I
A los 25 años, Maruja Mallo era una mujer rebalsada de energías y transgresión. Ya no vivía en Viveiro, en la provincia de Lugo, una de las cuatro que conforman la comunidad autónoma de Galicia, en España. Allí nació, fue la cuarta hija de catorce. Vivía en Madrid, había estudiado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en la Academia Libre de Julio Moisés. Ya conocía y era amiga de varios de los grandes artistas de la época; todos la admiraban.
Formaba parte, además, de Las sin sombrero, un grupo de artistas mujeres que nació de una pequeña rebeldía. Una tarde, en la Puerta del Sol, ella junto a Margarita Manso, Federico García Lorca y Salvador Dalí hicieron una suerte de performance: se quitaron el sombrero como metáfora de quitarle la tapa a la cabeza y liberar las ideas. Del otro lado del Atlántico, Borges escribió un artículo al respecto titulado “Los intelectuales son contrarios a la costumbre de usar sombrero”.
En la dictadura de Primo de Rivera, quitarse el sombrero, sobre todo para las mujeres, significaba abandonar el corsé de la época y expresar su disconformidad con el papel de esposas y madres. “Nos apedrearon llamándonos de todo”, contó tiempo después Maruja Mallo. Así se vivían los años veinte en Madrid. Por entonces, con 25 años, en 1927, la artista nacida en Viveiro pintó La verbena, nuestra belleza del día y quizás su mejor obra.
II
La verbena está en el Museo Reina Sofía de Madrid. Es un óleo sobre lienzo de 119 centímetros de alto y 165 de ancho. En palabras de la historiadora Emilia Bolaño, es “un intento de retratar a la sociedad madrileña de la época con un poquitín de ironía. Barracas, artefactos de feria, espejos deformantes, tiovivos, músicos, gigantes y cabezudos, marineros de permiso, terrazas la guardia civil… Un caos ordenado que refleja el barullo de las verbenas populares, pero con gran alegría”.
La historiadora Paloma Esteban Leal sostiene que hay “agudo sentido crítico” traducido en “fina sátira”. Además describe “elementos típicos de las fiestas populares madrileñas” como “la barraca del pim-pam-pum, el artefacto para medir la fuerza” y “personajes de extraña tipología” como “el gigantón de un solo ojo, el fraile que disfruta de una de las atracciones o la figura de pies deformes que pide limosna con la guitarra a la espalda”.
Para Bolaño “expone su visión del mundo sin escatimar en barroquismo y fantasía”, y Leal subraya la “atmósfera surrealista” de esta obra. La verbena se presentó por primera vez en 1928 en la muestra individual que le había organizado el filósofo José Ortega y Gasset en las salas de la Revista de Occidente. Además de este cuadro, estaban los otros tres óleos que constituyen la serie dedicada a las fiestas madrileñas.
III
La vida de Maruja Mallo fue un torrente. En 1932 se fue a París y conoció a René Magritte, Max Ernst, Joan Miró y Giorgio de Chirico y participó en tertulias con André Breton y Paul Éluard. Ese año expuso en la Galería Pierre y se introdujo todavía más en el surrealismo. Volvió a Madrid, siguió exponiendo y dedicó mucho tiempo a la docencia hasta que estalló la Guerra Civil y se exilió en Portugal, donde fue recibida por Gabriela Mistral, quien era embajadora.
El siguiente destino fue Buenos Aires donde colaboró en la revista Sur de Victoria Ocampo. Viajó muchísimo, expuso en diferentes países, se relacionó con intelectuales y artistas de distintos lugares. Al regresar a España continuó exponiendo. Dalí la definió una vez como “mitad marisco, mitad ángel”. García Lorca dijo que “sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad”.
“Su labor en la pintura ya no sólo fue una gran aportación en el terreno artístico, sino que configuró y marcó el camino hacia la profesionalización de la mujer en el mundo del arte“, escribió José Manuel González poniendo el acento en debido en “su arrolladora personalidad y éxitos conseguidos en un momento histórico donde el papel de las mujeres estaba reducido a las tareas domésticas y maternidad”. Murió a los 1995 en Madrid.
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