El diario para la inmensa minoría: la trágica historia de “La Opinión”, a 50 años de su revolución en la prensa argentina

Fue el mayor de los proyectos de Jacobo Timerman. Su publicación, entre 1971 y 1977, acompañó el incendio de la política durante las dictaduras que precedieron y sucedieron al último gobierno del peronismo en vida de su fundador. Cambió el periodismo del país y casi le costó la vida al editor legendario

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Jacobo Timerman, creador de Primera Plana, Confirmado y La Opinión.
Jacobo Timerman, creador de Primera Plana, Confirmado y La Opinión.

Era mayo de 1971 y los temas del país y el mundo se parecían bastante a los de hoy —los tropiezos de algunos miembros del gabinete gubernamental, los problemas de divisas derivados de la política exportadora, el conflicto en Medio Oriente—, como también el volumen de información, aun sin internet ni redes sociales, se sentía excesivo. “Diez noticias en un día son útiles y comprensibles; cien, soportables; mil, abrumadoras e innecesarias”, dijo entonces Jacobo Timerman a Panorama, para presentar el diario que aun hoy, 50 años más tarde, sigue siendo venerado como el mayor renovador del periodismo argentino.

“Cuando haya leído la última página de La Opinión habrá comprobado que este diario no vende papel impreso, ni fotografías, ni avisos clasificados, sino inteligencia aplicada a elaborar cada veinticuatro horas la realidad argentina y mundial para limitar su complejidad y convertirla en un universo coherente, sintético y esencial”, se autopresentó, el martes 4, el proyecto más importante del editor que ya había innovado el mercado de la prensa con las revistas Primera Plana y Confirmado.

Con la asertividad de la época y la arrogancia de su fundador, La Opinión aseguró que inauguraba una nueva era: la “del diario selectivo de información y análisis, que no intenta ocuparse de todos los temas superficialmente sino de los fundamentales en profundidad”.

Si a cualquiera le sobra casi todo su feed de Twitter para estar informado, las cosas no eran tan diferentes hace medio siglo. La Opinión les propuso a sus lectores potenciales que hicieran el experimento de anotar cuántas de todas las noticias que salían en los diarios de la época (La Razón, La Prensa, Clarín y La Nación) les importaban: apostaba el prestigio que todavía no tenía, pero de lo que no dudaba es que la lista llegaría al 15%, al 30% como mucho, de toda la tinta derramada en los periódicos.

El primer número de La Opinión:  los temas del país y el mundo se parecían bastante a los de hoy.
El primer número de La Opinión: los temas del país y el mundo se parecían bastante a los de hoy.

“El diario de Timerman”, como lo presentó Panorama, sería más pequeño que sus competidores y saldría más caro, al igual que el whisky importado se pagaba más que el nacional: “La Opinión —cuya inspiración es Le Monde, de París, uno de los mejores diarios del mundo— intenta inaugurar una forma de periodismo que hoy se limita a las principales capitales del planeta”.

Su público no sería masivo pero sería influyente, influencers: “Ejecutivos de status, comerciantes, industriales, universitarios, militares y políticos”, enumeró Timerman. “La juventud capaz de dejar de tomar un café para comprar el diario”, agregó, porque entendía muy bien el negocio: nunca las fórmulas del ayer, siempre la novedad para atraer al público que tenía por delante muchos años para consumir fielmente el producto.

Si alguien quería buscar trabajo en los avisos clasificados, encontrar un caballo al que apostar en las carreras de San Isidro, averiguar el horario de una película o enterarse de los resultados del fútbol, podía recurrir a los medios más populares. La Opinión no estaba para eso. En cambio, sólo aumentaría sus 24 páginas los domingos, para dar lugar a un suplemento cultural tan pero tan chill que para empatarle hoy Amanda Gorman y Kendrick Lamar tendrían que editar el de The New York Times.

Sería “El diario para la inmensa minoría”, como sintetizó el eslogan que creó Pedro Orgambide.

