“Día de la independencia”, o cómo una mala película puede cambiarte la vida

Lo que hace la memoria con el cine va más allá de la calidad de las obras: la mejor película no siempre es la más importante para uno. En esta nota, un repaso del detrás de la escena de un film de bajo presupuesto sobre una invasión alienígena que terminó siendo exitoso y, en paralelo, el recuerdo de una primera vez en la sala a oscuras

Will Smith, en "Día de la independencia"

¿Por qué algunas películas son más importantes que otras? El cine se graba en nuestra memoria de formas misteriosas. La lista de las 100 mejores películas de la historia construida por críticos, directores, productores y guionistas incluirá a El padrino, El ciudadano, Psicosis y Terciopelo azul. Pero hay otra lista más íntima que muy pocas veces se comparte: aquella que nos hizo firmar un pacto con el cine. Esa elección tan personal no se relaciona con la verosimilitud que provocan los efectos especiales, la interpretación de los actores o la originalidad del guion. A veces una mala película puede cambiarnos la vida y por ese motivo tendrá un lugar privilegiado. La primera película donde nos dimos un beso o la última que vimos con una persona que quisimos mucho. La función que nos llevó a descubrir un personaje donde poder reflejarnos o que nos reveló una respuesta que buscábamos sin suerte hasta en el lugar más inhóspito. Muchas veces recordamos con mayor detalle la primera película que vimos que la que miramos la noche anterior. La mayoría de las personas escogen como su película favorita una que vieron en la infancia. Y lo más probable es que no sea la mejor que vieron en sus vidas, sin embargo, es la más importante.

El escritor, crítico de cine y cineasta chileno Alberto Fuguet decía que “el famoso y reverenciado celuloide, el material noble que se utilizó para hacer las mejores películas del siglo xx, también se empleó para realizar las peores: todo el cine B, todas las slashers y comedias italianas eróticas; todo el porno y todo el exploitation se hizo en celuloide”. No siempre hay diferencia entre el supuestamente buen y mal cine para nosotros. Son todas películas que vemos de la misma forma, pero ninguna nos atraviesa de la misma manera. Este mes se cumplen 25 años de una película que me cambió la vida: Día de la independencia (Independence Day), dirigida por Roland Emmerich y co-guionada con Dean Devlin. El relato de invasiones alienígenas que comienza en vísperas de la celebración del 4 de julio, cuando el Instituto de búsqueda de vida extraterrestre en Nuevo México detecta un sonido, una señal de radio proveniente del espacio: a una distancia de 375.000 kilómetros. “Viene de la luna”, informa una científica. La dupla Emmerich-Devlin escribió el guion en un mes tras trabajar juntos en Stargate (1994). Enviaron el primer borrador un jueves y en menos de 24 horas comenzaron a recibir ofertas.

Bill Pullman interpreta al presidente de los Estados Unidos, Thomas J. Whitmore, haciendo un claro guiño a Bill Clinton en versión galán. El plan principal de los guionistas era construir una figura similar a la de Richard Nixon. Dean Devlin escribió ese papel pensando en Kevin Spacey, amigo y compañero de banco de la escuela secundaria. Sin embargo, la Fox rechazó la elección asegurando que Kevin Spacey no tenía los atributos para ser esa estrella que necesitaban. Kevin Spacey interpretaría a Nixon 20 años después, en Elvis & Nixon. Cuando surgió el nombre de Bill Pullman, el personaje fue reescrito para él adaptando la imagen al presidente que gobernaba en ese momento. Jeff Goldblum es David Levinson: un genio de las computadoras preocupado por la ecología que no supera el divorcio con su ex esposa y sigue usando el anillo de casado. Will Smith, en su segundo tanque cinematográfico tras co-protagonizar Bad Boys en 1995, es Steven Miller: Capitán del ejército de la marina de Estados Unidos. Y también hay participaciones de actores con historia: Robert Loggia (rostro que debuta en cine y tv en los 50, entre Somebody Up There Likes Me, The Defenders y The Cat) y Judd Hirsch (uno de los actores principales de la serie Taxi, iniciada en los 70). “¿Qué sucederá si se ponen agresivos?”, le pregunta el General William al Presidente de los Estados Unidos, hablando de los extraterrestres. “Entonces, que Dios nos ayude”, responde.

Escena de "Día de la independencia".

Durante 2 horas y 25 minutos el espectador es testigo de una destrucción que pone a la Tierra patas para arriba. Algunas naves espaciales irrumpen en el cielo de Los Ángeles, Nueva York y Washington DC. Otras se dirigen a las capitales de la India, Inglaterra y Alemania y hacen trizas todo lo que esté en su radar a través de un rayo color azul: los edificios se rompen en mil pedazos como si fueran cubitos que son triturados con un picahielos. Algunas personas están asustadas, otras suben hasta el techo del rascacielos de IBM para recibir a los turistas espaciales con carteles de bienvenida. “¡Espero que traigan a Elvis de vuelta!”, grita una mujer fanática de los OVNIS a la cámara del noticiero.

