Un vidrio separa al personaje principal del mundo, del afuera y lo hostil, es la ventana de su habitación por donde entra todas las mañanas el sol que con su luz y calor reemplaza a esa madre que no está, que un día anunció su partida y se fue. Anhela su regreso, imagina y sueña con el reencuentro. La vida puede pasar entre estar atento a una llamada de ella y conseguir dinero, que siempre es escaso, para pagar la cuenta del teléfono. Y cuando este suena, levanta la bocina y pregunta: ¿mamá, eres tú?
Estrella madre es la segunda novela del escritor colombiano Giuseppe Caputo. En esta, una madre y su hijo viven en un departamento en una ciudad en decadencia que parece abandonada a su suerte por el poder político. La mujer tiene un trabajo precarizado en una fábrica y ahorra para irse. ¿Irse adónde?, a cualquier lugar que no sea en donde vive, cualquier lugar, dice, es mejor que en donde está.
La ciudad donde transcurre la historia está al pie de una cordillera, pero por cómo se relacionan y hablan los personajes que la habitan bien podría ser el Caribe. Caputo juega con esa ambigüedad. En todo caso, ese mundo imaginado es un retrato de esta Latinoamérica en crisis: un río de agua muerta atraviesa un territorio donde hay poco trabajo, hambre y las personas hacen filas interminables —un hombre lleva dos días en una— para recibir préstamos de un usurero o pagar cuentas de servicios públicos.
La vida parece ser cruel, la voz de las noticias en la radio informa de “más muertos, más crisis” y remata con “que hoy es peor que ayer”. No obstante, ante esa realidad oprimente, se resiste: el personaje establece redes afectivas, de contención y cuidado, con sus vecinas. La imaginación también puede servir de abrigo a la violencia, sobre todo a la violencia de la espera, de eso que tanto se desea y no llega.
Ante la escasez y el estancamiento, lo único que se puede esperar es un milagro para que las cosas cambien, para que la vida y el tiempo sean otros. En la novela, madre e hijo buscan oro y joyas en el piso cuando caminan rumbo al trabajo. En Un mundo huérfano, la anterior novela de Caputo, padre e hijo esperan que el mar traiga hasta la orilla cualquier objeto de valor que los saque de la pobreza en la que viven. Ambos libros, que el autor define como obras espejo, están unidos por un tema común: el desamparo.
Caputo, de 39 años, fue director cultural de la Feria Internacional del Libro de Bogotá entre 2015 y 2018. Actualmente es docente y coordinador de la Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo en la capital colombiana, donde reside. Infobae conversó vía Zoom con el escritor barranquillero sobre Estrella Madre, novela que fue recientemente publicada en Argentina por Random House.
-En esta novela no es el hijo quien al llegar a cierta edad se va de casa, sucede al revés, es la madre la que decide irse del hogar.
- Estrella madre para mí fue como hacer una serie de inversiones muy sencillas. Por ejemplo, cuando tenía 16 años y terminé el colegio, me fui de Barranquilla y me vine para Bogotá. Pensaba, yo soy el que me fui de mi casa. Ahora, si mi mamá hubiera hecho eso cuando yo tenía 16 años, hacer ella algo que ella quería, ahí entran palabras como abandono. Pero el personaje de la novela no abandonó, se despidieron. Y en esa sencilla inversión aparece justamente esa palabra por este lugar sagrado en el que está la madre yo diría que en América Latina.
-¿Hay una idea entonces de romper con cierto ideal...?
-Sí, el nudo afectivo que yo quería explorar es cómo se desacraliza a la madre. Pero para desacralizarla significa que está sacralizada. Entonces era pensar cómo escribo eso, y ahí estaba la imagen de la luna, de cómo la luna refleja el sol. Entonces está toda esta teoría psicoanalítica de Donald Winnicott de que el rostro de la madre es el primer espejo de un niño: el niño se vuelve espejo de la madre. O sea, la madre lo usa como espejo. Ahí empezó a formarse toda la idea del sol, la luna, y de crear una mitología personal que tratara de explicar pues la experiencia vital, biográfica, del personaje. Además, ese proceso de desacralización, como dejar de darle ese lugar, es doloroso porque es una despedida. Una despedida no solo de la madre concreta sino de una idea de la maternidad; de una idea del mundo; de una idea del amor.
-También hay cierta ambigüedad con la edad del personaje, primero está claro que es un niño pero luego cuando crece es también como un adulto necesitado que por momentos parece un niño…
- Sí porque para mí los personajes de ambas novelas fueron niños adultos. O sea, niños que por x razón tuvieron que cuidar a sus padres. En Un mundo huérfano, el niño es el que cuida al padre y eso lo deja a él en un lugar de orfandad porque entonces quién lo cuida a él. Y en Estrella madre, en el primer capítulo, la mamá lo pone a hacer lo que ella debería hacer, o sea, lo responsabiliza de las cosas de adulto. Entonces yo pienso que cuando se es un niño adulto luego uno es un hombre niño, es decir, eso queda siempre ambiguo. Y también me gusta como apelar a esa extrañeza de que no sepa bien la edad del personaje.
