Laura Ramos es desde hace muchos años una de las grandes periodistas argentinas. Con sus columnas de los años 80 y 90 “Buenos Aires me mata” y “Ciudad Paraíso” modernizó el acercamiento del mundo del rock y la cultura a las grandes audiencias en los medios masivos y se convirtió en inspiradora de generaciones de periodistas que vieron en la frescura y originalidad de su prosa un estímulo clave para la experimentación con la propia escritura.
A partir de su espectacular trabajo como biógrafa de los hermanos Branwell, Charlotte, Emily y Anne Brontë, en su celebrado libro Infernales, que le llevó ocho años de investigación y trabajo, Laura Ramos inició una nueva etapa de su carrera que ahora se consolida con la aparición de Las señoritas, un libro en el que reconstruye la vida de veinte de las sesenta y una maestras norteamericanas que llegaron a la Argentina entre 1869 y 1898, a partir del plan educativo de Domingo Faustino Sarmiento.
La presencia de esas mujeres, todas ellas provenientes de familias ilustradas, en su mayoría venidas a menos, y con gran vocación pedagógica sembró la semilla de la educación en el país, aunque no solo de la educación pública, que era la idea original, sino también de gran parte de la educación privada, ya que algunas de ellas finalmente aplicaron sus conocimientos en esa esfera. Uno de los temas clave de esta presencia pionera fue lo que Sarmiento no previó como obstáculo: la religión. En un país católico como la Argentina, la llegada de maestras protestantes fue vista por la Iglesia en varias provincias como una provocación, una imposición a vencer en nombre de la fe.
En Las señoritas, una vez más, Laura Ramos conduce a los lectores a través de una narración apasionante, trabaja con documentos desconocidos con el rigor de una historiadora y consigue transmitir conocimiento a partir de historias de vida de mujeres deslumbrantes y reflejar el espíritu de las ideas del siglo XIX con el talento de siempre.
Lo que sigue es la transcripción de la charla que mantuvimos semanas atrás, vía zoom.
— Las señoritas se lee con intensidad e interés; es un libro de historia y tiene documentos que hasta ahora no se conocían sobre un tema muy atractivo. Contame un poco cómo te vinculaste con estas historias, cómo llegaste a esto. Y cómo arrancó la investigación.
— Sí, es apasionante. O sea, me convertí en una historiadora amateur involuntariamente pero descubrí un montón de personajes y de historias increíbles. En realidad yo estaba investigando sobre la vida de Louisa May Alcott, que es la autora de Mujercitas, y había viajado a la casa de May Alcott en Concord, la que inspiró el libro Mujercitas, que es en las afueras de Boston. Y en ese pueblo me encontré con el grupo de filósofos trascendentalistas del que formaban parte el padre de Louisa y ella misma. En este grupo estaba Mary Mann, la mujer que en Estados Unidos impuso el proyecto de Sarmiento, íntima amiga de Sarmiento y clave en el proyecto de las maestras. O sea que me encontré con Sarmiento y Louisa May Alcott de la mano, juntando mis fantasías y a mis libros infantiles, de la mano y juntándose con la historia argentina.
— Claro.
— Entonces dejé atrás a la autora de Mujercitas y me volqué a Mary Mann, esta mujer que fue la gran amiga de Sarmiento y que estaba tan entusiasmada como él con el proyecto. Incluso le quería mandar a unas personas de color, como para empezar el proyecto de colonizar y de intercambiar culturas. Desde luego Sarmiento no aceptó esta propuesta porque a él no le interesaban las culturas originarias. Pero de todas maneras fue una relación genial, importantísima y los frutos fueron las sesenta y una maestras que vinieron. Sesenta y una mujeres extraordinarias. Él había pedido que fueran jóvenes, que fueran atractivas, que tuvieran buenos modales, que fueran cultas y que pertenecieran a buenas familias, y que supieran hacer gimnasia. Estos requisitos definieron muy precisamente al target de maestras.
— Claro, los perfiles.
— Sí, fueron con estas características. Lo que pasa es que una vez aquí sucedieron un montón de aventuras, y de revoluciones y de tragedias que Sarmiento no pudo calcular en el momento en el diseñó este proyecto, ¿no?
