Tomás Abraham es filósofo y eso los lectores argentinos lo sabemos bien; su nombre es acaso uno de los más conocidos entre los intelectuales locales, tanto por su obra académica -su trabajo sobre Foucault es siempre tomado como referencia-, como por sus libros y también por su presencia en los debates públicos. Pero Tomás no nació en Argentina sino en Timisoara, Rumania, y llegó al país a los 3 años, estudió en Francia y enseñó y enseña en Buenos Aires.
No tan lejos de la filosofía, pero mucho más cerca de su propia biografía, Abraham acaba de publicar La matanza negada. Autobiografía de mis padres (El Ateneo), un ensayo apasionante en el que narra, a partir de la historia familiar, cómo se llevó a cabo el genocidio judío en Rumania, el país donde nació, y por qué y cómo se salvaron sus padres. El libro, en el que hay gran cantidad de información sobre temas poco frecuentados por los lectores argentinos, suma reflexión sobre el antisemitismo y está escrito en un tono que ofrece cercanía con el lector sin subestimarlo.
La larga experiencia docente de Abraham atraviesa el texto de manera amable y no por eso menos potente. En el libro, Tomás Abraham reflexiona además con mucho criterio acerca del lugar que tuvieron intelectuales rumanos como Cioran o Mircea Eliade en la propagación del antisemitismo como ideario masivo detrás de los pogroms y la matanza nazi en su país de nacimiento. Lo que sigue es la transcripción de una charla que tuvimos semanas atrás por zoom.
— Ya en el comienzo hay en tu libro una reflexión sobre qué es ser judío. Es como si de alguna manera hubieras ingresado en una larga tradición de intelectuales que se preguntan por ese tema de la identidad judía en sus escritos. Me gustaría que me contaras un poco la secuencia de esas reflexiones y cuál es el alcance, por decirlo así, de tu ser judío hoy.
— Yo siempre fui judío, desde antes que nací. Pero bueno, como cualquier judío argentino, a pesar de haber nacido en Rumania, como cualquier judío argentino eso era algo que formaba parte de la familia, mis padres observaban las fiestas, era una cosa familiar. Después había algunas obligaciones como hacer mi bar mitzvá a los 13 años. Y, después, el antisemitismo era algo que se sabía, ser judío no era fácil. Me hacía un poco distinto a mí. Tenía un apellido que era un letrero. Pero en la secundaria, mi padre me quiso inscribir en un colegio inglés que no me aceptaron por judío. Mi viejo era muy digno y simplemente dijo muchísimas gracias y nos fuimos. Quise jugar al tenis en la adolescencia en un club de Belgrano en el que no me aceptaron. Yo fui al colegio secundario en una época en la que había un antisemitismo muy fuerte en la Argentina. Hubo dos épocas muy fuertes de antisemitismo en Argentina, una en la década del 30, del 34 en adelante después del Congreso Eucarístico, y después en los 60, cuando yo hice mi secundaria. Tacuara, Guardia Restauradora Nacionalista y el gobierno de Onganía eran explícitamente neonazis. Así que había nazis entre mis compañeros. Pero, quiero decir, mi judaísmo era un judaísmo normal dentro de la Argentina. Yo hice el bar mitzvá con un rabino muy importante que era Marshall Meyer.
— Sí, claro.
— Después estuve en la congregación que él dirigía durante un año. Pero después ya desde los 16 años, 17 años, la filosofía me capturó y la filosofía que me capturó era la filosofía de izquierda, la de Sartre, y ahí yo ya me alejé de todo tipo de onda judía. Ya en mi vida adulta fui un laico secular total. Hace 35 años que estoy casado con una católica, que aparte es católica, no es que no le importe serlo. No es observante pero lo es. A mí siempre me encantó el sincretismo, así que tengo una familia donde hay de todo. Mi nieto de sangre, porque tengo de sangre, tengo de segunda, tengo de tercera, tengo de todo, mi nieto-nieto es Rafael González Abraham. Así que mi judaísmo hasta el año 2017, o sea hasta hace 4 años, era un judaísmo amable conmigo mismo, ¿no? Es cierto que en algunos momentos salió a flote mi identidad judía, como mi primer escrito que quise hacer público, que fue una carta de lectores durante la dictadura. Tenía que ver con el judaísmo porque le mandé una carta que no publicaron finalmente a la revista Humor porque un periodista radial acusaba a los judíos de alta traición a la patria durante la Guerra de Malvinas que en ese momento estaba ocurriendo. Así que yo siempre fui muy sensible de alguna manera a cierto antisemitismo local. Y, después, cuando fue la bomba de la AMIA yo tenía una revista que se llamaba La caja, escribí mucho ahí. Y me acerqué a Memoria Activa, especialmente a Laura Ginsberg, y la acompañé lo que pude. Incluso di charlas en el Instituto de la Policía, en la calle Rosario.