Timerman contra los barrocos

Cuando lanzó La Opinión, Timerman tenía detrás el gran éxito de Primera Plana.
Cuando lanzó La Opinión, Timerman tenía detrás el gran éxito de Primera Plana.

El editor había dejado Primera Plana, entre otras razones, porque la revista absorbió demasiado de la identidad de algunos de sus periodistas: “Se la devoraron los barrocos, los Ramiro de Casabellas, los Osiris Troiani, el propio Tomás Eloy Martínez, que convirtieron ese producto en una especie de ejercicio literario”, dijo Horacio Verbitsky, uno de los encargados de la redacción del nuevo diario, a Roberto Baschetti. “Era claro que en La Opinión no tenía que pasar eso”.

Así el matutino llevó el ADN de Timerman, según describió la biógrafa del periodista y empresario, Graciela Mochkofsky: “Un lenguaje directo y agudo, mucha interpretación, artículos firmados y hasta algunos de los avisadores que habían sostenido a Primera Plana y Confirmado, como la aerolínea Braniff y Aceros Acindar. Tenía, sobre todo, la calidad que lograba Timerman al reunir una redacción que, en conjunto, era mejor que la suma de sus (muchos) talentos individuales”.

Nadie le iba a discutir, además, que el modelo de Le Monde era valioso: era uno de los más importantes del mundo de la posguerra, se destacaba entre los medios serios y vendía medio millón de ejemplares. Además, en unos años de politización fuerte, retomaba la tradición de los medios argentinos del siglo XIX, cuando la independencia del país o las formas de la nación se discutían en una prensa que no separaba hechos de ideas. Sería un periódico comercial que vendería, junto con la información, el análisis.

“Diez noticias en un día son útiles y comprensibles; cien, soportables; mil, abrumadoras e innecesarias”, sintetizó Jacobo Timerman el estilo de La Opinión.
“Diez noticias en un día son útiles y comprensibles; cien, soportables; mil, abrumadoras e innecesarias”, sintetizó Jacobo Timerman el estilo de La Opinión.

“Los políticos, era el primer diario que leían”, le dijo Timerman a Fernando Ruiz, autor de Las palabras son acciones, una historia de La Opinión. Si los diarios tradicionales, en su competencia por la publicidad, habían descuidado ese nicho, él se declaraba culpable de haberlo reclamado. “Cada línea de mi diario tiene opinión, al contrario de los otros, que tienen 60 páginas de noticias y un editorial. Si el hombre del pasado era ignorante porque carecía de noticias, el actual corre el riesgo de serlo porque le sobran. Sobran las noticias, pero falta información, análisis, significado”.

Juan Carlos Algañaraz, otro encargado de la redacción, recordó en 1999: “La Opinión se jugaba todo a la calidad informativa de los textos, encabezados por títulos atractivos e inteligentes. ‘Están locos, no van a vender nada’, nos dijeron una y mil veces los periodistas que la tenían clara”. Sin embargo, pronto llegó a los 25.000 ejemplares y se estabilizó en 30.000; más adelante se quedaría en 50.000 y hacia finales de 1975 llegaría a 80.000 y picos de 120.000. Mientras Clarín vendía 400.000, La Opinión se consolidó como un segundo diario, un complemento imprescindible.

Sin inocencia política

Timerman carecía de inocencia política: desde que había comenzado su carrera, 20 años antes, se había movido “con la seguridad de su acceso al poder de turno”, según lo describió Mochkofsky. Eso incluía a los militares en la Argentina del siglo XX: “El apoyó a todos los gobiernos, al comienzo, y luego, cuando vio que fracasaban o que se tramaba un golpe de estado, cambió de bando para apoyar al nuevo ganador”, recordó Andrew Graham-Yooll.

