Esta semana estuvo en boca de todos, en un entredicho que ya me obligó a reescribir esta nota dos veces. Pero la primera vez que lo escuché fue una tarde de mayo, en una story de un joven politólogo de espíritu liberal y que maneja sus redes con gracia: el pibe volvía del trabajo manejando mientras cantaba una canción de ritmo imposible, con una música de llamativa intensidad y con el insólito español que resulta de escuchar ritmos centroamericanos en un suburbio bonaerense. El siguiente viaje a Buenos Aires, cuando agarré la ruta puse L-Gante en Spotify y lo dejé correr. Desde entonces, ese tema y otros más de este artista de 21 años, oriundo de General Rodríguez y protagonista de una polémica que incluyó a la vicepresidenta Cristina Kirchner, se me pegaron y no puedo parar de intentar alcanzar el ritmo de la canción, que -ya se ha dicho- es imposible.
“Rkt” se llama el tema. Es un éxito que se encamina a las 190 millones de reproducciones en YouTube y a las 90 millones en Spotify. Rkt, la palabra, refiere a ese ritmo endemoniado, una subespecie conurbana de “reggaetón que tiene la cadencia de la cumbia” o que “golpea un tiempo para atrás”. L-Gante dice que tenía el ritmo en la cabeza, se lo contó a DT Bilardo, su productor, y así inventaron el género. Además del reggaetón y la cumbia, L-Gante declara al rock como influencia: Pity y Viejas Locas, pero también el Indio Solari y Los Redonditos de Ricota (“Jijiji”). Y al folklore, menos evidente pero que se deja adivinar en más de un tema; por supuesto en “Tu reo”, una de las más recientes.
En Centroamérica los escuchan y les dicen que “está mal”, “sienten que está a destiempo”, pero -siempre según L-Gante- se quedan escuchando, les gusta.
Escucharlo y quedar colgado, fascinado, fue lo que le pasó a Pablo Lescano, el aclamado cantante de cumbia villera. Había ido a tocar este verano a un autocine en Canning; cuando llegó al escenario, su manager estaba pidiendo que L-Gante, también conocido como Elian Ángel Valenzuela, terminara su show para que tocara su representado. Pero Lescano escuchó a L-Gante y pidió que lo dejaran seguir tocando, después consiguió su teléfono, lo llamó, fue a su casa y grabaron dos temas que estrenaron el 20 de abril, “el día 420”. Pero antes, Lescano le dio dos consejos: que se cuide y que le dé a la cumbia. “Pistola” y “Perrito malvado” son dos cumbias bastante tradicionales hasta que irrumpe L-Gante, y todo cambia. Algo nuevo sucede.
Además de Lescano hay una larga, larguísima, lista de artistas con los que L-Gante entabló colaboraciones, un mecanismo que los músicos siempre utilizaron para conquistar (o vampirizar) nuevos públicos pero que en épocas de internet, Spotify y redes sociales, fue facilitado y adquirió una velocidad y una dinámica inaudita. Previsiblemente, no todos los FT (N. de la R.: colaboraciones entre artistas) tienen el mismo resultado, pero lo que siempre queda claro es la intervención enaltecedora de la dupla L-Gante-DT Bilardo: todo lo mejoran.
Kevin Rivas (29), como se llama DT Bilardo, nació en Morón, vive en España y hasta esta semana, en la que L-Gante viajó en el marco de una mini gira que lo llevó a Madrid y Barcelona, sólo había visto a Valenzuela dos veces en 2016: la primera, cuando se conocieron; la segunda, cuando grabaron por primera vez. Rivas es productor desde hace 15 años y en YouTube se puede encontrar algún video de cuando intentó, infructuosamente, ser cantante de una especie de reggaetón romántico.
Elián -su madre le puso así por Elián González, el balsero cubano que a los 5 años sobrevivió a un naufragio en las costas de Miami y desató un conflicto familiar y diplomático- tenía 16 años por entonces y hacía música en su casa, con su teléfono o con una computadora del programa Conectar Igualdad y un micrófono de 1.000 pesos (menos de seis dólares). Fue en esa época que nació su nombre artístico: cuando su madre pasaba por su habitación y lo veía, “todo ciruja”, grabando música, le comentaba: “qué elegante”.
La química entre L-Gante y DT Bilardo fue instantánea, y a poco de empezar a trabajar juntos Rivas decidió dejar de cobrarle y transformarse en su productor desde España, adonde había emigrado a poco de conocerse.
Los primeros pasos de Valenzuela en la música con la computadora de Conectar Igualdad son un dato que llamó la atención de quienes lo han entrevistado. La misma Cristina Kirchner hizo referencia este jueves a “Élegant” -según su particular modo de pronunciar- y su notebook, al presentar la remake del plan Conectar Igualdad en Lomas de Zamora, pero a mí el dato me llegó porque me lo hizo notar una amiga socióloga progresista que se dedica a temas de salud en el nordeste de Brasil, de indisimulable afinidad con el kirchnerismo. Cuando le pasé un tema de esos endemoniados me respondió con una captura de la declaración de L-Gante con el agregado de la leyenda “culpa de los de siempre”.
