“Mientras las mujeres no tengamos un cuerpo propio, no estaremos libres”, asegura la escritora mexicana Margo Glantz, mientras repasa situaciones de sometimiento arraigadas en diferentes partes del planeta. La narradora, ensayista y académica de 91 años destaca al mismo tiempo que actualmente numerosas mujeres se vuelcan al oficio de la escritura en América Latina y España. A diferencia de lo que sucedía antes, cuando “era más fácil contarlas con los dedos”.
Y estas autoras, destaca Glantz, aportan “la relación con la mirada sobre el cuerpo, y no solo sobre el cuerpo, sino sobre muchas cosas”. Desde su casa en Ciudad de México, comenta a Infobae Cultura sobre su propio recorrido: “desde muy jovencita el cuerpo ha sido un referente muy importante para mí”. También recuerda que por entonces “leía mucho y advertía que había sobre todo literatura masculina que hablaba sobre mujeres”. O sea, “siempre la mirada del varón sobre la mujer”.
A lo largo de la entrevista, la autora de Las genealogías, El rastro y Saña inevitablemente habla sobre el impacto de la pandemia y la virtualidad. “No he podido escribir”, dice la ganadora del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2010. Y sus días se fueron llenando de “cuadritos zóomicos”, en los que verbaliza más la escritura mientras dicta cursos y participa en coloquios y festivales.
La incansable Glantz se refiere además a su romance con Twitter, donde acumula más de 58.000 seguidores. “El tuit te permite decir en un fragmento breve algo que puede ser hermoso y que puede tener mucho sentido del humor”, señala la escritora que reflexionó en su libro. Y por mirarlo todo, nada veía sobre las redes sociales, donde “la gente llora, se desencadena, se desmelena, se desnuda físicamente”.
Durante el diálogo de más de una hora por Zoom, la prolífica ensayista y crítica literaria también analiza cómo repercutió en su propia pluma traducir entre otros a Tennessee Williams y Georges Bataille. Asimismo, se refiere a El texto encuentra un cuerpo (Ampersand), que reúne ensayos de diferentes épocas de su vida. Allí también predomina su mirada fragmentaria y femenina: “Los fragmentos están unidos por la obsesión del cuerpo, que se va a fragmentar, pero que se va a completar a lo largo de la lectura del libro”.
- ¿Por qué siempre le interesó escribir sobre el cuerpo?
- Desde muy jovencita el cuerpo ha sido un referente muy importante para mí. Para empezar, lo repito como merolico, mi cuerpo, mi imagen en el espejo -eso les pasa a los adolescentes generalmente-. El cuerpo femenino tiene transformaciones muy violentas. La llegada de los pechos, la menstruación, el cambio hormonal, etcétera. Todo eso en los hombres sucede también, pero no es tan violento como en las mujeres. Entonces estaba siempre mirando un cuerpo que me parecía poco agraciado, una nariz excesivamente larga, el pelo que me crecía a lo ancho y no a lo largo, era yo una especie de esperpento para mí misma. Además, leía mucho y advertía que había sobre todo literatura masculina que hablaba sobre mujeres y es siempre la mirada del varón sobre la mujer. Las mujeres son protagonistas, pero protagonistas miradas por el ojo de un hombre. Entonces me parecía un poco curioso. No me daba cuenta de una manera consciente, pero, poco a poco, a medida que fui leyendo con más conciencia, no nada más leer por voracidad, que leía yo con una voracidad infinita, empecé a reflexionar sobre lo que leía. Y hubo libros que me causaban mucho problema, como cuento en El texto encuentra un cuerpo. (...) Hay libros que leí que me causaron un impacto violentísimo. Las palmeras salvajes de William Faulkner, Crimen y castigo de Dostoievski y Madame Bovary de Flaubert. No tolero que se suicide Emma Bovary. He tratado de releerlo de nuevo y cuando va a empezar a suicidarse, lo dejo. Lo mismo me pasa con Crimen y castigo, no quiero ver cómo asesina a la anciana. Bueno, veo cómo la asesina, pero cómo se arrepiente el personaje me produce una violencia muy grande. Y en Las palmeras salvajes, el problema de la mujer que el marido le hace un aborto, y ella se muere, me ha perseguido siempre. Entonces no lo puedo volver a leer. O en los westerns, donde la damisela rubia iba a ser robada por los apaches o por el cowboy malo, yo me pasaba gritando en el cine “por favor, mira que ahí vienen los malos”. Los libros y las películas me producen una violencia extrema, al grado de que quisiera cambiar los finales, aunque tampoco me gustan mucho los happy endings. Las películas y las novelas muy convencionales me chocan.