“Cada línea de mi diario tiene opinión, al contrario de los otros, que tienen 60 páginas de noticias y una editorial", dijo el legendario Jacobo Timerman.
“Cada línea de mi diario tiene opinión, al contrario de los otros, que tienen 60 páginas de noticias y una editorial", dijo el legendario Jacobo Timerman.

Lo había hecho en Primera Plana, que casi se llamó Azul porque ese era el partido que tomaba en la disputa interna del ejército entre los azules y los colorados, cuando la revista comenzó a salir en 1962, durante la presidencia de José María Guido, el antiguo vice de Arturo Frondizi, derrocado por un golpe. Lo había hecho durante la presidencia de Arturo Illia, al que ya desde Confirmado le disparó con artillería gruesa cuando se asomaba el golpe de 1966.

—Es muy fácil, copien Le Monde —había dicho Timerman en una de las reuniones originales, que se realizaron en una oficina prestada por Horacio Rodríguez Larreta, padre del actual jefe de Gobierno porteño, según Ruiz.

—¿Y la orientación? —le preguntó Algañaraz.

—A la derecha en economía, centristas en política y a la izquierda en cultura.

Eso, al menos, cuenta la leyenda que dijo el editor.

Pero aun para un actor político hábil como él acaso haya sido difícil la sucesión de gobiernos que acompañó los seis años del diario: el militar de Alejandro Agustín Lanusse; los democráticos de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan Domingo Perón e Isabel Martínez; el militar de Jorge Rafael Videla. Lo cierto es que Timerman siempre se sintió a la altura de los desafíos políticos —”No tengo ni cepillo de dientes a mano: entro y salgo”, erró poco antes de su secuestro en 1977— y en 1971, tras despedirse del comodoro Juan José Güiraldes, con quien trabajaba en la consultora Profima, alquiló unas oficinas en Reconquista 585, en el bajo de Buenos Aires, y llevó allí su máquina de escribir Underwood.

La Opinión comenzó a salir durante la dictadura de Alejandro Lanusse, a la que adhirió por su Gran Acuerdo Nacional que excluiría a Perón de las siguientes elecciones.
La Opinión comenzó a salir durante la dictadura de Alejandro Lanusse, a la que adhirió por su Gran Acuerdo Nacional que excluiría a Perón de las siguientes elecciones.

La imprenta quedaba cerca, en la calle 25 de Mayo: los talleres gráficos de los hermanos Roberto y Juan Alemann. Por su tecnología, que distaba de ser óptima, se dificultaba el uso de fotografías; Timerman hizo de la necesidad virtud y, simplemente, decidió sacar un diario sin fotos. Sólo tendría dibujos políticos, del artista uruguayo Hermenegildo Sábat: la caricatura simplemente aportaría más al análisis y la interpretación. Los políticos llegarían a aspirar al honor del plumín de Sábat tanto como a temerlo.

El equipo olímpico

“Con casi dos décadas de actividad intensa, Timerman tenía una red de contactos periodísticos, políticos y empresarios que le permitían lograr los tres elementos para que un diario en esa Argentina pudiera ser impreso: profesionales que lo hicieran, empresarios que lo financiaran y militares o políticos que lo apadrinaran”, recordó Ruiz.

Por el lado de la política, al editor Lanusse le gustaba menos que su antecesor, Roberto Levingston. Pero mucho menos le gustaba Juan Domingo Perón, y la gran movilización social que había abierto la esperanza de una recuperación de la democracia le hacía temer que el exiliado en Madrid regresara. Así que le dio su apoyo a Lanusse, cuyo Gran Acuerdo Nacional consistía en excluirlo: dado que no contaba con suficiente tiempo de residencia en Argentina, Perón no podría ser candidato.

La Opinión nació como un diario sin fotos, y recurrió a los dibujos de Hermenegildo Sábat para sumar interpretación política a su oferta.
La Opinión nació como un diario sin fotos, y recurrió a los dibujos de Hermenegildo Sábat para sumar interpretación política a su oferta.

