En Cuánto vale una heladera, recientemente editado por Alfaguara, la escritora Claudia Piñeiro reúne las seis obras de teatro que escribió en forma paralela a su trabajo como novelista y explora, más allá de los géneros, los límites difusos y el diálogo entre la tragedia y la comedia.
“Me gusta manejar un concepto de humor cercano a esa idea que tiene Pirandello: algo que nos hace reír e inmediatamente nos pone a reflexionar sobre por qué nos reímos de semejante barbaridad”, dice.
En el prólogo que escribió para reeditar las obras en la editorial que publica sus obra desde hace algunos años, Piñeiro confiesa que ir al teatro es una de las actividades que más disfruta en la vida: “Podría sumar a la lista cada uno de los pequeños actos que realizamos mientras esperamos que se apaguen las luces y comience la función. Una ceremonia casi religiosa ya antes de que aparezca un actor sobre el escenario, diga las palabras reservadas para él y la magia comience. Si la obra es buena, mejor. Sino, la ceremonia igual tendrá lugar. Porque allí están ellos, para decir su palabra, y nosotros en la butaca para recibirla”.
Durante la pandemia, se abrió una cuenta en una plataforma de streaming para poder ver obras y participó de encuentros virtuales pero asume que no es lo mismo: “Falta la ceremonia”. Pero advierte que, de a poco, algunas cosas vuelven a la normalidad. La autora de Catedrales y Tuya está entusiasmada porque retomará la rutina de charlas y presentaciones en el exterior cuando en pocos días viaje a España, invitada a la Semana Negra de Gijón como finalista del Premio Dashiell Hammett 2021 de novela.
- ¿Por qué decidiste editar todas las obras juntas?
- Escribí las obras de teatro en forma paralela a las novelas. Me suelen llamar de distintos puntos del país por mis obras para interpretarlas y yo termino mandando un archivo de Word. El teatro tiene la instancia de la representación y el de la escritura, una obra es el inicio del proceso de representación. Me interesó que se editara porque me parece bueno retomar la lectura de teatro, que antes se leía más, hay una cantidad inmensa de autores que tienen una escritura muy literaria. Más allá de quién quiera representar estas obras, me interesaba que los lectores se pudieran acercar a los textos.
- En el prólogo citás a Peter Brooke: “El teatro es un arte autodestructivo que empieza a morir desde el primer día”. ¿Qué es, para vos, aquello que empieza a morir?
- El teatro empieza a morir porque es un instante. Después de haber representado varias, me di cuenta de que hay un fetiche que dice que la segunda representación es la peor. Las obras de este libro fueron representadas por varios directores y sé que muchas fueron interpretadas por compañías que no conozco. El teatro se enciende y se apaga, eso es mágico. Que estén en un libro les da cierta permanencia.
- ¿Cómo te involucrás, como autora, en las representaciones?
- La obra de teatro, y los guiones también, te sacan de la soledad. Si bien estás sola en el momento de la escritura, si te relacionás con el director, hay una retroalimentación. El director hace comentarios, el autor va a los ensayos y escucha a un actor que dice `tengo papas en la boca´, porque no puede pronunciar bien el parlamento. Entonces hago cambios. O no. Hay muchas cosas que se le suman a una obra a partir de esa comunicación grupal. En casi todos los estrenos, tuve mucha relación con los directores y los elencos. Con algunos más y a otros, en cambio, les gusta mostrar solo los últimos ensayos. El teatro es un texto vivo que no se termina de completar nunca.
- El libro se organiza con un eje de tres comedias y tres dramas, pero tanto “Morite, Gordo” como “Verona”, dos comedias, plantean un humor complejo, que esconde claroscuros.