- ¿Cuánto avanzaron las mujeres en la conquista de sus propios cuerpos en la literatura?
- Es evidente que ustedes en Argentina tienen un ejemplo fulgurante, para decir una palabra excesiva. Están las bestsellers, con premios por todos lados. Samanta Schweblin, que de alguna manera ha sido desplazada por Mariana Enríquez, o Pola Oloixarac, que también ha sido desplazada por otras. Está Selva Almada, está María Gainza. Está volviendo a ser muy leída Sara Gallardo. La generación de Sara Gallardo me parece extraordinaria, con Beatriz Guido y Marta Lynch. Griselda Gambaro, que es una amiga mía que me parece una gran escritora, u Olga Orozco. Pero ahora hay una pléyade de escritoras cada vez más interesantes. Yo estaba muy relacionada con Tamara Kamenszain, Sylvia Molloy, Josefina Ludmer o con Beatriz Sarlo. Todas ellas eran referentes muy importantes como pensamiento y como escritura y ahora es impresionante la cantidad de escritoras que han surgido.
Y en México tenemos muchísimas. Por ejemplo, Gabriela Jáuregui. Y hay muchísimas más que están reflexionando sobre este tema de la maternidad, de la menstruación, de la violencia masculina y la violencia doméstica, que están revisando su propio cuerpo en la escritura. Tenemos escritoras como Valeria Luiselli, como Fernanda Melchor, que son ya escritoras internacionales, que aspiran a premios como el Booker Prize y cosas por el estilo, como también algunas argentinas, brasileñas. Está la ecuatoriana Mónica Ojeda o muchas españolas, como Cristina Morales, que me parece bien interesante, o Marta Sanz. Hay muchísimas españolas nuevas, muchísimas ecuatorianas, venezolanas. Antes había mujeres en América Latina y en España, pero era más fácil contarlas con los dedos que ahora. Ahora son centenares. La relación con la mirada sobre el cuerpo, y no solo sobre el cuerpo, sino sobre muchas cosas, aunque evidentemente la mirada sobre el cuerpo de la mujer es muy importante.
(...) Nos encontramos por ejemplo que todavía hay ablación de clítoris en África. Por ejemplo, sabemos cómo tratan a las musulmanas: hace poco a una mujer en Arabia Saudita la condenaron a azotes y a muchos años en la cárcel, porque peleaba no para no usar el velo, sino para conducir un auto, que está prohibido. Y en la serie (sobre una familia judía ortodoxa) Shtisel las mujeres tienen que raparse la cabeza cuando se casan y usar una peluca o estar en su casa con una especie de bolsa horrenda. En el momento que te casas, te tienes que rapar. En los países árabes no se puede ver el pelo de la mujer, ni su cara, apenas si pueden verse los ojos... En Egipto usan unos aditamentos que les cubren los ojos y les ponen una especie de borla en la nariz que las vuelve bizcas. No tienen cuerpo, las han privado del cuerpo totalmente. Más de la mitad del mundo está así. Mientras las mujeres no tengamos un cuerpo propio, no estaremos libres.
- ¿Por qué tardó en publicar ficción?
- Pertenezco a una generación de escritores muy importantes, que empezaron a publicar libros a los 20 años. Yo publiqué mi primer libro de ficción a los 47 años, porque cada vez que llevaba mi texto con alguien que pensaba que era un referente importante que me podía hacer una crítica sobre lo que estaba haciendo, porque era muy insegura, me decían “bueno, Margo, tus textos están muy interesantes, pero tienes que aprender a hilarlos, son cuentas sueltas”. Y como eran cuentas sueltas y no tenía un hilo para hilarlas, pues no escribí.
