García Márquez y Vargas Llosa: historia del “concierto literario” del dúo mayor del boom latinoamericano

Alfaguara acaba de reeditar bajo el título “Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina” la conversación que tuvieron los dos Premio Nobel en septiembre de 1967 en un auditorio universitario de Lima cuando el fenómeno literario latinoamericano estaba recién naciendo. Casi una década después la amistad se rompería para siempre

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Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la casa Agurto. Lima, 8 de septiembre de 1967
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la casa Agurto. Lima, 8 de septiembre de 1967

—Temo que esto sea metafísico y que sea reaccionario y que parezca todo lo contrario de lo que yo soy, de lo que yo quiero ser en realidad, pero creo que el hombre está completamente solo —dice García Márquez.

—¿Tú crees que es una característica del hombre? —insiste Vargas Llosa.

—Yo creo que es parte esencial de la naturaleza humana.

Dos soledades. Eso son Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima en aquel caluroso septiembre de 1967. Del otro lado, el público mantiene un silencio de misa. Algunos toman notas; otros, algunos, sostienen un grabador; todos escuchan con la atención de los feligreses desconfiados. El título de la conversación es “La novela en América Latina” porque, justamente, el filo de esa forma narrativa en aquella región perdida del mundo era toda una novedad. No porque antes no se hubiera hecho, sino porque el mundo estaba descubriendo que los autores de América Latina también podían escribir buenos libros. El fenómeno reciente del que todos hablaban tenía nombre: el boom latinoamericano.

De esa conversación que se dio en dos días, el 5 y el 7 de septiembre de 1967, surgió un libro que se publicó al año siguiente: La novela en América latina: un diálogo. Se volvió un texto de referencia y se reeditó en 1991, 2003, 2013 y 2017. Este año, la editorial Alfaguara lo volvió a publicar bajo el título Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina, con la incorporación de varios textos que contextualizan la charla: crónicas y ensayos de Juan Gabriel Vásquez, Luis Rodríguez Pastor, José Miguel Oviedo, Abelardo Oquendo, Abelardo Sánchez León y Ricardo González Vigil, pero también dos entrevistas al escritor colombiano, una selección fotográfica, y la valoración que hace hoy Vargas Llosa de la vida y obra de García Márquez.

La mayoría de los historiadores sostienen que la inauguración del boom latinoamericano se da ese mismo año, 1967, en mayo, cuando se publica Cien años de soledad, con un éxito desmedido. Luego, en octubre, un mes después de la conversación pública entre García Márquez y Vargas Llosa, se anuncia el ganador del Premio Nobel de Literatura: el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, autor de El señor presidente y precursor del realismo mágico. Antes de Asturias, la única latinoamericana que había recibido el Nobel de Literatura era la chilena Gabriela Mistral, hacía ya tiempo, en 1945, que llevaba muerta diez años, y no por sus novelas, ya que no escribía novelas, sino poesía. Es una época donde los ojos europeos, pero también los latinoamericanos, están puestos en una constelación de autores de la América castellana.

“Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina”
“Dos soledades: un diálogo sobre la novela en América Latina”

Dentro del boom, una etiqueta fundamentalmente comercial porque lo que se destaca es el caudal de ventas del grupo, estaban el mexicano Carlos Fuentes, que en 1962 publicó La muerte de Artemio Cruz, y el argentino Julio Cortázar, que al año siguiente, 1963, dio a conocer su monumental Rayuela. Y por supuesto los dos protagonistas del evento en el auditorio limeño. García Márquez, que tenía cuarenta años, ya había publicado el libro de cuentos Los funerales de la Mamá Grande y las novelas La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, y, por supuesto, Cien años de soledad. Vargas Llosa, con apenas 31 años, había publicado Los jefes y las novelas La ciudad y los perros y La casa verde. Por esta última, le acababan de otorgar el Premio Rómulo Gallegos.

Ambos eran autores emergentes que venían demostrando una sorpresiva solidez narrativa. Este encuentro que debía ser una entrevista terminó siendo una conversación en la que el colombiano cede parte de su protagonismo y el peruano lo aprovecha sin excederse. Es también el inicio de una amistad que comenzó ese mismo año en el aeropuerto de Caracas luego de varios meses de correspondencia epistolar y que terminaría muy mal: un golpe —algunos dicen piña, otros cachetada— en la cara de García Márquez bajo el cielo mexicano de 1976. Había diferencias ideológicas grandes —García Márquez se ubicaba a la izquierda; Vargas Llosa a la derecha—, pero hay rumores que indican que se trató de una “traición” amorosa. Ambos sellaron el tema con silencio.

