Bajo la premisa de que la literatura es una invitación a abrazar la complejidad, la escritora francesa Delphine de Vigan aborda en sus últimas novelas traducidas y publicadas por Anagrama la plenitud y el ocaso: mientras en No y yo explora la incertidumbre pulsante de la adolescencia, en Las gratitudes reflexiona sobre la tríada entre lenguaje, agradecimiento y memoria en la vejez. De Vigan nació en 1966 en Boulogne-Billancourt, una ciudad cercana a París y es hoy una de las escritoras francesas más reconocidas. Su primer libro, Días sin hambre, se conoció en 2001 y relata cómo fueron los años de tratamiento psiquiátrico por la anorexia nerviosa que padeció en la adolescencia y la aspiración espiritual detrás de la enfermedad. En aquel momento, accedió al pedido de su padre y lo publicó bajo el seudónimo de Lou Delvig, aunque repuso su firma en las reediciones.
Seis años después de aquel debut, la autora retomó la adolescencia como problema y con aquel nombre, “Lou”, bautizó a la protagonista de No y yo, que en Francia fue un éxito en ventas -incluso llegó al cine en una película de la directora Zabou Breitman- y que ahora se publica en castellano. Con trece años, Lou Bertignac tiene un cociente intelectual de 160 y muchas preguntas en la cabeza: colecciona palabras, observa a la gente y es fanática de las enciclopedias. Pero a pesar de ser brillante, se siente sola: su madre sufre una depresión tras la muerte de su bebé, su padre no puede con lidiar con eso y tampoco encaja en la escuela. Cuando Lou conoce a No, una adolescente que vive en la calle, logra por primera vez entablar un vínculo y confronta con el desafío de entender al otro en la diferencia. No y yo es la historia de la soledad que se encuentra a sí misma.
”En la vida hay una cosa molesta, una cosa contra la que no se puede hacer nada: es imposible parar de pensar. -advierte la inquieta Lou-. Cuando era pequeña me entrenaba todos los días. Tumbada en la cama, intentaba hacer el vacío absoluto, borraba los pensamientos uno tras otro, incluso antes de que se convirtieran en palabras. Pero siempre enfrentaba el mismo problema: pensar en dejar de pensar sigue siendo pensar. Y contra eso no se puede hacer nada”. Tu y yo ganó el prestigioso Premio de los Libreros de Francia y es la novela que convirtió a De Vigan en escritora profesional, a tiempo completo. Según contó, sus cuatro primeros libros habían sido escritos de noche porque trabajaba para una empresa de sondeos de opinión.
La autora confiesa que la profunda depresión de su madre fue la que despertó su interés por la literatura. En 1980, y tras visitarla por primera vez en el hospital psiquiátrico descubrió que solo las palabras podían salvarla de ver tambalear el mundo: “Recuerdo esas puertas cerradas detrás de mí, el tintineo de los manojos de llaves, los enfermos que erraban por los pasillos, el ruido de los transistores, esa mujer que repetía ´Dios mío, por qué me has abandonado´”.
Con la experiencia de aquellos días escribió Nada se opone a la noche, el libro que la hizo definitivamente reconocida. Publicado en 2011, vendió casi un millón de ejemplares en Francia y comienza con una escena impactante: el momento en el que descubrió el cadáver de su madre tras haberse suicidado en su departamento parisino. De Vigan entrevistó a sus tíos, a su hermana, a amigos de su mamá, analizó fotos, escuchó casetes y recurrió a su memoria; con ese material intentó contar quién era Lucile. “Quizás esperaba que, de esa extraña sustancia, se desprendiese una verdad. Pero la verdad no existe. No tenía más que fragmentos dispersos y el mismo hecho de ordenarlos constituía ya una ficción. Escribiese lo que escribiese entraría en el terreno de la fábula”, advierte al lector en el libro.
Haber usado la materia prima biográfica le generó una incomodidad similar a la que enfrentaron, en los últimos años, autores que transitan la autoficción como Emmanuel Carrère, Annie Ernaux y Joan Didion. ¿Acaso todas las historias que cuentan son reales? ¿Cuáles son los procedimientos literarios que les permiten enmascarar lo real para hacerlo atractivo a los fines literarios? Acusados de ególatras o de no tener ideas fértiles para renovar la literatura, los autores que defienden la autoficción redoblan la apuesta: en verdad, se trata de la escritura de aquellos que no pueden -porque no sea animan, o serían condenados, o perjudicaría su carrera, o lastimarían a algún ser querido- escribir su autobiografía. La autoficción, entonces, les permite salir de la imposibilidad para elegir qué contar y cómo.
”Soy una autora de ficción. Mis dos únicos libros autobiográficos son Días sin hambre y Nada se opone a la noche. El resto de mi obra es pura ficción”, definió. Y aclaró que aquello que tomó de su experiencia personal “son hechos reales, pero no verdades irrefutables”, en un claro posicionamiento del lado de la ficción. “Quiero tener la libertad total de aproximarme a los personajes. Me siento más cercana al estilo de Emmanuel Carrère”, advirtió para inscribirse en el mapa de autores que se sienten cómodos en ese terreno.
Las gratitudes se conoció hace más de dos años en Francia, cuando ni la pandemia de Coronavirus ni la forma en la que cambió la vida de los adultos mayores eran una línea de la realidad a disposición de la ficción. Recién ahora el libro llega en la edición de Anagrama para los lectores hispanoamericanos y la experiencia de lectura necesariamente es otra. La novela invita a la reflexión desde las primeras páginas: ¿Decir ´gracias´ es una convención social o sabemos realmente agradecer a la gente que realmente cambia nuestra vida?
En su última novela, la escritora eligió valerse de dos narradores: Marie, una mujer que visita en el geriátrico a Michka, que fue su vecina y hacia la que siente una gran gratitud, y el logopeda Jérôme, que trabaja junto a la anciana par que recupere el habla. Michka es culta, cita a Virginia Woolf y Sylvia Plath y lee a diario Le Monde; la exaspera que en el encierro la infantilicen. “El personaje está inspirado en una dama que conocí y que murió a los 89 años en una residencia. Yo la iba a ver, perdió el lenguaje y cambiaba totalmente unas palabras por otras. Fue alguien muy importante en mi infancia”, confesó la autora, reincidente en aquello de tomar de su vida alimentar la ficción.
¿Cómo se acompaña a alguien que está perdiendo las palabras? Para contar esa historia, investigó a fondo cómo trabajan los logopedas y así pudo crear el lenguaje del personaje y sus sustituciones. Más allá de lo más superficial de la trama, Las gratitudes reconoce que en el gesto de dar las gracias está la aceptación de la vulnerabilidad, la prueba de que necesitamos al otro.
Fuente: Télam
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