En el plano empresario, el principal aporte de capital lo hizo el joven banquero David Graiver, quien formó con Timerman y el administrador, Abrasha Rotenberg, la compañía Olta. Gran amigo de Jacobo, Rotenberg llegaría a quedar a cargo del diario en 1972, durante los seis meses que el director debió dejar Argentina luego de que una bomba estallara en el edificio de Reconquista y otra en su casa. Graiver, cuya muerte dudosa en 1976 abrió uno de los episodios más oscuros de la relación entre los grandes medios y la dictadura, fue el vínculo por el cual Timerman fue llevado a un centro clandestino de detención en 1977.

Pero quizá lo más destacado fue el equipo de periodistas que convocó. Además de Verbitsky, Algañaraz y su hermano Julio, trabajaron o escribieron en La Opinión Juan Gelman, Miguel Bonasso, Francisco Urondo, Eduardo Belgrano Rawson, Carlos Ulanovsky, Felisa Pinto, Enrique Raab, Tomás Eloy Martínez, Silvia Rudni, Miguel Briante, Osvaldo Soriano, Aída Bortnik, Julio Nudler, Sara Gallardo, Roberto Cossa, Juan Sasturain, Mario Diament, Tununa Mercado, Hugo Gambini, Ricardo Halac, Juan José Ascone, Marcelo Capurro, María Victoria Walsh, Héctor Puricelli, Pompeyo Camps, Moira Soto, Juan José Castiñeira de Dios, Agustín Mahieu, Mabel Itzcovich, Luis Guagnini, Silvia Rudni, Nicolás Casullo, Carlos Tarsitano, Roberto Jacoby, Germán García y José Ignacio López, entre muchos otros talentos del momento.

Juan Gelman, poeta que llegaría a ser premio Cervantes, fue el director del suplemento cultural de La Opinión. (AFP/Pablo PORCIUNCULA)
Juan Gelman, poeta que llegaría a ser premio Cervantes, fue el director del suplemento cultural de La Opinión. (AFP/Pablo PORCIUNCULA)

Timerman pagó sueldos muy por encima del mercado y agregó algo que hoy es común pero que entonces sólo era privilegio de los corresponsales en el extranjero: los periodistas comenzaron a firmar sus notas. Ya no eran proletarios anónimos de la prensa escrita, que por bonito que se expresaran eso fueron antes y eso volverían a ser: tuvieron una jerarquía, una relevancia, una responsabilidad. Tampoco vivieron apremiados por expulsar notas como en una fábrica de palabras: importaba más que descubrieran temas y tendencias de interés.

Además de las corresponsalías en Montevideo, Río de Janeiro, Lima, Santiago de Chile, París, Washington y Jerusalén, La Opinión pagaba por los servicios de agencias de noticias como Reuters, ANSA, France Presse, EFE, Saporiti y de medios extranjeros como The Jerusalem Post. Y para mostrar pluralismo, el periódico publicaba a columnistas de distintas orientaciones ideológicas, entre ellos Rodolfo Terragno, Jorge Abelardo Ramos, Mariano Grondona y el padre Carlos Mugica.

Gelman y Urondo hicieron el suplemento cultural, cuyas “páginas plenas de texto presentadas sin complejo alguno corroboraban la idea de que aquel era un suplemento para leer”, escribió Carlos Ulanovsky en su historia del periodismo argentino. Desarrolló:

Enrique Raab fue autor de muchas de las mejores notas de La Opinión, probablemente el principal referente del nuevo periodismo en el diario.
Enrique Raab fue autor de muchas de las mejores notas de La Opinión, probablemente el principal referente del nuevo periodismo en el diario.

Aquel suplemento no era el reino de la literatura: incluía temas históricos, a través de la revisión de mitos populares (Castro, Torrijos, el Che Guevara o Eva Perón), poesía, psicoanálisis, pero también los nuevos espacios de la cultura de masas (historietas, rock, música, análisis de ídolos del cine o del deporte). Allí era posible encontrar un profundo trabajo de Eduardo Romano sobre el radioteatro, de Osvaldo Soriano sobre Gatica o una maravillosa historia de vida investigada por Julio Ardiles Gray. O números íntegramente dedicados a un solo personaje: García Lorca, Bertolt Brecht, Julio de Caro.

