No deja de ser llamativo que el término autoficción haya sido acuñado en 1977 por el crítico francés Serge Doubrovsky para referirse a su propia novela, Hijos. De todos modos, la ironía narcisista se rompe cuando uno lee su explicación: “¿Autobiografía? No, ese es un privilegio reservado para los importantes de este mundo. Ficción y hechos reales. Si se desea, autoficción: haber confiado el lenguaje de una aventura a la aventura del lenguaje”. Y si bien este género ha sido trabajado por diferentes autores a lo largo de la historia, no fue hasta la definición de Doubrovsky que se lo empezó a trabajar con la seriedad teórica necesaria. ¿Cuál es el estatuto de la autoficción en nuestra época, el segundo año de la pandemia, con encierros blindados, redes sociales desbordadas e incertidumbre inédita? Ediciones B, sello del grupo Penguin Random House, sacó este año una colección de autoficción titulada “Cerca de la verdad”. Los tres primeros libros que integran el catálogo son Luciana Cáncer con Un lugar guardado para algo, Sebastián García Uldry con La familia exterior y Manuela Martínez con El último hombre perfecto.
“Una colección también implica una maqueta y una familia estética y gráfica común”, dice Florencia Cambariere, quien dirige la colección junto con Magalí Etchebarne, y agrega: “Pensé que era el momento de crear una colección como un espacio nuevo en donde la literatura esté incluso por sobre los nombres, y donde unos se visibilicen en compañía de los otros. La idea inicial es que los autores sean inéditos al igual que sus textos, y el objetivo es dar a conocer voces nuevas en una red en donde, como dije, unos se acompañen y en ese impulso se visibilicen. También tiene como objetivo un plan a largo plazo porque toda colección implica un compromiso a futuro más allá de los resultados. Es una apuesta por la literatura y las voces nuevas. Un semillero y un fuerte afán de ser parte de la discusión literaria que se da en este momento”. Además, subraya que “en Argentina no contamos con agentes literarios” por lo que “el editor es su propio agente y es un agente cultural en sí mismo”. La clave es “trabajar para que el texto cobre su mejor versión sin que se note que uno, como editor, pasó por allí”.
Más allá de la catarsis
“Mi historia no tiene final feliz. Ni la historia de mi enfermedad ni la historia de amor terminan bien. Quizás no terminan, se retroalimentan entre sí hasta el infinito. No hay progresión, no hay transformación del personaje, no hay redención”, escribe Luciana Cáncer (Lobos, 1974) en Un lugar guardado para algo, una novela donde habita un trastorno alimentario y lo hace, en palabras de Santiago Llach, convirtiendo “el miedo y el trauma en joyas verbales, en pepitas frágiles de dolor, hambre y combustión corporal”. Ahora, en diálogo con Infobae Cultura, asegura que “no hubo un momento en el que dije ‘voy a escribir la historia de mi vida y el núcleo de la historia va a ser la anorexia’. Sí tenía claro que quería escribir un libro pero no encontraba eso que llaman proyecto de escritura. En general escribía sobre mí porque cuando trataba de escribir ficciones me iba hacia una voz forzada que no me gustaba. Me daba cuenta de que mi escritura era mucho más potente cuando partía de mi experiencia. Entendía que me faltaba ese otro paso, el salto de libertad que me permitiera usar esa materia propia para escribir historias de ficción”.
Durante años se dedicó a “ensayar tonos y voces”, participó de esos “laboratorios maravillosos” que son los talleres de escritura y leyó y vio cine confiando en “que produciría cierta alquimia para, algún día, elaborar algo propio”. Pero al principio no fue algo sencillo: “Durante mucho tiempo me resistí a la idea del libro sobre la anorexia. Pensaba que no había historia en una situación que, por definición, parte de la palabra no (negarse a comer; negarse a compartir; negarse, en cierto modo, a vivir). Pero a partir de cierto punto la relación con la comida, el cuerpo, el hambre, fueron dimensiones que empezaron a aparecer en todo lo que que escribía, aunque fuera a través de una referencia chiquita y lateral, hasta que ocupó la mayor parte del espacio. Creo que fui comprendiendo que siempre hay una historia en lo propio, aunque se aloje en el vacío, porque justamente ese vacío está esperando a ser completado, y qué mejor que las palabras y el lenguaje para eso. Entendí que nadie iba a contar mi historia como yo podía contarla si trabajaba en la singularidad, la particularidad, si me apoyaba en los recursos del lenguaje para contar todo esto”.