— Sí, en Caballito.
— Unas charlas un poquito atrevidas digamos. Cuando surgió lo de Nisman también estuve muy atento, no tanto por los hechos en sí sino por los comentarios sobre los hechos… Sobre los relatos. Con lo de la AMIA fue igual, me importaba lo que se decía sobre eso. Ahí afloraba un tipo de antisemitismo que en general tiene bajo perfil en épocas normales. Pero, digamos, desde el año 2017 mi judaísmo cambió porque yo había ido con mis padres a Timișoara, donde nací, en un momento dado de este milenio y ahí tuve un primer impacto, que fue ver que las sinagogas tenían candado y eso me hizo hacerme una primera pregunta a la que no pude responder. Y pasaron los años y no busqué respuestas. Hasta el 2017, en que invitado a dar unas charlas en Budapest estuve pensando en qué decir en ese coloquio cuyo tema era la identidad, que congregaba a conferenciantes de diversas partes del mundo. Cómo iba a hablar yo de la identidad, que es un tema que siempre me pareció fascista pero, bueno, había que encararlo de algún modo. Y lo encaré presentándome y eso fue lo primero que ocurrió, me presenté como judío. Cosa que nunca había hecho. Es decir, los dos viajes que hice a Israel los hice como argentino. Era argentino después de ser apátrida unos años. Yo siempre soy argentino en cualquier lugar del mundo al que vaya, pero en el país en el que mataron a 450.000 judíos, un país negacionista que se lava las manos con sus crímenes, me presenté como judío.
— ¿La rumanidad siempre había sido vivida como un azar, como un dato, como una forma más de apellido? ¿Qué era la rumanidad para vos?
— Mi rumanidad no era absolutamente nada. Es decir, yo había nacido en Rumania, mis padres también habían nacido en Rumania. No hablaban rumano. El rumano que ellos conocieron y hablaron en su país natal era un rumano para hacer trámites. La lengua materna de mi familia era bilingüe, hablaban en húngaro. Y además eran judíos. Entonces la rumanidad no fue absolutamente nada. No se hablaba de Rumania en mi casa, sabía más o menos por dónde quedaba y no mucho. No era nada para mí. Yo nunca había ido a la embajada rumana, etcétera. Me tocó ir en esa misma época. Todo ocurrió hace cuatro años, que tuve que ir a la embajada rumana. Tenía que hacer un trámite porque me pedían la partida de nacimiento que no podía apostillar para ser usada en el extranjero porque tenía un problema de sellos. Fui a la embajada rumana y me sacaron carpiendo. Entonces, después, una embajadora rumana muy simpática que estuvo hasta hace muy poco tiempo acá, una tanguera y milonguera de ley, me consiguió los papeles, pero nada más.
Pero entonces, para resumir, fui a Hungría, de Budapest estaba a 500 kilómetros de Timișoara. Fui a Timișoara, me presenté como judío todo el tiempo, y ahí ya sí, ya estaba solo, sin mis padres, me dije bueno, vamos a averiguar qué hay detrás de este candado. Y ahí empecé a buscar la llave.
Yo siempre soy argentino en cualquier lugar del mundo al que vaya, pero en el país en el que mataron a 450.000 judíos, un país negacionista que se lava las manos con sus crímenes, me presenté como judío.
— Las llaves de las sinagogas y la llave de tu identidad.