— Sí. Estamos hablando de las jóvenes maestras que llegaron a la Argentina entre 1896 y 1898 en un proyecto del que se ha hablado mucho, porque cada vez que se habla de lo que es la educación argentina, o de lo que fueron sus mejores años, se menciona esta gesta sarmientina. Investigaste exhaustivamente quiénes fueron estas mujeres y cuál era el plan y qué sucedió. ¿Qué cambió tu mirada sobre ese proyecto que podía ser por un lado demencial y que por otro lado fue definitivo, digamos, para la educación en la Argentina?
— Yo no tenía ninguna mirada porque desconocía absolutamente esta situación, esta intervención, porque yo estudié en Montevideo. Hice toda mi primaria y parte de la secundaria en Montevideo, en Uruguay, entonces no conocía la historia argentina casi. O sea, conocía algunos hitos pero no conocía esto. Y un día estaba en la avenida Juramento, en Belgrano, cuando estaba todavía investigando para el libro Infernales, sobre los hermanos Brontë, mi libro anterior, y llovía y me refugié en el Museo Sarmiento. Entré, la entrada era baratísima. Entré y a la izquierda estaba exhibido un vestido que parecía uno de los que usaban las hermanas March, los personajes de Mujercitas. Quedé estupefacta, ver en el Museo Sarmiento, Argentina, este vestido largo, con frunces, no me acuerdo si era marrón o bordó, de un color oscuro, maravilloso, que podía haber vestido una de las niñas, de las Mujercitas. Y miré el cartelito que había y decía: “Vestido perteneciente a una de las maestras que Sarmiento trajo a la Argentina”. Y ahí conocí el proyecto. Me puse a leer y empecé a investigar. Después, en Estados Unidos descubrí a la señora Mann en el pueblo de Louisa May Alcott y a partir de ahí me fui a las bibliotecas de dos universidades donde estaban muchísimas de las cartas que las maestras enviaron a sus familias y los diarios íntimos de las maestras. Un material completamente virgen en términos historiográficos. Son cartas escritas obviamente en letra cursiva, con tinta, muy difíciles de leer, cartas larguísimas que para ahorrar papel las maestras escribían con letra prensada de un lado y del otro del papel bastante transparente. Escaneé un montón de material. Me escaneó gente de allá también. Y empecé a trabajar leyendo las cartas de estas chicas de las que me enamoré completamente porque tuvieron unas vidas extraordinarias. Eran inteligentes, eran proto feministas. Y además descubrí la historia argentina. Por ejemplo, descubrí que una de ellas decía: “Hoy desayunamos con la señora Borges”. Dos días después decía: “Hoy volvimos a desayunar con la señora de Borges y con su sobrina”. “La señora de Borges es una inglesa casada con un argentino que enviudó”. Yo dije: pero quién es. Empecé a investigar y era la abuela inglesa de Borges que era íntima amiga de las maestras, les daba pensión en la casa de su hermana, está toda la historia contada en el libro, hay un capítulo entero dedicado a esto.
— Sí, sí, en Paraná, claro.
— Exacto. Sí claro. Dedicado a Fanny, que es un personaje más.
— Esa historia es absolutamente genial porque ahí es donde se une toda la mitología y toda la historia de la educación argentina con la mitología y la historia de Borges, que es también la historia argentina.
— Exacto. Porque Jorge Luis escribió sobre su abuelo, Francisco Borges, el marido de Fanny, y en el libro cuento toda la historia de amor de ellos que es extraordinaria, y la vida del hijito, Guillermo, que luego va a ser el padre de Borges, de nuestro escritor.
— Claro, Jorge Guillermo, quien le heredó la ceguera a su hijo, ¿no?
— Exacto. Bueno, y Fanny era íntima amiga de las maestras. En el libro está contado también cómo bajaban ellas del barco. Cuando los barcos llegaban a Buenos Aires desde Nueva York vía Liverpool -porque así le salía más barato a Sarmiento-, no había puerto, entonces los trasatlánticos tenían que detenerse mucho antes de la orilla de tierra y una pequeña barcaza iba trasladando a los pasajeros hasta las cercanías de la tierra. Pero tampoco podía llegar del todo, entonces, por ejemplo, a Sara Eccleston la llevó un changador joven y muy atlético que ella después contó que la llevó en los hombros desde la chalupa hasta tierra firme. Otras iban en un carro tirado por bueyes.
