Crónica de la décima excursión escolar
A Paraná
Con motivo del cuarenta y seis aniversario del pronunciamiento de Urquiza contra el tirano Rosas y con el objeto también de la exhibición del magno cuadro llevado a cabo por la delicada mano de nuestro pintor, el señor Emilio Caraffa, fuimos invitados por el excelentísimo gobernador de la provincia, el doctor Salvador Maciá.
Aprovechando esta oportunidad, nuestro rector, el doctor José B. Zubiaur, invitó a los alumnos de este curso, a lo que varios compañeros se negaron por una y otra razón. Solamente diecisiete nos preparábamos ansiosos y también algunos otros alumnos de los años inferiores; así también como los señores profesores doctor Parodié, Esperoni y Muzzio.
El día de la partida ya había sido determinado por el señor Rector, día que con gran ansiedad veíamos llegar. El día de la partida todos debíamos estar reunidos en la puerta del colegio a las seis y media para salir de allí en comunidad hasta la estación; serían las 7:10 a.m. para cuando llegamos a la estación. Todos se dividieron en grupos: quien buscaba su valija para colocarla en el coche reservado para nosotros, quien se echaba al estómago una taza de café con un pan francés de a diez centavos, quien una copita o dos de coñac o de gin para fortalecer el estómago. El tren toca su aguda pitada y todos a un tiempo desalojan el salón de espera y el andén de la estación y se precipitan dentro del coche, a pesar de que muchos no han abonado su cafecito o su coñac. Pero, en fin, somos excursionistas… y el tren marcha.
Una vez puestos en marcha, el señor Rector nos explicó el gran provecho de las excursiones, de las lecciones al aire libre, y entre otras cosas nos leyó algo acerca de la fundación de la ciudad del Uruguay, recordando que fue fundada por Rocamora el 25 de junio de 1785. Ha dado a su patria hijos que la honran como los Ramírez, los López Jordán, los Urquiza, los Galarza, los Almada y muchos otros que sería cosa muy seria de enumerar. El tren detiene su marcha. «¿Qué sucede?» «Nada, entramos en la estación», decimos algunos. «¿Pero qué estación?», dice el señor Nocetti. «Caseros, hombre. ¡Si ustedes nunca han andado por acá!» En este momento el señor Avendaño, con su carácter muy jovial, dice: «Muchachos, hagan un poco de la apuntación» (parodiando al señor Lagrange).
Muy poco de mi parte encontraba en Caseros que me llamara la atención, por lo tanto muy poco lápiz y papel gastaría.
El tren pónese luego en marcha, el señor Rector léenos algo referente a la fundación de los pueblos que se encuentran en el trayecto que vamos a recorrer; ninguna novedad digna de mención sucede entre Caseros y Herrera. El tren llega a Herrera, estación de muy poca importancia pero que pronto la tendrá; en esta estación el señor Galdós se encuentra con una persona que no conozco; persona que algunos compañeros que lo conocían le encargaron un capón, diciéndole el señor Etchebarren al señor Galdós que le dijese que para la vuelta le trajese ese capón. El tren marcha y todos suben a tomar sus respectivos asientos en el coche. Muy alegre es el trayecto en el que recorremos entre esta estación y la que viene. Poco nos queda para que la locomotora toque el punto de llegada. Toca y nos encontramos en 1.º de Mayo, estación muy importante que le ha valido el nombre de Villa Mantero. El primero que baja es el señor Mantero y enseguida el señor Nocetti, que no pude ver a qué punto se dirigía, pero momentos después apareció con un bebé en brazos y que supe era un sobrinito del señor Mantero, hijo del señor Seró. La estación no deja nada que desear y se encuentra a la altura de las primeras de su género; situada en una hermosa planicie, tiene muy buenas casas de comercio; la primera en su género es la del señor Seró y una panadería que tiene por nombre Panadería Universal, de reciente construcción, y, en fin, otras casas de menor cuantía, pero que demuestran el progreso de Villa Mantero. Nos pusimos en marcha. Cada vez se hacía más ameno el viaje, a cada paso que nos acercábamos a Paraná; hermosos campos cubiertos de haciendas se extendían a nuestra vista a uno y otro lado del férreo camino.
