Graciela Ramos y una historia de abusos y silencios: “El amor de los pobres es distinto que el de los ricos”

La autora argentina dialogó con Infobae Cultura sobre su nueva novela, “Hijos de la sombra”, donde narra la historia de tres jóvenes abusados por un cura pedófilo en la época de la última dictadura

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Graciela Ramos
Graciela Ramos

Le digo que es un libro inquietante y ella contesta que sí, que gracias, que lo toma como un elogio. Pero aclara que para ella es, sobre todo, un libro inesperado. Un libro que llegó sin que nada lo anticipara. Alguna vez alguien en una fiesta o en una reunión le hizo un comentario que le molestó: “Ustedes, los escritores”, le dijo, “siempre eligen los temas”. Por esta vez, parece que el tema la eligió a ella.

Hijos de la sombra es el séptimo libro de Graciela Ramos; antes publicó Los amantes de San Telmo, La boca roja del Riachuelo, La patria de Enriqueta, entre otros títulos. Siempre vinculada a la novela histórica romántica, con este libro, sin embargo, rompe las fronteras del género y entra en un ambiente más turbio, perverso. Un cambio que se percibe ya desde la portada: mientras las novelas anteriores tienen en la tapa a una mujer —joven, hermosa, seductora, trágica—, aquí se ve apenas las siluetas difusas de tres chicos envueltos en la bruma. Ese es el tono de la novela.

“Empecé a trabajar y empecé a investigar y a la mitad del proyecto no podía más y me preguntaba qué hacía ahí, por qué me puse a escribir eso”. Los protagonistas de Hijos de la sombra son Agustín, Santiago y Diego, tres adolescentes de 1974 que viven en la pobreza monótona pero no vulgar de un pueblito santiagueño. Buenos Aires es un relato del diario o una imagen en el único bar que tiene una tele para sus clientes. Viven en familias “normales” donde el padre impone la ley y la fuerza, y las noticias —la muerte de Perón— parecen tan lejanas como la idea de futuro.

Las conversaciones, marcadas por el costumbrismo, son sobre la escuela, la relación con los padres —violentos—, las jornadas en el campo. Lo único que altera el orden cotidiano es la llegada de un nuevo cura a la Iglesia. El histórico padre Pedro le deja su lugar uno más joven y que se lleva mejor con los chicos. Pero prontamente el entusiasmo que les despierta el padre Flaviano deviene en una situación de pedofilia que los tiene como víctimas. Cómo se responde a eso: esa es la historia de Hijos de la sombra.

“Veía a la gente que me rodea y los veía con la mirada como pensando ‘Qué disparó acá Graciela, para qué lado se está yendo’. Yo no lo sentí así, tal vez porque no especulo cuando estoy escribiendo. Soy bastante impulsiva. Pero ahora, con la devolución de mis lectoras y lectores, sí veo cuestiones que ni siquiera había tenido en cuenta. Este libro hondó mucho en mí y me comprometió desde otro lugar con la literatura. Y la verdad que me gusta. A pesar de todo lo que tiene y todo lo que conlleva, me gusta”.

"Hijos de la sombra", de Graciela Ramos (Ediciones B)
"Hijos de la sombra", de Graciela Ramos (Ediciones B)

¿Este libro cambió tu forma de escribir?

—Siempre soy la misma. El fondo común de mis novelas es la inmigración, el trabajo, el proletariado que se levanta a la mañana temprano y se va a trabajar y todo lo que va pasando con ellos en distintos momentos políticos. Me gusta mucho ver la política desde ese lugar. Hoy estoy muy enojada con la política; tengo como un enojo constante. La patria de Enriqueta sí fue un clic, me hizo sentir distinto las cuestiones de las personas que caminan la historia. Y, con este libro, lo que me cambió fue trabajar con relatos reales. Uno puede decir ‘Esto lo paso mi abuelo’, pero saber que estas cosas ocurren a la vuelta de tu casa y que a lo mejor no lo ves o no lo querés ver es diferente. No soy una nueva escritora. Soy siempre la misma, comprometida con la escritura. Y hoy un poquito más comprometida con la cuestión social. Por eso soy muy fanática de Roberto Arlt.

En tus novelas anteriores hay cierta mirada optimista; acá los tres protagonistas quedan muy rotos.

—Es así la historia, es así la vida. Todos tenemos nuestro submundo. Cuando las lectoras me dicen “Esto es tremendo”. ¡Esto está al lado nuestro! La vida es así. Todos tenemos una grieta que la llevamos y la acomodamos. La mayoría de las personas tiene una vida “normal”, pero qué pasa con esos “normales” que siguen levantándose a la mañana, van al trabajo, comen con la familia cuando la vida les pega un cachetazo y los deja tumbados en el piso. Quedan rotos. Los tres protagonistas de la novela son tres maneras de hacer frente a esta historia.

