“Estaba yo en París, en 1971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile, cuando empezó a aparecer otra vez mi nombre en los periódicos”, escribió Pablo Neruda en sus célebres memorias, Confieso que he vivido, sobre aquel verano boreal de hace 50 años, cuando se rumoreó que recibiría, finalmente, el premio Nobel de Literatura. Él y su esposa, Matilde Urrutia, se sentían escépticos; Jorge Edwards, que lo acompañaba como consejero cultural en la representación del gobierno de Salvador Allende ante Francia, le apostó “una comida en el mejor restaurant de París”.
Neruda había cumplido 67 años, era miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua y se lo consideraba uno de los grandes poetas del siglo XX. Su trayectoria política como antifascista y comunista —fue miembro del Comité Central del PC chileno— lo había convertido en uno de los defensores más conocidos de la república española; había sido senador en su país y se había exiliado en 1950; a fines de los sesenta había sido precandidato a la presidencia.
Finalmente, aquel octubre de 1971 perdió la apuesta y ganó el Nobel, y su nombre siguió resonando en la prensa. Ahora, a medio siglo, vuelve a hacerlo, aunque con otros tonos.
Una revisión de los aspectos personales y literarios del poeta sucedió al mismo tiempo que los movimientos #NiUnaMenos, en Argentina, y #MeToo, en los Estados Unidos, ganaban espacio. Con el crecimiento del feminismo en Chile uno de los versos más conocidos del Nobel, “Me gusta cuando callas porque estás como ausente” se transfiguró en consigna: “Neruda, cállate tú”.
Primer cargo: violación
Desde que en 2015 la artista Carla Moreno Saldías lo imaginó como chico de tapa de la revista Machista Progre con el título “Confieso que he violado”, seguido del detalle “a una mujer pobre y negra de la raza tamil cuando fui cónsul en Colombo”, comenzó una reconsideración del autor de Residencia en la Tierra, Canto general y Estravagario. La ilustradora aludió a un episodio de las memorias del Nobel, publicadas de manera póstuma en 1974, que describe la violación de ”la mujer más bella que había visto hasta entonces en Ceilán”, quien limpiaba su letrina a diario:
Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia.
Los hechos, de los cuales no existe otra prueba que las palabras de Neruda, sucedieron a finales de la década de 1920, mientras él fue cónsul de Chile en el territorio de la actual Sri Lanka, donde los tamiles cingaleses vivían sometidos como una casta inferior. (De 1983 a 2009 un grupo separatista intentaría su independencia sin éxito, en un violento conflicto que terminó tras más de 80.000 muertes.)
Poco antes de que se publicara la ilustración de Moreno, Mark Eisner trabajaba en la que sería la primera biografía del chileno en los Estados Unidos, Neruda, el llamado del poeta. Eisner —también traductor y editor de The Essential Neruda: Selected Poems— recordó que tomó la decisión de usar la palabra violación aproximadamente en 2013, sin imaginar siquiera que su libro saldría tiempo más tarde en pleno movimiento #MeToo.
“Si hace 20 años hubieran acusado a Harvey Weinstein del modo en que fue acusado en 2018, la gente no lo habría creído. Cuando el libro salió, la violación fue tema de debate”, dijo a Infobae.
En la Feria del Libro de Miami, por ejemplo, una profesora de literatura, latina y conocedora de la obra de Neruda, le preguntó qué era eso que tanto se discutía sobre su libro. “Está en las memorias”, le dijo. Ella las había leído pero no lo recordaba. Al día siguiente se reencontraron: “Lo leí de nuevo”, le dijo a Eisner. “Me puso la piel de gallina. Está a la vista. Simplemente no lo vi la primera vez”.
La discusión continuó cuando ese mismo año se publicó en España un Breve decálogo de ideas para una escuela feminista en el que las autoras, Yera Moreno y Melani Penna, propusieron “eliminar libros escritos por autores machistas y misóginos entre las posibles lecturas obligatorias para el alumnado”, y el primer ejemplo que ofrecieron fue Neruda y sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Mario Vargas Llosa, otro Nobel, se escandalizó en su columna para El País: “Ahora el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades, es el feminismo”, escribió en un texto contra lo que llamó una “ofensiva antiliteraria y anticultural” y que tituló “Nuevas inquisiciones”.
