En Extremas, la periodista y editora Leila Guerriero trabajó junto a autores como Alan Pauls, Juan Bonilla, Javier Sinay, Valeria Tentoni, Mauro Libertella y Gabriela Wiener para reunir trece perfiles de mujeres latinoamericanas que siguieron un camino con tesón e insolencia, “un libro sobre aquellas que defendieron con enjundia y entrega su vocación”.
Entre las perfiladas están Stella Díaz Varín, la pianista argentina Martha Argerich, la escritora uruguaya Marosa di Giorgio, la escritora mexicana Elena Garro, la monja Martha Pelloni, la artista Liliana Maresca, la escritora y brasileña Clarice Lispector y Violeta Parra, la cantante y compositora chilena. La riqueza de ese mapa crece porque Guerriero decidió combinar autores establecidos con otros de las nuevas generaciones y generó así una suerte de encuentro.
La autora de Los suicidas del fin del mundo, aquel primer libro en el que se animó hace quince años a indagar en una ola de suicidios adolescentes en un pueblo patagónico, se dispone a la charla en uno de los tantos encuentros que mantiene por Zoom a diario. “Se me traspapelan los links”, dice, pero cuando retoma los textos o las experiencias de escritura y edición resulta metódica, atenta a los detalles.
Durante la entrevista, cuenta por qué le interesa desarrollar su rol de editora a la par del ejercicio del periodismo y el camino que la llevó a elegir a las trece perfiladas, todas talentosas y complejas. “Me interesa la complejidad del perfil porque para conseguir un retrato lleno de matices hace falta sutileza, paciencia y abordar lo no dicho”, asume sobre el género en el que trabaja desde hace años y que la llevó a editar Los malos y Los malditos, que precedieron a Extremas y que también fueron publicados en la colección “Vidas ajenas” de la prestigiosa editorial de la Universidad Diego Portales.
El perfil, que involucra “una escucha clara, paciente, dejar venir al otro sin interrupciones, observar desde varias distancias”, la cautiva a pesar de que se considera “una persona muy poco metida en la vida de los otros, en la vida cotidiana”. “Pero algo pasa que como periodista me interesa el primerísimo plano, me lleva conocer a gente por la que tengo un interés casi carnicero. Hay que tener la cabeza muy amueblada para realmente entender y conocer a otro, solo de esa forma se pueden procesar los motivos que lo llevaron a convertirse en quién es”, analiza Guerriero sobre qué la lleva a reparar en estas historias.
- En el prólogo, contás que el libro se gestó en 2015 a partir de una idea de Matías Rivas, el editor de Ediciones Universidad Diego Portales, cuando todavía nadie hablaba de la “revolución de las mujeres”. Se terminó de editar en junio de 2019, en un “mundo que empezaba a ser un poco este”, pero advertís que si se escribiera hoy, volvería a hacerse igual. ¿Por qué “Extremas” no “envejeció” a pesar de que el mundo cambió? ¿Por qué se sostuvo el planteo del libro?
- Creo que tiene que ver con la mirada que tuvo Matías, hablamos mucho desde el principio. Su idea era interesante y desafiante: me planteó escribir un libro de perfiles sobre mujeres que estuvieran muy entregadas a su vocación; donde el cine porno, la guerrilla, la literatura o el deporte estuviera por encima de todo. Esa característica suele destacarse más en los hombres porque en las mujeres se ve como una excepción. La vocación en las mujeres se entiende casi como una especie de inmolación: como son mujeres y eligieron un camino que usualmente no recorren, eso les cuesta la vida. Lo que hace que el libro se mantenga actual es que esa entrega es humana, no es una entrega que tenga género. Esa ambición es inherente a la existencia, aún cuando para las mujeres ha sido mucho más difícil porque en las instancias políticas, literarias o musicales el acceso siempre ha sido más complejo para nosotras. Lo que el libro no quería ser de ninguna manera es una especie de oda a la locura femenina como si esto fuera realmente una excepción. No están enloquecidas, llevadas a la clave del mundo masculino nadie vería nada excepcional. Quisimos que hubiera un equilibrio en las áreas y por eso en algún momento nos propusimos sumar una actriz porno y nos encontramos en esa primera búsqueda con una cosa curiosa: las más reconocidas en América Latina tenían unas apetencias muy domésticas, eran casi conservadoras en sus aspiraciones de tener un marido e hijos y retirarse a vivir en el campo. Queríamos un libro de perfiles de mujeres que defendieran con enjundia y entrega su vocación.
- ¿Cómo llegaron al listado de mujeres que querían perfilar?
- Cuando planteamos este tipo de libros, de los que ya hicimos varios juntos, me gusta saber en qué dirección está pensando Matías, que me dé algunos ejemplos. Él sabe mucho de arte plástico, por ejemplo, entonces tenía una lista importante de candidatas. Conversamos sobre algunos lineamientos y después, me puse a buscar por las mías. Estas antologías se arman de diversas maneras, no hay una única forma. A veces, decidimos previamente con Matías y buscamos autores y autoras para que los aborden. Otras veces, como en Los malos que reunía perfiles siniestros, preferí confiar en los autores para que nos asesoraran sobre a quiénes elegir, necesitaba ese conocimiento sobre el territorio. Tal vez convoco a un escritor para escribir sobre determinada persona, no lo entusiasma y se abre una línea de conversación para ver qué le interesa. Es un trabajo largo de investigación porque buscamos equilibrio en las voces y en los retratados.