También creo que la experiencia general es que uno es muchas edades al mismo tiempo, y que hay momentos o personas o palabras o situaciones que te detonan ese niño. Cuando uno dice el niño que uno lleva adentro, es un niño herido. Y hay, eso, situaciones que te abren como una herida fundacional y que eso sobre todo se da muchas veces en las relaciones de amor, como algo que dice la pareja y eso que se abre es como una herida muy vieja.
-¿Cómo fue el proceso de elaboración de la novela, tenías una idea, un tono, una estructura clara o fue algo que fuiste encontrando en el mismo proceso de escritura?
- Yo escribí dos versiones radicalmente diferentes, es decir, en la primera versión era un monólogo en segunda persona, en tú, y el personaje le hablaba a todos sus vecinos y también a la madre, pero poco a poco iba quedando como borroso si la madre estaba presente o no. Entonces la idea como de esa madre fantasmal siempre estuvo. Entonces yo con ese manuscrito, el de la segunda persona, apliqué a la Universidad de Nueva York y ahí empecé a tomar los talleres y terminé ese manuscrito pero dije: no, esto a mí no me convence. Y luego escribí un texto como muy onírico, como súper surrealista, en el que el personaje está esperando a la mamá, que viene supuestamente en siete días.
Y luego también lo dejé ahí, es decir, lo terminé pero lo dejé en la gaveta, y ya luego sí escribí Un mundo huérfano. Y después pasaron cuatro años entre la publicación de las dos novelas. Y, no sé, leí un libro de Annie Ernaux sobre el Alzheimer de la mamá que se llama No he salido de mi noche y ella dice que escribir sobre la madre es enfrentarse al problema de la escritura.
-¿Y sentiste que te pasó lo mismo al escribir Estrella madre?
-No te podría decir exactamente pero viendo el proceso de estos manuscritos, lo diferentes que han sido, pero también esta idea de esta madre fantasmal que ha sido persistente, es una verdad lo que dice Ernaux pero no sabría cómo ni por qué. Si me preguntas por qué escribir sobre la madre es enfrentarse al problema de la escritura se me ocurren ideas sobre el tiempo, sobre el fin, el principio. Sé que es la verdad, pero no te sabría decir por qué.
-En Un mundo huérfano hay elementos de la cultura popular latinoamericana que se destacan, como esa telenovela que ven los personajes y comentan o esas letras de balada romántica que se escuchan. ¿Qué importancia tiene para ti el melodrama? ¿Qué encuentras ahí que te parece enriquecedor?
-Yo crecí viendo telenovelas y para mí la experiencia de verlas no era solo seguir la historia que está en la pantalla, que para mí ahí está la idea de Sherezade de sobrevivencia, pues si quieres saber qué va a pasar te toca esperar al día siguiente. Entonces no es solo ver la historia sino la experiencia de estar con mi familia y todo el mundo gritándole a la pantalla. Ese compromiso ético que genera en el espectador la telenovela a mí me parece increíble. Alberto Barrera Tyszka tiene un ensayo sobre el tema, en un momento le pregunta a una mujer: ¿usted por qué las ve? Y ella responde: ay, porque uno llora muy bueno. Y para mí en esa respuesta hay algo muy profundo que no se limita a lo que tiende a lo sentimental, si no que justamente hay una comunicación de la desgracia y de la injusticia, y sobre todo que son de grandes injusticias provocadas por personas con nombre propio, con cara propia, que uno ve. Entonces por más que el pacto es de los buenos-buenos y de los malos-malos y que uno podría decir y complejizar que nadie es solamente bueno o solamente malo, sí los villanos son personas que provocan desgracias a los demás, y cuando eso pasa se llora porque es injusto, y cuando al villano se le devuelve todo hay una alegría porque hay una reparación. Y yo sí creo que en ese llanto que menciona Barrera Tyszka hay un deseo muy profundo de reparación psíquica y de reparación social.
-Y con la balada romántica…
- La balada es desgarro y ahí se produce un diálogo de duelos, como un diálogo de dolores necesario. O sea, de duelos que ayudan, y pues es una palabra muy trillada pero sí, ayudan a sanar o ayudan a mantener la herida abierta y justamente a mantener viva a esa persona que no está.
-Por último, tanto Un mundo huérfano como Estrella madre son libros impregnados de una inmensa ternura, que se manifiesta sobre todo en las relaciones entre los personajes. ¿Qué te permite esa emoción, muchas veces desdeñada, explorar?
-Sí, para mí es una emoción con muchas posibilidades políticas. Y sí, siento que emociones quizás más explosivas, que son muy importantes como la rabia, la indignación, tienen más prestigio intelectual. También creo que ya para este punto la ternura se ha reivindicado mucho política, estéticamente e intelectualmente. Para mí la ternura ablanda y en ese ablandamiento el otro, el mundo, entran más fuertemente, más contundentemente en ti. O sea, quita los blindajes y te vuelve penetrable. Y siento que en ese sentido hermana el dolor de los semejantes. Siento que es una emoción que cohesiona colectivamente, políticamente.
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