25 años sin Ella Fitzgerald: de vivir en la calle a convertirse en la Primera Dama de la canción

Dotada de una voz impresionante y de una capacidad única para improvisar el canto, la Reina Reina del jazz fue fundamental en la difusión de la música popular de los Estados Unidos. Falleció a los 79 años el 15 de junio de 1996 y dejó un legado que aún hoy no deja de sorprender

circa 1948: American jazz singer Ella Fitzgerald (1917 - 1996). (Photo by George Konig/Keystone/Getty Images)

En el documental Just one of those things (2019) sobre la vida de Ella Fitzgerald, el prestigioso violinista y director de orquesta Itzhak Perelman explica que en la música se puede enseñar todo menos la magia. “La forma de cantar de Ella… ¡eso es magia!”, dice con admiración. Hace un cuarto de siglo falleció la voz más importante de la música popular norteamericana, pero dejó un legado que trascendió todo tipo de fronteras: las musicales, las geográficas y, por sobre todo, en una sociedad tan dividida, las raciales.

La historia de Ella Fitzgerald no es muy diferente a la de otros artistas afroamericanos que fueron víctimas de la segregación. Nació el 25 de abril de 1917 en la ciudad de Newport News, en el estado de Virginia. Sus padres, William Fitzgerald y Temperance Harry, se separaron cuando tenía poco más de dos años y ella se mudó con su madre y su novio -un inmigrante portugués llamado Joseph da Silva- a Yonkers, a menos de una hora de la ciudad de Nueva York. En 1923, llegó al mundo su media hermana, Frances. Como la mayor parte de la comunidad negra, Ella y su familia vivían en la pobreza. Mientras que su padrastro cavaba zanjas y trabajaba ocasionalmente como chofer, su mamá era lavandera.

En la escuela era una excelente estudiante y cantaba y bailaba para sus compañeros durante el almuerzo. Sin embargo, la temprana muerte de su madre a raíz de un accidente de tránsito la introdujo, con tan solo 15 años, en el período más oscuro de su vida. Ella nunca habló demasiado de su adolescencia, pero luego de abandonar a su padrastro (algunos biógrafos señalan que podría haber sido abusada por él) se mudó a lo de su tía en Harlem, comenzó a faltar a clases y a tener un comportamiento errático y rebelde. Para subsistir, fue corredora de apuestas –posiblemente vinculadas a la mafia- y “campana” de un burdel, donde tenía que avisar si la policía estaba por irrumpir en el lugar.

Vagaba por las calles y, cuando la policía la atrapó, fue llevada a un orfanato y luego a un reformatorio del cual se escapó al poco tiempo, tras ser maltratada y torturada por el personal. A partir de ese momento vivió como una homeless y sobrevivió gracias a lo poco que recibía por bailar y cantar en la vía pública.

Ella Fitzgerald cantando en Lucerna Hall (Corbis a través de Getty Images)

Nace una estrella

El mítico teatro Apollo de Harlem, donde tocaron las más grandes estrellas de la música negra, desde Louis Armstrong hasta James Brown, le dio a Ella Fitzgerald la oportunidad de su vida. En 1934 pudo participar en una de las Noches Amateur en la que jóvenes talentos mostraban sus aptitudes frente a una audiencia muy exigente. Su intención era bailar, pero al ver que también competían las hermanas Edwards –que terminarían siendo dos exitosas bailarinas de tap- se arrepintió y optó por cantar. La decisión la tomó a último minuto, frente a los abucheos de los espectadores que se preguntaban qué iba a hacer esa joven de 17 años de aspecto descuidado. De pronto, Ella pidió a la banda que tocara una de las canciones favoritas de su madre, Judy, del trío vocal The Boswell Sisters. La ovación fue tan grande que le exigieron un bis y ella respondió con otro tema de las hermanas más exitosas de ese entonces. “Sobre el escenario, sentí la aceptación y el amor del público. Sabía que quería cantar el resto de mi vida”, admitió la cantante, que fue la indiscutible ganadora de esa noche.

Uno de los músicos de la banda del Apollo era el prestigioso saxofonista y arreglador Benny Carter, que más adelante trabajaría con nombres de la talla de Count Basie, Dizzy Gillespie y Sarah Vaughan. Quedó tan impactado por la performance de Ella que decidió ayudarla a dar sus primeros pasos como cantante profesional.

El triunfo en el Teatro Apollo la llevó a participar de diversos concursos de talentos y en 1935 ganó en la Harlem Opera House la posibilidad de compartir escenario durante una semana con la banda del músico de jazz y rhythm and blues Tiny Bradshaw, cuya composición The Train Kept A-Rollin de 1951 fue piedra angular para el desarrollo del rock and roll. Durante esas presentaciones, conoció al baterista Chick Webb.

Ella Fitzgerald actúa en el escenario con Ray Brown en el bajo en un club de jazz alrededor de 1963 en Filadelfia, Pensilvania. (Foto de Irv Kline / Redferns)

Primera dama del swing

La banda de Webb marcó el ritmo de la era del swing. De pequeño sufrió un accidente que derivó en la llamada enfermedad de Pott –una tuberculosis vertebral-, que lo dejó con baja altura y una malformación en la espalda. Su condición física no le impidió convertirse en uno de los bateristas más importantes de su generación y en el líder de la orquesta que tocaba en el célebre Savoy Ballroom, el salón de baile más popular de Harlem.

Al principio se mostró reticente en incorporar a Ella como cantante femenina, más que nada por su imagen visiblemente descuidada. Sin embargo, tras la insistencia de los músicos, la puso a prueba en un concierto en la Universidad de Yale y se ganó un lugar como cantante. Su voz atrajo a una audiencia cada vez más amplia y en 1938 su versión de la canción de cuna A-Tisket, A-Tasket llegó a ser un hit nacional que vendió un millón de copias.

Ella Fitzgerald canta "A-Tisket A-Tasket"

Meses más tarde, la salud de Webb se deterioró y, con poco más de 30 años, falleció. Había conocido el éxito masivo gracias a Ella Fitzgerald y, como su mentor, la dejó al mando de su banda. Rebautizado como Ella and Her Famous Orchestra, el combo estuvo activo hasta 1942 y se fue desmembrando de a poco. Algunos no soportaron ser comandados por una mujer y renunciaron, mientras que otros fueron enlistados en el Ejército para luchar en la Segunda Guerra Mundial.

A Ella no le resultó fácil sobreponerse en un ambiente dominado por los hombres. Tenía sobrepeso y un aspecto común y corriente, lejos de los estándares de belleza a los que aspiraba el mundo del espectáculo en esa época. Sobre el escenario, su entrega era tan grande que sudaba en extremo. “Yo sé que no soy glamorosa. Solía molestarme, pero luego me di cuenta de que Dios me dio este talento [su voz], así que simplemente me subo al escenario a cantar”, reconoció en su momento. Tanto los músicos como la prensa la reconocieron como la Primera Dama de la Canción y luego como la Reina del Jazz.

Frank Sinatra y Ella Fitzgerald en "The Lady Is A Tramp"

Primera Dama del scat

La disolución de la orquesta de Ella Fitzgerald coincidió con el fin de la era del swing. A partir de la década del ’40, de la mano de grandes como Charlie Parker y Dizzy Gillespie el jazz vivió una revolución: dejó de ser una música para bailar y se abrió paso a la improvisación, creando nuevas estructuras y llevando las existentes a límites impensados. El bebop llevó las cosas a otra dimensión, pero era una evolución que requería virtuosismo y que en la práctica no dejaba mucho espacio para los cantantes.

¿Dónde entraría Ella en un estilo libre que rompía todo el tiempo con las reglas establecidas, donde el centro estaba puesto en los solos y que en cada presentación podía tomar caminos completamente inesperados? La respuesta estaba en el scat, un tipo de improvisación vocal con sílabas y palabras muchas veces carentes de sentido, que sigue el ritmo de la música, prácticamente como un instrumento más. La voz de Fitzgerald era tan impresionante que se adaptó rápidamente al bebop y, acompañando a la banda de Gillespie, se volvió la máxima referente de esta forma de cantar.

Tenía una increíble capacidad para jugar con las canciones y llevarlas a donde quisiera con total naturalidad. Solo una artista de su talla pudo haber ganado dos Grammys por un álbum en vivo (Mack the knife: Ella in Berlin, editado en 1960) en donde se olvida la letra de un éxito reciente (Mack the knife, popularizada por Bobby Darin) e improvisa otra con mucho humor y soltura. Ese LP cierra con una versión de ocho minutos de How high the moon –compuesta por Nancy Hamilton y Morgan Lewis- donde el scat alcanza niveles insospechados, con citas a muchísimas canciones, incluyendo instrumentales como Ornithology de Charlie Parker.

Ella Fitzgerald interpreta "How High is the moon"

Durante las giras con Dizzy Gillespie, Ella conoció al contrabajista Ray Brown, con quien se casó en 1947. Unos años antes había contraído matrimonio con un trabajador portuario que resultó ser narcotraficante, por lo que el casamiento fue anulado.

Como no podía quedar embarazada, adoptó junto a su marido al hijo de su media hermana, al que llamaron Ray Jr. La pareja se divorció seis años más tarde debido a que no lograron compatibilizar su vida conyugal con sus compromisos laborales y artísticos. La separación fue en buenos términos y continuaron trabajando juntos, pero su apretada agenda hizo que el pequeño Ray fuera criado por la tía de la cantante. De hecho, Ray Brown Jr., que hoy es músico de jazz y blues, cuando dejó su hogar en los ’70 estuvo distanciado de su madre por casi diez años.

A través de Ray Brown, que grabó con artistas de la talla de Duke Ellington y Count Basie, Ella conoció al productor Norman Granz, creador de la mítica serie de conciertos Jazz At The Philarmonic, quien no sólo la invitó a su prestigioso ciclo, sino que luego fue su manager hasta el final de su carrera.

Ella Fitzgerald y Duke Ellington en "It Don't Mean A Thing (If It Ain't Got That Swing)"

Primera Dama de la canción

Granz fue una figura central en la historia del jazz. De origen judío, no sólo fue un gran promotor de artistas, que de su mano lograron tocar en todos lados, sino que jugó un papel importante en la integración racial de los Estados Unidos. En sus shows buscaba que las bandas estuvieran integradas por músicos blancos y negros y que todos recibieran igual trato y salario. Además, se aseguraba de que los teatros y auditorios aceptaran a todo tipo de audiencia sin ningún tipo de división.

El productor sumó a Ella a la plantilla de su propio sello, Verve Records, y cambió el rumbo de su carrera. En ese período grabó con Louis Armstrong y Count Basie, pero fundamentalmente hizo una serie de discos que la convirtieron en una estrella mundial. Se trata de ocho álbumes grabados entre 1956 y 1964 dedicados a la obra de compositores como Cole Porter, Irving Berlin, Duke Ellington –que participó en las sesiones y compuso dos piezas especialmente para ella- y George e Ira Gershwin, quien dijo: “no me había dado cuenta de lo buenas que eran nuestras canciones hasta que Ella Fitzgerald las cantó”. Ya eran clásicos de la cultura norteamericana, pero ella les dio su forma definitiva. “Primero pensé, ‘¿qué está haciendo Norman? Me está sacando del jazz y, ¿quién querría escucharme cantar esto? Al final fue curioso, gané muchos fans en todo el mundo. Fue un nuevo comienzo”, reflexionó la intérprete años después.

Con estas grabaciones se abrió paso a nuevos estilos y conquistó al público blanco. Como señaló el ensayista Frank Rich, mientras el Movimiento por los derechos civiles luchaba en las calles por la igualdad, la Primera Dama de la Canción, como miembro de la comunidad negra, rompió la barrera racial “popularizando canciones urbanas escritas generalmente por inmigrantes judíos y dirigidas a una audiencia nacional predominantemente blanca y cristiana”.

Marilyn Monroe y Ella en 1954

Otro hito en la carrera de Ella fue su debut en 1955 en el Mocambo, un exclusivo club nocturno de Hollywood a donde iban las estrellas, pero que impedía la entrada a afroamericanos. Marilyn Monroe, que amaba su música, convenció al dueño de que la dejara tocar allí. A cambio, ella estaría todas las noches viendo el espectáculo en primera fila. En rigor de verdad, muchos de los que asistían al local lo hacían para ver a la protagonista de Los caballeros las prefieren rubias, así que no dudaron en llamar a Fitzgerald si eso garantizaba su presencia. “Estoy en deuda con ella”, admitió la cantante. “Después de eso, nunca más volví a tocar en pequeños clubes de jazz”.

Las dos se hicieron amigas y Monroe, cada vez que exigían que Ella entrara por una puerta secundaria, se plantaba para que las dos ingresaran por la principal. “Mi persona favorita, y la amo como persona y cantante, quien creo que es la más grande, es Ella Fitzgerald”, dijo la actriz. Por su parte, la cantante la veía como “una persona inusual, un poco adelantada a su tiempo, aunque ella no lo sabía”.

Con el correr del tiempo, su repertorio se fue expandiendo y se hizo cada vez más amplio. Grabó un disco de música religiosa (Brighten the corner, 1967), otro de country (Misty blue, 1968), canciones de rock (registró al menos seis versiones de The Beatles) y bossa nova, con un álbum dedicado exclusivamente a las composiciones de Antonio Carlos Jobim (Ella Abraça Jobim, 1981). Sin embargo, su discografía también refleja el deterioro de su voz. En 1986 fue operada del corazón. Parecía el fin de su carrera, pero logró sobreponerse y volvió a cantar. En 1989 grabó su último trabajo (All that jazz) y en 1991 se despidió de los escenarios con un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. Dos años después, a causa de la diabetes que padecía, le amputaron las dos piernas. El 15 de junio de 1996 falleció a los 79 años.

Ella Fitzgerald canta "Hey Jude" de los Beatles, en el Montreux Jazz Festival, 1969

En general, la música popular de un país se construye con las composiciones que son cantadas una y otra vez por diversos artistas. Sin embargo, en el caso de lo que se conoce como el Gran Cancionero Americano, muchos afirman que las versiones de Ella fueron decisivas para su conformación. La cantante tomó el mejor material de autores estadounidenses y le dio una trascendencia inusitada en todo el mundo.

El jazz, como la mayor parte de los géneros musicales, ha sido dominado por los hombres. Los grandes instrumentistas virtuosos fueron varones, pero en cuanto a las voces, las mejores cantantes han sido mujeres y, en especial, la que dejó la huella más profunda fue Ella Fitzgerald. Su legado, que consta de alrededor de dos mil grabaciones registradas entre las décadas del ’30 y del ’80, continúan sorprendiendo por su frescura y espontaneidad. Prueba de ello son las cintas encontradas de un concierto en la capital alemana que fueron editadas el año pasado bajo el título de The lost Berlin tapes. Escuchar ese hallazgo es sin dudas la mejor forma de recordarla hoy, a 25 años de que se haya vuelto inmortal. Como el canto de las sirenas, el de Ella sigue siendo hipnótico.

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