Hasta que, de repente, en un viaje que hice a Estados Unidos con mi hija menor, que tenía seis años, he tenido que dar clases en la universidad y yo estaba sola en mi casa. He tenido que quedarme en la casa cuidándola, porque no conseguía babysitter. Entonces empecé a comer desaforadamente, sobre todo galletas, unas galletas muy bonitas que se llamaban Oreo Cookies (…). Y de repente se me ocurrió que iba a escribir –he tenido que bajar de peso porque estaba yo subiendo enormemente- un libro con textos muy breves, que se llamó Las mil y una calorías, novela dietética, a ver si de esa manera adelgazaba yo. Cuando regresé a México decidí escribir ese libro, completarlo. (...)
Lo llevaba de editorial en editorial y nadie me lo quiso publicar. Hasta que decidí publicarlo por mi cuenta, hacer una subasta, y acabé pagando la edición. Y el segundo libro que escribí de ficción se llamó Doscientas ballenas azules y lo publiqué también a cuenta de autor en una editorial muy pequeña que se llamaba La máquina de escribir. Y luego ya empezaron a considerarme como que podía funcionar como escritora de ficción.
- ¿Cómo vive estos tiempos de pandemia? ¿Qué extraña de la vida prepandemia?
- A mí me gusta mucho viajar y no puedo viajar, no he podido viajar. Apenas salir un poco fuera de la ciudad de repente, con mis hijas y mis nietos. Pero, en fin, he estado aquí en casa de la manera más extraña, porque yo siempre salgo, y me he pasado casi un año metida en la casa. Estamos sometidos a este tipo de intercambios con el Zoom. Casi todos los días hay un Zoom, lo cual se vuelve también muy complicado, porque es al mismo tiempo muy intenso y muy productivo y, por otro lado, es como muy decepcionante. Pero eso lo sabemos todos.
Lo que tiene de interesante el Zoom es que se vuelve internacional y muchísimo más colectivo que cualquier cosa presencial. Es mucho más efectivo en cuanto a difusión y más violento en cuanto a confinamiento y a la imposibilidad del encuentro físico. Estamos así, en los cuadritos zoómicos. Y además como el Zoom ha funcionado muy bien y la gente puede desplazarse fotográficamente y no físicamente, y no cuesta nada, quizás se suspendan las ferias, las conferencias plenarias, los congresos. Va a haber cambios definitivamente bastante serios.
Tiene que haber una rehabilitación económica internacional muy fuerte. América Latina ha tenido un desgaste económico pavoroso. Ustedes ya lo venían arrastrando con el macrismo. Aquí en México estamos también en un cambio político muy fuerte y no sabemos muy bien cuál va a ser el desenlace. Es un poco incierto, hay cosas que valen la pena, hay cosas que a mí me parece que no valen la pena. Pero, en fin, así es.
- ¿Qué le atrae de Twitter? ¿Y cómo se modificó su relación con las redes sociales durante la pandemia?
- Me pareció interesante analizar las posibles consecuencias del Twitter como un instrumento político. Y hemos visto que efectivamente es un instrumento político de primera línea y vemos cómo lo utilizan absolutamente todos los políticos en el mundo, cómo le sirvió a Trump. Y cómo Facebook ha sido un instrumento político de primera línea en un sentido absolutamente nefasto. Pero creo que también tuvo posibilidades positivas. Entonces entré por eso. Por otro lado, también entré porque como yo favorecía el fragmento, y el tuit te permite decir en un fragmento breve algo que puede ser hermoso y que puede tener mucho sentido del humor y que puede tener alguna incidencia, porque te sirve como desahogo, o porque te diviertes o porque políticamente te es útil y puedes argumentar políticamente lo que te importa, porque puedes tener comunicación con mucha gente y saber lo que piensa. Y con la pandemia como que es una forma de ventilar ideas sobre lo que nos está sucediendo y ver qué piensan otros. Y coincidir o estar en contra. O discutir o añadirte a cierto pensamiento. Creo que es también un elemento muy interesante para entender un comportamiento social que cada vez es más evidente a través de las redes sociales. Se aprende mucho a través de lo que la gente dice en el Facebook, la forma cómo lo utiliza, cómo se convirtió en una especie de obituario universal, de recuento de historias familiares de todo tipo, de las más banales a las más siniestras.
- ¿Las redes sociales están ocupando un lugar de ágora?
