“Carne de cañón”, las heroínas también quieren viajar

La primera novela de la astróloga española reconstruye la historia de una joven que va conociéndose a sí misma con la vida como maestra

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"Carne de cañón" (Planeta), de
"Carne de cañón" (Planeta), de Victoria Herrera

Lo que estoy a punto de contarles me lleva directo a la infancia: tengo 8 ó 9 años y juego a encerrarme en mi habitación durante horas simulando que tomo café y que soy una escritora que tiene que terminar una novela. Como en una especie de acto de psicomagia esa niña conjura al futuro y construye sin darse cuenta un recuerdo que me servirá como brújula muchos años.

Desde que tengo uso de razón me la pasé poniéndole poesía hasta a la lista de la compra y dándome cuenta de que ahí había una especie de superpoder, que las palabras por mí elegidas viajaban a los otros con contundencia y provocaban algún efecto. Esta fascinación con las letras se fue haciendo cada vez más intensa y mi ascendente sagitario y las redes sociales hicieron el resto. De golpe, la posibilidad de publicar. El encuentro con la escena anhelada lejos de ponerme insegura me convence de que nada puede salir mal porque llevo toda la vida entrenándome para este momento.

El día de la firma del contrato voy camino a San Telmo sintiendo que todo encaja, que el barrio que me recibió en Argentina hace unos pocos años ahora me regala un cambio de nivel. Firmo con la alegría con que se recibe un Oscar, no disimulo, para qué. La excitación me juega una mala pasada y en cuanto cruzo la puerta de Editorial Planeta el subidón se transforma en llanto desconsolado, un llanto con nombre y apellido, un llanto que me cuenta que ni en este ni en ningún teléfono del mundo está el contacto de la única persona con la que quiero hablar ahora. Y es que, así como los gatos ponen pajaritos al borde de la cama de sus dueños, yo quise hacerte entrega de mi logro, papá. Y al comprender que nuestro encuentro era imposible sentí resquebrajarse el corazón. Ni siquiera en el nacimiento de mi hijo tu ausencia se hizo tan palpable. En una especie de pacto entre mis lágrimas, el cielo y la avenida independencia tomo mi primera decisión artística: este libro va a partir de la pérdida del padre. Me congratulo con esta iniciativa, es un tema universal, no hay momento más terrible y posibilitador de la adultez, no deja a nadie indiferente. De entrada, decido que no voy a usar nada de lo ya escrito. Este momento creativo, este aquí y ahora, es la tierra donde plantar la semilla.

Al llegar a casa elijo uno de los mil quinientos cuadernos que me compré en el tiger de la calle carretas de Madrid y al largo de los días empiezo a anotar lo que se me va ocurriendo, no importa si es un delirio o si son las dos de la mañana y estoy medio en pedo. Todo sirve. Tengo tiempo, el deadline es en muchos meses, quiero estar atenta a no perderme de disfrutar el proceso creativo, a entregarme en cuerpo y alma a esta aventura. Entre todos los garabatos una idea empieza a despuntar, el deseo de darle la forma de road movie literaria. En mi fantasía descabellada empiezo a hacer planes a lo grande, la novela sucederá en varios países y me desplazaré a cada uno de ellos para inspirarme. El sueño de la piba aventurera. Pero el destino tenía otros planes. Pandemia mundial, fronteras cerradas, cuarentena estricta. Paso del supuesto cielo a los infiernos, no solo no voy a viajar, tampoco voy a poder salir de mi casa. Me agarra la duda ¿será posible que la imaginación vuele sin una ventana abierta delante? me pongo bajonera y me respondo que no. Los días pasan, las semanas también. Mi cabeza está enfrascada tratando de entender qué sentido tiene este momento del mundo, abandono la idea de escribir, y en ese abandono me abandono.

Victoria Herrera
Victoria Herrera

El despertar de mi letargo acontece un día mientras escucho salir de mi boca una frase muy poco afortunada. Tengo que escribir, le estaba diciendo a un amigo en modo casi quejoso. Ahí la niña de 8 años que me habita que es infinitamente más inteligente que yo, me despierta de una cachetada ¿tengo que escribir? ¿tengo? quien te crees que eres para no valorar mi sueño, no escupas al cielo, agradece y disfruta Victoria, no seas pelotuda te pido por favor. Le doy las gracias como corresponde y esa misma noche nace Sofía, mi alterego. Nace de parto natural y me llena de endorfinas, ni siquiera tengo que pujar, la historia empieza a salir sola. Sofía y su madre, Sofía y su valentía, Sofía y el sexo. Cada rato que paso viajando por su universo esta cuarentena se resignifica, deja de parecerme una putada y se convierte en la oportunidad de, buceando en su mundo, encontrarme con mis propias olas. Mi tiempo preferido para buscarla es a la noche, con ese silencio y esa quietud que me regalan la sensación de que estamos solas. Hay veces en que siento que es ella misma la que me va contando al oído lo que mi mano escribe, y empiezo a entender eso de ser canal, de ser el puente que permite que la historia se cuente a sí misma.

A veces, por las mañanas, leo lo escrito y casi ni lo recuerdo, como si hubiera pasado por alguna especie de trance la noche anterior. Y empieza a pasarme que me gusta lo que leo, que me divierte, que me engancha, que me dan ganas de más. Así que cada noche voy feliz a convertirme en Sofía por un rato, a dejar que se apodere de mi hasta el punto de sólo ser ella, y en ese ser ella poder viajar, sanar heridas antiguas, encontrarme con la vida cara a cara. La cuarentena pasó a ser una de las épocas más plenas de mi vida y el entusiasmo derramado en cada letra me devolvió una vitalidad con la que no va a poder ningún tsunami.

En este libro dejé mis entrañas y lo hice con la alegría y la pasión de quien está asistiendo a su propio milagro. Por eso ahora, cuando cada día recibo mensajes de personas anónimas que me cuentan lo que esta historia ha significado en sus vidas, una certeza profunda me recorre, y es la de comprender que Sofía ya no me pertenece, que tiene que seguir viajando, que pasó a formar parte de un colectivo que al igual que yo, la estaba necesitando. Y la despido como se despiden los grandes amores. Y ahí es cuando la niña de 8 años que me habita que es mucho más inteligente que yo me guiña el ojo, y me pide que haga café, que nos quedan más historias que contar.

Cuando Victoria Herrera llegó a Buenos Aires a finales de 2005 con una beca de tres meses para estudiar teatro, nunca pensó que quince años después seguiría aquí, que dejaría el teatro por la astrología y que además de plantar un limonero y parir un argentinito iba a publicar un libro. Por suerte, la vida es todo eso que nos pasa y que no teníamos ni idea de que nos iba a pasar.

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