— Sí, alguno de esos muchachos que llevaban a las jóvenes maestras terminó siendo millonario, según se lee en tu libro.
— Sí, ahí cuento la historia de cuando me encontré con la historia de Mihanovich. Era mi historia, yo viajaba en el barco Mihanovich de Buenos Aires a Montevideo y mi padre (N. de la R. Laura Ramos es hija del gran político y ensayista argentino Jorge Abelardo Ramos) viajaba para visitarnos cuando nosotros vivíamos en Montevideo también en el Mihanovich. Este joven que trasladó a Sara Eccleston es quien luego fundó la flota Mihanovich, muy importante, que está también enclavada en la historia argentina, en la historia del Río de la Plata.
— En general cuando uno piensa en las maestras de Sarmiento piensa como en un bloque, y algo que es muy interesante es el modo en que vos lo abordaste, en el sentido de cómo cada una de ellas tiene una entidad. Y lo hacés tomando en cuenta cómo llegaron y los lugares a los que fueron destinadas, también de qué familias provenían y con quién terminaron casadas, pero lo que aparece es la historia personal de cada una de ellas y para el lector es una novela detrás de la otra.
— Claro, parece novela pero no es una novela, es un libro de historia. Lo que pasa es que son vidas de novela, cada una de ellas. Hay varias hermanas. Había treinta y siete familias. Digamos, entre las sesenta y una maestras, treinta y siete estaban emparentadas entre sí. Porque en algunos casos vinieron dos o tres hermanas, primas, sobrinas y algunas tías también. Y hubo casamientos conjuntos, una se casaba en la finca de la otra. Ninguna se casó con un argentino.
— En ese sentido mantuvieron como la colonia cerrada, ¿no?
— Sí, pero el tiempo obró en favor de la Argentina porque las que se quedaron a vivir aquí fundaron familias que aún persisten como la familia de Clarita Allyn, que se casó con un estadounidense en la finca de Las Rosas, se llamaba La California, en Santa Fe, y fundaron ahí una familia que aún persiste. O sea sus hijos, sus nietos y sus bisnietos, con los que yo me escribí, estuvieron y están acá. O sea Peter Benitz, que fue con quien yo me escribí, es el nieto de Clarita. O sea que hubo un linaje, ellos fundaron un linaje a pesar de que no se casaron con argentinos, pero sus hijos sí, entonces ya se empezó a mezclar la sangre.
— ¿Por qué vinieron estas mujeres a la Argentina?
— Se elucubró mucho sobre las causas. Ellas mismas... la mayoría dice que vino porque necesitaban dinero para ayudar a sus familias. Pero las grandes maestras vinieron porque era un desafío pedagógico extraordinario. Como Mary Graham, por ejemplo, que fue la gran maestra de San Juan y de La Plata. Que tuvo muchísima influencia sobre otras maestras. A quien acusaban de ser varonil, como dando a entender cierta homosexualidad que a nosotros no nos importa, hoy no es un tema ni nos interesa si era homosexual. Pero digamos que la acusaban de ser varonil. Sin dejar de admirarla y de respetarla como la gran maestra de San Juan y de La Plata, que tenía unos recursos pedagógicos extraordinarios. Por ejemplo, les decía a los alumnos: yo no acepto celadores que los vigilen, para mí los celadores son para los hipócritas, para los mentirosos. Era desafiante. Los hacía correr. Los llevaba al campo y a las niñas que en sus casas no las dejaba moverse las hacía correr, jugar al fútbol, hacer deportes.
— Muy liberador para las mujeres de ese momento, para las chicas que pudieron ir a la escuela.