- De psicoanalista, un psicoanálisis muy de banqueta. La gente llora, se desencadena, se desmelena, se desnuda físicamente, enseñan fotos. Todos los días uno ve los selfies. Es un selfie escrito y un selfie fotografiado. Es impresionante el narcisismo que se desata. ¿Cuántos likes tuve? ¿Quién me leyó? ¿Cuántos retuits? Se vuelve una especie de numerología.
- ¿Cómo es su relación con Argentina? ¿De qué escritores argentinos se siente más cerca?
- Desde muy niña había La hora del tango, yo tenía como diez años. Éramos cuatro hermanas y teníamos que convivir en una habitación. Entonces me metía en la habitación privada de la casa, que era la sala, donde estaba un radio art déco. Y ponía La hora del tango. Oía yo a Gardel, pero sobre todo a Rosita Quiroga y a Azucena Maizani, que ya ahora nadie las oye, pero a mí me fascinaban. Oía yo a Ángel Vargas, a Gardel obviamente todo el tiempo. Mi fijación con el tango era importantísima. Además, tenía una hermana menor a la que mandaba a la tienda de la esquina a comprarme unos chocolates que estaban rellenos de una cereza bañada en licor. Tenían una cubierta de metal, la afinaba sobre la mesa, sobando, para que quedara lisa, lisa, lisa. Volvía a tomar otro chocolate de cereza, oía otro tango y leía a Alejandro Dumas o a Julio Verne. El tango está asociado a la lectura, un poquito al licor infantil, al chocolate, a la cereza, y a una especie como de asilo del resto de mi familia que me permitía leer y oír tangos.
Y luego me casé con un argentino y tengo una hija medio argentina. Y muchísimos de mis amigos son argentinos. Me tocó que muchísima gente viniera exiliada a México por culpa de la dictadura. Me analicé con una analista argentina muy importante, Gilou García Reinoso. Una de mis mejores amigas es Tamara Kamenszain, que vivió cuatro años en México. Noé Jitrik y Tununa Mercado vivieron aquí 15 años. Conocí a muchos argentinos muy importantes.
Y tengo muchos amigos nuevos en Argentina, gente que trabaja mi obra como Celina Manzoni, tengo amigos del teatro como Tantanian o Analía Couceyro. Tengo amigos con los que he compartido universidades de Estados Unidos, por ejemplo, Alejandra Laera y Gonzalo, su marido. Conozco muy bien a Florencia Garramuño. Era amiguísima de la China Ludmer. Soy muy amiga todavía, aunque no nos vemos por razones obvias, con Sylvia Molloy. También conozco mucho a Beatriz Sarlo. Luisa Valenzuela es muy amiga mía, Sergio Chejfec es muy amigo también, su esposa, Graciela, y muchísima gente. Demian Paredes, muchos jóvenes. (...) Piglia era muy amigo, compartimos cursos, éramos profesores ambos en Princeton. Con Piglia compraba tangos cuando iba a Buenos Aires, me aconsejaba qué tangos comprar. La Beba Eguía también era muy amiga mía. Bueno, hay muchos más…
- ¿Cómo se gestó El texto encuentra un cuerpo?
- Es un libro hecho con ensayos de muchas épocas. He sido muy lectora toda mi vida y he sido profesora durante más de 58 años. Y he analizado muchísimos libros a lo largo de mis clases y muchas de las clases conducían a un texto que yo publicaba fuera de revistas autorizadas canónicamente por la academia, en revistas de moda o en periódicos. Luego fui recopilando los artículos y todos tenían una mirada creo bastante interesante sobre ciertos aspectos de la literatura y de la realidad, del erotismo y de la moda, etcétera, que me interesaba ir examinando. De ahí salió El texto encuentra un cuerpo, porque en Ampersand -que ha tenido contribuciones muy interesantes- me pidieron que hiciera una lectura autobiográfica, un ensayo sobre cómo leía yo autobiográficamente. Hice una autobiografía de mis obsesiones y de cómo se traducen en pequeños textos que van a conformar un texto mayor. Creo que tiene un hilván, una unidad. Sí, el cuerpo siempre une eso. En realidad, los fragmentos están unidos por la obsesión del cuerpo, que se va a fragmentar, pero que se va a completar a lo largo de la lectura del libro.