De la cima a la mazmorra

Un día Verbitsky publicó la palabra culo en una nota y, si bien eso ya “no escandalizaba a nadie”, como señaló Mochkofsky, Timerman uso la cuestión para justificar el despido del periodista. “La comisión gremial intentó una negociación con Timerman, que reaccionó con furia”, siguió la biógrafa. “Les dijo que no tenía por qué debatir ese despido”. Hubo un paro y Timerman, hiperbólico, amenazó con un lock-out en un memo para todo el personal:

Habiendo sido informado de la resolución del personal de efectuar paros escalonados en oportunidades que no han sido específicadas, con motivo del despido del señor Horacio Verbitsky, deseo informar a mi vez que la empresa ha resuelto que si por este motivo, el personal concreta cualquier movimiento de fuerza, el diario La Opinión dejará de aparecer simultáneamente con dichas medidas y la editorial Olta entrará en liquidación.

Timerman carecía de inocencia política: desde que había comenzado su carrera, 20 años antes, se había movido “con la seguridad de su acceso al poder de turno”, según lo describió Mochkofsky.
Timerman carecía de inocencia política: desde que había comenzado su carrera, 20 años antes, se había movido “con la seguridad de su acceso al poder de turno”, según lo describió Mochkofsky.

En el fondo, las diferencias entre Verbitsky y Timerman no eran nuevas y la desvinculación, previsible por sus posiciones políticas diferentes, se terminó de acordar. Pero varios periodistas dejaron La Opinión, algunos como María Victoria Walsh para dedicarse por completo a la militancia política, otros para combinarla con el periodismo, como los fundadores del diario Noticias, de los Montoneros: Bonasso, Verbitsky, Urondo y Gelman.

La victoria de Cámpora hizo vibrar las antenas políticas de Timerman; qué decir de su renuncia y de la elección de Perón como presidente. “Es en esa circunstancia en que procura primero establecer algún puente con el ala radicalizada del peronismo”, hiló Jorge Bernetti en su ensayo sobre La Opinión. Pero ya él se peleaba a diario con varios de los periodistas de su redacción identificados con la Tendencia Revolucionaria (meses más tarde Perón insultaría a los Montoneros en la Plaza de Mayo) y le pareció más sensato otro camino: “Privilegió las relaciones con el equipo económico de Cámpora y Perón, el empresario José Ber Gelbard”.

La muerte de Perón, que descarriló la política nacional, impactó desde luego en el diario. Si hasta entonces la línea había mantenido un tono de conciliación, se lanzó con toda su fuerza contra el superministro de Isabel Perón, José López Rega. Era una pulseada por el poder pero los crímenes de la Triple A le facilitaron las cosas. En un momento pareció prevalecer: el 1° de julio de 1975 Heriberto Kahn publicó una nota sobre el desprecio de los militares por López Rega y luego una denuncia sobre sus escuadrones de la muerte; el Brujo fue enviado a España con un puesto diplomático hasta entonces inexistente.

"El apoyó a todos los gobiernos, al comienzo, y luego, cuando vio que fracasaban o que se tramaba un golpe de estado, cambió de bando para apoyar al nuevo ganador”, recordó Andrew Graham-Yooll.
"El apoyó a todos los gobiernos, al comienzo, y luego, cuando vio que fracasaban o que se tramaba un golpe de estado, cambió de bando para apoyar al nuevo ganador”, recordó Andrew Graham-Yooll.

Sin embargo, acaso pensando en el mismo juego que había hecho toda la vida, Timerman comenzó a alentar una intervención militar. Ingresó así en un callejón sin salida.

