A diez años de la muerte de la pintora, escultora y escritora británica Leonora Carrington, una de las máximas exponentes del surrealismo, se publican en castellano sus Cuentos completos, una edición que recupera los textos de La casa del miedo, El séptimo caballo y tres inéditos que dan la impresión de que, si la Alicia de Lewis Carroll hubiera crecido, podrían haber sido escritos por ella.
A este rescate del Fondo de Cultura Económica se suma el libro infantil Leche del sueño, con textos que Carrington imaginó para contarle a sus hijos, presentados por primera vez al público en una edición facsimilar que conserva intacta la poesía visual y los dibujos originales. Texto que se resignifica con el flamante anuncio de que ese mismo título llevará como lema en 2022 la 59 Bienal de Venecia, que además será eje de la exposición central que propondrá un viaje imaginario a través de la metamorfosis de los cuerpos y las definiciones de lo humano.
En esa obra, la pintora surrealista “describe un mundo mágico en el que la vida se reinventa constantemente a través del prisma de la imaginación y en el que se permite cambiar, transformarse, convertirse en otro diferente a uno mismo”, dijo la curadora Cecilia Alemani en conferencia de prensa. “La exposición central de la bienal propondrá un viaje imaginario a través de la metamorfosis de los cuerpos y las definiciones de lo humano”, añadió Alemani, sobre el evento que se celebrará del 23 de abril al 27 de noviembre de 2022.
En los cuentos de Carrington “nada es lo que parece”, advierte el prólogo del libro, y es que el singular bestiario que la artista desplegó en pinturas y esculturas salta a su literatura como imágenes oníricas, de simbología mística y mitológica que se mezcla con lo real: un padre afable tortura a su pequeña hija porque insiste en convertirse en caballo, un jabalí sensual toma de amante a una joven que habla la lengua de los gatos, una hiena libera a una chica de su debut en sociedad haciéndose pasar por ella.
“Había transcurrido alrededor de una hora cuando se presentó la primera señal de infortunio. Un murciélago entró por la ventana, dando chillidos. Los murciélagos me dan un miedo espantoso, así que me escondí detrás de una silla, con los dientes castañeteando. Apenas me había arrodillado detrás del respaldo cuando el estruendo en mi puerta sofocó el aleteo. Mi madre entró, pálida de furia. -Acabamos de sentarnos a la mesa, cuando esa cosa que ocupaba tu lugar se levantó y gritó: ‘Con que huelo un poco mal, ¿eh? ¡Pues yo no como pasteles!’. Luego se arrancó la cara y se la comió. Y de un gran salto, escapó por la ventana”, escribe en el cuento La debutante.
Carrington (Inglaterra,1917-México, 2011) construyó una iconografía personalísima que supera el genio surrealista que admiraron popes del movimiento como André Bretón, Marx Ernst, Salvador Dalí o Picasso. Lo hizo recurriendo a muchísimas fuentes, desde las historias celtas de la nana irlandesa de su infancia aristocrática en Lancashire, pasando por el psicoanálisis junguiano hasta el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas que la fascinó, ya instalada en México, cuando recorría Chiapas en bicicleta -así la recuerda la escritora Elena Poniatowska- para pintar un mural con su cielo, su tierra y su inframundo.
Pero Carrington -nacionalizada mexicana tras su exilio del nazismo y de su familia paterna- va más allá, demasiado insumisa para identificarse con el surrealismo como con el feminismo. “Independiente, hizo una obra absolutamente personal y única que tuvo como protagonistas a las mujeres, en un contexto muy hostil”, dice la autora Laura Ramos.
Su importancia para el surrealismo puede leerse fuera de su obra, en gestos inhabituales. Sólo dos mujeres integran la Antología del humor negro de Bretón y Carrington es una de ellas: el patriarca creyó descifrar su espíritu -libre, ocurrente, lúcido- viéndola charlar armoniosamente en una cena con los comensales mientras se pinta los pies con mostaza.
Nacida en Reino Unido el 6 de abril de 1917, fue la segunda de cuatro hermanos de una familia conservadora contra la que se rebeló desde chica, distinguida al punto de que su presentación social fue ante la corte del Rey Jorge V.
