Se rompió el maleficio. Finalmente —¡¡finalmente!!— Messi gritó campeón con la Argentina. Debieron pasar casi veinte años, desde aquel 29 de junio de 2004 en el que se puso por primera vez la remera celeste y blanca en un amistoso contra Paraguay, para que el gran jugador que rompe récords casi semanalmente pudiera levantar un trofeo con la selección mayor.
El tortuoso camino de Lionel Messi con la Argentina es la contracara exacta de su vida en Barcelona. En el club catalán lleva treinta y cinco torneos entre nacionales e internacionales: diez Ligas, siete Copas, ocho Supercopas, cuatro Champions, tres Supercopas de la UEFA, tres mundiales de clubes; el único año que no tuvo celebraciones fue 2007. La campaña argentina, en cambio, está enhebrada por una serie de frustraciones que incluyen las tres finales perdidas en forma consecutiva: la del Mundial de Brasil en 2014, la de la Copa América de Chile en 2015 y la de la Copa América de Estados Unidos en 2016 —en la que, además, falló en la definición por penales—. ¿Cuántos de aquellos títulos con el Barça habría relegado a cambio de uno con la Argentina? Quizá todos.
El fanatismo que Leo tiene por la selección nacional es una evidencia total que queda clarísimo en Messi. El genio incompleto, de Ariel Senosiain; tal vez el mejor libro que se haya escrito sobre nuestro otro diez. Al igual que Messi en la cancha, Senosiain hace fácil lo difícil y en once capítulos —número futbolero por definición— cuenta los hechos clave de la trayectoria de Messi: el primer partido, la primera expulsión, el 4-3 a Brasil en Estados Unidos, la renuncia de 2016, el regreso.
Con pasión pero sin perder la rigurosidad, Senosiain resalta lo más destacado de cada una de sus etapas, define los contextos —políticos, sociales, futbolísticos—, confronta mitos y relatos con datos precisos, y, sobre todo, le da un lugar preponderante a todos aquellos que acompañaron a Leo durante estos años: Senosiain recoge testimonios que van de Hugo Tocalli a Alejandro Sabella, de Javier Mascherano a Martín Palermo, de Humberto Grondona a Vicente del Bosque, de Sergio Agüero a Jorge Messi.
A la conquista de España
“Jorge, soy del Departamento de Selecciones de la AFA. Lo estoy llamando porque nos interesa convocar a su hijo Leonardo”. Confusión incluida, así fue la primera vez que se comunicaron con el padre de Messi. “Mi hijo se llama Lionel”, explicó el padre. “Y al fin lo llaman. Él solo quiere jugar para Argentina”.
La presencia de Messi en la selección nacional fue una carrera contra el tiempo. Hacía unos años que Leo jugaba en el Barcelona y los españoles lo tentaban para tenerlo en su equipo. Pero Leo se moría por ponerse la 10 de Maradona: si hasta había hecho la promesa de no tomar Coca Cola hasta que lo convocaran. ¿Pero cuánto podía esperar un adolescente antes de decirle que sí a España? Fue entonces Julio Grondona, viejo zorro, quien organizó dos partidos en 2004 contra Paraguay y Uruguay —la excusa era lo de menos— sólo para asegurarse que el nombre de Messi estuviera en las planillas de la FIFA.
“Tocalli nos dijo que íbamos a jugar un par de partidos por Leo”, recuerda Pablo Zavaleta en diálogo con Senosiain. Por aquel entonces, Zavaleta era defensor en San Lorenzo. “En realidad, hoy es Leo para todos, pero en ese momento sabíamos muy poco de él. La primera impresión de las prácticas es que la tenía atada”.
Mi primer sueño es jugar un mundial
Messi no entró contra Alemania en los cuartos de final en 2006. Las imágenes de aquel día lo muestran desencajado, desorbitado. Un año antes había ganado el Sub-20 —hasta hoy el único torneo que le había dado a la Argentina— y con apenas 19 años era una de las grandes promesas de aquel Mundial junto con Kaká y Michael Ballack.
Sin embargo, en ese partido determinante Pekerman eligió a Julio Cruz como reemplazo de Hernán Crespo: en ese momento, Leo debe haber sentido lo que sintió Diego cuando Menotti lo dejó afuera del plantel del 78. Argentina perdió por penales, pero Messi todavía era joven. Todos esperábamos su futuro de gloria. Y sin embargo.
Escribe Senosiain: “No hay una sola razón que explique por qué no pudo levantar una copa con la mayor. El fútbol no siempre es lógico, los partidos decisivos suelen ganarse o perderse por detalles. Muchas veces, la selección no tuvo una estructura que la sostuviera y la elevara. Otras, sus compañeros no estuvieron a la altura o faltó gestión desde el banco de suplentes. En alguna restante, él mismo falló en un momento crucial”.
Messi —y es notable como uno dice Messi para decir Argentina— volvió a perder con Alemania en 2010 con Maradona en el banco y en 2014 con la dirección técnica de Alejandro Sabella. De repente, Alemania en el Mundial y Chile en la Copa América se convirtieron en las grandes barreras que no se podían saltar.
Y me segundo sueño es salir campeón
“Al cine le hubiese motivado más el Messi de la selección que el de Barcelona”, escribe Senosiain. “Con la camiseta que desde adolescente soñaba usar, la argentina, la literatura de Messi radica en la caída, lo que nadie desea”. Esta idea tan provocadora se puede explicar con unas frases que hace algunas semanas, muy poco antes de que comenzara la Copa América, también decía Eduardo Sacheri en una entrevista para Infobae Cultura. “En el triunfo, el lugar de la narrativa es muy escaso”, decía el autor de El funcionamiento general del mundo y seguía: “La épica puede estar en la derrota o en el camino hacia la victoria”.
Si hace diez años, había entre el público y los hinchas una mirada de desconfianza hacia Messi, hoy, después de haberlo acompañado en las sucesivas caídas lo hemos hecho nuestro sin condicionamientos. “Este es de los míos”, decía Sacheri, “este es de los que perdieron conmigo y de los que se levantan del piso conmigo”.
Hoy Messi se levantó y junto con él todos pudimos ¡finalmente! gritar campeón.
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