Pero en ese momento no: se acaban de conocer, se habían leído con mucha admiración y se encontraban inmersos, juntos, dentro de un movimiento literario que ni siquiera habían creado. Eran dos soledades intensas, extravagantes, imponentes. Contaban, cada cual a su modo, con la voracidad de sentirse una revelación pero con la solvencia de los precavidos. “El diálogo, que fusionaba vida y literatura, teoría y práctica, imaginación y realidad, e instruía muchísimo acerca de la novela y de los novelistas, se había ido impregnando de la magia narrativa de García Márquez y Vargas Llosa; y nadie advertía el paso del tiempo”, cuenta Abelardo Oquendo, en su texto incluido en Dos soledades. “Desde antes de la hora señalada, en el auditorio de la Facultad de Arquitectura no cabía un alfiler”.

Gabriel García Márquez con "Cien años de soledad" en la cabeza: la novela que inicia el boom latinoamericano
Gabriel García Márquez con "Cien años de soledad" en la cabeza: la novela que inicia el boom latinoamericano

La charla comienza rompiendo el hielo protocolar con una pregunta simple pero profunda; artificial y vital a la vez; eterna, universal, que se expande y bifurca: ¿para qué sirve la literatura?, ¿para qué sirve un escritor?, ¿para qué escribir? “Yo tengo la impresión —dice García Márquez— de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada. Mi papá tenía una farmacia y, naturalmente, quería que yo fuera farmacéutico para que lo reemplazara. Yo tenía una vocación totalmente distinta: quería ser abogado (...) En la universidad, con todas las dificultades que pasé para estudiar, me encontré con que tampoco iba a servir para ser abogado. Empecé a escribir los primeros cuentos y, en ese momento, verdaderamente no tenía ninguna noción de para qué servía escribir”.

Luego dice una frase que quedará en la memoria de muchas personas, no sólo los presentes o los lectores fascinados por la obra de García Márquez: “Escribo para que mis amigos me quieran más”. Abelardo Sánchez León, que estuvo ahí, recuerda esa frase en uno de los textos que se incluyen en Dos soledades titulado Fue hace años y no lo olvido: “Nos dijo, así, que escribimos para estar menos solos y mejor acompañados. Para poder conversar sobre cosas que, cuando se habla, no son las mismas”. También estuvo Ricardo González Vigil y en su texto confiesa que “ese dúo mayor del boom de la novela latinoamericana ejecutó un concierto literario como nunca he escuchado antes y después en mi existencia”.

García Márquez estaba esos días en Perú porque venía de Argentina e hizo una escala de camino a México, donde vivía. Venía tan entusiasmado como sorprendido de conocer Buenos Aires. Por eso, cuando Vargas Llosa desliza, de a poco, la pregunta sobre el elemento europeizante dentro de los escritores del boom, García Márquez sostiene: “Conociendo Buenos Aires, esa inmensa ciudad europea entre la selva y el océano, después del Mato Grosso y antes del Polo Sur, se tiene la impresión de estar viviendo dentro de un libro de Cortázar, es decir, lo que parecía europeizante en Cortázar es lo europeo, la influencia europea que tiene Buenos Aires. Ahora, yo tuve la impresión en Buenos Aires de que los personajes de Cortázar se encuentran por la calle en todas partes”.

“Así como me doy cuenta de que Cortázar es profundamente latinoamericano, no encontré en Borges ese aspecto”, y Vargas Llosa le pregunta: “¿Es una simple comprobación o es una calificación cuando tú dices que a ti no te parece que la literatura de Borges es una literatura argentina, o latinoamericana más bien, sino que es una literatura cosmopolita?” “Yo creo que es una literatura de evasión. Borges es uno de los autores que yo más leo y que más he leído y tal vez el que menos me gusta. Lo leo por su extraordinaria capacidad de artificio verbal; es un hombre que enseña a escribir, es decir, que enseña a afinar el instrumento para decir las cosas. Desde ese punto de vista sí es una calificación. Yo creo que Borges trabaja sobre realidades mentales, es pura evasión; en cambio Cortázar no lo es”, responde.

El jurado del premio "Biblioteca Breve" de Novela, formado por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, entre otros
El jurado del premio "Biblioteca Breve" de Novela, formado por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, entre otros

Una de las partes más interesantes es cuando Mario Vargas Llosa, que trata siempre de acotarse a preguntar y a contextualizar esas preguntas, expone una idea que el propio García Márquez le pide que desarrolle: “Recuerdo que tú llegabas a la conclusión de que los novelistas somos los buitres que estamos alimentándonos de la carroña de una sociedad en descomposición y me parece que sería interesante que recordaras esto que me decías”. Entonces el peruano dice: “Creo que una sociedad estabilizada, una sociedad más o menos móvil que atraviesa un periodo de bonanza, de gran apaciguamiento interno, estimula mucho menos al escritor que una sociedad que se halla, como la sociedad latinoamericana contemporánea, corroída por crisis internas y de alguna manera cerca del apocalipsis”.

