organización sin fines de lucro que pone en contacto a artistas con ingenieros de diseño digital y fabricantes de productos de cantería robotizados, lo más interesante es ampliar los límites de los sistemas de talla automatizada de piedra. La obra resultante aprovecha tanto la capacidad de los programas de diseño digital para plasmar la creatividad como la precisión de los taladros y cinceles robóticos.
Jon Isherwood, uno de los escultores que en 2005 fundaron esta organización, aclara: “El robot sólo hace lo que le ordena el documento de diseño 3D. Es como ser el maestro de un taller tradicional, donde los ayudantes hacen todo el trabajo duro”. Gracias a la automatización, también puede estimarse con exactitud la duración del proceso de fabricación.
Pero más allá de aspectos prácticos, el Digital Stone Project se ha propuesto descubrir qué puede aportar de especial la fabricación con robots y programas digitales: “Un Miguel Ángel del siglo XVI solía valerse de herramientas de acero forjado como cinceles planos, buriles y cosas así, con los que conseguía un acabado superficial concreto –afirma Isherwood–. El proceso robótico es la eliminación de material mediante una cabeza rotatoria que se desplaza por toda la superficie”.
Isherwood fundó Digital Stone Project en 2005, y años más tarde entabló relaciones con Garfagnana Innovazione, una empresa con sede en Gramolazzo, a menos de 90 minutos de Carrara, creada en 2011 para suministrar elementos de cantería fabricada digitalmente para la arquitectura.
Desde 2013, Garfagnana ha aportado al Digital Stone Project los servicios de ingeniería, materiales y maquinaria, incluyendo robótica y dispositivos de escaneado.
Lorenzo Busti, programador y técnico de Garfagnana, explica: “El artista nos envía un modelo físico o digital, nuestros programas lo traducen y lo fabricamos físicamente. Aunque lo más habitual es que los ingenieros trabajen con archivos de diseño 3D asistido por ordenador, también pueden escanear en 3D un modelo físico y escalarlo de acuerdo con las necesidades del artista”.
La fabricación de una pieza compleja insume unas cuatro semanas. Gabriel Ferri, que desarrolla programas de escaneo y corte para Garfagnana, puntualiza: “Un escultor que trabaje a mano, al estilo tradicional, emplearía diez u once meses para un proyecto así”.
Gracias a la tecnología, los escultores pueden expandir su “vocabulario creativo”. Para Isherwood, el impacto de las computadoras en la escultura es similar al que causaron en la música: “De la misma manera que el software puede crear sonidos digitales que no provienen de instrumentos analógicos, el robot puede producir una forma que no proviene de herramientas analógicas”.
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