Los últimos paseos de H. P. Lovecraft por el “horror cósmico” antes de morir

Hace 85 años se publicó “En la noche de los tiempos”, uno de los últimos relatos vinculados a los mitos de Cthulhu creados por el padre estadounidense del terror moderno. Detalles de la guía definitiva para sumergirse en una mitología aún vigente en la cultura popular

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En junio de 1936, nueve meses antes de morir, Howard Philips Lovecraft, que nació en 1890 en Providence, Rhode Island, una de las áreas más tradicionales de los Estados Unidos, “y tuvo su primer gran estallido de productividad literaria en el emblemático y desenfrenado año de 1920, cuando el país no estaba aún cohesionado como sociedad y mucho menos como superpotencia global emergente”, como señala el escritor Alan Moore, publicó en Astounding Stories, una de las revistas pulp que divulgaban sus historias de “horror cósmico”, el último relato de importancia vinculado al célebre ciclo de los mitos de Cthulhu, En la noche de los tiempos.

Escrito entre 1934 y 1935, dos años antes del rápido desenlace del cáncer de intestino que provocó su muerte en marzo de 1937, En la noche de los tiempos, sin embargo, no puede reducirse únicamente a la anécdota biográfica como, tal vez, sí ocurre con El morador de las tinieblas, el último cuento breve vinculado al ciclo de Cthulhu publicado por Lovecraft en la revista Weird Tales en diciembre de 1936, sólo tres meses antes de morir, y donde puede leerse la dedicatoria a su colega y amigo Robert Bloch, cuya fama precedió en mucho a la suya por tratarse del autor de la novela Psicosis, a la que Alfred Hitchcock transformaría en 1960 (mientras la obra de Lovecraft permanecía temporalmente olvidada) en una de las películas más celebradas del siglo XX.

Algunos títulos de Lovecraft en
Algunos títulos de Lovecraft en español

Aunque los biógrafos no están seguros del grado de sorpresa con el que tomó la noticia de la enfermedad terminal antes de cumplir los 47 años (ya que, motivado por una extensa lista de particularidades clínicas y psicosomáticas arrastradas desde la infancia, había hecho su testamento en 1912 y para 1937, en realidad, su único matrimonio hacía tiempo que había fracasado y vivía con una tía anciana para compartir los gastos), lo cierto es que el autor de La llamada de Cthulhu, al que toda consagración comercial o crítica le resultó esquiva en vida, continuaba planificando los pasos de su carrera convencido de que, a pesar de la avalancha de historias “que tratan de otros mundos y universos”, como explica en “Algunas notas sobre narrativa interplanetaria”, no era ninguna exageración decir que “apenas media docena de esas creaciones, incluyendo las novelas de H. G. Wells, pretenden en lo más mínimo poseer seriedad artística o categoría literaria”.

En consecuencia, aunque durante 1936 Lovecraft no había escrito ninguna nueva historia, en sus cartas al escritor Willis Conover confeccionaba planes de trabajo, al menos, hasta 1948. En este sentido, la complejidad de En la noche de los tiempos, en oposición a la sencillez de El morador de las tinieblas, es suficiente para convertirla en una pieza que, justo al final de la primera vida literaria de su autor, y como si anticipara los próximos cuarenta años de silencio alrededor de sus relatos, brinda la última guía oficial para entender su poderosa mitología de “horror cósmico”, ahora vigente en un abanico cultural hecho de objetos recientes tan distintos como la serie Lovecraft Country, el cómic Providence, videojuegos como The Sinking City o la película El color que cayó del cielo, protagonizada por Nicolas Cage.

Tráiler de la película "Lovecraft Country"

Esoterismo, tecnología y horror como espejos de la paranoia y el odio

Fiel al estilo lovecraftiano, la trama y la voz de En la noche de los tiempos, cuyo título original, The Shadow Out of Time, remite a uno de los cuentos preferidos del propio autor, The Color Out of Space (traducido como El color que cayó del cielo) son el ejemplo perfecto de un tono característico que incluso Jorge Luis Borges homenajeó en uno de sus cuentos en 1975. “Si aquello sucedió de verdad”, empieza Nathaniel Wingate Peaslee, el protagonista de la ominosa expedición a Australia Occidental que Lovecraft narra En la noche de los tiempos, entonces el hombre “ha de estar preparado para aceptar ideas sobre el cosmos, y sobre su propio lugar en el hirviente vórtice del tiempo, cuya más mínima mención resulta paralizante. Y también ha de prevenírsele contra un determinado peligro oculto que, si bien nunca llegará a devorar a toda la raza humana, podría someter a ciertos miembros audaces de ella a horrores monstruosos e inconjeturables”.