Para completar la controversia, a finales de 2018 la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados chilena aprobó la propuesta de cambiar el nombre del aeropuerto internacional de Santiago de Arturo Merino Benítez a Pablo Neruda. “Queremos que, cuando los extranjeros y turistas pisen suelo chileno, lo primero que vean sea el nombre del poeta”, dijo la diputada Carolina Marzán; otra legisladora, Pamela Jiles, le respondió: “No están los tiempos para homenajear a un maltratador de mujeres que abandonó a su hija enferma y que confesó una violación”.
Segundo cargo: abandono de hija
“Su hija enferma” aludía a Malva Marina, la niña que tuvo con su primera esposa, la holandesa María Antonieta Hagenaar, quien sufría de hidrocefalia y murió poco antes de cumplir ocho años. Neruda le mencionó a su hija en una carta a Sara Tornú, la esposa del escritor argentino Pablo Rojas Paz, en cuya casa, en Buenos Aires, había conocido a Federico García Lorca durante un viaje, en 1934:
No hay escritores, aunque ya es invierno; todos andan de veraneo. Federico en Granada, desde donde ha mandado unos lindos versos para mi hija. Mi hija, o lo que yo así denomino, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos. (...) La chica se moría, no lloraba, no dormía; había que darle con sonda, con cucharita, con inyecciones, y pasábamos las noches enteras, el día entero, la semana, sin dormir. (...) Pero alégrate, Rubia Sara, porque todo va bien; la chica comenzó a mamar y los médicos me frecuentan menos, y se sonríe y avanza gramos cada día a grandes pasos marciales.
Por entonces Neruda se enamoraba de Delia del Carril, y para estar con ella se separaría de su esposa en 1936. Ese mismo año la guerra civil española lo dejó sin su empleo en el Consulado de Chile en Barcelona, así que él partió a París, detrás de sus contactos, y Hagenaar regresó a Holanda, donde podía trabajar. En varias ocasiones le solicitó dinero a Neruda: “Mi último centavo lo gastaré en enviar esta carta”. Pero ya había comenzado la guerra, recordó Darío Oses, bibliotecario de la Fundación Pablo Neruda:
A principios de 1939 obtuvo el cargo de cónsul especial para la inmigración española, en París. Ese mismo año viajó a Holanda para ver a su hija. Después Holanda fue ocupada por los nazis. Neruda siguió enviando el dinero para su hija, a través de consulados donde ha quedado constancia documental de estos envíos. Así, el caso de Neruda no fue muy distinto al de la mayor parte de las parejas que se separan, y los hijos se quedan con la madre, mientras el padre aporta el dinero para su manutención. Solo que en este caso toda una guerra mundial separaba al padre de la hija.
La niña quedó al cuidado de Hendrik Julsing y Gerdina Sierks, y creció con los demás hijos de la pareja, Heika, Geesje y Frederik, hasta su muerte en 1943. En su largo volumen de memorias, el poeta no mencionó a su única hija.
Neruda en la era #MeToo
Ahora, en ocasión de la salida de la versión completa de las memorias del poeta en los Estados Unidos, Tunku Varadarajan escribió en The Wall Street Journal (WSJ): “¿Qué deberíamos pensar de un hombre tan casualmente priápico, que nunca dudó en usar su poder —como poeta o diplomático— para llevar a las mujeres (que a menudo eran vulnerables) a su cama?”
“Si la pregunta es por un hombre con poder que hace uso de su privilegio, la respuesta está en el mismo Neruda: ‘El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme’”, citó Julieta Marchant, poeta y editora (Cuadro de Tiza, Bisturí 10, J&P). “Y hacía bien en despreciarlo: por supuesto que sí. Eso el mismo Neruda lo sabía y no solo lo sabía, sino que lo escribió, dejó testimonio”.
Y agregó, mirando al presente: “¿La moral de la época permitía algo así? Sin duda, estamos hablando de 1929. ¿La moral de hoy permite algo así? Yo espero que no, pero sigue ocurriendo y quizá me escandaliza más que nos sigamos escandalizando, como si no supiéramos que ocurre a diario”. Marchant duda que esa práctica esté en desuso, aunque se la considere en retirada. “Ese retiro ha sido estimulado e impulsado por las mujeres, y el juego de fuerzas sigue ahí”.
