El libro Formas propias es la historia de un “monstruo” que necesita de máscaras de oxígeno, de aparatos, de enfermeros perversos, un “monstruo” que los niños miran desde lejos sin comprender: su cuerpo se llena de bultos -tiene unos ciento setenta y pico esparcidos a lo largo de su anatomía- por una enfermedad que padecen apenas un puñado de personas en el mundo, entre ellas él, Matías Fernández Burzaco, el narrador de este relato.
Fernández Burzaco tiene 23 años, es periodista y rapero y en su libro describe su enfermedad: “se llama fibromatosis hialina juvenil. Fabrico más colágeno de lo normal, más piel, más tejido conectivo, y así nacen estos bultos redondos… La enfermedad modifica todo mi cuerpo y no me deja, entre otras cosas, caminar. Invade el cuerpo de piel -por dentro, por fuera- y parezco un hombre derretido”. En el mundo hay solo 65 personas como Matías.
En el prólogo de Formas propias, la escritora y periodista Josefina Licitra señala algo que se constata al terminar de leer el libro: “Lejos de lamerse heridas falsas y de hacer de la escritura un confesionario amateur, Matías corre un riesgo y le entrega su cuerpo a la fiera mayor: su propia cabeza”, dice.
La imagen de monstruo con la que se autopercibe el narrador de esta pieza autobiográfica única, publicada por Tusquets, no se condice con la construcción en primera persona del protagonista, quien al mirarse desde la mirada del otro y construirse con sinceridad, sin ocultar ninguna de sus virtudes ni miserias, logra una imagen consumada del personaje de esta historia dolorosa que no deja de tener en su crueldad la cuota de humor que descomprime, por momentos, el clima sofocante del relato.
-¿Las formas propias del cuerpo del protagonista de tu autobiografía tienen que ver con la forma propia que logra el texto?
-Tal vez. No sé si lo logré; espero que sí. Me pondría feliz. Mi libro es periodismo y -ojalá- literatura. Traté de mostrar lo que hago, no solo lo que soy por mi físico reventado: intenté soltar una voz y convertir un mundo singular en universal. Este era el desafío más complicado. Entonces no son solo las formas propias del cuerpo: están las frases propias, el juego con lo sensorial, la palabra que se amasa y se amasa, el trabajo de campo poniendo la cara. Todos tenemos nuestras formas propias, ¿no? La mirada. Yo estoy quieto y me dedico a mirar. Como mis enfermeros, tengo los ojos bien abiertos.
-Es recurrente en tu libro la idea de monstruosidad (lo prodigioso, lo único, lo que debe mostrarse) ¿es una de las necesidades de mostrar tu vida?
-Mi cuerpo no es genérico y tuve que meterme en ese personaje para escribir el libro: ser la bestia que asusta y mira a los otros y se mira y después escribe. ¿Quién no es un personaje? De todas formas, mostrarme no lo pienso como necesario. Nadie “necesita” leer mi vida ni mi postura de enfermito endiablado. Es mi trabajo. Me lo pidieron y supe que tenía que pasar por miles de senderos emocionales. Lamentablemente, si sigo las intenciones de los medios hegemónicos tan favoritos de la vida, mi cuerpo se va a transformar en una empresa. Y yo quiero destruir eso. Por eso me parece que está bueno decir sin decir: ser deforme no es un insulto, es muy loco, es divertido, así que lo estoy escribiendo en vivo.
-¿Cuánta similitud hay entre el Matías de carne y hueso y el de papel?
-No me gusta nombrarme en tercera persona. Lo detesto, jamás lo hago. Formas propias es una autobiografía, una crónica de no ficción. Pero, digamos: es el mismo tipo. Aunque tuvo muchos cambios en el proceso de escritura. Mutó. Antes era un curioso con caprichos. Ahora sabe sobre su enfermedad, cree ser una voz autorizada para escribir sobre sí mismo y está más preparado para las siguientes aventuras. El del libro es un recorte; estaciona en el espejo, al mismo tiempo está desenfrenado, ansioso, se posiciona como un hombre y encuentra (o no) una independencia. Al igual que el periodista, que el personaje de veintitrés años. Ambos viven y respiran haciéndose cargo. Ya no necesitan a los demás.
-Al protagonista no les gustan los discapacitados, eso es lo que confiesa. ¿Por qué?