— Muy importante. Y Mary Graham fue muy importante para las sobrinas de Sarmiento, que estaban en San Juan. Una de ellas se había quedado viuda y era muy, muy pobre, y la alentó a estudiar magisterio en la Escuela Normal. Esta chica consiguió una beca y consiguió otra beca para su hija de 20 dólares, dato que yo pongo que me llamaba la atención, porque no sé si se sabe que la sobrina y la sobrina nieta de Sarmiento recibían cada una una beca de 20 dólares en San Juan. De todas maneras era una beca muy, muy modesta.
— Sí claro.
— Porque las maestras de 20, 21 años que había en San Juan, y las hermanitas Atkinson, que son muy protagonistas en el libro, ganaban 100 dólares, el equivalente a 100 dólares, que eran 100 pesos oro, y la maestra Mary Graham ganaba mucho más, probablemente 190. Pero digo, frente a 190 dólares, 20 dólares parece bastante modesto.
— En tu libro mencionás en algún momento la inflación, que por lo visto ya era un tema para las norteamericanas.
— Sí, sí, ellas se quejaban porque cuando vinieron les pagaban los sueldos en pesos oro, que eran equivalentes a los dólares. O sea que si ganaban 100 pesos oro, ganaban 100 dólares. Pero luego el peso oro dejó de ser como tal y empezó a ser peso argentino, peso nacional, dejó de tener esa correspondencia con el dólar y la inflación perjudicó bastante sus sueldos. Vos me habías preguntado cuál era la causa, qué las había motivado a venir a la Argentina. Y yo te dije que si bien en muchos casos había sido económica, porque eran como muchachas muy bien educadas de familias más bien modestas, o que habían perdido la fortuna después de la Guerra de Secesión, muchas vinieron por el desafío pedagógico, como Mary Graham, pero también fue el caso de Clara Armstrong, que fue la gran maestra de Catamarca, que después también fue a La Plata, y ella recibió el desafío de fundar una escuela en Catamarca y vino fascinada con ese desafío. Y también era una gran maestra, hacía discutir, planteaba discusiones a sus alumnos. Los domingos se reunían para discutir, hacían algo que los alumnos llamaban hierbear, que era como estar sobre el pasto o en la naturaleza; muchas les fomentaban el contacto con la naturaleza, y planteaban un tema y discutían sobre ese tema. O daban conferencias sobre temas culturales o artísticos. O sea, eran cultísimas y querían compartir con los alumnos sus conocimientos.
— Al comienzo de tu libro decís que por todo lo que pedía Sarmiento, Louisa May Alcott podría haber sido perfectamente una de estas mujeres que vinieron.
— Claro, porque Mary Mann era amiga de sus padres, era amiga íntima de sus padres. O sea, la hermana de Mary Mann intercambiaba casa con Louisa May Alcott, eran del círculo íntimo más cercano. Solo que en 1870 Louisa tenía más de 30 años y ya estaba escribiendo y ya estaba por ir a Europa.
— Tenía otros proyectos.
— Claro, pero diez años antes hubiera venido. Era una joven activa, atractiva, impetuosa, que sabía gimnasia, que era proto feminista. O sea, entraba perfectamente en los requisitos que pedía Sarmiento. Y era íntima amiga de la impulsora del proyecto. O sea que hubiera venido sin dudas.
— Por lo que pudiste investigar, esas maestras improvisaban las formas de educar que no existían. Es decir, acuñaban formas de conocimiento. Y del mismo modo se las tuvieron que arreglar también con la cuestión religiosa. Porque la religión que ellas practicaban -eran protestantes- y los modos de practicarla acá no existían. De hecho, la Iglesia Católica se opuso porque no concebía que fueran protestantes quienes les enseñaran a los niños argentinos. Ellas se reunían a leer la Biblia y a cantar los salmos. Todo el tema de choque de religiones es super interesante.
— Bueno, fue re interesante porque fue otro factor que Sarmiento no tuvo en cuenta: que estaba trayendo a un contingente de maestras protestantes a un país eminentemente católico, y sobre todo a las provincias, que eran muy católicas, particularmente en Córdoba pero también en Catamarca y en La Rioja hubo problemas y no les permitían abrir la Escuela Normal. O sea, las maestras fueron a abrir escuelas y la Iglesia, y también la población, les impedían hacerlo. En Córdoba el obispo le dije a sus feligreses que si mandaban a sus hijos a la Escuela Normal él los iba a excomulgar. Cosa que hizo con los pocos que se animaron. Entonces, finalmente una de las maestras, que era una joven de 23 años, Frances Armstrong, hermana de Clara, la que nombrábamos recién, pidió una entrevista con un enviado del Papa.
