El género epistolar atraviesa todas las épocas de nuestra historia, claro que con distintas maneras de manifestarse. ¿No era San Pablo, el discípulo y principal teórico del cristianismo de las primeras épocas, quien dirigía cartas “a los romanos”, “a los corintios”, “a los filipenses”, como parte de su acción divulgativa del “mensaje”, es decir, proselitista? Hubo muchas otras cartas, en el sentido planteado, pero que se postulaban como forma de llegar a amplios sectores y no sólo al destinatario de la correspondencia -los griegos, por ejemplo, usaban así el modo de dar a conocer sus posturas filosóficas. Tal vez el punto más elevado fue el que se realizó en el iluminismo, con autores libertinos que usaban el género para dar a conocer sus posiciones mediante textos o novelas. Las relaciones peligrosas eran libertinas sin querer, ya que habían sido escritas con el fin de condenar las relaciones disolutas. Dando un gran giro de página, ya que no es este el objeto de estas palabras, llegamos a la prolífica relación epistolar entre Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, publicadas por Eterna Cadencia con epílogo de Beatriz Sarlo, y que dan cuenta de una amistad intelectual, de una época de barbarie (el tomo corresponde a 1928-1940) y de una forma de la crítica que induce, de uno y otro lado, al mejoramiento de sus propios razonamientos. También indica la desigualdad de condiciones económicas y políticas y, claro, del cariño genuino de la amistad. Y la muerte.
Benjamin puede ser considerado uno de los pensadores más audaces, productivos y originales del siglo XX. Era marxista, sin embargo no se le podría haber adjudicado ortodoxia política: más bien, al estudio de la obra de Marx le agregaba una reivindicación del romanticismo y, más tarde, intentó armonizarlo -claro, de manera conflictiva- con la cábala judía, tendencia que había discutido con su amigo Gershom Sholem -que más tarde se radicaría en Palestina (en ese momento protectorado británico) pero que nunca pudo convencer a Benjamin de la adhesión al sionismo político.
Gran parte de su obra estaba escrita en un estilo fragmentario, como en las Tesis de la filosofía de la historia o su proyecto inconcluso del Libro de los Pasajes, entre otros. Al llegar la Gran Guerra tomó partido por la postura de la izquierda socialista de no prestar apoyo a ninguna de las naciones en conflicto y escribió un texto desolador, Experiencia y pobreza, en el que describía cómo los soldados volvían del frente de batalla sin habla, conmocionados por las matanzas que habían presenciado. Escribió La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, pieza fundamental para analizar la serialización industrial de las creaciones artísticas y en la que da cuenta del aura que produce la obra de arte, a la vez que su tendencia a menguar. Uno de sus mayores intereses se centraba en el surgimiento de la modernidad y de allí la figura de la multitud en la urbe y la del flaneur. Analizó y estudió con esmero la obra de Bertolt Brecht y su inclinación vanguardista no cesó nunca de estar presente en sus elaboraciones.
Adorno además de filósofo era músico y en esa disciplina se había formado, tema que sería luego objeto de sus análisis y elaboraciones, sobre todo a partir de la música moderna y dodecafónica, influido por la obra, amistad y figura de Alban Berg. Once años menor que Benjamin, su destreza intelectual lo llevó a codearse con grandes intelectuales de su tiempo, desdeSiegfried Kracauer a Georg Lukács. Fue convocado para participar del Instituto para la Investigación Social, conocido como la Escuela de Frankfurt, financiado por algunos burgueses interesados en aportar con sus finanzas al desarrollo del pensamiento, incluso marxista. El argentino Lucio Félix Weil, hijo de hacendados y miembro secreto de la III Internacional Comunista, era uno de los mecenas. La figura de Adorno es la más destacada de la Escuela de Frankfurt y sus planteamientos acerca de los alcances de la industria cultural continúan siendo de estudio contemporáneo.
Al conocerse Benjamin y Adorno comienzan a tejer una sólida amistad intelectual. Al llegar el nazismo en 1933 a Alemania, Adorno parte hacia Inglaterra, más específicamente Oxford, donde se instala la Escuela de Frankfurt, mientras que Benjamin parte hacia París, donde pasa sus horas estudiando en la Bibliotheque Nationale. Comienza entonces una prolífica correspondencia que se extenderá hasta el último día de la vida de Benjamin.
“Estos hombres fueron los últimos de un periodo donde se mezclaron filosofía, literatura y estética, sin controles disciplinarios emitidos por alguna academia”, escribe Beatriz Sarlo en el epílogo al epistolario entre Benjamin y Adorno. La llegada de Hitler suponía una transformación en las condiciones de producción de ese pensamiento: “Permanecer en Europa para esos comunistas y judíos, desafiar la muerte”, dice Sarlo. “Leemos estas cartas porque son una prueba objetiva del Jetztzeit, la actualidad del tiempo, el presente en su sentido más estricto”. Estas cartas no sólo permiten conocer un intercambio, sino el modo de aportar de manera crítica al trabajo del otro. La extensa carta que le escribe Adorno a Benjamin exponiendo sus dudas sobre el exposé, la presentación de la hipótesis de trabajo de Benjamin sobre la modernidad, en el que se incluye el proyecto del Libro de los pasajes, revela las diferencias entre el marxismo de Adorno y aquel de Benjamin que se nutre del mito, del idealismo, del romanticismo. Escrita con rigurosidad, esta crítica contundente es respondida con gran agradecimiento por parte de Benjamin, que sugiere que le ha permitido pensar sobre su propio trabajo. Esta forma de la epístola forma también parte del género de la crítica intelectual.
Es que se trata de una amistad intelectual, en la que los destinatarios son “Señor Walter Benjamin” o “Señor Wiesengrund Adorno”, pero que luego se relajan cuando Adorno comienza a firmar Teddy, o cuando incluye párrafos de su esposa Gretel -que había tenido una frustrada historia con Benjamin- que se realiza del modo más cariñoso y coloquial. Como un plan que no llega a realizarse, cartas y cartas planifican encuentros que, cuando finalmente se realiza, prosigue con las líneas de la felicidad de la amistad. Benjamin no duda en contarles sobre los problemas psicológicos graves de su hijo Stefan y celebra, en cierto momento, su salida de Austria, que había sido anexada por la Alemania de Hitler.
Se trata también de una correspondencia sobre la dificultad, no sólo la histórica debido al fascismo que va ganando a Europa, sino de las infelicidades económicas que sufre Benjamin en una París en la que le es difícil encontrar modos de subsistencia. Pasajes y pasajes del epistolario abundan sobre los pedidos de Benjamin para que la Escuela de Frankfurt lo ayude en la situación que atraviesa, que lo lleva incluso a tomar una habitación de servicio en la casa de una dama burguesa. Adorno se ha trasladado, así como la Escuela de Frankfurt, a Nueva York, y desde allí declara que el Instituto hará todo lo posible por brindarle esa ayuda económica, pero tal promesa no parece llegar. Adorno lo induce a abandonar París, a abandonar Europa, le dice que le podría conseguir un puesto en la Universidad de la Habana, pero el plan se frustra. En 1940, cae el gobierno del Frente Popular y asume el coronel Petain, títere de Hitler, que gobierna desde Vichy.
Sólo le resta a Benjamin escapar. Va hacia la frontera entre Francia y España, donde una contacto comunista ayuda a los perseguidos a exiliarse. Deben transitar por caminos pedregosos durante la noche. Benjamin tiene 48 años y una salud muy frágil. No puede seguir el paso de los que escapan con él. Decide detenerse y pasar la noche, la última noche, bajo un árbol. Al día siguiente regresa a Port Bou, el pueblo de frontera de donde había partido la expedición. Escribe una última carta, a un tercer destinatario, que dice: “Es una situación sin salida. Mi vida se va a terminar en un pequeño pueblo en los Pirineos donde nadie me conoce. Le ruego le transmita a mi amigo Adorno que lo tengo en mis pensamientos y le explique la situación en la que me encuentro. Ya no me queda tiempo suficiente para escribir todas las cartas que hubiera gustado escribir”. Esas últimas palabras fueron destinadas en una carta a Adorno.
Benjamin fue a la habitación del pequeño hotel al que había llegado. Tomó las pastillas de cianuro que llevaba consigo. Salió al pasillo. Tocó la puerta del cuarto de su vecina. Cayó al piso cuando se abrió la puerta. Benjamin nunca más despertó.
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