“Yo creo que estas sociedades que se parecen un poco a los cadáveres son las que excitan más a los escritores, los proveen de temas fascinantes”, concluye Vargas Llosa su idea y le pregunta sobre las “pocas afinidades entre los escritores latinoamericanos”, no sólo entre Borges y Cortázar, también entre Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti y José Donoso. ”Yo no sé si sea un poco sofista al decirte que creo que las afinidades de estos escritores están precisamente en sus diferencias. Ahora, me explico: la realidad latinoamericana tiene diferentes aspectos y yo creo que cada uno de nosotros está tratando diferentes aspectos de esa realidad. Es en este sentido que yo creo que lo que estamos haciendo nosotros es una sola novela”, dice el colombiano.

“La mayor parte de los autores latinoamericanos ‘de moda’, diríamos, viven fuera de sus países: Cortázar vive en Francia hace doce años; ahora, Fuentes vive en Italia; tú vives fuera de Colombia y así se podrían citar muchos otros ejemplos”, dice Vargas Llosa. “Cuando me preguntan por qué no vivo en Colombia, yo siempre les contesto: ‘¿Y quién dijo que yo no vivo en Colombia?’. Es decir, en realidad yo tengo catorce años de haber salido de allá y sigo viviendo en Colombia, pues estoy perfectamente informado de todo lo que ocurre en el país; mantengo contacto por correspondencia, recortes de prensa y estoy siempre al día en relación con todo lo que sucede allí (...) En cualquier parte del mundo donde esté, estoy escribiendo una novela colombiana, una novela latinoamericana”.

Luego de aquel caluroso septiembre de 1967 la historia continuó en un espiral ascendente. Dos años después, Vargas Llosa escribió la que probablemente sea su mejor obra, Conversación en la catedral, y una decena de libros más como La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo, y obtuvo el Cervantes en 1994 y el Nobel de Literatura en 2010. Por su parte, García Márquez, sorprendería en 1971 con la entrevista novelada Relato de un náufrago y, más tarde, con novelas como Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera; recibiría el Nobel en 1982 y moriría en 2014, a los 87, en la Ciudad de México. Para ese entonces ya no eran amigos: hacía casi cuarenta años que no se hablaban. Pero el recuerdo de ese auditorio lleno en Lima, donde “no cabía un alfiler”, persiste inolvidable.

Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la UNI. Sobresale el rostro de José Miguel Oviedo. Lima, 7 de septiembre de 1967
Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la UNI. Sobresale el rostro de José Miguel Oviedo. Lima, 7 de septiembre de 1967

—Ha ocurrido algo curioso en los últimos diez o quince años. Antes, creo que el lector latinoamericano tenía un prejuicio respecto de cualquier escritor latinoamericano (...) El público del autor latinoamericano ha crecido enormemente, hay una audiencia realmente asombrosa para los novelistas latinoamericanos no solo en América Latina sino en Europa, en Estados Unidos. Se lee, se comenta muy favorablemente a los novelistas latinoamericanos —dice Vargas Llosa.

—Fíjate, no sé. Yo estoy muy asustado... Creo que hay un factor real... —responde García Márquez.

—Te quiero decir lo siguiente: no se puede decir que el escritor latinoamericano de hace treinta años era menos apto que el escritor latinoamericano contemporáneo, pero casi siempre eran escritores ‘movilizables’.

—Sí, eran escritores que hacían otras cosas. En general, escribían los domingos o cuando estaban desocupados y les sucedía una cosa de la que no sé hasta qué punto eran conscientes. Y es que la literatura era su trabajo secundario. Escribían cansados (...) Ahora, yo no sé si el fenómeno del boom es en realidad un boom de escritores o si es un boom de lectores, ¿verdad?

—¿Tú piensas que este movimiento de auge de la novela latinoamericana se debe principalmente a que los escritores latinoamericanos contemporáneos son más rigurosos con su vocación, es decir, se han entregado más?

—Yo creo que es por lo que decíamos antes. Que hemos decidido que lo más importante es seguir nuestra vocación de escritores y que los lectores se han dado cuenta de ello. En el momento en que los libros eran realmente buenos, aparecieron los lectores. Eso es formidable. Yo creo, por eso, que es un boom de lectores.

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