Muchos podrán asegurar que Día de la independencia es cine basura, pero para mí es mucho más que eso: es la primera película que vi sola en el cine. Sin adultos conocidos alrededor. Hasta ese día entraba a la sala de la mano de mi mamá: veíamos comedias y en plena oscuridad podía ver sus dientes blancos cada vez que reía, reía con una carcajada escandalosa. A mí me costaba reír, bajar la guardia, pero disfrutaba observando cómo lo hacía ella. Un día me dijo algo que me quedó grabado: “Cuando estés angustiada o triste andá al cine porque siempre vas a salir mejor de lo que entraste”. El 26 de julio de 1996, a mis 9 años, decidí entrar sola a una de las salas del Cine Lido, el cine más tradicional de Punta del Este, Uruguay. Mis padres me recogerían 2 horas y 25 minutos después. Esa vez no entré al cine porque estaba angustiada o triste sino porque desde hace varios meses esperaba ver Día de la Independencia tras las incontables publicidades que alertaban “Siempre hemos creído que no estábamos solos. El 4 de julio desearíamos estarlo”. Día de la independencia tuvo una campaña de marketing feroz durante la post producción, siendo una de las películas pioneras en poner publicidad durante el Super Bowl.

La noche del 26 de julio hacía tanto frío que compré una caja de Sugus confitados en el Candy Shop con los guantes puestos y una capucha con felpa que me cubría las orejas. No todas las primeras veces son inolvidables, pero ir por primera vez solo al cine es un antes y un después en la corta vida de un niño. Ese día comienza a escribirse una nueva historia. Me senté en la octava fila, ni tan cerca ni tan lejos de la pantalla. Miré a mi alrededor preguntándome si tal vez en esa sala alguien más estaba yendo al cine por primera vez solo. Observé detenidamente a cada uno procurando no olvidar sus rostros: aunque no los conociera, y jamás los volvería a ver, quería recordarlos. Algunos desconocidos no deberían ser olvidados: pocas experiencias son más íntimas que compartir la proyección de una película. No importa cómo nos comportemos cotidianamente, dentro de la sala obtenemos el permiso para ser otros. Ser héroes y también villanos sin correr riesgos ni lastimar a nadie. O, tal vez, ser esa persona que nos da temor ser delante de los demás. ¿Por qué? Porque el cine extrema las emociones y los sentimientos, en la oscuridad y al ritmo de la música.

Bill Pullman, quien personifica al presidente de Estados Unidos en el filme, dando el famoso discurso final.

Cara a cara con el monstruo

La (supuesta) apariencia de los alienígenas la conocemos recién a la hora de película. Will Smith abre una pequeña nave y descubre unos largos tentáculos moviéndose. Cuando el bicho lo quiere atacar, el capitán lo sujeta y lo desmaya de una trompada. “Bienvenido a la Tierra”, dice canchero tras dar el golpe. “A esto es a lo que yo llamo un encuentro cercano”, entona mientras sujeta un habano con los labios. Es una escena muy infantil, tal vez por eso me reí en la oscuridad de la sala mientras separaba los confites rosas de los amarillos tratando de no hacer demasiado ruido. El estar sola, sin nadie que me conozca, me dio la posibilidad de lanzar una carcajada. Un secreto entre la pantalla y yo, y la gente que asistió al cine esa noche. Como a Roland Emmerich, a mí también me fascinaban los extraterrestres y la ilusión de no estar solos en el universo. Creo que esa fue la razón por la que fui sola al cine ese 26 de julio: no podía compartir con nadie esa devoción por lo desconocido. Sin embargo, mi visión y la de Emmerich eran distintas: yo me negaba a verlos como un enemigo. Pero tardaría 20 años en entender el mensaje que intuyo quiso dar el director en su primera película catástrofe. Bajo el indiscutible combate contra unos aliens belicosos e invasores viaja una xenofobia intensa. No es casual que, en Estados Unidos, la palabra alien se use para referirse a los extraterrestres, pero también a los extranjeros.

Lo que más deseaba era conocerle la expresión a los extraterrestres de Día de la Independencia. ¿Tendrán dientes, podrán sonreír? Me preguntaba si serían cabezones como E.T. o peludos como ALF. El diseñador de producción Patrick Tatopoulos le propuso a Emmerich dos conceptos muy distintos sobre la apariencia de los alienígenas. Al director le gustaron tanto que utilizó ambos: como un Bon o Bon, los extraterrestres tienen una cobertura, un traje biomecánico que les da un look muy distinto al que se esconde en el interior. Sin el traje presentan una textura babosa, como caracoles de tierra. Para lograr ese aspecto en la piel al equipo de efectos especiales se le ocurrió cubrir a la criatura con lubricante sexual de la marca K-Y.