El chileno Roberto Castillo Sandoval, escritor (Muertes imaginarias, Antípodas) investigador y profesor de literatura en Haverford College, consideró que la respuesta a la pregunta del WSJ “es evidente: deberíamos pensar muy mal de alguien así”. El final del párrafo, que parece un mea culpa “tan tibio, tan autocomplaciente”, acentúan la impunidad del acto, que describió como “una violación con sus componentes clásicos: el uso de la fuerza y el aprovechamiento del poder derivado de estatus económico y social de un diplomático”.
Claudia Apablaza, editora de Los Libros de la Mujer Rota, agregó: “Neruda hoy está muy desprestigiado. Un sector, sobre todo mujeres feministas, lo asocia a una cierta masculinidad tóxica. Eso pasa con autores que buscan, independiente de que su obra sea buena o mala, arrimarse al centro del poder de forma muy temprana, hacer estrategias enloquecidas para llegar a ese centro, sin hacer un juicio crítico de esos espacios y cómo desplazan a otros cada vez más hacia los márgenes”.
Desde que su biografía salió en los Estados Unidos —también hay una traducción en español distribuida en América Latina—, Eisner se ha encontrado cada vez con más frecuencia con la pregunta “¿Neruda se volvió un autor problemático, eventualmente asociado a la masculinidad tóxica?”. Su respuesta, contó, es siempre la misma: “No puedo responder. Para mí, lo mejor es sumar análisis pero, sobre todo, brindar todo el contexto posible para que el lector saque su propio juicio personal”.
De Bolaño y Žižek a “Neruda, cállate tú”
Confieso que he vivido había sido ya criticado por la manera complaciente en que Neruda ajustó la narrativa de sus días a su idea de la gloria literaria o a su narcisismo. En “Carnet de baile”, un texto de Putas asesinas, Roberto Bolaño escribió:
Lo confieso: no puedo leer el libro de memorias de Neruda sin sentirme mal, fatal. Qué cúmulo de contradicciones. Qué esfuerzos para ocultar y embellecer aquello que tiene el rostro desfigurado. Qué falta de generosidad y qué poco sentido del humor.
Slavoj Žižek se refirió al relato de los hechos de 1927, en particular a los que denominó “la desvergonzada historia de una violación, con los detalles sucios discretamente omitidos”. En ese texto, de Viviendo en el final de los tiempos, recordaba que Neruda escribió “pronto estuvo desnuda en mi cama”: “¿Cómo es que llegó a estar desnuda? Evidentemente, no lo hizo ella sola”, observó el filósofo. Todo el episodio reflejaba, para él, una “falta de una elemental decencia y vergüenza por parte del narrador”.
Al poner el acento en la divinización de la mujer, a la que el poeta describió “como una estatua oscura que caminara”, que caminó solemne hacia el retrete y se alejó “con el sórdido receptáculo sobre la cabeza” y “con su paso de diosa”, Žižek asoció: “Elevar al exótico Otro a una divinidad indiferente es estrictamente igual que tratarlo como a una mierda”.
Un diplomático varón, hispanohablante y destinado a Asia en 1927 cumple con todos los requisitos del colonialismo, el racismo y el patriarcado; sin embargo, subrayó Castillo, esos elementos solo explican, y no justifican. Apuntó a las otras mujeres que aparecen en ese mismo libro. Por ejemplo Josie Bliss (acaso real, acaso personaje inventado), quien enloqueció de amor por él y lo acosó, descripta también con exotismo. En cambio, con las amantes de ascendencia europea “se relacionaba, en sus propias palabras, ‘deportivamente’, es decir, ‘civilizadamente’, sin violencia aparente de por medio, sin mayores dramas”, ilustró el académico.
En su biografía, Eisner coincidió: “Su versión de los hechos no carece de relación con su interpretación, en el mismo capítulo, de sus experiencias con su ‘pantera birmana’, Josie Bliss. La mujer no es una mujer sino una caricatura de sumisión e inferioridad cultural que él puede dominar”. Como marxista, Neruda conocía todo lo que conlleva el concepto de clase, pero “nunca conectó esa abstracción a las realidades institucionales del racismo, el sexismo o la casta social, todas las cuales entraban intensamente en juego en este acto de violencia”.