Esta vez, teníamos también ciertos parámetros: el género, queríamos que fuera un concepto muy actual -no queríamos mujeres muertas en el siglo XVIII- y representantes de muchos campos. Es bueno tener límites porque si no el libro termina siendo incoherente, como una colcha de retazos.
- ¿Cómo resulta el trabajo de edición al tratar con tantos autores?
- La dinámica cambia con cada uno de ellos. En general, el texto me viene, lo leo y vuelve con sugerencias y observaciones y viene y vuelve varias veces más. Mi trabajo no consiste en que todos los perfiles se parezcan, sino, al contrario, en que cada uno exprese su máxima singularidad. En todos los casos, la relación con los autores fue creciendo y me gusta cuando nos reencontramos a trabajar juntos porque quiere decir que algo de la dupla funcionó, que en ese ida y vuelta nada fue ofensivo o invasivo. Por ejemplo, con Alan Pauls nos conocemos desde hace muchos años y ya generamos un vínculo, pero desde el principio tenemos una suerte de diferencia: yo soy muy obsesiva del contexto, no quiero que el lector tenga que ir a Google a buscar, mientras a él le gusta que el texto no contenga todo y que el lector trabaje. Bueno, esto es una postura con un argumento fuerte y en esta conversación lo definimos. No soy una editora con cetro, no me interesa decidir sola qué hacer con un texto, como si fuera un capricho.
- Desarrollás tu rol de editora a la par de tu carrera como periodista ¿Qué te entusiasma de editar a otros?
- No me imagino sin la edición. Mi primer trabajo de editora fue en dos revistas mexicanas, Gatopardo y Travesías, y después pasé a los libros: el primero fue Los malditos, que requirió muchísimo trabajo. Aprendí mucho en estos años. Lo más lindo es esa conversación muy íntima con muchas personas que están escribiendo, siento que es muy enriquecedor para mi cabeza hablar de textos e ideas con gente súper talentosa. Si estás dormido, te despierta. Después de trabajar tanto en sugerencias y en cambios y en repensar, cuando uno llega a su propio texto no hay forma de que se perdone ciertas cosas, empiezo a sentir esa voz pero sobre mí. Por supuesto que no estoy pensando todo el tiempo en esto porque se necesita cierta soltura al momento de escribir. La edición también deja un gran aprendizaje sobre cómo tratar con otros, cómo decir las cosas, cómo desarrollar conceptos. El rol de un buen editor es que el autor encuentre su propia voz. Y también creo que la edición me generó una gula infinita de ideas para otros autores, temas sobre los que yo no escribiría ni loca pero que son buenísimos para que los encare otro.
-En “Extremas” hay cuerpos rotos, enfermos, que duelen: el efecto del HIV en Maresca, la amputación de Mato, la quemadura de Lispector, la infección que tuvo Garro después de un aborto o el cáncer que padeció Argerich. ¿Por qué crees que el cuerpo se vuelve un asunto tan presente en varios de los perfiles?
- Todo lo que se hace con entrega está puesto en el cuerpo. La escritura, la poesía y el cine se hacen con el cuerpo y por lo tanto no es raro que aparezcan de esa manera en los textos. Estas mujeres llevaron su vocación a puntos muy extremos y, bueno, en los extremos se juegan también los cuerpos. No fue algo que buscamos a priori cuando pensamos en las perfiladas, apareció en el conjunto.
A fines de la década del 90, la localidad patagónica de Las Heras se volvió conocida por batir un inquietante récord de suicidios de jóvenes. El relato oficial no ofrecía una razón, al menos aparente, que pudiera explicar si estaban conectados o qué motivaba a estos adolescentes. Leila Guerriero decidió viajar, investigar y contar qué había detrás de la capital nacional del suicidio adolescente en Los suicidas del fin del mundo.
- Se cumplieron 15 años de la publicación de “Los suicidas del fin del mundo” y ahora se reedita ¿Cómo te reencontrás hoy el libro?
- Nunca lo releí completo. No lo hice con ninguno de los que escribí porque los leo tanto durante el proceso de escritura que creo que escribirlos es también releerlos. Sé que hay gente que en las reediciones hace cambios, pero a mí me parece lo más difícil del universo. No porque sean otros, como se suele decir...Más allá de esto, Los suicidas del fin del mundo es un libro en el que yo puedo encontrarme. Creo que a partir de esa investigación hubo un cambio fuerte en mi estilo de escritura, un quiebre. Yo venía de una prosa muy parca y sobria y esta fue la primera vez en que me animé a un yo más explícito en una crónica larga. Hasta ese momento me había mantenido más oculta en los textos.
- ¿Y en relación a la historia?
- Cuando lo escribí, sentí que la historia de Las Heras, lejos del particularismo, era también la historia del país en algún punto. Lo que pasaba en aquel momento era fruto del proceso de privatización de los noventa, la desocupación rondaba entre el 24 y el 28%. Y estas olas de suicidios sucedían sin que nadie prestara la menor atención. Creo que en Las Heras quedaron expuestos los efectos del capitalismo más salvaje.
Y de alguna forma, esa mirada indiferente desde las ciudades grandes hacia los pueblos chicos es sumamente actual porque hay un federalismo declamado que en la práctica no se da. También había, ya por entonces, una imposibilidad de acuerdos políticos para afrontar la situación. El libro tiene actualidad en la medida que habla del confín de un país gigante.
Fuente: Télam
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