La novela de Sebastián García Uldry (Buenos Aires, 1977), La familia exterior, la segunda de la colección, parte de un drama personal: la muerte de su hermano en un robo. No es solo eso; es la historia de una familia que comienza a desarmarse, no a romperse, sino a dispersarse. Cuando los chicos crecen se van del hogar, el tiempo pasa, el mundo gira, la vida se vuelve cada vez más incierta y de pronto la muerte irrumpe congelando las llamas. “El duelo es un largo paréntesis que nunca se cierra”, escribe. Y más adelante: “El dolor de la muerte siempre queda del lado de los vivos”. El protagonista continúa su vida, como sigue creciendo el pasto después de la helada, mientras interroga el sentido de las cosas que lo rodean. “Al principio todo fue catarsis, diarios íntimos y textos sin destinatario que solo apuntaban a la descarga emocional. Para empezar a escribir la novela tuve que restringir todas esas emociones y reconducirlas en función de un relato, de una historia. Es como que estás obligado a secarte las lágrimas, levantar el mentón y tomar distancia de lo que pasó. Ahí empieza la literatura y la posibilidad de escribir una novela”.
Recién salida del horno de Ediciones B, El último hombre perfecto de Manuela Martínez (Buenos Aires, 1995) tiene una trama que comienza contando cómo conoció a la pareja de su madre y se convierte, como escribió Claudia Piñeiro, en “una dura pero delicada conversación con un padre que no pudo ser”. “Para mí la autoficción tiene que ver con blanquear el hecho de que los/as escritores/as escribimos sobre lo que nos pasa, desde lo que nos pasa. A mí me parece imposible hacerlo de otra forma. Pero en el proceso las anécdotas y los personajes mutan, se deforman, se distorsionan. Hay mucho invento, mucha mentira deliberada. Y ahora sería ridículo decir que es una autobiografía. Hay cosas que me pasaron, cosas que le pasaron a amigas mías, cosas que escuché por ahí y cosas que inventé. La vida personal es nada más que eso, un punto de partida. Y puede disparar hacia cualquier lado. Por eso creo que el término autoficción es más atinado: una parte de mí, una parte de ficción”, sostiene en diálogo con Infobae Cultura.
La verdad narrativa
Hay una pregunta recurrente que vale la pena seguir haciéndola: ¿cuál es la diferencia entre “contar tu vida” y escribir una buena novela? Florencia Cambariere reconoce que “desde una primera aproximación Cerca de la verdad es una colección de autoficción”, sin embargo afirma: “Para nosotros es un concepto un tanto irrelevante”. Así explica su posición y la forma en que fue pensada la colección: “Nos interesa la idea de la propia experiencia como punto de partida y de la escritura como catarsis pero creemos que toda literatura de calidad exige un escritor que despliegue un universo que lo incluya, que lo interpele, que le importa y que, por sobre todo lo demás y para que lo anterior suceda, este universo esté cerca de su verdad. Pero esto no implica contar su vida. Implica la experiencia personal como disparador y no como eje. Esa es la diferencia. Porque en este caso no es una autobiografía, sino que es literatura. La literatura se sirve de la realidad para su propio fin teniendo como objetivo la producción literaria”.
Para Sebastián García Uldry, “pretender contar tu vida es poner sobre la mesa el juego de la verdad. El autor dice ‘este soy yo y me pasó esto’. Quienes hacen literatura autobiográfica, así como los que escriben desde el Nonfiction o desde el periodismo, de algún modo tienen esta pretensión de alcanzar la verdad de los hechos. Al contrario, en la ficción y en lo que hoy se llama autoficción no tenés por qué ser fiel a esa verdad. En todo caso, la búsqueda es la de una verdad narrativa. Personalmente a mí me parece esclavizante tener que decir que todo lo que cuento es lo que me pasó a mí como persona. Tampoco creo que eso fuera posible. Hay varias dificultades para lograrlo. Primero, recordar un acontecimiento importante de tu vida no es tu vida, ya estás en el orden de la representación. Por otro lado, cuando uno recuerda tiende a ficcionalizar, crea una versión de los hechos, algo que ya te separa de la verdad. Tampoco podemos olvidar que la escritura es un artificio. El pasaje de los recuerdos al papel supone saltar a otro tipo de representación, la escrita. Quien escribe conoce estas dificultades”.
“Me parece que lo interesante a la hora de escribir —reflexiona Manuela Martínez— tiene que ver con encontrar, en lo propio, algo universal. Así sean novelas enteramente ficcionales, o enteramente autobiográficas. La posibilidad de encontrar imágenes o situaciones que condensen el sentido y que lo expandan. Que no hablen solo de una, sino que revelen algo más, una idea o una sensación con lo que un lector/a pueda identificarse. En ese sentido, el argumento es lo de menos. Por eso me parece que no basta con escribir un diario, tenemos que saber de lo que estamos hablando y construir una narrativa en función de eso; se vuelve imprescindible recurrir a herramientas y procedimientos literarios. Después, cuánto hay de real y cuánto de ficción a mí me es indistinto. Cuando leo una novela me gusta que esté bien escrita y punto. Al final, todo es literatura”. Cuando Luciana Cáncer lee la frase “contar tu vida” dice: ”Siempre tuve claro que no quería escribir unas crónicas tristes, una lista de experiencias traumáticas o un catálogo de mis problemas”.