— Intervino políticamente, claro.
— Sí, una muchacha de 23 años. La negociación fue pésima, se rompieron las relaciones con el Vaticano. Y esta maestra quedó bastante atribulada, considerada una estúpida por otras maestras, muy juzgada por otras, pero también otras comprendieron que fue como un intento de ella de contemporizar y de llegar a un acuerdo con la Iglesia. Porque ellas no pretendían enseñar su religión sino transmitir conocimientos pedagógicos. Pretendían ser maestras.
— Cuando uno habla de este choque, de la influencia fuerte de la Iglesia Católica, también habla de las consecuencias de esto, por ejemplo de seres humanos que morían y no tenían dónde ser enterrados…
— Hay varias historias muy trágicas. Una de ellas la de Addie Stearns.
— Muy triste.
— También muy jovencita, tenía 22 años. Addie murió de fiebre tifoidea, que contrajo en Paraná. A todo esto, la escuela la habían instalado en la sede de gobierno, porque no tenían sedes. Hasta el momento que se fundaron, hasta que Sarmiento las hizo fundar, las clases se daban en casas de familia. En una casa iban tres, cuatro chicos, a otra casa iban diez, a otra iban cinco. O sea, era una educación muy incipiente. Un sistema que todavía no estaba elaborado ni sistematizado. Realmente era una nación en construcción. Estas mujeres llegaron a una nación en construcción, se estaba construyendo un país, no solo una escuela. Entonces, estábamos diciendo que Addie Stearns contrajo fiebre tifoidea. Tenía un bebé de 4 meses y un niño de 2 años. Y murió. Cuando ella murió, su esposo la puso en el cajón y lo llevó al cementerio, pero el cementerio de Paraná en ese momento era un cementerio católico y la Iglesia no sabía cómo comportarse frente a un fallecido de religión protestante. Era algo que nunca habían previsto, nunca les había sucedido. Entonces le pidieron a él que esperara mientras ellos debatían qué hacer. Las autoridades de la Iglesia se reunieron para debatir y él esperó en las afueras del cementerio durante dos días y dos noches. Hacía mucho calor porque era verano, entonces él estaba armado con una escopeta para defender el cuerpo de su esposa de las fieras que estaban acechando por el olor del cadáver. Había pumas y fieras salvajes. Entonces él, con un fuego, que le generaba más calor y también calentaba más el cuerpo, pero de todas maneras lo protegía parcialmente de las fieras, junto al fuego y con el rifle defendió el cajón durante dos días y dos noches, hasta que viendo que la Iglesia y las autoridades no llegaban a una conclusión y la situación era imposible enterró a Addie en las afueras de la Iglesia. Una semana después enterró al niño de 2 años, que también murió después de su madre. Lo enterró junto a ella. Están los dos cajones ahí. Y él hizo un esquema, un dibujo que yo reproduje en el libro, que es muy hermoso, está el dibujo de la iglesia y los dos cajoncitos afuera, en el muro de afuera de la iglesia. Bueno, y esto pasó también en otras circunstancias, en otros capítulos del libro, pero no les voy a contar todo porque quiero que lo lean (risas).
— En el libro aparecen también figuras históricas relevantes con lugares chiquitos, pienso en Hipólito Yrigoyen como docente, por ejemplo. O el inspector Paul Groussac. O el ministro Eduardo Wilde.
— Sí, sí. Aparece Hipólito Yrigoyen como maestro en la escuela de Agnes Tregent. Otro hallazgo increíble es que Tregent murió de sífilis, y eso lo descubrí porque vi el certificado de defunción. Estaba en Buenos Aires y decían que había muerto de una enfermedad nerviosa, esto decían las cartas de una de sus amigas con las que yo me estaba informando. Algo no cerraba, era muy joven. Entonces empecé a investigar y pedí el certificado de defunción a la Recoleta, porque está enterrada ahí, estuvo enterrada ahí. Me lo enviaron y decía dementia paralítica. Entonces digo: qué nombre raro, parálisis, afección nerviosa. Entonces empecé a investigar y se trataba de un eufemismo para designar a la sífilis.
