El martes 8 de junio a la noche el secretario general de la Fundación Princesa de Asturias le mandó un mensaje a Emmanuel Carrère: “En la hipótesis de que usted fuera galardonado con el premio a las Letras, ¿estaría dispuesto a recibirlo?”, le preguntó Adolfo Menéndez Menéndez. “Y han tenido la delicadeza de no dejarme ahí esperando quién sabe por cuánto tiempo”, bromeó el autor de El adversario, De vidas ajenas y el reciente Yoga, en una conferencia de prensa con medios españoles para celebrar que el miércoles 9, al mediodía, recibió la confirmación de ser el distinguido de 2021. En los 40 años que lleva el premio lo precedieron, entre otros, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Susan Sontag, Margaret Atwood, John Banville y Anne Carson.
El jurado (a cargo de Santiago Muñoz Machado, al que acompañaron entre otros Leonardo Padura, Laura Revuelta Sanjurjo y Carmen Riera Guilera) evaluó que Carrère ha construido “una obra personalísima generadora de un nuevo espacio de expresión que borra las fronteras entre la realidad y la ficción” y le reconoció que ha “ejercido una notable influencia en la literatura de nuestro tiempo, además de mostrar un fuerte compromiso con la escritura como vocación inseparable de la propia vida”.
Para él eso es una de las pocas certezas en este mundo: “Es un poco enfático lo que voy a decir”, se disculpó, cuando le preguntaron por esa observación del jurado, “pero escribir es el centro de mi vida”. Agregó: “Supongo que prácticamente todos los escritores podrían decir lo mismo. Pero en mi caso, como no escribo realmente ficción, la realidad de mi vida está muy estrechamente vinculada a lo que puedo contar. Tal vez hay un compromiso más visible, más manifiesto; pero un buen escritor, aunque escriba ficción, aunque escriba cosas que puedan parecer alejadas de su vida, siempre está comprometido con su trabajo, y muy íntimamente”.
Precisamente porque no escribe ficción, sino novelas de no ficción, su obra abarca un arco infinito como su curiosidad, que originalmente fue la de un periodista pero que ya parece la de un filósofo que mira la realidad contemporánea y las personas que la habitan.
Puede escribir sobre Jean-Claude Romand, el impostor que durante dos décadas convenció a su familia y sus amigos de que era un investigador médico de la OMS y, a punto de ser descubierto en sus capas geológicas de estafas, mató a su esposa, sus hijos y sus padres. O puede abordar las formas de la pérdida que vienen con las tragedias enormes, como un tsunami, o las cotidianas, como el cáncer. También puede seguir a Eduard Limónov en su tránsito salvaje de poeta y gángster menor en socialismo soviético a mendigo y autor de la autobiografía El poeta ruso prefiere a los negrazos y de allí a su escala final por los pasillos más oscuros de la guerra en la ex Yugoslavia hacia el nacionalismo en la Rusia de Putin. Y desnudar su corazón loco al contar el asombro que le causó la furia de una pareja a la que quiso celebrar enviándole una carta más que erótica que, en lugar de mandarle por correo, publicó en unos 100.000 ejemplares del periódico Le Monde.
Con esa mezcla de “exhibicionismo que no toma rehenes y franqueza sobre lo peor de sí mismo”, como lo pintó The Paris Review, Carrère ha transformado el mundo entero en literatura y ha hecho de la primera persona, tan fatigada por autores narcisistas, nada más y nada menos que un modesto punto de vista: un lugar de enunciación sin importancia y a la vez sin par en el mundo, el milagro de ser un individuo. Pero al usar su vida como material, ¿no resigna algo de su intimidad?, le preguntaron en el encuentro con periodistas que organizó Anagrama.
—Francamente sí, un poco. Es una elección que he hecho. Tengo la impresión de que lo que puedo contar sobre mí adopta formas distintas para cada persona, porque no es más que la miseria ordinaria que cada quien tiene. Y creo que está bien poder contar cosas que no son muy honorables sobre uno mismo. Porque entonces la gente dice: “Mira, a él también le pasan estas cosas”. Tiene un punto reconfortante. Sí, sacrificas parte de tu intimidad, pero no me molesta. No pasa nada.
