Una historia de exilio y el reencuentro con los orígenes, con la última dictadura de fondo

La francesa Monica Zwaig, hija de expatriados y ahora radicada en Argentina, presentó su primera novela, “Una familia bajo la nieve”, en la que recupera cómo se fue narrando la historia familiar y en ese proceso logra establecer un nuevo vínculo con su pasado

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Monica Zwaig es abogada, actriz, dramaturga y traductora y acaba de publicar la novela Una familia bajo la nieve, en la que desde una primera persona cruda y despojada de solemnidad recupera cómo se fue narrando la historia de sus padres exiliados en Francia durante la última dictadura cívico militar y en ese proceso de distancia y acercamiento logra establecer un nuevo vínculo con ellos y con su pasado.

“Nosotros nos criamos ahí, entre los monoblocks de los suburbios de Francia llenos de árabes y negros”. Ese plural con el que empieza la novela se va despejando a lo largo de la historia, a medida que la narradora va constituyendo una voz singular y con mayor distancia de su familia, como si la escritura hubiese permitido dar cuenta de esa transformación en la que ella se planta como alguien con una mirada propia sobre ese relato conformado por el colectivo familiar.

Se trata de la primera novela de Zwaig (Francia, 1981), quien reconoce que los textos Nací, de Georges Perec, Léxico familiar de Natalia Ginzburg, Mi vida en Huel de Sergio Bizzio y autores franceses como Alice Zeniter y su libro El arte de perder, resonaron en su escritura.

En diálogo, la autora, nacida en Francia durante el exilio de sus padres pero instalada hace ya varios años en la Argentina, habla de este trabajo de ficción, editado por Blat&Ríos, que comenzó a escribir en francés y terminó en castellano. Sobre ese cambio de idiomas está trabajando ahora, “una novela con una narradora que confunde el sentido de la vida con el sentido de las palabras”, anticipa.

Zwaig también es abogada y ese oficio ingresó en la performance que hizo en 2019 con el escritor Félix Bruzzone, Cuarto Intermedio. Guía práctica para audiencias de lesa humanidad, pero también en esta novela: “La justicia es una ficción con su propio idioma y me interesaba mucho hacer ingresar ese universo y ese vocabulario a la novela, donde la justicia es la que defiende a los malos pero también aleja a la madre de la protagonista”, reflexiona.

-¿Cómo se fue gestando la escritura de esta novela que tiene impreso un registro personal, ¿siempre pensaste en trabajarla desde la primera persona?

-Para mí la primera pregunta no fue si tenía que escribir en primera persona o no, fue en qué idioma tenía que escribir. Empecé a escribir un texto en el 2011 que no llegó a ser una novela, primero en francés. Era un texto corto de 30 páginas sobre mi viaje a Argentina con un tono lúdico de entradas escritas los domingos a la noche. De este trabajo me quedaron varias imágenes e ideas que volví a usar cuando empecé de nuevo con el proyecto de novela al año siguiente, pero esta vez en castellano.

La idea de intentar escribir en castellano me la dio un amigo traductor y le tomé el gusto. Se convirtió en un desafío conmigo misma de apropiación de la lengua pero también de trabajo desde la incomodidad y el límite. Fue muy frustrante a veces (siempre) pero aprendí mucho, no solo el idioma, también del proceso de escritura. A medida que iba mejorando mi castellano, iba cambiando mucho el proyecto. Por eso hay mil versiones, idas y vueltas, abandonos y pausas en el camino. Mi duda siempre fue y creo que sigue siendo: ¿cuándo la escritura deja de ser prematura? ¿cuándo tengo derecho de decir que el texto llegó a su forma final? Y esa pregunta se hace aún más evidente y pesada cuando escribís en un idioma “nuevo” para vos, un idioma lleno de agujeros negros porque sabes que te faltan palabras y yo siempre tenía miedo que me falte “la palabra” que cambiaría todo el texto si la tuviese a mano.