-¿Qué es la discapacidad? ¿Qué es ser normal: existe eso? No es que no me gusten, siento que nunca elegí pertenecer a un grupo “especial”, como decía mi madre, porque siempre me sentí igual a los demás. ¿Pero “los demás” qué son, cómo son, quiénes son? ¿Hasta dónde uno es capaz o incapaz? Yo sufro y tengo chispazos de felicidad como todos y todas. De chico era más maldito y odiaba a los que andaban en silla de ruedas o se babeaban. Ahora no.
“Todos tenemos nuestras formas propias, ¿no? La mirada. Yo estoy quieto y me dedico a mirar. Como mis enfermeros, tengo los ojos bien abiertos”.
-¿La honestidad y la sinceridad son claves en esta historia? ¿Están tus virtudes y tus defectos en este libro?
-Veremos. Prefiero que lo diga el lector. Que lo piense o que no lo piense. Tuve que desnudar los pensamientos. En principio, escribí todo lo que me deja conforme y lo que quise mostrar de la manera más cruda. No creo en lo bueno ni en lo malo ni en los defectos ni en las virtudes.
-¿El libro te devuelve también esa misma imagen que viste en el espejo?
-Intuyo que sí. ¿Una imagen parecida? Me devuelve un montón de preguntas más. Es un conjunto de fotos, una imagen que pasó por varias radiografías y que navegó por quirófanos.
-¿La escritura de esta historia en algún momento tiene la intención de “pequeña venganza” como plantea el protagonista?
-No. Jamás. En su momento hubo segundos de furia, porque lo escribí a los veinte años, pero yo solo quise contar una historia sin faltarle a la verdad. Mi argumento más sólido: cuento todo lo que viví o vi o tuvo que ver directamente conmigo. Es difícil hablar sobre los otros, y por eso medio en chiste ya me han tildado de “escrachador”. Cuando escribo no pienso guardarme nada.
-¿Cuáles son tus lecturas, tus libros favoritos?
-En pandemia me ha costado mucho concentrarme. Conecté más con el oído en la música. Leí pero con el celular, necesito volver al papel impreso sobre los ojos. Autorretrato y Suicidio de Édouard Levé son de los que más disfruté. Open: memorias, de Andre Agassi, también. Otro: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion. Pregúntale al polvo, de John Fante. Todo lo que escribe Leila Sucari me atraviesa; ella fue mi primera editora del libro. Tiene poderes esa chica. Yo fui un pornostar, de Emilio Fernández Cicco, por ejemplo, me encanta: qué salvaje, qué periodista del carajo. Lo banco mucho a él.
-Tus imágenes son muy literarias ¿Has realizado talleres de escritura?
-Aclaro: no es una novela, tampoco autoficción. Son hechos, miradas, escenas, preguntas. Y lo que queda en el lector. Josefina Licitra es parte de mi familia -su hijo Joa completa el combo de cuatro hermanos- y me edita desde siempre. Lei Sucari, exalumna suya, trabajó conmigo y en su casa los primeros textos del libro: hicimos como una especie de clínica autobiográfica. Juan Sklar se tomaba un Uber, el vinito barato que le ofrecía mi vieja y se sentaba en mi cama a pensar textos para que yo pudiera ofrecer en revistas tremendas. Y Leila Guerriero ve cosas que nadie ve. Me sacudió y me hizo entender varias cuestiones de criterio. Ahora ya no me permito tener errores sin sentido. El libro pertenece a todos las que acabo de nombrar.
-¿Algunas de las personas que tienen tu misma enfermedad han escrito?
- Que yo sepa, no. Somos muy poquitos. Pero creo que no nos gusta escondernos. Me encantaría que Mayra, la otra en Argentina, escribiese. Tengo ganas de volver a hablar con ella. La discapacidad, en general, fue tratada de una manera que no me representa mucho. Igual, deben existir textos maravillosos.
-¿Vas a dedicarte a la escritura de ficción, a crear personajes?
-Es probable. Me cuesta mucho inventar, arrancar de cero y a ciegas. No sé escribir un cuento ni me interesa su estructura. Pero pronto publicaré un libro en el que para protegerlos tuve que cambiarles los nombres a los enfermeros y entonces me mandé a hacer un poquito de ficción, a potenciar íntimamente, y a volver todo un tanto -porque ya lo es- más oscuro y sangriento.
*Con información de Télam
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