Dispuesta esta pátina inicial de “horror cósmico”, el elemento estético-ideológico que Lovecraft añadió como sello propio a la tradición narrativa del terror (y que podría explicarse con otra frase de Peaslee: “La humanidad es quizás la más insignificante de las razas altamente evolucionadas y dominantes de la larga y en gran parte desconocida historia de este planeta”), En la noche de los tiempos no solo es un recorrido por las distintas capas de la cosmología lovecraftiana, donde los extraterrestres llamados Antiguos, en guerra infinita con la Gran Raza, se mezclan con los lectores del terrible Necronomicón en distintas ciudades sin nombre, sino que es también un viaje por la elaboradísima escenografía en la que Lovecraft situó sus mejores historias. Es ahí donde Arkham, la ciudad ficticia basada en Massachusetts y cuyo catastro Lovecraft solía trazar en las cartas a sus amigos, resurge junto a otros puntos recurrentes como la Universidad de Miskatonic, con un profesorado que incluye a protagonistas de relatos como El horror de Dunwich y Herbert West, reanimador. En esta oportunidad, todo confluye en el geólogo William Dyer, coprotagonista de En la noche de los tiempos y, a la vez, protagonista de otro de los relatos preferidos del propio Lovecraft, En las montañas de la locura.

Tapa de "Astounding Stories", donde
Tapa de "Astounding Stories", donde se publicó "En la noche de los tiempos" en 1936

Si los más obsesivos lectores de Lovecraft consideran que En la noche de los tiempos podría ser un relato “desestimable”, como sugiere Leslie S. Klinger, es porque en gran medida funciona como una reversión explícita de En las montañas de la locura, uno de los más extensos, estilizados y elaborados cuentos de H. P. Lovecraft. Sin embargo, la órbita de uno alrededor del otro tiene una explicación. Como solía ocurrir tanto en su vida personal como en su obra, las dificultades hicieron que, a pesar de terminarlo en 1931, En las montañas de la locura se publicara, tras muchos rechazos, en 1936, el mismo año que En la noche de los tiempos. En tal caso, lo crucial es que una y otra historia forma parte de los “mitos de Cthulhu”, uno de los grandes monstruos del imaginario lovecraftiano, ya que narran lo que el crítico Francis Lacassin, con un ojo puesto también en la vida de su autor, define como “la delectación sádica con que Lovecraft entrega a la persecución de criaturas llegadas de las estrellas a unos seres humanos castigados por su semejanza con la chusma neoyorquina que lo había humillado”. Aunque, en rigor a la verdad, más bien convendría decir, como objeta Michel Houellebecq, que de lo que se trata es del “merecido castigo” impuesto a esos hombres tras haber intentado convivir con la “chusma neoyorquina” y fracasar.

Antes de volver a este punto, lo que ambas historias relatan es el encuentro enloquecedor entre un hombre educado y una horripilante raza extraterrestre presente en la Tierra desde hace 300 millones de años. Dotados de una tecnología que les permite crear máquinas traductoras, viajar en el tiempo, construir monumentales ciudades escondidas en el hielo polar, la arena del desierto o el fondo del mar, e incluso ocupar las mentes y los cuerpos de los seres humanos (como le ocurre a Nathaniel Peaslee), los miembros de esta Gran Raza, organizados según “una especie de socialismo fascista, en el que los recursos principales se distribuyen de manera racional”, examinan a nuestra especie a la espera del momento adecuado para borrarnos de la faz del planeta. Con referencias a otros cuentos como La ciudad sin nombre y Al otro lado de la barrera del sueño, En la noche de los tiempos funciona así como la síntesis definitiva entre “horror cósmico”, esoterismo, fascinación por la tecnología y la ciencia, y también como un espejo de paranoia y odio, dos fuerzas típicamente lovecraftianas alimentadas por sus dificultades para integrarse al ritmo habitual de la vida.

Interior "Astounding Stories", con ilustraciones
Interior "Astounding Stories", con ilustraciones de Howard Brown

Contra el mundo, contra la vida

Es probable que para entender el origen del espanto narrado en En la noche de los tiempos sea necesario repasar otra vez la vida personal de su autor. “Familiarizado con los fenómenos del amor sólo a través de lecturas superficiales”, como Lovecraft le cuenta en una de sus cartas a Reinhardt Kleiner, su máximo intento para liberarse de las raíces familiares de Providence, donde su madre, su abuela y su tía lo habían criado a resguardo del mundo exterior, ocurrió entre 1922 y 1924, cuando conoció y se casó con Sonia Haft Greene, una inmigrante viuda con una hija de dieciséis años que vendía ropa en Nueva York.

Es sabido que Greene tenía siete años más que él y era judía, y también suele repetirse que la mudanza de la pareja al centro de Brooklyn, por entonces donde vivía buena parte de la vasta masa de inmigrantes que desembarcaba cada día en los puertos de Nueva York, disparó en Lovecraft un tipo virulento de xenofobia, racismo y antisemitismo que no solo decantaría en sus relatos, sino que colaboraría en el futuro a que su obra provocara cierta dosis de aprehensión entre los lectores más sensibles. Sin embargo, es menos conocido lo que Lovecraft intentó hacer por amor a su mujer antes de que el odio le impidiera seguir escribiendo y arruinara su matrimonio.