Cuando se lo comenté a un amigo economista que trabaja en un organismo financiero internacional, me hizo notar que a fines de los 2000 y durante toda la década siguiente hubo varios estudios llevados a cabo por diferentes tipos de organismos en Israel, Perú, Rumania, Nepal, Uruguay, India, y los EEUU, que mostraron que estos programas resultaron ineficaces porque quienes recibieron las computadoras no mejoraron sus resultados en lectura y matemática, las usaron principalmente de modo recreativo, y no mejoraron sus habilidades para navegar en red. Más tarde nuevos estudios arrojaron resultados controvertidos.
Para más, este viernes L-Gante habló desde México, donde va a realizar un par de conciertos, y dijo que si bien la computadora era del programa Conectar Igualdad, él la compró o la cambió por un celular a un amigo al que se la habían dado en el colegio y no la usaba. Además, dijo que no terminó el secundario y si bien deslizó un reconocimiento a la vicepresidenta, en lo fundamental objetó el programa: “no hay que dar cosas a cambio de nada”.
Seguramente haya algo de verdad en pensar a L-Gante como externalidad positiva del programa, tanto como que la entrega de dispositivos sin el debido acompañamiento no ha resultado un instrumento eficaz para mejorar los resultados educativos de los más de 5.4 millones de estudiantes que las recibieron durante la gestión de la hoy vicepresidenta.
El joven vive además en el Barrio Centenario, “el barrio nuevo” de General Rodríguez, junto a su madre. Se trata de un barrio construido bajo la gestión de Cristina Kirchner, y más allá de la reivindicación del barrialismo presente en toda su música y en las entrevistas que ha dado, L-Gante se muestra hábil y cuidadoso a la hora de eludir otras banderas políticas.
No existen los poetas
Creo que fue Zelarrayán, en La piel de caballo o en un poema que acompañaba esa novela, el que cuenta -cito de memoria, andá a saber dónde fue a parar ese libro- que escucha en un bar a una persona que en el mostrador dice “cuando usted viene surgen cositas”; alguien agrega: “No existen los poetas, existen los hablados por la poesía”. Como el personaje de Zelarrayán, L-Gante encuentra la belleza en frases en apariencia triviales. En medio de una entrevista bastante anodina, escucha una expresión que lo fascina, se le ilumina la cara y dice: “¡qué buena palabra!”. Con ese disfrute por el lenguaje, L-Gante juega en sus letras recurriendo a lo que tiene a mano, con absoluta libertad. Colecciona neologismos, palabras hermosas, extranjeras, anacrónicas, inesperadas, no pocas veces resignificadas.
La vida en un barrio humilde, la glorificación de la marihuana y los placeres del “par’y” (N. de la R. por party, fiesta) son los principales temas del repertorio de L-Gante. Si bien en sí mismos no son nada nuevos ni muy originales, lo que se destaca siempre es su sensibilidad rítmica, su habilidad métrica y su impresionante capacidad para acentuar la sílaba justa. Tal vez por influencia de las batallas de gallos, la mayoría de sus congéneres con los que comparte temas suelen concentrarse en la rima en detrimento del ritmo. No es que L-Gante evite la rima, pero el sofisticado uso que hace del slang barrial, del reggaetón y la cumbia, es el más certero de todos porque sigue la correlación y la natural simpatía de las palabras, y no se somete a “la contingencia del consonante”, como llamaba Borges a la rima cuando tenía la edad de L-Gante y la consideraba una especie de “suicidio intelectual”: “¿No es ridícula obligación la de imaginarse el color del cielo y en seguida un atorrante y después un árbol que nadie ha visto y acto continuo una especie de tejido de punto? Sin embargo, allí está la popularísima rima de azul, gandul, abedul y tul que nos inflige esa incongruencia y lo mismo puede afirmarse de muchas otras, salvo de las palabras en -ado”.
Una curiosidad: siendo, como es, un joven con una gran sensibilidad para la experimentación verbal, no registra ningún caso de “lenguaje inclusivo”, acaso felizmente. Lejos de cualquier pretensión edificante, la libertad artística de L-Gante no recula tampoco ante el feminismo moralizante (como el de Mercedes Morán, cuando desde su cuenta de Twitter pedía: “Que no te diga ‘mamita’ ‘cosita’ ni ‘putita’ mientras tienen sexo. Y ante una ‘palmadita en la cola’: una patada en los huevos!”). Así, las chicas son “perras”, “gatas” o “lobas” a las que les da “castigo”, y no falta la “cheta” que quiere ser su “puta cara” (“Turrosmánticos”, con Frijo, del 24 de junio es su último tema, aunque con la velocidad con la que sube material a Spotify y YouTube nunca se sabe). Sería un error sin embargo acusarlo de machirulo: esas perras, gatas o lobas de ningún modo son entes pasivos privados de deseos y voluntad; todo lo contrario: son tan divertidas y perversas como él mismo, no por nada más de una vez L-Gante se llama a sí mismo “perro” o “gato”, y anda sufriendo por ahí porque alguna guacha lo ignora.
