Anabela Luna habla pausado, casi para adentro. Acepta que está nerviosa por formar parte un espacio que siempre le pareció ajeno. “Yo no soy una artista”, dice y sonríe. Enfrentada a un enorme y colorido telar realizado en fibras naturales comenta, además, estar orgullosa del trabajo en comunidad. Fueron tres meses lo que tardó el colectivo Thañí / Viene del monte con sus T´sinay tha´chuma´as (Mujeres trabajadoras) en realizar la obra que se presentó en la inauguración de la tercera edición de Bienalsur, en el Museo de Bellas Artes de Salta.
La muestra La escucha y los vientos: relatos e inscripciones del Gran Chaco propone una revisión del sentido del arte local, de los conceptos que históricamente fueron los que dominaron la escena y que se consideraron como la piedra basal del arte en la región, con un fuerte arraigo hacia la tradición europeizante del arte.
El Bellas Artes, que el 9 de julio cumplió 91 años, fue uno de los primeros museos provinciales del país, cuando desde el Museo Nacional de Bellas Artes se enviaron 36 obras, casi todas de arte europeo del siglo XIX o grabados y copias de obras del Renacimiento. Se pensaba entonces que así se podría iniciar una tradición pictórica propia, formar artistas a partir de estos ejemplos, pero se invisibilizaba a la vez a los pueblos originarios como creadores de cultura. El arte era otra cosa, incluso el arte nacional, regional, no podía ser eso que creaban aquellos que no habían sido formados en escuelas o academias.
Estamos hablando del momento posterior a la época del Centenario, donde la cuestión de la identidad local comenzó a ser revalorizada. Intelectuales como Ricardo Rojas o Leopoldo Lugones, abogaban por el primer nacionalismo cultural, que consistía en la apelación a prácticas, valores y tradiciones del pasado para amalgamar a la sociedad creciente por la llegada de inmigrantes. Y se miró hacia el norte.
Pero era -así y todo- una mirada que se centraba en un nativismo de tintes coloniales, de la representación de los hombres y mujeres, de las tradiciones, desde la figuración, pero con una perspectiva foránea. Es decir, se trasladó la técnica de afuera para pintar el “adentro”, pero aquellos que formaban el “adentro” eran los objetos a ser representados y no los creadores de la obra. Se establecía una barrera simbólica y visible, que aún perdura.
Hubo en esos tiempos y años posteriores grandes artistas, sin dudas, entre los locales en términos regionales como Rafael Usandivaras o Alfredo Gramajo Gutierrez como también aquellos que llegaron de afuera como Pompeo Boggio, José Antonio Terry, Jorge Bermúdez, Cesáreo Bernaldo de Quirós e incluso Raquel Forner y Antonio Berni, entre otros, que se lanzaron hacia el norte después de la Gran Guerra para construir esa mirada pictórica que se estableció como canónica.
En ese sentido, la muestra de Bienalsur pone el centro en un proceso de revisión de estos tiempos, un fenómeno global que debate los colonialismos y el desplazamiento que significaron las distintas apropiaciones culturales. También genera un desplazamiento sobre la distancia entre arte y artesanía, o sea, rompe con el discurso de predominancia de unos sobre otro.
“Cuando se fundó el museo en 1930, el grupo que lo creó consideró que no había una producción artística local, entonces lo que hicieron fue pedir al Bellas Artes un préstamo a 100 años para completar la muestra de ese momento que era histórica y colonial. Hoy, estamos intentando reescribir la historia del arte local y nos parecía que había que reveer estos conceptos: qué son las bellas artes, cómo pensamos el concepto de artesanía. Era necesario hacer una revisión de esa visión eurocéntrica que tuvo el museo en sus inicios”, explica Marcela López Sastre, directora del museo, a Infobae Cultura.
Y agrega: “Es un proceso de revisión de estos conceptos y sistemas que vienen desde Europa y que omitieron que acá había un sistema artístico que tiene que ver con lo colectivo y lo cotidiano, con lo sagrado relacionado con la naturaleza y los rituales. Para ellos no era arte. Pero tampoco lo es para las mujeres de estos colectivos, ya que no realizan su obra bajo el concepto de artesanía, ni de arte, ni de artista. Es una cultura nuestra que tiene cientos de años y hay que darle visibilidad”.