Muy poco falta para llegar a Basavilbaso; ya llegados, toca el pito la locomotora. Estamos dándonos la mano con la Estación Basavilbaso. Varios jóvenes, especialmente los de Gualeguaychú, encuentran amigos. De esta estación parte el ramal que va para Gualeguaychú; no deja de tener importancia esta estación. Llega la hora de partir y el tren sale, nuestros estómagos piden les demos algo que los fortalezca; todas nuestras miradas se dirigen hacia una gran canasta que está situada cerca de la cantina, pero abramos nuestras pequeñas canastitas y comamos lo que tenemos en ellas; limitándonos a decir que lo que hay en la gran canasta si son asados están crudos y demás fiambres ídem (parodiamos al zorro que no pudo comer las uvas). Uno de los compañeros de mesa, por decirlo así, nos hizo ver la gran conveniencia de buscar un buen asiento, y así fue: buscamos uno bastante estratégico y fue al lado del señor Rector, Parodié, Muzzio y Esperoni, que era la posición desde la que podíamos sacar mayores ventajas dada la situación que ocupaban nuestros compañeros. Efectivamente, de allí hacíamos tiros certeros sobre las provisiones del señor Parodié, quien nos invitaba a cada plato. Llegamos a Rocamora. Todavía íbamos en la gran tarea gastronómica. Poco tendremos que decir de esta estación porque ninguno abandonó el coche. El tren se puso en marcha momentos después. Todos buscaban un lugar apropiado para descansar de la gran tarea.
Otros sacudían sus vestidos, otros se ponían sus cuellos, botines, aprestándose para la bajada que haríamos en el Tala. El tren para, estamos en el Tala, en el andén de la estación nos esperaba el intendente municipal, señor Beltrán Chapital. Bajamos, son las 10:50 a.m., tenemos cuarenta minutos para visitar este pueblo, llamado la plaza maicera de Entre Ríos. Encuéntrase situado dicho pueblo en un punto muy excelente. Visitamos la Jefatura de Policía, donde conocimos al señor jefe político, señor Grimeaux; tiene en frente de la jefatura su plaza central, la cual no deja nada que desear, con muy bellos jardines. Llegamos a la casa municipal, muy bien arreglada y con bastantes comodidades para las diferentes oficinas de esta institución, tiene dos solares de terrenos, todo propiedad del pueblo, lo cual demuestra el progreso del pueblo talense. Pasamos de ahí por frente a la iglesia parroquial, a la cual le falta únicamente el revoque por fuera. De ahí fuimos al mercado, del cual quedamos admirados de su nueva disposición. Visitamos también la Sociedad Italiana, con edificio propio: tiene un salón de lectura con una pequeña biblioteca, un salón para actos públicos bastante bueno y otro salón con una mesa de billar para los socios. Cuando salimos de ahí, poco tiempo nos restaba para partir, teníamos diez minutos para visitar el pueblo; de ahí fuimos a la casa de comercio del señor Chapital y Compañía. Apresuramos el paso hacia la estación donde el tren nos esperaba, ya con muchas ganas de irse y dejarnos. Trotamos un poco y como volviese a tocar la segunda pitada corrimos y llegamos a tiempo cuando el tren se ponía en marcha.
Tuvimos tiempo sin embargo para dar un viva al señor intendente municipal de quienes simpatizamos por su afabilidad y otro por cortesía al señor jefe de policía, señor Grimeaux. Muy risueña fue nuestra partida, eran las once y cinco minutos cuando partimos. Cuando llegamos a Solas eran las 12:13. Es una estación de segundo orden, demuestra poco adelanto. Sigamos delante, pronto llegaremos a Lucas González, donde encontraremos el tren que viene de Paraná. A Lucas González llegamos a las 12:57, bajamos la mayor parte para ver qué conocidos habían en los coches. Esta estación está muy adelantada y se nota gran movimiento en maderas y carbón; está la sucursal del Depósito Montiel, cuya casa se encuentra en la calle Europa en la ciudad del Paraná.