Detrás de escena de "Día de la independencia"

La llegada del fin del mundo

El puntapié que dio origen a Día de la independencia llegó en la gira de presentación de Stargate. Un periodista le preguntó a Emmerich para qué hacía una película como Stargate si él no creía en los extraterrestres. El director alemán le respondió que la idea de no estar solos le encantaba, pero que imaginaba despertarse una mañana y encontrarse con naves gigantes posándose en el cielo de varias ciudades. Fue a partir de esa postal inquietante que Emmerich le propuso a Devlin filmar una película de invasiones donde los turistas espaciales hagan una entrada triunfal en vez de esconderse en un campo de maíz u ocupar cuerpos humanos. Al principio el Ejército apoyó la película: Día de la independencia no tenía un gran presupuesto para ser un blockbuster y necesitaban que le prestaran uniformes, tanques y toda clase de armas. Pero la Armada retiró su apoyo apenas leyó el guion: las escenas relacionadas al Área 51 causaron varios enojos.

El set de los interiores de la Casa Blanca donde Bill Pullman discute con el Secretario de defensa se construyeron originalmente para la película Mi querido presidente, y volverían a utilizarse para Mars Attack y Nixon. Con un presupuesto de 75 millones de dólares, Día de la independencia se transformó en la película más taquillera de la historia hasta que en 1997 la sacó del trono Titanic, con el pequeño detalle de que James Cameron tenía un presupuesto de 200 millones.

Escena de "Día de la independencia", una película que costó 75 millones de dólares y fue hasta "Titanic", la más exitosa dela historia.

Día de la independencia cuenta con todas las escenas cliché, bordeando la caricatura, pero tampoco quiso venderse como otra clase de película. No hay publicidad engañosa: es un relato patriótico criticado por muchos, celebrado por otros. Con secuencias ridículas como el Presidente de los Estados Unidos subiéndose a un avión del ejército para combatir él mismo a los temibles extraterrestres que prometían exterminar a toda la humanidad. Día de la independencia en un inicio se iba a llamar Invasion o Sky on Fire, más tarde quedó ID4. Tenían problemas legales para usar el título “Día de la independencia” (Warner Bros poseía los derechos sobre ese título), pero Emmerich y Devlin realizaron una estrategia para manipular a los ejecutivos de Fox, haciéndoles entender que debían llegar a un acuerdo con Warner porque necesitaban sí o sí ese nombre para la película. Los guionistas agregaron una línea final en el discurso que da Bill Pullman con un megáfono: su voz de autoridad grita “Hoy celebraremos nuestro Día de la Independencia”. El actor volvió a repetir el mítico discurso de resonancias churchillianas en 2016, en el Super Bowl, como una forma de promocionar la secuela de Día de la independencia, Independence Day: Resurgence. Hace unos pocos días volvió a pronunciar parte del discurso de 1996, pero esta vez para un spot de las cervezas Budweiser destinado a fomentar la vacunación contra el coronavirus.

Día de la Independencia tenía otro lema que anunciaba: “La Tierra. Mírala bien. Podría ser la última vez que la veas”. Durante muchos años, y ya en la adultez, me agarró fobia a las tormentas. No está bien visto que los adultos tengan miedos, y menos si son irracionales. Guardé ese miedo como un secreto, al igual que los científicos con lo sucedido en el Área 51 en Día de la independencia. Fue entonces cuando comencé a ir al cine sola en el instante en el que el cielo se encapotaba tornándose completamente negro. En la sala no se escuchan los truenos ni vemos los relámpagos que anuncian el estallido. Frente a la pantalla grande las tormentas parecen detenerse. El cine es un lugar para esconderse del miedo. En la oscuridad pueden surgir otros terrores pero, a diferencia del miedo, estos tienen un tiempo limitado de duración.

Boceto del diseño de producción de la película.

En Día de la Independencia finalmente ganan los humanos, pero la Tierra queda deshecha. Aquel 26 de julio, a mis 9 años, yo temía que al salir de la sala ya no quedara nada en pie del mundo que conocí antes de entrar. Apenas abrí la puerta de calle confirmé mi fantasía: el mundo ya no es el mismo cuando salís de ver sola una película en el cine. Nada se vuelve a ver con los ojos de antes, como si un extraterrestre hubiera ocupado mi cuerpo y descubriera la vida en la Tierra por primera vez. Y no hay nadie con quien compartirlo, ahí radica el encanto.

En una escena de Día de la independencia, quien hace del padre de Jeff Goldblum dice: “Todo lo que necesitamos es amor”, parafraseando a John Lennon. El cine va mucho más allá del amor, tiene que ver con la memoria que nos construye como individuos. A veces no importa si las películas son catalogadas como buenas o malas sino a dónde nos lleven.

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