A pesar de que la irrupción de algunas aplicaciones han conquistado parcelas antes reservadas al correo electrónico, a 50 años de su aparición una de las primeras actividades que realizan muchas personas al llegar a su puesto de trabajo es, precisamente, todavía, consultar la bandeja de entrada de su cuenta.
El correo electrónico cumple el medio siglo de vida en mejor forma que nunca. Los datos son incontestables. Más de 2.630 millones de correos electrónicos viajan diariamente por el mundo. Son tantos que su huella de carbono empieza a suponer un importante problema para nuestro planeta.
Desde su nacimiento la popularidad del correo electrónico no ha parado de crecer. Hoy cualquier persona con acceso a internet puede disponer de una cuenta gratuita. Lo difícil es sobrevivir en internet sin ella: para la creación de los perfiles de Facebook o Twitter o la compra de un producto en Amazon se solicita una dirección de correo electrónico.
Pero lo cierto es que el correo electrónico nace casi por casualidad. Internet había sido concebida como un sistema para compartir recursos entre ordenadores con el fin de abaratar gastos y favorecer la investigación: la comunicación interpersonal no estaba entre los objetivos iniciales del proyecto.
Sin embargo, con el tiempo terminó convirtiéndose en el principal atractivo para el gran público. Basta con recordar el conocido eslogan que Nokia popularizó en los años 90 del siglo pasado, “Connecting people” (conectando a la gente), para darse cuenta de que conectarse a un potente ordenador de la Universidad de California está muy bien, pero no puede compararse con la emoción de enviar un mensaje de buenas noches a la persona de la que estás enamorado (y más aún, en tiempos de pandemia).
De herramienta académica a comunidad en línea
Ray Tomlinson, un ingeniero de BBN Technologies, envió el primer correo electrónico en 1971. Y, aunque sea él quien vaya a ser recordado como el inventor de la @, el correo electrónico fue el resultado de un trabajo en equipo. Otros nombres —Lawrence Roberts, Steve Crocker o Jonh Vittal entre los más destacados— están también detrás de su historia.
La propuesta de Tomlinson no era del todo novedosa. Venía a perfeccionar los sistemas empleados por algunos grupos de trabajo que colaboraban en el desarrollo de ARPANET (la red que dio origen a internet) y que funcionaban como bandejas de entrada compartidas. Sin embargo, su alternativa tenía una ventaja: permitía intercambiar mensajes entre diferentes ordenadores, con lo que la comunicación no se circunscribía a usuarios de una misma máquina.
La idea de disponer de un mecanismo sencillo y rápido de comunicación fue muy bien recibida por la comunidad científica. Y en poco tiempo se convirtió en la aplicación estrella: dos años después de su presentación oficial en la Computer Communication Conference, organizada por Robert Elliot Kahn en 1972, el 75% del tráfico de ARPANET consistía en correo electrónico.
El ámbito universitario valoró su utilidad desde el principio. No solo permitía que circularan artículos de investigación, sino que la información digitalizada podía almacenarse y ser gestionada de forma rápida y sencilla. Además, el correo electrónico también favorecía la internacionalización, por lo que pronto voló más allá de las fronteras norteamericanas para llegar a Europa, primero, y al resto del mundo, después.
Para aquellos que vivieron su aparición supuso el nacimiento de un nuevo modo de interacción que cambió muchas de las formas tradicionales de comunicación. En 1975 se crean las primeras listas de correo sobre temáticas muy diversas. Muy conocida llegó a ser SF-LOVERS, sobre ciencia ficción. Estaban surgiendo las comunidades en línea que más tarde se convertirían en sofisticadas redes sociales.
Correos electrónicos por todas partes
Los profesionales de la empresa privada pronto vieron las ventajas de este medio. En 1988 Microsoft introdujo el primer software para la gestión de correo electrónico en el paquete profesional para oficinas. En menos de un año ya contaba con medio millón de cuentas y una década después la cifra llegaba a los cuarenta millones.
A mediados de la década de los noventa aparecieron otras aplicaciones como Hotmail y Yahoo! Mail, que tenían un propósito más lúdico y una orientación más juvenil. Se trataba de alternativas gratuitas que buscaban introducir el correo electrónico en la comunicación interpersonal, y vaya si lo consiguieron. El correo electrónico salió de las oficinas y conquistó los hogares. Como sucediera con la tele o la lavadora, las familias comenzaban a tener en casa un ordenador con conexión a internet.
En el año 1998 se estrena la película Tienes un email, en la que Tom Hanks y Meg Ryan interpretan a dos de los millones de norteamericanos que por aquel entonces estaban abonados a AOL (America OnLine). Entran en contacto a través de una red de mensajería digital y se enamoran mediante el intercambio de correos electrónicos. Ese mismo año el Oxford English Dictionary incorpora la palabra spam, adaptada de un sketch de Monty Python, para referirse a los mensajes no deseados que desde entonces saturan nuestros buzones. Los correos electrónicos se cuelan en todas las esferas de la comunicación cotidiana.
En 2004 Gmail lanza su aplicación beta y, poco tiempo después, en 2009 su versión web definitiva, que se ha convertido en el servicio de correo electrónico más utilizado en el mundo.
Frente a los dos megas de almacenamiento de sus competidores, Gmail ofrecía 1 GB de capacidad. No era solo cuestión de cuántos recuerdos se podían conservar en aquel buzón infinito, sino de la posibilidad de adjuntar fotos, videos y otros recursos multimedia de forma rápida, una ventaja indiscutible.
Versátil, pero con un lado oscuro
El correo electrónico resulta una herramienta comunicativa eficaz y estable que combina la inmediatez de la interacción digital con la formalidad de la carta tradicional. El triunfo del correo electrónico se justifica también por la extensión y la variedad de sus usos, que actualmente abarcan casi todas las esferas de la vida en sociedad.
A pesar de sus ventajas, el correo electrónico se ha ido granjeando también el recelo de algunas voces críticas. Para muchos se ha convertido en unos de los principales responsables de la dispersión en el trabajo. Según se desprendía del estudio sobre eficiencia laboral realizado por Noysi, la cuarta parte del dinero invertido por las empresas se va en la agotadora y repetitiva tarea de atender la bandeja de entrada de nuestros buzones electrónicos.
Yuval Noah Harari, en su conocido bestseller Sapiens, de animales a dioses, se refiere al correo electrónico como un invento-trampa que llegó para hacernos ganar eficiencia y se ha convertido en un basurero de nuestro tiempo.
No obstante, todavía somos muchos los que valoramos las ventajas de una herramienta que nos ha abierto las puertas a una comunicación instantánea pero diferida, horizontal pero no intrusiva, y que resulta igual de eficaz para enviar un archivo adjunto a la compañera de al lado que para entablar una apasionada discusión científica con colegas de todos los continentes.
Publicado originalmente en The Conversation
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