Nunca pensé que tenía que ser si o si en primera persona, fue un experimento más que nada. Estaba rodeada de literatura en primera persona y me preguntaba qué podía hacer con esa voz. Además me gusta mucho leer diarios, y quise recrear esa sensación de intimidad por más que me vaya hacía la ficción. Por eso en la novela hay un diario y cartas también porque es un material que a mí me gusta mucho leer. No es un verdadero diario, ni cartas reales, son cosas que inventé pero que sirven para recrear un vínculo de intimidad entre la protagonista y el lector. Además la primera persona me daba esa posibilidad de jugar con la verdad y la ficción, borrar las fronteras entre los dos, crear verosimilitud más fácilmente con lo que tenía a mi alcance. Por otra parte, esa primera persona está también muy diluida con los otros protagonistas, sobre todo la madre que ocupa un lugar enorme en la novela.

"Una familia bajo la nieve" (Blatt & Ríos), de Monica Zwaig
"Una familia bajo la nieve" (Blatt & Ríos), de Monica Zwaig

-¿Cómo fue eso de comenzar a escribir en francés y pasar al castellano?

- Cuando empecé ese proyecto de novela lo hice en francés, ya vivía en Argentina y por eso decidí luego pasar al castellano. Ese cambio de idioma lo pude atravesar aceptando que la narradora también tenía que dar cuenta de ese aprendizaje. La primera parte de la novela tiene una escritura más “infantil” por eso, y el resto es ya una escritura más adulta o más joven. Igual el cambio de idiomas es una gran lección de humildad porque siempre sabés que te podes equivocar y hay que trabajar con la inseguridad y la paciencia. Para darme coraje pensaba en los autores que conozco que escribieron en un idioma adoptado como Beckett, Kundera, Cioran o Makine, entre otros.

-Antes trabajaste en una performance sobre un juicio de Lesa Humanidad con Félix Bruzzone, “Cuarto Intermedio”. ¿Cómo influyó esa experiencia en este proyecto?

- Cuando empecé a escribir Cuarto Intermedio, ya había terminado de escribir mi novela. Estaba en ese proceso de dejarla en remojo a ver si me seguía gustando y corregir cosas, pero ya estaba en la recta final. Así que no puedo decir que Cuarto Intermedio haya tenido mucha influencia sobre la novela, sería más bien al revés. Ya tenía bastante en claro lo que quería escribir en la performance sin pisar mi propio trabajo en la novela. De hecho, Cuarto Intermedio es una obra escrita en un par de días nomás porque tengo muy masticado el tema de los juicios de lesa humanidad, lo que quiero contar de eso, cómo lo quiero contar y lo que no quiero hacer.

- Sos abogada, ¿ejercés? ¿Cómo dialoga ese universo con el de la escritura de ficción?

- Trabajo en el Ministerio Público, o sea que soy abogada pero no ejerzo la profesión liberal en un estudio. Para mí la justicia es una ficción con su propio idioma y me interesaba mucho hacer ingresar ese universo y ese vocabulario a la novela donde la justicia es la que defiende a los malos pero también aleja a la madre de la protagonista. Y es, por otro lado, la que tendría que defender a su padre. La literatura tiene algo fantástico que es que te permite explorar ese grado de complejidad, de acumular lenguajes y ficciones, sin convertir la novela en un ensayo o en un panfleto militante.

-¿Estás trabajando en algún proyecto de escritura?

- Si, hace casi dos años empecé a escribir una novela con una narradora que confunde el sentido de la vida con el sentido de las palabras. Entonces trata de adquirir más idiomas para tener más palabras para entender la vida, pero no logra profundizar en nada. Sería como una novela sobre el aprendizaje de un idioma nuevo y cómo eso repercute en la propia identidad y la capacidad de accionar en la vida. Me fascina el tema del cambio de país y de idioma, y creo que voy a escribir sobre eso durante mucho tiempo más.

Zwaig trabajó en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), en el Programa Memoria y Lucha contra la Impunidad -donde realizó una tarea de investigación en la Unidad Especial de Investigación de Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad- y ahora se desempeña en el Ministerio Público Fiscal.

Monica Zwaig
Monica Zwaig

-¿Cómo creés que dialoga la novela con otras ficciones sobre los 70 y la dictadura militar?

