Detrás de cada historia oscura, la humanidad del ser se filtra como la luz entre las rendijas de una persiana. De la boca de su madre oyó de niño aquellos relatos terribles, de los años del nazismo en Ucrania, de matanzas y persecuciones, y de allí surgieron poemas para soliviantar todo aquel dolor que se transmitió hasta sus huesos, y que, con el tiempo, convirtió en arte gráfico. Y que en la actualidad, en esa necesidad eterna de mantener viva la memoria, se presentan en una muestra en el museo Museo Mikhail Marmer, de aquel país de Europa del este, tan lejano en pandemia, tan cercano en su historia.
Lidia, todos la llaman Lidochka, su madre, entre los siete y 10 diez años, cuenta el artista Daniel Kuryj, “observa un mundo en guerra, a través de la ventana, cuando el afuera es inhóspito, y suceden procesiones llevando a judíos atados como troncos, sobre trineos, apilados uno sobre otros, para ser fusilados a 4 km de distancia, escoltados por las conocidas motos alemanas con sidecar, y se trataba de los temibles Einsatzgruppen, que recorrieron la Unión Soviética ocupada, en su mayoría graduados universitarios alemanes, produciendo centenares de matanzas, con la protección y cobertura de la Wehrmacht”.
Cuenta el artista en una conversación telefónica y via mail con Infobae Cultura que Lidochka llegó al país en el ’64, casada ya y con dos hijos. Ivan, o Juan, especializado en motores, su padre, había huído de este territorio entre Ucrania y Polonia después de la revolución rusa con su familia, primero con una parada en Paraguay, y luego se estableció en Argentina. También que al finalizar la Segunda Guerra, Ivan regresó a su patria, donde conoció a Lidochka.
Kuryj (Buenos Aires, 1968) comenzó su búsqueda artística a finales de los ’90, cuando se había recibido ya de ingeniero civil en la UBA. Él no lo sabía, pero la voz de su madre, se convirtió en un susurro eterno, que no solo habían marcado su infancia, sino también la búsqueda de la propia identidad y una necesidad por mantener viva la memoria.
“Mis primeros intentos para registrar las historias que mi madre me relató desde muy pequeño comenzaron creo en 1999, y eran poesías que trataban sobre la ocupación de la Ucrania soviética por parte de los ejércitos alemanes y rumanos en la región de Odessa, la llegada de los Einsatzgruppen y las matanzas masivas al pueblo judío en Odessa, las terribles condiciones de vida de mi familia evangélica, con cinco hijos, que a pesar del terror nazi, recibieron por la tarde noche a centenares de judíos que venían por ayuda, escondidos y viviendo en los alrededores de la aldea de Krasnaia Polana, en pozos y en cavernas, muchos de los cuales lograron sobrevivir a las matanzas”, relata.
Este transitar puede apreciarse en una exposición inaugurada en Ucrania, donde a través de dibujos, obras tipográficas y trabajos en madera ingresa en la voz de su madre a la crudeza del mal, el holocausto, las hambrunas, la guerra, el colaboracionismo capitalista.
Es que este hijo de inmigrantese Odessa, refleja en su obra visual y poética los conmocionados años tras la Revolución de Octubre, las vanguardias rusas, el terror estalinista y la Segunda Guerra Mundial con la catástrofe sufrida por los judíos soviéticos durante el Holocausto perpetrada por los nazis mixturando con la historia familiar.
“Realizar esta muestra en Ucrania es casi milagroso, y durante todo este año de pandemia trabajé con Svetlana Piddubna, relatando historias en ruso y ucraniano, vía messenger, enviando mis obras y realizando una exégesis de mis caligrafías. Hacía varios años que quería hacer algo en Ucrania, pero es realmente difícil convencer a un museo. Mis temas sobre el Holocausto, y otros que atañen a la época soviética como la represión del estalinismo, la colectivización forzosa y el Gulag, las vanguardias soviéticas y los desarrollos tecnológicos, recorren el mundo soviético a través de imágenes visuales y poesías. Siendo ingeniero, los libros soviéticos fueron una compañía durante mi formación”.
Del relato de Lidochka surgieron apuntes minuciosos, que fueron poemas, y otras veces imágenes visuales, ya sea sobre papel y otras en maderámenes lineales de 20 metros de largo, donde resuenan con sus voces otros poetas, como Anna Ajmatova, perseguida por los soviéticos, y Ósip Mandelshtam, que tras su epigrama contra Stalin fue asesinado luego por el georgiano, y otras voces como la de Paul Celan, que en un poema escribía , “a la eternez de la Bauhaus, no”.
“La ‘eternez’ fueron las colaboraciones realizadas por los directores y ex estudiantes de la Bauhaus con el nazismo, cerrada ya la Bauhaus. Mientras otros de sus colegas bauhauser terminaban en Auschwitz, ellos colaboraban prestando servicios de arquitectura y diseño de campañas publicitarias para el propio Joseph Goebbels, y las empresas que colaboraron con los nazis, es de solo recorrer los diarios que suman sus extravíos en los movimientos con el nazismo”, explica.
Y sobre las obras de la muestra, agrega: “Surgen como apuntes de mis investigaciones, por ello existe una caligrafía minuciosa que repite en forma el viejo mandamiento que los hombres olvidaron, ‘no matarás’, y sobre imágenes que atañen a cada historia, se inscriben palabras y letras con letrógrafos con tinte técnico, algunas veces en ruso y otras veces en español”.
Entre las historias que se cuelan también está la de su tía, Nadia Izoita, que tras “un juicio ridículo” fue “condenada en los años de Nikita Jruschov, en 1961, a dos años en las peores cárceles de Ucrania y dos en Siberia, donde ordeñó 21 vacas lecheras, pero con una libertad condicionada y todo por su fe evangélica”, como también hay una frase que se repite “kogda eto konchetza” o “cuando terminará todo esto” en ruso.
“Esa era la pregunta que le hacían los hebreos en la aldea de Krasnaia Polana a mi abuelo Prokofii, cuando en condiciones sobrehumanas venían por la noche a su casa, situada en el centro de una parcela de una hectárea. Venían todos arapientos, con sus sacones negros embarrados y hechos una piltrafa humana, muchas veces por vivir en pozos y cavernas atacados por piojos, cuando no había ni jabón ni nada en esos tres años de ocupación alemana y rumana. Toda la zona fue entregada por Hitler a ser administrada por los rumanos de Ion Antonesco, y cuando se enteraron los judíos que se escondían en los alrededores de la aldea que mi abuelo tenía una máquina de corte de cabello manual, iban hasta en grupos de diez para cortarse, y en aquellos minutos preguntaban ‘¿cuando terminará esto?’. Por ello me gustan las obras lineales, porque la pregunta resuena aún hoy en día”.
Para Kuryj “tanto el arte como la historia son de una misma naturaleza”: “surgen como intento en parte de reflejar la pequeña historia de familia, pero también de otras indagaciones, como el estudio de nuevos temas que los estados y los grupos del poder quisieron ocultar”.
“La barbarie nazi, que destruyó en Europa del Este a millones de personas, no debe ser olvidada. Intentamos con pequeñas historias, que los niños digan sus testimonios, los niños que no olvidaron, porque son los niños de la guerra, y es una de las más atroces, y estos niños ya en su mayoría pasan las 9 décadas”. Como Lidochka, que con 86 años, aún recuerda aquellas imágenes de crueldad que se repetían a través de la ventana, y que luego fueron un relato, y luego poemas y arte gráfico, y hoy una muestra.
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