— Claro, buscar la llave de por qué tenían candados las sinagogas. Por qué mis padres se habían salvado. Dónde estaba mi abuelo, el papá de mi papá, porque mi papá no sabía nada de su papá. Había que saber quién era su papá, por qué se había salvado. Y, además, por qué los Abraham éramos cuatro. Dónde estaba el resto. Qué, ¿yo no tengo tíos? ¿Yo no tengo tíos abuelos? ¿No tengo primos? ¿No tengo nada? Entonces empecé a buscar. Vuelvo a Timișoara, doy la conferencia, doy otras conferencias, voy al Museo del Holocausto en Budapest, me enfrento a la gente, porque la gente no quiere recordar, los judíos no quieren recordar, los húngaros niegan, etcétera. En un momento dado me di cuenta de que había terminado mi último libro, que era sobre Foucault, gracias a Dios y entonces me metí y empecé a averiguar quién es Mijail Sebastian, yo sabía qué había pasado con Cioran hace muchísimo tiempo pero vamos a averiguar un poco más de Cioran. Vamos a averiguar un poco más de Mircea Eliade, quién es Paul Celan, este poeta.
— Te quería preguntar por esa ese concepto, esa categoría irónica que utilizás del “casi genocidio rumano” y que tanto tiene que ver con la explicación de por qué se salvaron algunos, como tus padres, y por qué otros terminaron en campos de concentración. ¿Podés explicar brevemente esa idea?
— Bueno, en Rumania había 700.000 judíos después de 1919. Porque en la Primera Guerra mundial Rumania se dio vuelta a tiempo y estuvo del lado de la victoria entonces las potencias, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, le hicieron un regalo - los rumanos dicen “nos devolvieron”-, tuvieron el doble de territorio y el doble de población y, de los 200.000 judíos que había en Rumania, llegaron a haber 700.000 judíos, el 4% de la población. En la Segunda Guerra mataron a 350.000. Es decir, en Rumania no mataron a todos los judíos, por lo tanto no es un genocidio, es un casi genocidio. Es una especie de concepto sumamente raro. Porque si, digamos, hubieran matado a 699.999 y se hubiera salvado uno también sería un casi genocidio. En realidad, todas las discusiones que tienen que ver con la cantidad de gente que fueron masacradas es perversa. Pero bueno, yo les regalo el casi genocidio porque no los pudieron matar a todos y de este modo son culpables de crímenes de lesa humanidad un poco, digamos, si existiera todo eso.
Entonces no hay casi genocidio, hay genocidio. Lo que pasa es que los genocidios, la Solución Final que pidió Hitler no les salió porque mataron 6 millones, quedaron otros 6 millones dispersos en el mundo de judíos, no hubo Solución Final, pero lo que se llama Holocausto fue llevado a cabo en toda su completitud, ¿no?
— Hay otra imagen que me resulta muy atractiva que es cuando hablas del “antisemitismo de perito mercantil”.
— Claro, que es este asunto de las cantidades, ¿no? En Rumania en la actualidad se discuten estos temas porque hay gente que está muy enojada. Está muy enojada con que uno recuerde todas estas cosas porque ellos sufrieron mucho lo que ellos llaman el comunismo, es decir a Ceaușescu. Ellos dicen que lo sufrieron mucho. Era tan popular como, no sé si como Perón, pero la verdad que era muy popular. Ceaușescu llenaba todas las plazas porque era nacionalista. Era el nacional comunismo rumano que al estar un poquito coqueteando con esta independencia de los soviéticos, a las masas rumanas les encantaba. Pero después de 1990 se han convertido en víctimas del comunismo, dicen: “con todo lo que sufrimos de los comunistas todavía nos tenés que hacer recordar la década del 30”, que es la que a mí me interesó, el pre Auschwitz. Y lo que pasa es que en Rumania los nacionalistas antisemitas de la década del 30 se convirtieron después de la caída del Muro de Berlín en patriotas porque eran nacionalistas, es decir, se convirtieron en anticomunistas y todo anticomunista de repente merece un monumento. Entonces ahí estos nazis tienen su monumento. El antisemitismo de perito mercantil es algo que se discute en la Rumania intelectual, cuando dicen: cuántos judíos hubo en el Partido Comunista. Entonces, ahora qué, ¿les vamos a tener pena a los judíos cuando nos oprimieron? Cada uno tiene una especie de muerto viviente, después de haber matado a 350.000 judíos parece que hubieran vuelto, de algún modo, en algún Partido Comunista del cual eran una ínfima minoría pero que la destacan estos intelectuales rumanos diciendo: los judíos nos oprimieron. O sea los espectros que han vuelto de las tumbas de las masacres parece que han vuelto a Rumania y entonces van contando cuántas víctimas del comunismo hay en Europa… Desde Stalin, o de Lenin. “Cuántos judíos murieron, 6 millones. Es decir, 10 de nosotros por 1 judío. Entonces, la verdad los judíos deberían callarse la boca”: esto es un nazi perito mercantil.