- Nunca la pensé como una ficción sobre los 70 sino como una novela sobre una madre que no logra asumir su rol de madre hasta el final. Los 70 aparecen porque hay que contar un poco la juventud de esa madre y ocurre en esa época, pero siempre lo pensé como un ruido de fondo. En cuanto a la no solemnidad es una búsqueda personal que traigo de mi formación en dramaturgia y actuación y que se acentuó en mi llegada a Argentina. En Francia me crié siempre del lado del humor, siguiendo los programas de tele o radio con sketches como “Les Inconnus”, “les nuls”, “les robins des bois”, Edouard Baer y los humoristas Coluche, Desproges, Devos.

Pero Francia también tiene edificios imponentes, discursos de intelectuales en el Panthéon, grandes causas, grandes intelectuales, una seriedad y una solemnidad muy fuerte en las instituciones. Me crié con eso y era muy pesado. Pretender escribir en el mismo idioma que Camus y Baudelaire era como una pesa imposible de levantar. Cuando llegué a Buenos Aires empecé a estudiar actuación y dramaturgia y tuve la suerte de caer en manos de profesores con mucho recorrido y trabajos despojados de solemnidad. Esto fue como un bife en la cara, necesité seguir ese camino como un antídoto.

Hay otro desafío que es cómo sacar los temas aparentemente graves y tediosos de la solemnidad. Sacar un tema de la solemnidad no siempre es llevarlo al humor, tal vez es simplemente devolverle accesibilidad. Pero además me interesa el humor. Se puede laburar en derechos humanos y no ser solemne. El tema es ¿qué ganamos en comunicar desde la solemnidad?

- Pensaba en la reedición de “Diario de una princesa montonera” y en esta mirada despojada de solemnidad que comparten.

- Conocí el trabajo de la “princesa montonera” cuando escribía su blog y compré su primer libro y la reedición también. Me gusta lo que hace y el personaje que armó. También me gusta lo que hizo Félix Bruzzone en 76 y me gustó mucho el libro de Laura Alcoba, Los pasajeros del Anna C. Son autores que usaron la literatura para pensar sin solemnidad temas considerados escabrosos. Hay otros autores como Yasmina Reza que en su último libro cuenta una visita a un campo de concentración nazi con sus hermanos y es una escena de humor. O Gail Parent que escribió sobre el suicidio con un humor negro tremendo.

- Hablás de la forma de contar el pasado en Francia, ¿qué diferencias ves a la hora de narrar el pasado en Argentina?

- Siempre tuve la sensación de haber llegado tarde a la Argentina y que estos temas ya habían sido tratados y que la gente no quería saber más nada. Pero fui descubriendo otras formas de narrar, otros autores, obras de teatro o películas que abordaban el tema y me sigo cruzando con gente interesada y con iniciativas recientes y creativas que me dan la pauta de que todavía hay mucho para explorar. Por ejemplo, hay muy poca literatura y muy poco cine sobre los juicios de lesa humanidad. En cambio sobre el juicio de Nuremberg hubo películas, libros. Hasta Victoria Ocampo, que fue la primera mujer latinoamericana en asistir a ese juicio, escribió sobre eso.

Cada país tiene su forma de procesar y narrar el pasado. También evolucionan con el tiempo a ritmos diferentes. En Francia se siguen publicando libros sobre la Segunda Guerra Mundial al día de hoy. Hasta Emmanuel Carrère tiene uno contando un secreto familiar sobre su abuelo que colaboró con los nazis (La novela rusa). Tampoco es que Francia sea un ejemplo de nada, y recién ahora está procesando su pasado colonialista. Hay más libros de la generación de hijos de argelinos y marroquíes que descubren sus orígenes y se interrogan sobre eso, pero es super reciente, Leila Slimani, Alice Zeniter, entre otros. Mazarine Pingeot también tiene una novela reciente (Thea) sobre la responsabilidad de Francia en Argelia. Cuanto más distancia haya en el tiempo con los hechos, y más posibilidades de elaborar el trauma individual y colectivo, más caminos se abren a la hora de contar. Me interesan las formas de narrar que permiten salir de la endogamia y de la solemnidad. La endogamia y la solemnidad son universales.

Fuente: Télam

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