“Cuando empecé a trabajar en el libro —continúa la autora de Un lugar guardado para algo— tenía muy claro que quería escribir algo que fuera lindo de leer aunque la materia narrativa fuera dolorosa, que tuviera fluidez, consistencia, una trama posible. Y, lo que más me importaba, que partiera de las escenas, no del discurso mediado por la reflexión y el psicoanálisis. Y para reconstruir escenas era necesario crear un mundo: darle un punto de vista al narrador, describir el contexto, desplegar imágenes, darle vida a personajes que, aunque en su mayoría tenían un equivalente en el plano de la realidad, tenían que ser funcionales a la narración. Creo que en ese proceso uno va renunciando a contar la experiencia literal que, por otra parte, es imposible: no hay forma fiel de plasmar todo lo que pasa en una vida, las mil dimensiones y desvíos que operan en la mente de una persona que vive y respira; además sería muy largo y aburrido. Creo que ahí es donde aparecen los recursos de la novela”. Es, dice, “la conciencia de la potencia del lenguaje, de su capacidad de suavizar lo doloroso, de introducir ciertas dosis de alivio”.
Batallas y góndolas
“Yo no soy muy de los géneros. Esa es una clasificación que viene después, de la mano de la industria literaria. A mí lo que me interesa es escribir”, dice Manuela Martínez y toma distancia de lo que hoy llamamos autoficción, sin embargo, asegura que es un “híbrido” y que “por eso me atrae”. “No es ni ficción cien por cien, ni no ficción. Pero no es algo nuevo, hace siglos que los escritores mezclan elementos de su vida con otros ficcionales, lo que pasa es que ahora tiene un nombre. Ahora está puesto sobre la mesa el procedimiento”. Para Cáncer, “la no ficción pura no existe, del mismo modo que la ficción pura tampoco”. “No veo grandes diferencias entre ficción y autoficción. Las dos construyen sentido y tienen una relación problemática con la verdad. Por eso me encanta el título de la colección. Como decía antes, todos tenemos una relación con la verdad, de alguna manera creemos en ella, pero ¿quién puede decir que la tiene? Siempre hay una distancia. Estar cerca de la verdad es jugar con eso, se puede estar cerca, pero nunca acceder a ella”, sostiene García Uldry.
“Se suele pensar a la autoficción —continúa la autora de La familia exterior— como algo cercano a la vida del autor. La fórmula sería: mirate el ombligo y crea una buena historia. Pero yendo un poco más allá, creo que la autoficción viene a problematizar esa división tajante que se hacía en otra época entre memoria e invención. La autoficción es el arte de mezclar recuerdos con imaginación y volverlos una masa homogénea que se le presente al lector como una unidad. Y eso pasa también en la ficción en general. ¿Quién podría decir que Gregorio Samsa no se convirtió verdaderamente en un insecto? Lo que triunfa es la verdad narrativa. La autoficción, como la ficción, es una realidad en sí misma que no necesita ser referenciada con ninguna realidad exterior”. “Un poco me desconcierta el debate actual que enfrenta la ficción con eso que llaman literatura del yo. Todas son historias mejor o peor contadas. Dejemos que el lector conecte con las historias, independientemente de cómo sean presentadas”, agrega Luciana Cáncer.
Y agrega: “Me importa decir la verdad, y la verdad se puede decir tanto desde la ficción como desde la no ficción. Mi novela tiene mucha más ficción de la que parece. Desde siempre, en todos los textos que escribí y leí semana a semana en un taller de escritura, todos me decían ‘yo me creo todo lo que contás, ¿cómo podés acordarte de todos esos detalles?’. La respuesta es que invento, porque no es posible reponer con exactitud la memoria, y porque a veces al texto le viene mejor un invento que una reposición fiel de la experiencia, pero no por eso estoy mintiendo. Creo en el valor de la honestidad en la escritura, y se puede ser honesto aunque se acomoden ciertos recuerdos según convenga más o menos a la narración”. Por su parte, Manuela Martínez desliza el contexto digital: “Creo que las redes generan un efecto de falsa cercanía que nos hace creer que podemos encontrar similitudes o diferencias entre la vida de un autor/a y su novela. Eso a mí no me gusta, me parece que alimenta el morbo y desvía la atención de lo más importante que tiene que ver con la novela en sí misma”.
En ese sentido, la autora de El último hombre perfecto plantea que “hay un desprestigio muy grande hacia el género que me interesa batallar. Como si una novela, al estar basada en la vida propia, fuese menos novela que otra, tuviese menos calidad literaria. Creo que eso tiene que ver con desacreditar las vidas de las personas que las escriben, que en este género son mayoritariamente mujeres (o por lo menos así sentí yo al boom de la autoficción en Argentina los últimos años). Todos tenemos historias interesantes para contar. Lo importante es saber escribirlas” “¿Por qué insiste tanto esa pregunta de saber si tal o cual cosa le pasó en realidad al autor o solo la inventó? Esta pregunta excede por mucho a la literatura, más bien es la búsqueda obsesiva de nuestra cultura occidental por encontrar la verdad”, concluye Sebastián García Uldry. Al fin de cuentas, de lo que se trata, es de subir a bordo de la “aventura del lenguaje”, como dice Doubrovsky.
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