- ¿Qué lugar siente que ocupa dentro de las letras mexicanas?
- Creo que haber sido profesora durante tantos años me inclinaba de una manera natural a tener relación con gente muy joven. A medida que vas envejeciendo, vas creciendo en edad y siempre tienes relación con gente muy joven. Y ahora pues uno de mis mejores amigos, quizá el mejor ahorita, es Mario Bellatin, que ya no es tan joven, pero tengo 30 años más que él. Y Gabriela Jáuregui, tengo casi 50 años más que ella. Tengo muchos amigos de muchas generaciones mucho más jóvenes. Ana Negri, que es de origen argentino, sus padres se vinieron a México por la dictadura. Ella fue la que hizo la antología de mis ensayos en mi último texto publicado, Cuerpo contra cuerpo (Sexto Piso).
Tengo 91. Entonces mi relación con los jóvenes es muy muy importante. Tengo más amigos jóvenes que amigos de mi edad, por la sencilla razón de que la mayor parte de mis amigos de mi edad pues se han ido muriendo uno a uno. Se murió hace poco Vicente Rojo, el gran pintor, se murió Sergio Pitol, que era mi mejor amigo, se murió otra amiga mía, Luz del Amo. Se murió Ibargüengoitia, se murió Felguérez, se murió Rulfo. Queda muy poca gente de mi generación. Queda Elena Poniatowska, está Eduardo Lizalde, está Luisa Josefina Hernández, una que tiene más que yo que es Dolores Castro. Pero en general somos muy pocos los que quedamos vivos en mi generación. Entonces, por más que quisiera tener amigos de mi generación, aunque prefiero tener amigos más jóvenes, pues no tengo amigos de mi generación casi ya. Ni modo, no...
- ¿Cómo impactó en su propia escritura haberse dedicado a la traducción?
- No he traducido demasiado, pero traduje algunos libros para ganarme un poco la vida. Me interesó mucho traducir un libro de un marxista inglés que trabajaba tragedia griega, que se llamaba Thomson, que escribió un libro sobre Esquilo y Atenas que se publicó en los ’50. Luego, por gusto, traduje a Tennessee Williams, porque hice una carrera de letras inglesas y trabajé mucho en el teatro, historia del teatro. Y escribí una tesis sobre él. Entonces traduje varios textos cortos, obras en un acto que me parecían muy interesantes. Traduje a Michel De Ghelderode, que es un belga que me pareció también interesante traducir. Y lo que más me pareció importante traducir, y eso creo que es una muy buena traducción, es la Historia del ojo de Bataille. De alguna manera me influyó bastante, fue un referente importante para hacer un libro que se llamó Apariciones, en donde hago un trabajo que tiene que ver con algo que yo trabajé mucho en clase, que es a las monjas, sobre todo Sor Juana Inés de la Cruz, y a monjas contemporáneas de su tiempo. Son dos historias paralelas que se escriben en abismo. La Historia del ojo era muy interesante traducirla, porque al mismo tiempo que iba encontrando las frases para adecuarme al estilo y a la sintaxis de Bataille, fui aprendiendo mucho sobre mi propia sintaxis, sobre mi propia relación con la escritura. No trabajas unos textos con tanto deleite, con tanto interés, si no están muy cercanos a tu propia necesidad textual o a tus propias obsesiones constantes. Creo que uno tiene una inclinación desde muy temprano, que se va afinando a lo largo de los años, y que se va a transparentar en la escritura, si es que te dedicas a ella.
- ¿Y después de tantos años, llega a alguna conclusión de para qué se escribe?
- Es todo. Es una necesidad absoluta y es un deseo. Ahora estoy verbalizando más la escritura en Zooms, en estos cursos. Los estoy transcribiendo, porque creo que van a funcionar muy bien como un libro de ensayos y también va a tener algo de ficción. Estoy organizándolos, estoy coleccionando toda una serie de vivencias. El contagio, el cautiverio, la enfermedad, la pandemia, la relación con lo más cercano, con el cuerpo en la pandemia, esa necesidad de enmascararse que te hace parecer de alguna forma musulmana. Sales a la calle y ves a pura gente caminando con los barbijos y dices: la realidad se enmascaró totalmente.
SEGUIR LEYENDO