— Claro, claro.
— Consulté con médicos. Lo consulté de nuevo con el cementerio de Recoleta y con historiadores del cementerio de Rosario y me contaron que era muy común que en los cementerios -y también los médicos- hicieran certificados de defunción ocultando la causa real cuando era una causa que avergonzaba. Entonces no es que mentían pero si uno decía demencia paralítica, decía, dice, existe ese cartelito que está citado en el libro para el que quiera ir a consultar el acta de defunción, dementia paralítica. Dementia paralítica, quiere decir sífilis en jerga médica. El último estadio de la sífilis que termina en demencia. La maestra amiga de esta maestra que murió de sífilis la ocultó en el altillo del colegio para que los alumnos y los padres no se enteraran y cuando murió se le hizo un gran entierro al que fue Yrigoyen, que era profesor de la escuela.
— Algo que me interesa mucho en tu modo de trabajar estas biografías y estas historias es el modo en que aparece el yo del narrador. Aparece muy poquito pero por el modo en que está trabajado, tiene una fuerza interesante. Como por ejemplo cuando nombra a Mary Morse y dice: “Posiblemente el personaje más interesante de toda esta historia”.
— Claro. Sí, yo esa voz traté de que fuera como vos lo notaste, bastante modesta y que no fuera intrusiva pero que estuviera por ejemplo ahí destacando algo. Lo que quería era señalarle al lector para que mirara después a Mary Morse, que siguiera esa línea porque iba a encontrar algo interesante en ella, ¿no? Pero, también, porque me gusta la idea de compartir con el lector el hallazgo y mostrarle cómo se hizo, mostrar el esqueleto del libro. Decirle: bueno, fui al cementerio y pedí y la empleada tal del cementerio de la Recoleta me mandó el certificado de defunción. Como para mostrarles la investigación, para compartirla. Porque como no hay una verdad objetiva férrea, tenemos las cartas, el certificado de defunción, entonces como para compartir esa verdad y para que juntos la pensemos, la analicemos y le demos el grado de credibilidad que queramos darle.
— En el libro, en ciertos momentos hay como una mirada bastante crítica sobre varios ángulos de la personalidad y la carrera de Sarmiento pero me gustaría saber si pensás que Sarmiento se equivocó al traer a esas mujeres o que finalmente fue una decisión acertada para lo que terminó siendo la educación en la Argentina.
— Yo pienso que hubiera sido mucho mejor, más lógico, que él hubiera enviado a muchachas argentinas a estudiar a Estados Unidos como se hizo en Cuba. Cuba mandó a cerca de 40 muchachas con unas becas, además, o sea, ni siquiera el pueblo cubano tuvo que pagar a estas chicas como el pueblo argentino tuvo que pagar con el 60% de las entradas de los impuestos, que fue para pagar este proyecto. Fue carísimo. Fue un proyecto carísimo. O sea, pienso que hubiera sido económicamente más lógico mandar a muchachas argentinas a estudiar a Estados Unidos. De hecho, Mary Mann se lo ofreció; le ofreció la idea de que fuera Juana Manso, que era una proto feminista genial. Juana Manso estaba por ir a Estados Unidos y Mary Mann le ofreció a Sarmiento que mandara a una estudiante con ella. O sea pienso que eso hubiera sido mucho mejor. Porque estas argentinas podían haber absorbido estos conocimientos y se les podría haber abierto mucho su espíritu al ver otras culturas para luego volver a la Argentina, trayéndolos y distribuyéndolos. Pero, de todas maneras, lo digo desde un punto de vista de una especie de economía de gobierno, ¿no? Pero como idea, desde el punto de vista artístico me parece una idea extraordinaria y genial. Desde un punto de vista artístico me parece como un artista loco, Sarmiento. Lo veo como un artista demente que hizo cosas que pueden ser, no sé, arte conceptual.
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