Graham-Yooll recordó que “puso el periódico en contra de la señora de Perón”; llegó a presentar como “no solo el camino de la legitimidad, sino también el de la eficacia” al Operativo Independencia con que las fuerzas armadas se lanzaron a “aniquilar” a los grupos insurreccionales, según el documento oficial. El 13 de febrero La Opinión fue clausurado por 10 días por promover un golpe de estado.

El 24 de marzo de 1976 el diario tituló “Asume hoy el poder la junta de comandantes”, y habló del “arresto” de la presidenta y la “proclama militar” de los perpetradores.

El 5 de abril de 1976, cuando los grupos de tareas de la dictadura secuestraron al escritor Haroldo Conti, “Timerman despidió a un miembro de su personal por un artículo sobre Conti, cuya desaparición sólo había sido denunciada por el Buenos Aires Herald”, recordó Graham-Yooll.

A pesar de su confianza en su juego con el poder, Timerman fue secuestrado por la dictadura en abril de 1977.
A pesar de su confianza en su juego con el poder, Timerman fue secuestrado por la dictadura en abril de 1977.

Lucila Pagliai encontró en los papeles de Rodolfo Walsh una carta inconclusa a Timerman, en la que se lee: “He leído con náusea pero sin sorpresa, la forma en que su diario La Opinión publicó la muerte de cinco guerrilleros entre los que se contaba mi hija María Victoria Walsh”. El matutino había informado sobre un operativo contra “delincuentes subversivos” a finales de septiembre de 1976, en la calle Del Corro. “Que no encuentre otras palabras para acordarse de ella reitera la bajeza con que usted ha silenciado la desaparición de quienes han sido sus colaboradores o sus asalariados”.

La estrategia de Timerman, describió Ruiz, fue “reconocer la legitimidad de origen de la dictadura y criticar cada vez más sonoramente la violencia de derecha, sin atribuirla directamente a los militares aunque esto fuese obvio”. Mochkofsky recordó que habló sobre las violaciones a los derechos humanos con Patricia Derian, la enviada del presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter.

Eso sucedió a fin de marzo de 1977. Para entonces la redacción ya había visto desaparecer a Roberto Carri, y ese mismo día conocería la noticia del secuestro de Ferreirós, y al siguiente el de Edgardo Sajón, y en abril el de Raab, y en mayo el de Ascone, y en junio el de Ignacio Ikonicoff, y en julio el de Claudio Ferraris, y en diciembre los de Guagnini y Susana Lugones.

Timerman contó su secuestro durante la dictadura, desde 1977 a 1980, en su libro "Preso sin nombre, celda sin número", publicado primero en inglés en los EEUU.
Timerman contó su secuestro durante la dictadura, desde 1977 a 1980, en su libro "Preso sin nombre, celda sin número", publicado primero en inglés en los EEUU.

Timerman fue secuestrado también, ese mismo abril. Estuvo detenido y fue torturado. Luego de una enorme presión internacional sería liberado en 1980, pero con el agravio de que le quitaran la ciudadanía argentina y lo expulsaran de su país, al que sólo pudo regresar tras el fin de la dictadura. Contó su historia en el libro Preso sin nombre, celda sin número.

El 4 de mayo de 1977 la dictadura intervino La Opinión y se atribuyó por decreto el control de la compañía Olta con el argumento de que Graiver habría lavado dinero de los Montoneros, proveniente -entre otros delitos- de los USD 60 millones de rescate por los hermanos Juan y Jorge Born. Un militar, José Goyret, fue su interventor. El periódico siguió saliendo hasta 1981, en una agonía prolongada.

“A pesar de sus actitudes caprichosas —que difícilmente se puedan llamar política editorial— La Opinión había sido el mejor reflejo de la sociedad argentina, de sus simpatías cambiantes y de su falta de consistencia política”, resumió Graham-Yooll. Y agregó: “El diario de Timerman fue, no obstante, el mejor que tuvo la Argentina”.

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