Según el biógrafo S. T. Joshi, Lovecraft presentaba a Sonia como ejemplo de cómo los judíos podían llegar a integrarse en la sociedad, si bien al mismo tiempo solía demostrar en las cartas privadas a amigos su respaldo a la doctrina racial de los nazis. Respecto a este asunto, Joshi se remite también a la historia de un amigo germano-estadounidense de Lovecraft que volvió a Alemania en 1936 y se enteró en persona de cómo trataban los nazis a los judíos. “Aunque algunas fuentes han planteado que Lovecraft pudo sentirse indignado al conocer estos hechos”, escribe Joshi, “nunca criticó a los nazis, aunque al menos sí dejó de hablar del asunto”. De todas maneras, Sonia confesaría en sus cartas que el “reiterado odio” de su marido hacia los judíos fue la razón principal de su distanciamiento y subsiguiente separación en 1926, cuando Lovecraft volvió para siempre a Providence.

Tapa interior de la historia
Tapa interior de la historia

Lo que pudo haber perdurado como amor entre Lovecraft y Greene después de tomar caminos distintos probablemente sea visible en el hecho de que el divorcio formal nunca ocurrió. En el medio, queda el testimonio privado acerca de todo aquello tristemente real que sirvió para alimentar, a veces a través del equívoco, sus populares fantasías de terror. “Aunque Howard dijo en una ocasión que le encantaba Nueva York y que en adelante iba a ser su estado adoptivo”, escribió Sonia en The Private Life of H. P. Lovecraft, “enseguida descubrí que lo odiaba, junto con todas sus ‘hordas extranjeras’. Cuando protesté argumentando que yo también pertenecía a ellas, me dijo que yo ‘ya no era uno de esos detestables mestizos. Ahora eres la señora de H. P. Lovecraft del 598 de Angell St., Providence, Rhode Island’”. Sin embargo, otra de las paradojas en la vida de Lovecraft es que fue esta misma bulliciosa reformulación de la sociedad lo que permitió divulgar sus cuentos.

Ser o no ser escritor en el mundo de las revistas pulp

La nueva ciencia-ficción de la que formó parte H. P. Lovecraft a comienzos del siglo XX es incomprensible sin revistas pulp como Amazing Stories, Astounding Stories, Weird Tales, The Argosy o All-Story, donde se presentaban con llamativas ilustraciones a todo color el singular tipo de historias capaces de entremezclar datos científicos, terror y visiones proféticas. Estas revistas pulp, que toman su nombre de la encuadernación que protegía a las típicas páginas amarillentas fabricadas con pulpa de madera, construyeron en simultáneo un nuevo género literario, un nuevo mercado y una nueva clase de lector, con genuinas aspiraciones de masividad.

Rodeadas de firmas tan desconocidas como la suya, y casi siempre de otras estéticamente insignificantes en comparación, todas las historias publicadas en vida por Lovecraft (excepto las que aparecieron en “revistas de aficionados”) le deben su existencia y su escasa remuneración al mundo editorial pulp, un mundo diseñado, en esencia, para llegar a las manos de una nueva clase obrera.

H. P. Lovecraft (Wikipedia)
H. P. Lovecraft (Wikipedia)

Los conflictos que esto pudo provocar en la autoestima literaria de Lovecraft, fóbico incurable a la inmigración que le daba forma a esta nueva sociedad estadounidense, no se comparan con las penurias que pasó al tratar de subsistir de los magros pagos que estas publicaciones hacían de sus cuentos (El horror de Dunwich, uno de sus más famosos relatos, se vendió por solo 240 dólares, mientras que por otros le pagaban apenas 25), por lo que sus biógrafos no se sorprenden de que Lovecraft negara ser lector de revistas pulp, a pesar de que hay pruebas de que lo era. En 1923, de hecho, el propietario de Weird Tales, J. C. Henneberger, le ofreció ser director de la revista, pero como la tarea implicaba mudarse a Chicago, Lovecraft rechazó el trabajo.

Por otro lado, la discusión acerca de si los escritores de revistas pulp eran o no verdaderos escritores siempre fue demasiado torpe y prejuiciosa, y en tal caso la cuestión jamás preocupó a Lovecraft. La llamada de Cthulhu, La sombra sobre Innsmouth, En las montañas de la locura, El color que cayó del cielo y En la noche de los tiempos, por nombrar apenas algunos, son relatos en los que el padre del “horror cósmico” demostró con total libertad creativa que la ciencia-ficción podía pensar asuntos tan complejos como el sentido existencial de la humanidad, las más ominosas neurosis familiares e incluso los dificultosos vaivenes de la identidad, tema señalado no pocas veces como sintomático de los conflictos de Lovecraft con su sexualidad. A pesar de esto, con un aplomo casi borgeano ante el porvenir, en 1933 escribió que no se hacía ilusiones “respecto al precario prestigio de mis historias”, si bien “lo único que puedo alegar en favor de mi trabajo es su sinceridad”.

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