- Sí, me gusta manejar un concepto de humor cercano a esa idea que tiene Pirandello: algo que nos hace reír e inmediatamente nos pone a reflexionar sobre por qué nos reímos de semejante barbaridad. Tuve una muy buena experiencia y aprendizaje durante mi primera obra que se dio en el marco de “Teatro por la identidad”. Tenía ganas de escribir pero me costaba cómo afrontar un tema tan doloroso. Y ese año, las Abuelas pidieron explícitamente que no hubiera obras de apropiación o de desaparición. Querían trabajar con el valor de la identidad y que se expandiera a toda la sociedad porque de esa forma podían llegar a más gente, hacer empatía con otras cuestiones. Ellas hicieron un movimiento muy interesante y eso se notó. Cuánto vale una heladera habla de la identidad de una forma que me permitió meter el humor, y plantear el argumento en el esquema una comedia. No hubiera podido hacerlo al hablar de niños apropiados. Y bueno, así pude hacer reír a otros porque todos hemos pasado por trámites kafkianos para conseguir algo.
- ¿Extrañaste estos meses sin poder ir a ver teatro?
- Ir al teatro es una de las actividades extra-escritura, me resulta vital porque creo que es una de las pocas ceremonias grupales que nos quedan. Me saqué una cuenta de streaming para ver obras y participé de muchas actividades virtuales, pero siento que falta la ceremonia en la que estamos todos sentados y en silencio y se apaga la luz esperando que alguien suba al escenario. A mitad del año pasado, fui al San Martín cuando volvieron las funciones con aforo, volví a ver Happyland, que ya la había visto dos veces. Y la vi por tercera vez porque quería ver teatro. Y también vi Jauría en El Picadero. Algo que me pareció maravilloso y que voy a probar pronto es el proyecto de Malena Solda: en algún momento de la mañana me va a llamar Pilar Gamboa para leerme poemas de Pizarnik. Escuchar la voz por teléfono, sin grabación de por medio, increíble.
- Te convertiste en los últimos años en una de las referentes del movimiento feminista ¿Te lo imaginaste?
- No, no lo imaginé. Se abrió esta posibilidad gracias a un debate social que me excede. La cuestión de tomar la palabra pública tuvo que ver con debates que antes estaban vedados. Pero el feminismo me ha preocupado siempre: el aborto, la violencia de género y el rol de la mujer son temas que siempre están en mi obra. Yo no tenía un rol de activista, hablaba si me preguntaban. Pero tuvimos que salir a las calles, participar de asambleas, tocar la puerta de senadores y diputados y eso me llevó a tener otro rol. Creo que todo se disparó cuando las integrantes de la Campaña por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito empezaron a sentir que los abogados, los médicos y las personas muy en tema empezaban a no ser escuchados porque no sacudían estanterías. Entonces convocaron a actrices, escritoras y otras referentes para que dieran testimonio. Siempre recuerdo, en las audiencias, cuando una de las actrices terminó sacándose una selfie con una diputada recontra celeste. Las mujeres de la Campaña tuvieron una percepción acertada, que podían ampliar las bases para fomentar el debate y generar empatía. Durante el tiempo en el que luchamos por la IVE, abrí la Feria del Libro y tuve que ir a recibir un premio a Barcelona y cada vez que tenía un micrófono, lo usaba. Pero no fui solo yo, me acompañaron muchas escritoras, actrices, artistas y periodistas.
- Tras la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ¿Cuáles crees que deberían ser las principales reivindicaciones del movimiento? ¿Cómo seguir?
- Participé hoy de dos asambleas para debatir esto mismo. Primero, es muy importante que la ley se cumpla. Hay algunas presentaciones legales que empantanan aunque se desarman rápido y también hay que ver las reglamentaciones de cada distrito. Vamos a tener que trabajar en la cantidad enorme de feminicidios y en hacer valer las tareas de cuidado, en cómo hacer para que el trabajo gratuito que hacemos las mujeres desde hace tanto tiempo sea recompensado y valorado. Nos convencieron a lo largo de los siglos que es amor y entrega pero motoriza la economía. Hoy hay muchos varones que acompañan, pero el último número que vi indicaba que el 20% del PBI es trabajo no remunerado. La pandemia visibilizó mucho cómo las mujeres llevan una casa y su trabajo y en qué medida esto que recae sobre ellas las perjudica.
Fuente: Télam
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