A L-Gante la noche lo llama y lo suyo, definitivamente, es la joda (“preguntame si jodemos”). Noche, drogas, armas, marginalidad y hombres jóvenes: el combo parece sacado de uno de esos informes sobre homicidios dolosos como los que hacía Eugenio Raúl Zaffaroni cuando estaba en la Corte Suprema o como éste del Ministerio Público de la Provincia de Buenos Aires. En general, todos los informes suelen coincidir: por cada mujer que muere asesinada, son ocho los muertos hombres; la mayoría son jóvenes, que mueren por homicidios dolosos (la mayoría en riña) durante la noche, especialmente los fines de semana, situación que se agudiza en los barrios populares. En Capital, la zona norte tiene estadísticas europeas, que contrastan con la medialuna sur, con niveles de violencia centroamericanos. Y sin embargo en las canciones de L-Gante hay armas pero pocos muertos y heridos. Si hay alguna estetización del barrio, probablemente esa sea la de prescindir de la sangre derramada.
Pero no todo es joda: con la colaboración con algunos pesos pesados de la música, L-Gante conoció el amor. En “Pistola”, con Lescano, le canta a una chica que “robó mi corazón cuando pasó por la zona”. Con Fidel Nadal en “International Love 420”, del 21 de mayo, otra de sus canciones en colaboración más logradas, llora el desamor de una mujer que “hace tiempo” no lo quiere ver “porque de noche me gusta joder”. Más recientemente en “Remake”, con Néstor en Bloque, del 11 de junio, incluye unos versos de “Muchacha enamorada” de La Base. Esta semana subió una story con los hermanos Calamaro, no sería raro que pronto sepamos de una nueva inflexión de esta veta “amorosa”.
Las cosas, la cueva y las “clandes”
Cuando era un joven corrector, allá por los tempranos 2000, hacía changas para Interzona editora. En una ocasión me tocó trabajar en una compilación de textos de Hebe Uhart que estaba encabezada por la exquisita nouvelle (cuento largo o novela corta) Camilo asciende. Uhart, fallecida en 2018, era de Moreno, al oeste del conurbano, no tan lejos de General Rodríguez, de donde es L-Gante. Recuerdo haberla cruzado en la pequeña oficina del centro en la que estaba la editorial. Decir que charlé con Uhart es sobredimensionar lo que ocurrió: ella conversaba con Damián Ríos, entonces director editorial, y yo cada tanto colaba algún comentario menor. Sin embargo, desde entonces retengo un fragmento de la conversación, que me animo a citar de memoria: según decía Uhart, los protagonistas de sus relatos, personas de bajos recursos económicos del oeste del conurbano, lejos de querer reivindicaciones de derechos o victorias morales, lo que querían eran “las cosas”. La recuerdo diciendo: “Los pobres quieren cosas”.
L-Gante quiere cosas pero no que se las den “a cambio de nada”, dijo este viernes en dos entrevistas. En sus canciones, desprecia los reconocimientos simbólicos y le canta, en cambio, a las cosas y el dinero. En “Visionario”, una canción que recuerda a “23” de Maluma y tiene la particularidad de que la escribió hace tres años, cuando todavía no asomaba el éxito actual, celebra “Vamos a hacerno’ millonario’, eh” y dice que con los suyos “Buscamo’ lo que no tenemo’”. En “Malianteo 420”, afirma que “aunque nos busque la fama, nosotros vamos detrás de los lingotes”. Y junto a Perro Primo, en “R.A.M.” le canta a una camioneta. Es el mismo Perro Primo que anda “cambiando dólar, me metí en la cueva” en “PPT, Patita Pa Tra”).
Las regulaciones cambiarias o antinarcóticos no son las únicas imposiciones estatales que el joven L-Gante decide obviar: no sólo le canta a las fiestas clandestinas (por ejemplo en “Pandillero”, del 1 de enero, con Blunted Vato, donde cuenta que “a la siete es hora dе la matutina/con dos que no conozco salgo de la clandestina”), sino que además él mismo se ha visto envuelto en algún que otro escándalo al respecto. Drogas y “clandes” le han valido algún que otro repudio, el más reciente de ellos de un periodista famoso por sus posiciones de extremo conservadurismo que cuando lo entrevistó se mostró, sin embargo, algo más descontracturado. Ante quienes se preocupan por estos supuestos disvalores de su música, L-Gante suele responderles con su ética del trabajo lindante con el protestantismo: “Parece un negro todo el tiempo tirando temas”, dice de sí mismo en una entrevista.
Un cumbiero fumón que hace música con una Conectar Igualdad: la tentación de llevarlo a la campaña era grande. Sin embargo, desde México, donde está varado por las restricciones al ingreso de personas al país, L-Ganto se bajó.
Más allá de lo que diga y cante, L-Gante parece interpelar a un público que, dicen las encuestas, ha dejado de ser mayoritariamente kirchnerista: jóvenes de entre 16 y 25 años a quienes la época de oro de Néstor y Cristina les queda lejos, y a quienes la gestión albertista no les ha ofrecido mucho más que derechos nominales o que sólo se satisfacen con subsidios, pocas cosas y muchas restricciones.
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