En García Márquez: Historia de un deicidio, el Nobel peruano de Literatura Mario Vargas Llosa despliega su total admiración por el Nobel de Literatura colombiano, especialmente por su novela Cien años de soledad, y desarrolla la idea de que “cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad”.
La obra, publicada hace 50 años, descatalogada y ahora llevada a las librerías por Alfaguara, reconstruye “la realidad real” de García Márquez (1927-2014), desde el romance entre su padres -el telegrafista Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez Iguarán, la niña de una familia aristócrata de Aracataca-, hasta llegar al “novelista y sus demonios”.
Vargas Llosa presenta una “realidad ficticia” en la que analiza la obra de García Márquez: retoma sus primeros cuentos, repasa la visión aristocrática de Macondo y el idealismo optimista de la novela El coronel no tiene quien le escriba, y llega hasta su “novela total”, Cien años de soledad, donde destaca “el tiempo circular y el contrapunto de lo real objetivo y lo real imaginario”.
Este trabajo, adaptado para una lectura ágil, fue la tesis que ayudó a Vargas Llosa a obtener el título de doctor en la Universidad Complutense de Madrid con un sobresaliente, en 1971, 35 años recién cumplidos y ya publicadas La ciudad y los perros y Conversación en la catedral, dos de sus obras más icónicas. El título original de esa tesis era García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa.
Un coterráneo de Vargas Llosa, el peruano César Vallejo, decía en el poema “Los anillos fatigados” que “hay ganas de... no tener ganas” y agregaba: “Señor: / a ti yo te señalo, con el dedo deicida”. Es esa voluntad vallejeana la que le atribuye a García Márquez en este ensayo, relacionando sucesos de su vida con su obra narrativa para dar cuenta de cómo el creador literario se rebela contra la realidad e intenta sustituirla por la ficción que él mismo fabrica, suplantando en cierto sentido el poder de Dios.
Vargas Llosa no deja obra ni recorte por recorrer en este trabajo. Su análisis es totalizador: toma los cuentos escritos entre 1947 y 1952, considerados la prehistoria literaria de García Márquez; se detiene en la etapa macondiana de la novela La hojarasca o el cuento “Isabel viendo llover en Macondo” por ejemplo, repasa la perspectiva popular de la gran novela Los funerales de la Mamá Grande.
Esa realidad ficticia se compone de ocho capítulos en los cuales examina detalladamente toda la obra literaria del escritor nacido en Aracataca. Vargas Llosa comienza el segmento “El novelista y sus demonios” señalando que el acto de escribir novelas es una rebelión contra la realidad y sobre todo contra Dios, “contra la creación de Dios que es la realidad”.
Escribir novelas “es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea”, especifica. Un suceso de esa “realidad real”, un hecho histórico que impactó en la obra de García Márquez fue la Guerra de los Mil Días, una guerra civil que tuvo lugar en Colombia entre el 17 de octubre de 1899 y el 21 de noviembre de 1902, en la que participó su abuelo Nicolás como coronel al mando de una columna de las fuerzas liberales.
Para Vargas Llosa, García Márquez es un “disidente” que “crea mundos verbales” porque “no acepta la vida y el mundo tal como son”, por su insatisfacción contra ella.
Para desarrollar esta hipótesis busca las causas múltiples de esa rebelión, pero “todas pueden definirse como una relación viciada con el mundo”, advierte -sus padres pueden haber sido demasiado complacientes o severos, o el escritor puede haber descubierto el sexo muy temprano o muy tarde o no haberlo descubierto nunca-, por eso su reacción es “suprimir la realidad, desintegrándola para rehacerla, convertida en otra, hecha de palabras, que la reflejaría y negaría a la vez”.
Vargas Llosa encuentra que la marginalidad atraviesa toda la narrativa de García Márquez, “es su carta de presentación, su marca, es el tema en que el rebelde en guerra contra la realidad disfraza su propio drama, representa su propia condición, el destino marginal que le ha deparado su disidencia frente al mundo”.
Pero para crear ese mundo ficticio, García Márquez (y cualquier otro novelista) “se apropia, usurpa, desvalija la inmensa realidad, la convierte en su botín”, señala. De esa inmensa materia que pone al servicio de “su empresa deicida”, aparecen ciertos rostros, ciertos hechos, ideas que ejercen sobre él una fascinación particular y que aísla de los demás para combinarlos, organizarlos, nombrarlos y edificar su propia realidad.
En esas páginas, el académico peruano recorre las influencias literarias de García Márquez y las llama demonios. Recuerda el viaje que el colombiano hizo en bus por el Deep South estadounidense con los libros de William Faulkner bajo el brazo y lo define como, “una peregrinación a las fuentes”.
”El conocimiento del gran deicidio faulkneriano, lo ayudó a dar forma concreta, como ambición narrativa, a su vocación de suplantador de Dios e inspiró los grandes lineamientos de su mundo ficticio”, escribe Vargas Llosa. Si Faulkner tenía su Yoknapatawpha County, García Márquez tenía su Macondo.
Ernest Hemingway, las Mil y una noches, Daniel Defoe, Jorge Luis Borges, Albert Camus, Josep Conrad son algunos otros de esos demonios detectados por Vargas Llosa, que en su búsqueda detectivesca de pruebas, detecta una correlación entre La hojarasca y Orlando, de la novelista inglesa Virginia Woolf, en “la revelación de esa escurridiza, evanescente materia que es la vida”.
Gabriel García Márquez es una síntesis de Alejo Carpentier, Juan Carlos Onetti y Borges, resume Vargas Llosa. Cuando se pregunta “¿De qué naturaleza son las fuentes de la literatura narrativa?” responde que toda obra de ficción proyecta experiencias de tres demonios: personales, históricos y culturales.
Para Carpentier las experiencias históricas son las más importantes, en Borges es lo cultural y para Onetti lo personal. En el caso de García Márquez, escribe Vargas Llosa, “hay una especie de equilibrio: su obra se alimenta en dosis parecidas de hechos vividos por él, de experiencias colectivas y de lecturas”.
”El deicida que sigue escribiendo es aquél que no consigue resolver, ni para bien ni para mal, el problema básico que es germen e impulso de su vocación: su rebeldía radical y el carácter ciego de esa rebeldía”, concluye.
Fuente: Télam
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