Con esas credenciales, más temprano que tarde iba a aparecer la pregunta sobre la autoficción, el género que domina mucho de la conversación literaria actual. ¿Qué piensa él de la autoficción? ¿Está harto?
—Bueno, a mí el término “autoficción” no me gusta demasiado —avisó—. Yo hago escritos autobiográficos, algo que existe desde hace mucho tiempo. Del último libro que he publicado, Yoga, podemos decir que es un libro de autoficción. Pero los libros anteriores, Limónov, por ejemplo, o El Reino, no son libros de autoficción. Y no creo que mi próximo libro sea de autoficción, porque me gusta más dedicarme a cosas que están más lejos de mí. Claro que también tengo la necesidad de relacionarlo conmigo, desde el narrador y desde la conciencia que registra lo que voy contando.
Otro tema que no podía faltar en la entrevista al intelectual contemporáneo: cómo ve la corrección política y la relación entre moral y literatura. “Es arena movediza. Un terreno delicado en el que uno se encuentra obligado a decir cosas medianamente equilibradas. Apruebo, desde luego, la revolución cultural que se está produciendo pero, dicho esto, yo, como todo el mundo, me siento un poco incómodo ante los excesos, sobre todo cuando los excesos son retroactivos, cuando hay algo que consiste en ignorar una dimensión histórica”. Ironizó: “Y como ves lo digo con todas las precauciones, andando en puntas de pie”.
El resto de la conversación estuvo más cerca de su universo personal, incluido una referencia a uno de sus libros menos conocidos, su biografía de Philip K. Dick, Yo estoy vivo y ustedes están muertos. Contó Carrère que su experiencia más intensa con la literatura fue la lectura de Flores para Algernon, de Daniel Keyes, a los 15 años; ahora que su hija menor tiene esa edad, le regaló precisamente ese libro de ciencia ficción estadounidense de finales de los cincuenta.
“Para mí es una obra maestra absoluta, una representación extrema de la experiencia humana. Y es realmente una gran experiencia de lectura. La ciencia ficción no tiene mucho que ver con lo que escribo, pero me alimentó en mi juventud”, recordó. “No me gusta J.R.R. Tolkien, ni la ciencia ficción con unicornios y elfos de joy. La ciencia ficción que leí y que me marcó mucho era una literatura muy vanguardista. Es curioso que dos autores franceses, Michel Houellebecq y yo, nos hayamos sentido inspirados por este tipo de ciencia ficción que no es una tradición muy francesa”.
—Antes pensábamos más en la utopía, ¿por qué ahora la creación se inspira en lo real o la distopía? —siguieron las preguntas.
—Hace un año y medio que vivimos en una distopía alucinante —aludió a la pandemia de COVID-19—. Nadie habría podido imaginar algo así, salvo como un episodio de Black Mirror. Hoy lo real está demostrando una imaginación desbordada, y no precisamente en un sentido positivo. Si escribir relatos imaginando una sociedad más feliz y mejor gobernada pudiera tener un impacto sobre lo real podríamos intentarlo, pero no lo creo. Podemos hacer una crónica de los trenes que llegan puntuales, pero por lo demás… Tengo la impresión de que lo que podemos conocer como positivo, en el mejor de los casos, es individual.
—¿Su interés o pasión por personas y hechos es lo que lo motiva a escribir?
—Es un motor, pero no el único motor. Esto forma parte de una cuestión espinosa e inacabable: en qué consiste y qué es un tema. ¿El tema es el relato, el personaje, una situación de la que uno es testigo? Seguramente es una mezcla de todo ello, y todo acaba creando un deseo de escribir. Pero para mí, la verdad, los personajes son la clave. Los personajes tienen una dimensión bigger than life, como se dice en inglés: inmensa. Y a pesar de ello siento una proximidad, aunque sea una proximidad paradójica. Para representar a alguien hay que encontrar algo en uno mismo.
Y agregó, de manera muy similar al modo en que describió su concepción de la literatura en El Reino, acaso porque su habla tiene la misma intensidad de su escritura:
—No soy un gran conocedor de la pintura, pero en los museos los retratos son lo que más me atrae. Me gustan los paisajes, me gusta la pintura no figurativa, me gustan las escenas de gente, me gusta la naturaleza muerta pero, ante todo, me atrae la representación del rostro humano. Creo que, como escritor, soy un poco retratista ante todo.
Eso destacó el jurado que le concedió el premio Princesa de Asturias a las Letras —en compañía, en 2021, de Gloria Steinem en Comunicación y Humanidades, Marina Bramovic en Arte, el economista Amartya Sen en Ciencias Sociales y la nadadora Teresa Perales en Deporte— al señalar que los libros de Carrère “contribuyen al desenmascaramiento de la condición humana y diseccionan la realidad de manera implacable”. Esas características también han logrado algo poco frecuente en Francia: la crítica, que allí suele coincidir principalmente en disentir, lo considera unánimemente uno de los pocos grandes autores de hoy.
—¿Este premio compensa que no le hayan dado el Goncourt, a pesar de ser uno de los favoritos?
—Bueno, sí, vamos a decir que sí —dijo, con más cortesía que comodidad, este parisino de 63 años que ha recibido muchos otros reconocimientos: sólo en la última década el Hemingway, el FIL, el de la Biblioteca Nacional de Francia, el Tomás de Lampedusa, el Mondello, el Renaudot, el de la Lengua Francesa.
—¿Hay un hilo que une sus libros desde el principio de su carrera?
—Oh là là, es una pregunta muy difícil… Creo que sí, que hay un hilo que, como la vida, no se sabe dónde nos lleva. Sí, como en la vida misma: uno avanza un poco a oscuras, uno avanza a los tropiezos, y después, con la perspectiva del tiempo, uno tiene la sensación de que se ha dibujado una trayectoria.
Para él ese dibujo es el de una caja. Por segunda vez citó una expresión del inglés, to think outside the box, que significa ser original y cuya mala traducción literal sería “pensar fuera de la caja”. Elaboró:
—Todos estamos dentro de una caja, la caja del determinismo social, cultural, intelectual, lo propio de nuestra época y demás. Y podemos intentar —es difícil pero uno puede intentarlo— librarse un poco de eso y ver las cosas desde más arriba: mirar por encima de la caja, ver qué hay alrededor de la caja. Y yo no sé si lo consigo, pero ese es un poco el objetivo de mi trabajo: ser un poco más libre, un poco más inteligente, comprender un poco mejor lo que me rodea y a mí mismo. Escribir libros es una especie de vehículo para llegar a ese propósito.
—En sus libros hay personajes conflictivos: ¿de dónde sale su fascinación por el lado oscuro de lo humano?
—Encuentro que yo he escrito libros, o dentro de los libros he escrito cosas, que en última instancia hablaban del bien: de la capacidad del ser humano de hacer el bien, que es mucho más misteriosa, a mi entender, que la de hacer el mal. Parece que el mal fuera algo extraordinario, vertiginoso, misterioso, y yo creo que el bien es más misterioso. También escuchamos decir que el bien y el mal son cosas muy ambiguas, y no es cierto: la mayor parte del tiempo sabemos dónde está el bien y dónde está el mal. La deliberación entre el mal y el bien, en la mayor parte de las situaciones y para cada uno de nosotros está muy clara.
Al final del encuentro Carrère hizo un breve inventario de su relación con la literatura actual en castellano: “Es una de las literaturas extranjeras a las que presto más atención”, dijo. Habló del chileno Roberto Bolaño y el español Enrique Vila-Matas como personas de su círculo personal: “Bolaño fue un shock. Siento una intimidad absoluta. Es como un amigo que te habla al oído, te hace reír, te hace llorar. Leo todos los libros de Vila-Matas: también es como escuchar a un amigo, le conoces sus obsesiones y te gusta encontrarte con él. Tengo relación también con un autor colombiano, Juan Gabriel Vázquez, una relación de amistad, y para mí él es importante. Es algo genial cuando la admiración y la amistad se juntan”.
¿Qué es lo próximo que le dirá él a los amigos que, como él admira a esos autores, lo admiran a él? “Ahora me lanzo en un proyecto bastante complejo y de envergadura”, anticipó, sin mayores detalles, sobre su próximo libro, para concluir. “No es autobiográfico. No los voy a molestar más hablando de mí. Pero cómo saberlo. Muchas veces expulsas a alguien por la puerta y entra por la ventana. También puede pasar algo así”.
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