— En tu libro te referís en detalle al lugar de los intelectuales rumanos ligados a los fascistas de Guardia de Hierro. Hablás de Cioran, de Mircea Eliade, por mencionar los más conocidos entre nosotros. Cómo colaboraron ellos desde su espacio en la construcción o más bien en el refuerzo, del antisemitismo en Rumania.
— Una cosa era el antisemitismo rumano tradicional que era propio de los Balcanes y de Europa Central y otra cosa fue este salto cualitativo que empieza a germinar en 1927 con la fundación de la Guardia de Hierro y la Legión de San Miguel Arcángel, y que tiene un líder de un carisma impresionante que es Corneliu Zelea Codreanu. Entonces, la vida cultural, especialmente la vida cultural cosmopolita de Bucarest, la capital de Rumania, que miraba a París como su centro cultural, como en mi tierra que era el Banato rumano de Timișoara se miraba a Viena, pero en Bucarest se miraba a París, en un momento dado todo esto se da vuelta. Hay muchos intelectuales jóvenes, brillantes, no hay que olvidar que estoy hablando de gente de talento. Acá no estoy hablando de mediocres. El Cioran que tenía talento para mí era el Cioran antisemita, el rumano, el joven. Después, el Cioran francés que se hizo famoso me parece que es una masticación lenta y sumamente tibia y que no me da para nada. Pero se hizo famoso con los aforismos y con todo ese tipo de cosas. Eliade es sin dudas una autoridad en historia de las religiones. Me puede interesar o no, pero es una autoridad. Entonces había gente de mucho talento, de mucho talento cuando escribían. Eran grandes panfletarios, grandes discutidores. Lo que se llamó “la generación del 27” en Rumania era sumamente brillante.
Bueno, a partir de 1927 y cercanos a 1930 hay una crisis política extrema en Rumania, que tiene un rey pero que tiene un cuerpo político que realmente se está desmoronando. Entonces, la Guardia de Hierro aparece de un modo absolutamente inesperado como un purificador de la política rumana. Tenemos muchos ejemplos de purificadores que van surgiendo hoy en día, lo fue Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil. O sea, hay purificadores, alguien que es un antisistema, que está fuera del sistema. Esto era Codreanu y la Guardia de Hierro. Tenía un programa; este programa sedujo a todo este mundo cultural porque era un programa donde pedía que se fueran todos pero así, explícitamente, que se fuera toda la corporación política -que era una burocracia autosustentable para robar-, que, por lo tanto, había que terminar con todo ese sistema parlamentario, importado de los países sajones, franceses, etcétera, pero que no tenía que ver con la tradición rumana. Había que terminar con ese sistema político de partidos. Por otro lado, en Rumania se estaba viviendo la miseria del campesino. El campesino rumano, que para la Guardia de Hierro era como el emblema de la nacionalidad como podría haber sido el gaucho para Lugones o para la época en que esto era importante en la Argentina antes de 1920, bueno, el campesino que vivía en condiciones miserables por un sistema feudal latifundista, reforma agraria, distribución de tierras. Y, por el otro lado, exterminación y eliminación de los judíos. Eran tres puntos, reforma agraria, por eso yo los llamo nazis de izquierda, porque tenían un muy fuerte programa social, un programa racial de purificación extremo, y un programa político. Esto sedujo a los intelectuales porque era la posibilidad de una nueva rumanidad. Era toda una generación que no tenía un lugar en la historia rumana porque no participaron de una guerra como la del 14 al 18, porque no tenía un horizonte y porque no sabía muy bien qué proponer y encontró un leitmotiv, el ideal de una nueva Rumania recuperada por algunos con una identidad nacional que al mismo tiempo iba a ser una identidad étnica. Ahí se prendieron todos como garrapatas. Y eso modificó todo el panorama en la década del 30.