La mujer tamil no habla, ni siquiera tiene nombre en Confieso que he vivido; la diplomática sudafricana Robina Marks, quien estuvo destinada en Sri Lanka, escribió en 2020 un texto en su memoria y la llamó Thangamma, y se preguntó qué consecuencias habrá tenido la violación en su vida. Más o menos al mismo tiempo que en Chile la crítica de Neruda se generalizaba: “El verso ‘me gusta cuando callas porque estás como ausente’ está replicado críticamente en todas las marchas feministas”, recordó Marchant.
¿Por qué ahora?
El texto sobre la violación estuvo a la vista desde 1974, pero su cuestionamiento comenzó sólo cuatro décadas más tarde. La poeta de El nacimiento de la hebra y Habla el oído cree que eso tiene que ver “con la plasticidad de la moral, con su tiempo”, y en este caso importa “el ingreso de las mujeres como lectoras sistemáticas”, no ya al costado, en un espacio retirado de lo público. “No sólo se trata de un rescate por parte de las lectoras de escritoras enterradas en el olvido y en el silenciamiento, sino también de la relectura de la tradición construida por hombres”.
Si en el pasado el hecho descripto se relativizó, “hoy no podemos dejarlo pasar sin por lo menos dialogar y tratar de analizar el tema, ponerlo en cuestión, verlo con perspectiva crítica”, distinguió Apablaza. “Lamentablemente, en otros momentos de la humanidad la cultura de la violación fue vista como algo ‘natural’ porque se pensaba que las mujeres eran, por un lado, inferiores a los hombres, y además eran de su propiedad, por lo tanto, podían ejercer derechos sobre ellas. Hoy eso es inaceptable”.
Quizá suceda lo que dice otro verso del poeta, que Andrés Gómez citó con pertinente ingenio en La Tercera: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Castillo se preguntó si hoy es razonable mirar a toda la poesía erótica de Neruda considerando el antecedente de la violación: “Me parece que la respuesta es que sí, que cabe hacerlo y que corresponde hacerlo”, argumentó. “Los que enseñamos a Neruda tenemos la obligación de confrontar esta realidad y de modelar acercamientos críticos al problema”.
Eso no implica, advirtió, una lectura “simplista o binaria”; citó el mismo Poema XV, que mantiene su interés literario “por el modo creativo, movedizo, en que la voz poética usa el dispositivo del silencio para estructurar una comunicación trunca, asfixiante, que luego intenta validar como manifestación amorosa”.
Otro académico chileno, Francisco Leal, apuntó al feminismo y al poscolonialismo como herramientas necesarias para entender lo que Neruda contó: otros especialistas en el chileno, como Hernán Loyola, Cristián Olivares o Adam Feinstein, no pasaron por alto la violación como un descuido ni para ocultarla. En su crítica de la biografía de 2018 consideró que precisamente el paso del tiempo y la incorporación de nuevas lecturas permitió que Eisner ”no siempre esté del lado adulador de Neruda”, quien en sus años en Asia estuvo “cómodo en el rol de agresor, incluso depredador”, citó al biógrafo.
Un trofeo para la derecha
No es casual que el WSJ, un periódico conservador, se sumara a esta polémica. “El artículo está escrito por una luminaria derechista del centro de estudios neoliberal Hoover Institution”, recordó Castillo. “La tirria anticomunista se nota mucho en esa reseña”.
Eso, sin embargo, no cambia los hechos de 1927: ”La deshonestidad por conveniencia política no sirve de nada, como tampoco sirve escudarse en la poca credibilidad del mensajero que trae noticias amargas o inconvenientes políticamente. Lo mismo se aplica a los momentos estalinistas en la poesía de Neruda —agregó—, que también los hay”.
Si bien el anticomunismo es fuerte en Chile —”Que te maten al emblema del partido debe ser, por lo bajo, incómodo”, comentó Julieta Marchant— la izquierda y el género han tenido una articulación históricamente incómoda en América Latina, con grupos revolucionarios y partidos progresistas que a la vez eran machistas y discriminatorios.