(...)
Llegamos a Tezanos Pinto, última estación, distante tres leguas de Paraná, trayecto que lo efectuaremos en poco más de media hora: el tren va con atraso diez minutos pero apresurando su marcha, como efectivamente así lo hizo; llegaremos a la hora reglamentaria. Grande fue nuestra alegría cuando divisamos las luces de la estación. En la estación nos esperaban los alumnos del Colegio Nacional, quienes nos acompañaron hasta el Restaurant de las Colonias, donde se hospedaron los que no tenían casa en Paraná.
Al día siguiente de nuestra llegada dispusose viéramos al Colegio Nacional en corporación y así lo hicimos, a las ocho de la mañana nos encontrábamos todos reunidos en el Restaurant de las Colonias, de donde salimos hacia el Colegio: el primer año que visitamos fue el 1.º, que tenían clase de dibujo lineal con el señor profesor Cáceres; enseguida pasamos al 2.º año, que estaban dando clase de Teneduría de Libro con el señor profesor Paidevit, de 2.º pasamos a 4.º año, que estaban dando clase de Física con el señor profesor Benicio López. Notamos que en esta clase de Física, por carecer el establecimiento de gabinete, se dibujaban en el pizarrón las figuras de los diferentes aparatos, lo cual hacían con bastante pericia. De 4.º pasamos a 3.º en momentos que daban Historia de la Edad Media con el profesor señor Medrano. En 5.º no me recuerdo qué clase tenían, pero lo que me recuerdo fue que a segunda hora tuvimos una conferencia de Filosofía con el doctor Ruiz Moreno, el cual nos dio una idea de lo que es moral y de lo que es Dios y lo que somos nosotros.
(...)
Por la noche fuimos invitados a un té en la Casa de Gobierno; cambiándose después en baile, el cual no terminó hasta un poco más de las cinco. Al siguiente día por la mañana descansamos de la fatiga de los días anteriores; por la tarde fuimos a la Escuela Normal, donde nuestro Rector, doctor Zubiaur, nos leyó algo sobre el 1.º de Mayo.
El día 3 visitamos la Catedral, acompañados del señor Viñas, que nos dio una idea clara del edificio y su confort. Por la tarde fuimos a saludar al señor gobernador doctor Maciá. Luego, con los corazones henchidos de alegría, nos preparamos para la vuelta. Efectivamente, así fue, y a las cinco y media ya nos hallábamos en la estación, en medio de un montón de amigos viejos y nuevos que se tomaron la molestia de acompañarnos; tomó la palabra en el coche destinado para nosotros el señor alumno de quinto año de la Escuela Normal, Tula.
Partimos de Paraná a las seis; a las cuatro y media debimos estar en Uruguay; la vuelta fue hecha no tan alegre como la ida, pero siempre rebasando de alegría al recordar los días anteriores. Un percance vino a variar la monotonía del viaje y fue que la locomotora destrozó las dos piernas de un buey y a un torito lo hizo pedazos; momentos después destrozaba a un potrillo una patita. Llegamos a las cuatro y media; algunos compañeros esperábannos en la estación y de esa hasta nuestros hogares hicimos el trayecto a pie.
Momentos después nos encontrábamos reunidos en medio de una gran multitud, quién no dirigía una pregunta seria, quién no una pillería, etcétera.
Creo que ninguno ha venido descontento de tan excelente paseo y sería de mi agrado tuviese siempre que acomodarme (no es incomodidad) para esta clase de excursiones, y quién sabe Dios si será la última que realizaremos este año, quién sabe si no nos pasen otra invitación; y como nosotros poco nos hacemos de rogar, lo honraremos a quien nos pague el pasaje.
De mi parte doy gracias a Dios de haberme proporcionado en estos días alegría al espíritu.
Juan Manuel Medrano
7 de mayo de 1897
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