— Cuando hablamos de la memoria y, digamos, uno en general suele pensar en la importancia, la necesidad de la memoria para no repetir o para empatizar, para tratar de entender. En un momento decís: “la memoria histórica es una herramienta política.”
— Bueno, nosotros sabemos perfectamente bien, la historia es una construcción selectiva, ¿no? Es decir, la historia no es algo que se hereda. A la historia hay que ir a buscarla. A la historia hay que redactarla, hay que construirla, hay que pensarla. No es tiempo bruto. No es tiempo crudo, es tiempo sumamente elaborado. Entonces hay que ir allá y ver qué es lo que uno encuentra. No vamos a encontrar todos lo mismo porque las preguntas que vamos a hacer van a ser otras.
— Claro.
— Yo pregunto por el pasado rumano, el pre Auschwitz de la década del 30, digamos, como un judío al que le mataron a su comunidad en cientos de miles; al que a una buena parte de su familia la hicieron desaparecer en las cenizas de Auschwitz, que no sabe muy bien por qué pasó eso, que se hace preguntas, que por X motivo se le ocurrió hacer ciertas preguntas a una rumanidad inexistente hasta ese momento. Sin dudas lo mío no es un trabajo sociológico; yo no hago politología, ni siquiera hago historia. Yo no sé lo que hago. En realidad, sé lo que hago, yo siempre hago filosofía, lo que pasa es que la filosofía no está solamente en los libros de filosofía, la filosofía es otra cosa para mí. Entonces hago esas preguntas. La historia y la memoria son algo que todo el tiempo rejuvenece. Todo el tiempo son nuevas. Y a nosotros, como individuos, nos pasa exactamente lo mismo. Tenemos un relato de nuestras propias vidas que se construye y se borra todo el tiempo y, de repente, aparecen figuras, personajes, imágenes, escenas, palabras, que resignifican el conjunto. Y ese sentido es absolutamente real, y absolutamente transitorio también porque un gesto, alguien que me dijo algo de chico, o una imagen que tengo de una mujer que se cruzó en cierto momento que la había olvidado y me resignifica escenas todo el tiempo. Este libro de algún modo es una resignificación de mi historia. Es decir, yo esta historia no la tenía hace cuatro, cinco años; esta historia la tengo ahora. Y esta historia que tengo ahora después de haber escrito el libro me deja puntos suspensivos que no sé hacia dónde me van a llevar. Pero tiene que ver también con una recomposición temporal, el tiempo cambia. Entonces, sin dudas que la memoria es algo que nadie posee. Nadie tiene la verdad. Nosotros en la Argentina muchas veces ponemos las dos palabras juntas, memoria y verdad. La memoria es más que la verdad: son verdades que se van yendo. Esto no, porque muchas veces presta a confusión, entonces que todo es igual, da lo mismo el que recuerda. Nada es igual, todo es distinto. Ahora, no se puede cerrar la memoria, no se le puede poner un sello a la memoria. La memoria es algo permanentemente inconcluso.
La memoria es algo que nadie posee. Nadie tiene la verdad. Nosotros en la Argentina muchas veces ponemos las dos palabras juntas, memoria y verdad. La memoria es más que la verdad: la memoria son verdades que se van yendo
— Hay un par de comentarios de tu libro que tienen que ver con cosas que finalmente los salvaron a ustedes como familia y es la venta de algunos cuadros. Tenías un familiar marchand de cuadros que los ayudó a venderlos. ¿Sabés qué fueron esos cuadros, conoces cuáles eran esas obras?