Pero además del cura abusador hay otras situaciones como la violencia de género.

—Yo creo que el común denominador del libro es el abuso en general. Por eso elegí la década del 70. El abuso tiene mil caras.

Sabiendo cómo son tus lectoras, ¿cómo pensás que van a recibir Hijos de la sombra? ¿Qué puertas puede abrir un libro como este, qué consecuencias puede traer?

—Bueno, de hecho ya he tenido devoluciones de lectoras que soy muy católicas. Yo también soy católica. Creo en dios, pero eso no quita que hable como hablo en todas mis novelas. No tiene nada que ver una cosa con la otra. Mi intención era llevar la historia de ellos; yo no hablo de la Iglesia ni de la década del 70: hablo de la vida de ellos. Hay muchos padres Pedro trabajando con los chicos, que son tan queridos y están toda la vida en el pueblo. Pero que un día los sacan y ponen a otro, porque esa es la movida de la Iglesia —que no la voy a entender nunca— con respecto a los curas pedófilos.

"Quién soy cuando no estoy", de Graciela Ramos. Un texto de lectura exclusiva de Leamos.com
"Quién soy cuando no estoy", de Graciela Ramos. Un texto de lectura exclusiva de Leamos.com

Me llamó mucho la atención cómo vas mostrando la manera en que el cura envuelve a los chicos. Aún viendo claramente que es un discurso perverso, hasta parece lógico.

—Trabajé mucho con una psicóloga amiga. Para habitar al cura malo me tengo que convertir en él. Para escribir sobre un personaje, tengo que entenderlo, comprenderlo, habitarlo. Fue tremendo. Ahí tuve la crisis con la historia. No solo lo trabajé con una psicóloga a la cual le agradezco que me haya llevado a ver especialistas, sino que escuché muchos testimonios. Tuve acceso a entrevistas y pude escuchar a las víctimas pero también puede escuchar a los pedófilos. Lo que más me costó comprender es como un cura como Flaviano lo ve como algo normal. Yo le di un tinte un poco más perverso, pero para ellos es algo como normal. Siente que están ayudando. Fue muy duro el trabajo de poner la voz de los malos.

Es llamativo que cuando los tres chicos hablan entre sí, cambian.

—Se desahogan.

En ese sentido, ¿la lectura de este libro puede ayudar a quien esté atravesando una situación así?

—No lo tenía para nada en la mente. Por lo general, nunca jamás pienso en el lector porque cuando me siento a escribir estoy muy concentrada en la historia. No sé si está bien o mal, pero nunca lo hago. Lo voy descubriendo después, como me está pasando ahora y es maravilloso. Cuando el libro sale de uno ya es de cada lector y continua en la voz de cada uno. Pero ahora que lo decís, ojalá que sí. El problema es hablar. Nuestro problema es que las cosas que no nos gustan las metemos abajo del tacho de basura y no las conversamos.

Hay un personaje clave que aparece al final de la novela: Yara.

—Yara es un nombre brasileño, que no sé como se pronuncia, pero que tiene un significado: significa la luz. En las conversaciones, los varones abusados quedan muy marcados y la primera marca y más grande se la ponen ellos mismos. La intención es que, si acá había algo para salvar, que lo salve el amor. Por eso aparece cerca del final.

La escena en la que hacen el amor es muy fuerte porque, antes que una escena de sexo, es casi de alivio.

—El hecho de poder lograrlo, de cruzar una línea y de abrazar lo que te resta de vida a través del amor. Mi intención era esa. Nuestra mente funciona de una manera tremenda. Todo está en “la cajita”, como le digo, que nos comanda la vida. Y la de él estaba muy rota.

En ese sentido, ¿qué es para tus novelas el amor?

—Tengo un tema con el amor. Cuando me ponen como novela romántica yo digo que es un insulto a la novela romántica. Yo escribo sobre inmigrantes y gente pobre, y, para los pobres, el amor es distinto al de los ricos. Mis personajes están preocupados por levantarse a las cinco de la mañana y no llegar tarde al trabajo. Qué historia de amor romántico puedo contar en Lágrimas de la revolución cuando hablo de una época en donde la mujer era proveedora de sexo y familia. Soy demasiado realista. Pero el amor siempre está; en la literatura, el amor atiende a la historia que vas a contar. El amor está en todas partes y ese es el amor del que yo escribo. Esa es mi historia del amor: con la vida, con tu hijo, con tu compañera.

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