La vejez es, si es que se llega, una forma inevitable de la existencia. Allí conviven tanto seducción, historia y experiencia como las otras maneras que exhiben desorientación, desmemoria, fragilidad. Todos, si es que llegamos, arribaremos a esta etapa con sus diferentes características.
El Covid, esa pandemia universal, nos llevó a preguntarnos acerca de nuestros viejos, la población más proclive a experimentar al virus de la peor manera. Quienes tienen padres vivos se preguntaron por ellos, se preocuparon. Quienes no, quizás alguna vez hayan pasado por el frente de un geriátrico, donde a través del vidrio de la puerta del sanatorio hijos y nietos les hablan como en una elegía adelantada, un adiós que las circunstancias plantean como necesario.
Estos años del Covid permanecerán en nuestras memorias como un tiempo duro, lloroso, difícil.
Es indistinguible saber por qué la narrativa -literaria, cinematográfica- acompaña los movimientos históricos de la sociedad. Theodor Adorno percibía en un pasaje de una obra de Beethoven la irrupción de la revolución burguesa. ¡En la música! Que es un arte puro, que no responde a narrativas.
De cualquier manera, se puede percibir en la publicación editorial, en el rescate de obras, en películas, un signo de nuestros tiempos. Que se podría señalar como la preocupación por nuestros viejos. O tal vez sea el modo en que llegamos a estas obras, el contexto, lo que nos hace apreciarlas de otra forma.
El padre, protagonizada por Anthony Hopkins, ganador del Oscar de la Academia por su caracterización, muestra fílmicamente la confusión de personas y tiempos de un señor mayor, cuidado por su hija, que recibe sólo reproches por su presencia.
¿Es o no su departamento? ¿Es o no es el novio de su hija que se debe ir a París desde ese Londres claustrofóbico en una casa elegante? ¿Su hija menor -¿ha muerto?- debe cuidar a ese hombre que una vez fue otro hombre pero que ahora no lo es más? Se trata de una película profundamente conmovedora. Anthony, el hombre en la senectud, busca y busca su reloj, es decir, el tiempo.
Mi madre fue escrita en 1975 por el escritor japonés Yasushi Inoue, y acaba de ser publicada por la editorial Sexto Piso para la conmoción de los lectores que lo lean. Comienza narrando la muerte de su padre, alejado de la urbe junto a su esposa, en una decisión que tal vez podría ser derivada de su participación en el ejército imperial durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre, a quien todos le dicen “abuela”, comienza a desvariar.
La novela en capítulos señala que si bien el tema central habría sido la muerte de aquel padre, luego se transforma en la trama de una anciana que va recordando hechos de su pasado como actuales. Tiempo al tiempo, esa condición se va haciendo más visible, al punto que sus hijos deciden que están en presencia no de un tiempo por venir, sino de uno que va yendo y yendo cada vez más atrás.
Dictaminan que habrá un tiempo en el que su madre será un bebe, chupará su dedo pulgar, luego morirá. No exactamente de esa manera en que su ágil y veloz madre va acumulando tiempo en el espacio de su vida, pero -como a todos, lectores, escritores, personajes- el momento de la muerte llegará. Es muy difícil, dicho esto como apreciación personal, no leer las páginas de Mi madre con la dificultad del obstáculo de las lágrimas.
La autora argentina Luciana de Luca lleva a su estilo este tema tan temido de la senectud cuando se convierte en mera vejez. Tusquets publicó Otras cosas por las que llorar, una novela en capítulos cortos que muestra cómo su protagonista debe, a cierta edad, encontrarse con el médico que le recomienda que anote papeles y los pegue para no olvidar el significado de las cosas.
Sin embargo, se trata de un viaje interior: si éste es el diagnóstico, la protagonista no cesa de pensar, de recordar, de confundirse, de ser acompañada por su esposo Antonio, pero a la vez también estar sola de toda soledad. Ese monólogo interior muestra la belleza de una vida aunque, digamos, ya no sea tan bella. Antonio la acompaña. Hasta el final.
¿No será notable cerciorarse que se muestran obras sobre la vejez en el momento más letal del siglo XXI para los viejos? Tal vez sea una pregunta especulativa y su respuesta sea: “no”. Sin embargo, así las cosas, el lector, el espectador que quiera adentrarse en este mundo que lo rodea pueda ver en estas tres obras -muchas más habrá, seguramente- el tiempo que transcurre, y se escurre, lleno de esperanza pero también de temor.
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