— No, no tengo la menor idea. Yo a ese marchand, Janus, es su nombre en húngaro, lo conocí. Porque cuando fui a París a estudiar ahí estaba mi tía abuela. Yo tenía dos tías abuelas que vivían en París, éste era el esposo de mi tía abuela y era un marchand. Y en ese momento estaba convaleciente, un hombre ya mayor. No sé qué cuadros eran, pero de ninguna manera eran cuadros con mucho valor pero con eso había que conseguir algo, no sé si para comer o para pagar un alquiler. El tema de los cuadros aparecía cuando no había laburo, cuando no había ningún ingreso. Es decir, cuando todas las cosas, desde las changas de mi abuela que era ropavejera, que vendía ropa vieja, a mi viejo que la ayudaba, o cuando no sabían muy bien… Antes de que los dos, mi abuela y mi padre, se pusieran juntos a fabricar unas medias en Timișoara, antes de eso de repente se quedaban sin nada, entonces le pedían ayuda a la hermana de mi abuela para ver si por su marido nos tiraba algunos cuadros, que me imagino que eran cuadros de venta barata y fácil, para poder zafar y vivir. Creo que, entre otras cosas, para poder pagar, coimear a ciertos funcionarios rumanos para que el pasaporte saliera y pudiéramos venir a la Argentina. También se fue a Bucarest a ver si podía colocar algunos cuadros.
— Hay algo que es muy significativo y tiene que ver con el apellido de tu mamá. Siempre fuiste Tomás Abraham, ¿qué es Spitzer para vos?
— Bueno, el libro lo termino con mis dos apellidos, que nunca usé, Tomás Abraham Spitzer.
— Por eso.
— Sí. Bueno, mi mamá, en realidad está esta costumbre de que yo soy Abraham, y realmente mi padre fue una figura muy grande, muy importante, ¿no? Dominó todo el espacio. Y bueno, pero ahora está Spitzer. Spitzer quiere decir sacapuntas en alemán, es un apellido alemán. Entonces, como Abraham quiere decir también padre de los pueblos en su sentido originario, en algún libro decía yo me llamo “Tomás padre de los pueblos sacapuntas”, lo que me hace un poco aborigen, un poco del Altiplano. Es decir algo como padre sacapuntas, algo así.
— Tomás, ¿por qué no fuiste nunca a Auschwitz?
— No creo que vaya, además. No creo que vaya. Porque yo no podría parar de llorar y, no es que no quiera llorar, pero no podría parar de llorar. La verdad no podría parar de llorar. No, eso a mí me da una tristeza tan grande. La viví en Rumania un poquito también. Es decir, cuando pude encontrar la llave del candado de la sinagoga a la que iba mi padre de chico y vi esa sinagoga, que no es Auschwitz, es una sinagoga hermosa, la más hermosa que vi en mi vida, chiquita, divina, impecable. Impecable. Y bueno, Auschwitz para mí es, como dice Serge Moscovici, alguien que yo cito, un rumano muy inteligente que se hizo francés, uno llora por algo humano. Auschwitz es inhumano. Sin embargo tiene una faceta humana que no evita esas lágrimas, es de una profunda tristeza. Tan profunda que no sé por qué debería yo verlo. Pero no sé, hay muchos que van.
— Hasta ahora no habías escrito este libro tampoco. Quién sabe cambia un poco también cierta perspectiva, ¿no?
— Eso no sé, pero… Yo no sé para dónde voy. Pero los efectos que produce vivir, quizás más un tipo de libro como éste, no los conozco. No creo que no produzca ninguno. Por ejemplo, de repente estoy sintiendo un cierto placer en hablar húngaro. Yo lo desaprendí metódicamente, no lo quise hablar más. Y, ahora, de repente es como que me siento con más libertad para poder hablarlo. Porque antes, de alguna manera, me caía mal mi lengua materna. Me caía mal. Y estaba viendo estos documentales de Spielberg que hizo sobre los sobrevivientes (N. de la R.: The Last Days), que se está pasando por Netflix, y me atrevo a mirarlo. Es gente que estuvo en Auschwitz. Estoy viendo lo que era Auschwitz. Es tan impresionante la dimensión de esta especie de conglomerado. Yo creo que Silicon Valley debe ser la décima parte de lo que era Auschwitz. Era un centro industrial de la muerte enorme. Y yo veo eso, pero otra cosa es ir allá y verlo en vivo.
*Se puede escuchar la entrevista aquí.
SEGUIR LEYENDO: