La huella eterna de Borges: cómo leen los autores jóvenes al gran escritor argentino

A 35 años de su muerte, Infobae Cultura dialogó con tres narradores sub 40 —Juan Ignacio Pisano, Valeria Tentoni y Martín Felipe Castagnet— sobre cómo y bajo qué formas el espíritu borgeano sigue estando presente en la literatura contemporánea

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Retrato de Jorge Luis Borges por Sameer Makarius (Colección Makarius)
Retrato de Jorge Luis Borges por Sameer Makarius (Colección Makarius)

“De algún modo, la juventud me resulta más cercana que cuando era joven”, escribió Borges en el párrafo final de Autobiografía, un texto que se publicó originalmente en 1970 en The New Yorker y como introducción a la edición de sus cuentos en inglés que llevó como título The Aleph and Others Stories. La frase parece suelta porque después del punto continúa así: “Ya no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla. En cuanto al fracaso y la fama, me parecen irrelevantes y no me preocupan”. Inmersa en el párrafo, la palabra juventud adquiere un sentido interesante: hay cierta liviandad en su espíritu, como quien rompe las cadenas de la solemnidad con el filo de la vitalidad. En ese 1970, Borges tenía 71 años y le quedaban unos cuantos más por delante. Se sentía activo porque, sostiene en ese texto: “Sigo trabajando y lleno de planes”. Al momento de escribir su autobiografía quiso hacer, tal vez, ese gesto: reivindicar la juventud.

Pasaron 35 años de la muerte, lejos de su país, en Ginebra, el 14 de junio de 1986. Ese año sucedió todo muy rápido. Primero se enteró que padecía cáncer, luego partió a la ciudad suiza con María Kodama buscando un poco de tranquilidad. Se casaron en abril; dos meses después, el desenlace final. ¿Por qué eligió Ginebra, la ciudad de su juventud? En el cuento El otro, Borges se encuentra consigo mismo, mucho más joven, un joven Borges, que le dice que no están en Cambridge, sino “en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano”. En Atlas, un libro que escribió junto a Kodama, se lee: “Sé que volveré siempre a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo”. Se plasma de nuevo la vitalidad de su espíritu, un estado de elocuente juventud, ya no en el cuerpo, que está condenado al polvo y al olvido, sino en esa esencia que hoy sigue presente en la literatura contemporánea como una guía pero también como una sombra.

¿Qué tan fuerte se divisa la marca de Borges? ¿Cómo leen los narradores jóvenes al gran escritor argentino? ¿Qué surge del cruce entre esa emblemática y prolífica obra con esta actualidad? A continuación, una conversación con tres autores sub 40 sobre Borges, a quien leen con fascinación pero también con cierto ojo crítico que va más allá de la mera celebración: Juan Ignacio Pisano, que es doctor en Letras especializado en literatura gauchesca y autor de la novela El último Falcon sobre la tierra que ganó el Premio Medifé-Filba; Valeria Tentoni, que es autora de los libros Furia Diamante, Antitierra, El sistema del silencio y Piedras Preciosas, además de editora del blog de Eterna Cadencia; y Martín Felipe Castagnet, recientemente elegido por la revista Granta como uno de los grandes autores hispanohablantes de su generación, que es docente, doctor en Letras, editor de la revista Orsai y autor de los libros Los cuerpos del verano, Los mantras moderno y Un golpe en el pecho antes de salir a jugar.

Juan Ignacio Pisano (Foto: Leandro de Francisco)
Juan Ignacio Pisano (Foto: Leandro de Francisco)

—¿Son lectores de Borges? ¿Cuál es el Borges que más les gusta?

—Juan Ignacio Pisano: Soy lector de Borges desde bastante joven. Pero no soy un lector absolutamente fascinado con su obra. Hay dos Borges que me gustan: el de la década de 1920, con esa inflexión criollista y vanguardista; y el de los cuentos más memorables, que son los que están en El Aleph y Ficciones, que es un manantial de sentidos y de variaciones para la literatura argentina. También recurro a algunos de sus ensayos, sobre todo los de poesía gauchesca porque es parte de mi trabajo como investigador.

—Valeria Tentoni: Soy lectora de Borges pero tengo que decir que la mía es una lectura acompañada: a Borges lo encontré en la biblioteca de mi papá, un lector muy extraño y maravilloso que sabe pasajes de memoria y lo cita constantemente. Puedo decir que mi padre aplica Borges a la vida y no exagero, y que esto lo hace con hermosa naturalidad y simpleza. Casi siempre termina de citarlo y se empieza a reír, absorbe y comparte la inteligencia humorística de Borges. Yo disfruto, por supuesto, de la perfección de sus cuentos, pero también me quedo con esas piezas breves, algo inclasificables, que escribe entre el ensayo y la ficción. Lo de inclasificable no es muy exacto que digamos, porque Borges es una categoría en sí misma. También me gusta mucho el Borges entrevistado: siendo la entrevista un género menor, la practicaba con dedicación. ¡Es algo asombroso escuchar o leer a Borges pensando en vivo!

—Martín Felipe Castagnet: Muchos que no lo leyeron lo tratan como un bloque granítico, pero hay un Borges para cada estado de ánimo. El que más me gusta, hoy, es el Borges malévolo y risueño que recuerda Bioy en su diario. Una literatura viva, parlante, frágil y apasionada. Me acompaña en la mesa de luz, y leo un poco antes de irme a dormir. Es la mejor manera que conozco para amigarme con las esquirlas del día.

—¿Cómo creés que influyó Borges en tu literatura?

—Martín Felipe Castagnet: Sería demasiado afortunado si hubiera algo de su obra en la mía. Me ilumina como a todos, igual que el sol, pero también siento que si pretendés imitarlo te calcina. A Borges solo es posible acercarse como lector, sin segundas intenciones. Sin embargo sí veo su huella en los mejores contemporáneos, como Steven Millhauser o Ted Chiang.

Valeria Tentoni (Foto: Virginia Molinari)
Valeria Tentoni (Foto: Virginia Molinari)

—Juan Ignacio Pisano: No sé si influyó mucho de manera directa en mi modo de hacer literatura o, más precisamente, en el modo en el que la practico. Sí es muy decisivo en mi manera de leer a la literatura argentina y en ver a la literatura misma como un campo de tensiones. Hay cuentos suyos como “El fin”, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” o “El sur” que me resultan indispensables para tener una mirada mínimamente genealógica de la literatura argentina. En términos estrictamente de práctica literaria en mí influyeron más otros autores argentinos: Arlt, Puig, Walsh, Saer, Gusmán, los hermanos Lamborghini. Y autores más contemporáneos generacionalmente como Pablo Ramos, Fabián Casas, Martín Kohan, Leonardo Oyola. Incluso, me siento muy influenciado por formas de la ficción y poéticas no estrictamente literarias: el cine y el rock. Quiero decir: Borges tiene un lugar importante para mí en la práctica personal de la literatura, pero no tan gravitacional como estas otras literaturas y estéticas que te menciono.

—Valeria Tentoni: Jamás seré tan atrevida como para atribuirme influencias. Sí puedo decir que, sobre todo en cuanto al ensayo, me importa mucho aprender de su astucia, cómo rapiña Borges la historia universal y se apropia de cualquier dato que le parece bello o fértil. Aprender de ese atrevimiento, y del placer que se trasluce en su escritura, viajera en tiempo y espacio. No tanto en el estilo de escritura, que como cualquier estilo no le queda del todo bien a nadie más que a su autor o autora, pero sí en su voracidad universal, esa fiebre enciclopédica, eso me gusta muchísimo e intento leer y escribir teniendo presente esa lección de curiosidad. También esta otra: que la lectura provoca escritura.

—¿Qué tan presente sienten que está hoy su influencia en la literatura contemporánea?

—Valeria Tentoni: No tengo idea, sobre todo porque dentro de “literatura contemporánea” conviven muchos modos bien distintos de escribir. De nuevo, me parece algo tramposo el rastreo de influencias. Pero ningún escritor o escritora argentina puede desconocer a Borges, eso sí me parece algo bastante improbable.

—Juan Ignacio Pisano: Recuerdo que cuando era un ingresante a la carrera de Letras, allá por 2005, una tapa de Revista Ñ tenía una foto de César Aira con la siguiente frase: “El mejor Cortázar es un muy mal Borges”. Eso, creo, se ha modificado. Mi generación lo sigue leyendo (no sabría muy bien responder por los más jóvenes que yo, que ya piso los cuarenta). Porque si bien es una literatura que, mayormente, se valora, a la vez muchos de nosotros nos formamos con otros y otras autores y autoras con una influencia importante, incluso de aquellos que fueron sus parricidas. Pero Borges permanece, como faro o contrafaro. Se vuelve a él, inevitablemente, pero en el medio ya tuvimos generaciones de escritores que revisaron su obra y respondieron de modos muy productivos a la pregunta: ¿cómo escribir después de Borges?

—Martín Felipe Castagnet: AB/DB.

Martín Felipe Castagnet
Martín Felipe Castagnet

—¿Cómo se lee hoy a Borges? ¿Cómo ven el cruce de su obra con esta actualidad?

—Valeria Tentoni: Borges sigue siendo leído en las escuelas, o sea que el contacto con Borges es temprano, lo cual me parece maravilloso porque los adolescentes son extraordinarios lectores y su imaginación perfectamente competente para leerlo. Si la clase es buena, puede abrir un portal al infinito. La actualidad es una cosa bastante difícil de entender y no sé cómo la cruza Borges, pero sí puedo decir que conforme los modos de lectura mutan e incorporan nuevos soportes -entre ellos las redes sociales, que entregan lecturas en picadillo, sobrevidas digitales en bots, memes, citas, fascinaciones fotográficas y anecdóticas- van llevando a Borges con ellos, lo suben a ese tren. Borges no ha sido abandonado por el paso del tiempo y las tecnologías. Como al libro de papel, me cuesta mucho imaginar un futuro lector sin él.

—Juan Ignacio Pisano: Creo que se lo lee como un espacio de tensiones. En un sentido amplio, más de campo cultural que literario, Borges es una figura canónica y eso habilita que sea tomado desde múltiples sectores para realizar interpretaciones de las más diversas e, incluso, para la ostentación de cultura que tanto gusta hacer cierto sector de la clase media y media alta porteña. En ese sentido, una intervención sumamente interesante en cómo leer a Borges es la que recientemente realizó Martín Kohan en su último libro, que derivó en una entrevista con Página/12 cuyo título, “Borges podría haber sido peronista”, desencadenó una serie de debates en las redes (y, vale aclararlo, el título no coincidía exactamente con lo que Kohan dijo). Kohan estaba contextualizando a Borges, corriéndolo de la mirada esencialista que predomina en cierto elitismo cultural y en la imaginación de una fracción de aquella clase media, que tomó ese título como un insulto: lidien con la parte populista de Borges, que adhirió al yrigoyenismo. Esas miradas esencialistas, que retoman solo al Borges ciego que paseaba por entrevistas diversas, que toman al Borges congelado del canon y la veneración, son erráticas cuando se enfrentan a una perspectiva que historiza a Borges, o a los Borges posibles y sus etapas. Y esas miradas esencialistas son las que frenan al arte queriéndolo endiosar: por eso mismo, son esencialistas. No perciben a la literatura como un campo de tensiones y conflictos, de posibilidades e imposiblidades. Es decir: no son nada borgeanos, más allá de cuánto boqueen.

—Martín Felipe Castagnet: Hoy en día Borges es más leído en su centro que en sus orillas. Una porción de su obra es demasiado visitada, cuando una obra tan vasta merece que se exploren todos sus rincones. De paso sea dicho, ya es hora de que se autorice una edición comparada de sus poemas originales y sus reversiones. Borges ya no está con nosotros como para sentir vergüenza de esas primeras ediciones, pero sí persistimos los lectores que queremos admirar su genio en todas sus facetas.

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