En ese sentido, Anabela Luna le comenta a este medio que para ellas no estaban realizando una obra de arte, sino una nueva manera de trabajar sobre materiales y temáticas que le eran conocidas y con las que se identifican como comunidad: “Fue una propuesta nueva para nosotras. Una experiencia muy linda porque trabajamos en conjunto, entre compañeras. Los dibujos nos representan, el río Pilcomayo, el monte, los pájaros, los árboles, la naturaleza. El río es parte de nosotros, nos da el tiempo de la pesca, es lo que comemos. Los colores los elegimos en conjunto, se votó cada decisión”, dice.
Desde el ready made duchampiano la cuestión sobre si el espacio es lo que otorga legitimidad a la obra ha sido saldada y en eso se basa, en gran parte, la fortaleza retórica del arte contemporáneo. Sin estos pasos, la banana pegada en una pared de Cattelan no podría haberse venido por USD 120 mil dólares. Entonces, borrar la barrera entre arte y artesanía no es un decisión antojadiza, sino un planteo de que en la actualidad es la mirada la que ha cambiado, y por ende entronizar a estos dispositivos autóctonos -que de por sí ya acarrean una pre lectura porque son parte de una herencia y conocimiento popular- pone en crisis el relato historiográfico pensado desde el pasado.
Diana Wechsler, directora artística de la Bienal de Arte Contemporáneo del Sur, comenta a Infobae Cultura que la exposición “sobrepasa todas las fronteras de cualquier discusión, de si es arte o es artesanía. La contemporaneidad está puesta en la mirada, en los sujetos que la hacen e incluso en los materiales, como bolsas recicladas de plástico, intervenidas con las técnicas tradicionales. A simple viste parece un tejido tradicional, incluso se notan las distintas manos de la obra colectiva, pero el material tiene una textura bien diferente de la fibra natural”.
Sostuvo, por otra parte, que le pareció también “muy potente invadir el espacio de las bellas artes, que intenta tener un repertorio de obra convencional para formar artistas. Esa fue la lógica con la que el museo se fundó, y con esa lógica dejó afuera todo lo que era la cultura visual regional y ancestral, algo que estaba y sigue vivo”.
La escucha y los vientos, curada por la argentina Andrea Fernández y la alemana Inka Gressel, es una propuesta coral que presenta textiles artesanales, cerámicas, paisajes sonoros, escritos y ensayos audiovisuales, que indagan no solo en las producciones estéticas, sino que llevan un mensaje vinculado a las luchas por la memoria y los territorios: a la resistencia de las culturas que, aún siendo reconocidas como originarias, no dejan de ser avasalladas por la modernidad y su idea civilizatoria y agro-exportadora.
“La escucha y los vientos es una exposición que propone acercar, cruzar, mezclar, trabajos de colectivos de mujeres indígenas y trabajos de artistas, activistas e investigadores que producen obras a partir de la escucha de relatos, memorias y sentires de distintos pueblos originarios de América Latina. Proponemos realizar un recorrido para abordar las relaciones entre técnicas artesanales, testimonios de defensa de los territorios y las diversas cosmovisiones que allí habitan”, comenta Fernández a Infobae Cultura.
La exhibición fue seleccionada en el llamado abierto internacional (Open Call) que se realizó en 2020, buscando dar acceso a artistas y proyectos de orígenes diversos para, a su vez, interpelar a otros públicos, incluidos los que habitualmente no se sienten convocados por este tipo de eventos. La exposición fue presentada en 2020 en Alemania, en la prestigiosa ifa-Galerie de Berlín, una institución del gobierno alemán, dirigida por Gressel.
“Gressel me propuso organizar una exposición en la que mostráramos el trabajo de mujeres de esta zona, haciendo foco en los materiales textiles que narran las relaciones de diferentes pueblos originarios con la naturaleza. El nombre de la exposición surgió porque comprendimos en el proceso de trabajo que la escucha es la acción clave para conocernos, comprendernos, siendo personas de diferentes orígenes y culturas pero que convivimos en un mismo tiempo y espacio. Inicialmente la propuesta curatorial invitó a realizar creaciones colectivas a partir de trabajos en grupos, cada grupo contó con al menos una persona ‘ajena’ al lugar que acompañó el proceso de creación de nuevas piezas, haciendo un poco de guía y a la vez un poco perdida”, agrega.