Expulsada de dos colegios de monjas, estudió arte en Florencia y en Londres, donde apenas cumplidos los 20 años conoció al grupo surrealista de Bretón, entre quien estaba Ernst, 26 años mayor que ella, con quien escapó a Francia y vivió un idilio de dos años hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando detuvieron al artista alemán.
Tras el arresto de Ernst la internan en un psiquiátrico español, donde la tratan con un fármaco que le provoca convulsiones y pérdida de conciencia parecidas al electroshock. Escapa a los seis meses, durante un viaje a Lisboa: la acompaña una cuidadora. En un descuido Leonora se escabulle y va a tocar el timbre a la Embajada de México donde era cónsul el poeta Renato Leduc, amigo de los surrealistas.
Se casa con Leduc para dejar Europa y protegerse del nazismo y de su padre, que quería internarla en Sudáfrica. Viajan en 1941 a Nueva York donde viven un año y se divorcian de común acuerdo y en 1942 llega sola a Ciudad de México, donde la recibe una importante comunidad internacional de refugiados de la vanguardia artística como Luis Buñuel y Remedios Varo.
Una peculiaridad de Carrington es que visitó el universo de la locura con un boleto de ida y de vuelta. El libro Memorias de abajo cuenta qué pasó del otro lado del espejo y, junto a La casa del miedo ahora traducida por Fondo de Cultura Económica, es referencia y clave de lectura de toda su obra, donde la pérdida de la razón es la condición propicia para crear el mundo y para entenderlo.
Ese mundo tenía que ver con las presencias que ella podía invocar dentro de su propio imaginario. El misticismo, el humor negro británico y mensajes íntimos permearon toda su obra, influida por el contexto histórico y un carácter autobiográfico que se fue complejizando. No se trata de peripecias mundanas sino de travesías metafísicas en busca de la verdad.
“Leonora es parte de la estirpe de latinoamericanas surrealistas del siglo XX -dice Ramos-, el mundo fantasmagórico y vital de sus cuadros está en sus cuentos”.
Como Silvina Ocampo -reseña la escritora- Carrington practica una especie de realismo mágico, en el sentido de que atraviesa el realismo con la misma fantasía brutal, cruel y sorpresiva. Pero su obra literaria rebasa la crueldad en ocasiones naif de la autora de Cornelia frente al espejo, como si los internados de monjas y los asilos para dementes que padeció en vida hubieran penetrado en sus ficciones de manera carnal y definitiva”.
Y México, agrega Ramos, “país tan fantástico, brutal y desmesurado como su obra, calzó perfecto con su mundo demencial, que de todas maneras no olvidó sus raíces inglesas: la alta sociedad está intacta, tal vez enmascarada con las escamas de los reptiles que protagonizan sus cuentos, embozada pero sin desaparecer”.
“Las mujeres estaban en el huerto, que se encontraba en la parte trasera de la casa, rodeado por una alta barda de ladrillo. Trepé al lomo del caballo y así pude ver una escena insólita: las señoritas Cuningham-Jones, cada una provista de un enorme látigo, daban azotes a las hortalizas diestra y siniestra, gritando: ¡Hay que sufrir para ir al cielo! ¡Las que no lleven corsé jamás serán admitidas! Las verduras, por su parte, peleaban entre ellas, y las más grandes arrojaban a las más pequeñas hacia las damas, con chillidos de odio”, se lee en El tío Sam Carrington.
La impresión de sus cuentos -y de su biografía- es la de un relato que va haciéndose a medida que se va desarrollando, por profusión de ideas y sucesos, con gestos surrealistas que son una búsqueda vinculada a la libertad, no a la simple ocurrencia, y que muestran la imaginación funcionando, un tránsito que no percibe un destino sino la inmanencia del espíritu.
Carrington vivió en México siete décadas, hasta su muerte, el 24 de mayo de 2011, a los 97 años, amorosamente aceptada por esa cultura y sociedad, al punto que tres museos llevan su nombre. Allí armó una familia, crió dos hijos con el fotógrafo húngaro Chiqui Weiz y pasó de ser “la novia del viento” surrealista a “la hechicera”, la que Poniatowska siempre recuerda en la cocina, “moviendo mole en un perol como el de las brujas de Macbeth”.
Fuente: Télam
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