“Siempre ha habido una gran fractura”, evocó Apablaza. “Por un lado están los movimientos sociales, entre ellos el feminismo y otros movimientos radicales, y por otro lado la política institucional o la izquierda institucional con todas sus variantes y diferencias internas. Antes, en la época de Neruda, el desfase era aún más severo y el Partido Comunista era tremendamente machista, ni hablar de consciencia de género. Hoy podemos ver que cierta política institucional de izquierda integra las demandas de ciertos movimientos”.
Marchant agregó que, en cualquier caso, “los machismos que visualizamos en la izquierda están también en espacios que intentan aferrarse a la etiqueta de neutralidad o de independencia, y también en la derecha”. Eso ayuda a comprender que cuando el WSJ dice que Neruda “nunca” dudó en usar su poder como en el episodio de Sri Lanka, en realidad no existe una prueba de la continuidad que se implica.
“Neruda sin dudas muestra un patrón de conducta de una misoginia perturbadora durante su tiempo en Asia”, aceptó Eisner, “y tuvo algunos affairs, incluido uno con la sobrina de Matilde, y pudo haber mostrado actitudes de ‘macho’”; sin embargo, en toda la investigación biográfica no surgió evidencia alguna “que sugiriera tal comportamiento” en los años que siguieron. “Más allá de cómo se evalúe cómo fue cuando estuvo en Asia, es importante comprender esto”, subrayó.
¿Y al final qué importa? ¿La obra o la vida?
Hace poco una polémica sobre Michel Foucault tuvo matices similares: en su libro Mi diccionario de mierda, Guy Sorman escribió que el filósofo habría tenido relaciones sexuales con niños árabes mientras vivía en Túnez a fines de los sesenta. “Hubo muchos testigos, pero nadie hizo historias así en ese momento. Foucault es como un dios en Francia”, dijo Sorman en una entrevista. Se habló entonces, como se habla ahora sobre Neruda, sobre la valoración de una obra y la valoración personal de su autor.
“El culto al autor, en positivo y en negativo, me parece cuestionable”, opinó Marchant. “Cuando la literatura se vuelve una clase de moral o de educación cívica sería bueno que se nos prendiera una alarma. Pienso en los lectores de [Louis] Althusser, que estranguló a su esposa; en los lectores de [Martin] Heidegger, que era nazi; en los lectores de Foucault también. Los autores son sujetos racionales e irracionales finitos. Me parece que más que valoración resulta interesante hacer cruces entre esas contradicciones o leer la contradicción humana”.
Para Castillo, “hay que seguir leyendo y estudiando a Neruda, porque su obra es grande, variada e influyente; es uno de los ‘ríos arteriales’ de la literatura latinoamericana”, lo comparó. “Pero eso no quiere decir que tengamos que mantenerlo en el pedestal que él construyó cuidadosamente, with a little help from his friends, a lo largo de toda su vida”.
Apablaza, que consideró la obra inseparable de su autor o su autora, también la notó dependiente del momento histórico, social y político de su lectura. “Antes se valoraba esa exacerbación de la masculinidad, se le rendía culto, pero lo que se valora hoy —y pensando que estamos en medio de la cuarta ola feminista— no es especialmente eso, que se detesta y cuestiona”.
Una de las razones por las cuales Eisner, que ya había traducido a Neruda, se embarcó en el proyecto de la biografía fue porque creía que el legado del poeta tiene tres facetas que van juntas: “Su historia personal, el canon de su poesía y su activismo social y político en la escritura y por fuera”. Cada una de ellas, dijo, depende de la otra; cada una está moldeada por la otra; ninguna se puede comprender plenamente sin comprender a las demás.
Él comprende que cada lector es libre de excluir la vida o usarla para contrastar la escritura —una de las críticas a su biografía contó que, tras leerla, echó sus libros del poeta en la basura reciclable—, pero, para él, la cuestión es la condición humana del autor y de los lectores: “Esto es lo que hace que la gente vuelva a Neruda, la expresión poética esencial de lo que somos en el fondo, lo elemental dentro de lo complejo, lo ordinario y lo infinito, lo verdadero y lo incognoscible”.
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