La literatura argentina le debe mucho a Juan Forn

Como autor y editor, Forn dejó un legado que cambió la manera de leer en el país. Fue una figura clave que ha alimentado a varias generaciones de lectores, descubriendo talentos y dando espacio a escritores que estaban en los márgenes

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Juan Forn (Foto: Martín Rosenzveig)
Juan Forn (Foto: Martín Rosenzveig)

La literatura argentina le debe mucho a Juan Forn. Aún quien no lo haya leído o quien nunca haya escuchado su nombre tiene que saberlo: la literatura argentina le debe mucho a Juan Forn. Como escritor, como traductor, como editor, como descubridor, como reseñista, Forn es una figura clave que ha alimentado a varias generaciones de lectores.

Tuvo una labor central en la Argentina de la post-dictadura, cuando a finales de los 80, principios de los 90 creó la hoy mítica colección Biblioteca del Sur de la editorial Planeta. Los títulos que publicó allí son asombrosos. En tiempos de redes sociales, la hipérbole suele ser el lugar común, por lo que hay que tener cuidado de no caer en la banalización con estos adjetivos, pero no cabe otro: aquel catálogo era asombroso. Esos libros cambiaron la manera de escribir y de leer en el país. Aparecieron otras voces, otras búsquedas, otras polémicas. Gracias a la Biblioteca del Sur, la literatura abandonó una postura demasiado respetuosa de los clásicos.

Por supuesto, Forn no fue el único que se plantó ante la mirada previsible de los autores de aquel entonces, pero sí fue quien, con esta colección, logró horadar la lógica conservadora que se imponía en el mercado. Forn hizo que la literatura argentina entrara en la modernidad. Algunos de los libros que publicó son: Historia argentina, de Rodrigo Fresán, El mal menor, de Charlie Feiling, El Dock, de Matilde Sánchez, Larga distancia, de Martín Caparrós, La mujer en la muralla, de Alberto Laiseca, Muchacha Punk, de Fogwill. La lista sigue y, entre ellos, como una confirmación de su jerarquía, aparece también Nadar de noche, del propio Forn.

“Era demasiado tarde para estar despierto, especialmente en una casa prestada y a oscuras”, empezaba el cuento que le da título al libro. Un cuento bellísimo en donde un fantasma visita a un hijo que ahora se ha convertido en padre. Treinta años después, también se puede leer como una declaración de principios. Era el momento de que la nueva generación se hiciera cargo.

Después de Planeta fundó el suplemento Radar de Página/12 y otra vez marcó el camino. Aquellos fueron años de muchísima intensidad en todos los ámbitos artísticos —la literatura, el teatro, el cine, la música, la plástica— y ahí, siempre, estuvo Radar. Forn no sólo intervenía en la cultura sino que la pensaba. O mejor: porque la pensaba sabía cómo intervenirla. No se puede comprender la literatura y el arte de la Argentina de los 90 sin Radar.

Qué hubiera pasado si hubiera seguido al frente del suplemento todos estos años. Cómo habría cambiado el mapa de la cultura en el país. A comienzos del nuevo siglo, un problema de salud lo obligó a dejar la redacción y se mudó a Villa Gesell, donde mantuvo una larguísima amistad —llena de contrapuntos, como son las verdaderas amistades— con Guillermo Saccomanno. Forn, de hecho, le dedicó La tierra elegida: “Para Guille Saccomanno”, escribió, “que me hizo entender que estaba escribiendo este libro cuando ni yo lo sabía”.

El cuarto tomo de Los
El cuarto tomo de Los Viernes (Emecé)

Durante casi quince años, todos los viernes publicó una columna en la contratapa de Página/12 que los lectores esperaban con la misma regularidad con la que él la escribía. Esos textos se recogieron en cuatro volúmenes que se llaman Los viernes. Tienen la notable cualidad de estar anclados en el presente, pero alejados de la coyuntura. Son reseñas y comentarios de un escritor que es, sobre todo, un lector voraz. En estos libros se ve en toda su dimensión la lectura estratégica de Forn, el hombre que convirtió la literatura en su propio desafío, su propio campo de batalla.

Dicen quienes lo trataron con frecuencia que tenía muy buen humor y que además era un gran polemista. Que en cuestiones de literatura no negociaba. Que era paciente pero taxativo. Que se jugaba la piel con los autores que publicaba y los que descubría. Forn fue un gran descubridor de talentos: el arco que va desde Bajar es lo peor, de Mariana Enriquez (Biblioteca del Sur, 1995) a Las malas, de Camila Sosa Villada (Rara Avis, 2019) lo define perfectamente.

Tal vez —y sería muy injusto— lo recordaremos sólo como un editor, pero como aquel editor que refundó la literatura argentina. Lo dicho: la literatura argentina le debe mucho a Juan Forn.

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