En el espacio que abre la muestra, se introduce al trabajo del fallecido Carlos Pajita García Bes, que en el siglo XX investigó saberes ancestrales indígenas del noroeste argentino, centrándose en la escucha de narraciones de leyendas y rituales originarios y que a partir de ello realizó una recuperación zoomórfica en tejidos tradicionales, que forman parte del aservo del museo salteño, junto a un audiovisual del antropólogo visual y ensayista Carlos Masotta.
Luego surge el trabajo cooperativo de Caístulo (Juan de Dios López), wichí de una comunidad periurbana de Tartagal, con Daniel Zelko, artista porteño alrededor de la oralidad, que alarma sobre situaciones de urgencias políticas, surgidas en contextos diversos. En la sala 3, se colocan a dialogar a dos propuestas: por un lado, los textiles artesanales de gran tamaño realizados el colectivo Thañí a partir de diálogos con el artista de Salta, Guido Yannitto. También allí, una instalación de la cineasta salteña Daniela Seggiaro busca hacernos reflexionar sobre la traducción y las formas del idioma del pueblo wichí y, a su vez, sus conexiones con los tejidos contemporáneos que la gente lleva en las yicas (bolsas tejidas).
En el cuarto espacio se presentan obras del colectivo de mujeres ceramistas del pueblo chané Orembiapo Maepora/Nuestro trabajo es hermoso, que revelan a los animales con los que conviven, como a los que recuerdan, ya que desaparecieron junto al monte avasallado y aquellos que parecen resurgir de los imaginarios folclóricos, en cooperación con la artista y docente Florencia Califano.
En el medio de esta fauna perdida presentada como una selva de madera laberíntica, superpuesta, surge el ensayo documental Territorio, del realizador sanjuanino Brayan Sticks, que se relaciona con una investigación del Taller de Memoria Étnica de la organización de mujeres ARETEDE de Tartagal sobre el cacique del pueblo toba/qom Taikolic, líder de las últimas resistencias a la ocupación de la zona de los ríos Bermejo y Pilcomayo, del que también participa la antropóloga Leda Kantor.
“Queremos cambiar el mapa mundial del arte, los paradigmas, creemos que hay expresiones culturales, artísticas, que han sido siempre dejadas de lado. Por eso en Suiza, en la Fundación Opal trabajamos en arte contemporáneo con los indígenas, algo que repetiremos en esta edición; o en Amaicha del Valle, con los pueblos Quilmes Calchaquíes, que trabjaron un nuevo tipo de ceramismo con profesores de la Universidad de Arte de Tokio, con la cual hicieron los caminantes, un símbolo que representa cuando los Quilmes fueron obligados a caminar desde el norte de Tucumán hasta Buenos Aires”, explicó Anibal Jozami, director general y rector de la Untref.
La Bienal de Arte Contemporáneo del Sur se extenderá, hasta diciembre, por 23 países y el Vaticano, 50 ciudades, 124 sedes, y cuenta con la participación de alrededor de 400 artistas. El mega evento continúa este mismo mes, cuando se inauguren otras exposiciones, como JUNTOS/APARTE, el 15 de julio en el Museo Nacional de Colombia, con la curaduría de Alex Brahim y 10 días después se presentará TUR Tea Ceremony, del artista y comisario Katsuhiko Hibino en la Universidad de las Artes de Tokio, Japón.
El 27 de julio será el lanzamiento en España y Brasil. En el país europero se desarrollará Al sur del sur, en La Térmica, Málaga, con curaduría de Wechsler y obras de la chilena Voluspa Jarpa, las argentinas Graciela Sacco, Agustina Woodgate y la uruguaya Paola Monzillo. Por su parte, en el país americano, el Museo Oscar Niemeyer de Curitiba, albergarpa al artista Geraldo Zamproni, con Hilos vitales, una intervención en la fachada del edificio.
El ciclo de inauguraciones continuará hasta el mes de diciembre recorriendo los cinco continentes, característica única de Bienalsur, proyecto activo que cambió el concepto norte-sur al delinear una cartografía sin fronteras con el objetivo de superar los límites de los eventos artísticos.
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