David Bowie, lector voraz: un fascinante recorrido por el universo literario del inolvidable músico

En el “El club de lectura de David Bowie”, con abundante información y agudo sentido crítico, el periodista británico John O´Connell recorre las cien obras que marcaron e influenciaron al multifacético artista desde su juventud y narra cómo los libros lo rescataron de su adicción a las drogas

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David Bowie en una imagen
David Bowie en una imagen de su último disco "Black Star"

Ah, esos ojos, cositas hermosas -Oh! you pretty things, como su canción- y además, de dos colores. ¿Que miraban? ¿en que se detenían? y sobre todo ¿qué leían los ojos bicolores y de alienígena de David Bowie? Fue justamente su pupila, la izquierda permanentemente dilatada fruto de una pelea de juventud que casi lo deja ciego, la que hacía parecer que sus ojos fueran de dos colores. Los ojos de David Bowie observaban todo —si no, no habría llamado a su propio sello Tintoretto Music, en homenaje al pintor del Renacimiento— y además estudiaban, descifraban, analizaban. Y leían de todo. Que es lo que viene a explicar El club de lectura de David Bowie: su mirada sobre esas otras cositas que nos parecen tan hermosas: los libros.

Según el periodista John O´Connell, autor de El club de lectura de David Bowie, el compositor de Space Oddity era un lector tan polifacético y voraz como la música que escribió. Y lo demuestra en este libro. Y si bien, como reza el dicho, “no juzgues por la portada” la contratapa de este volumen (tamaño un poco más que de pocket, casi 400 páginas y de un naranja tan magnético como el tono del pelo Bowie en su época glam) no miente. Allí leemos: “Tres años antes de morir, David Bowie reveló los 100 libros que forjaron su carrera”. Suena bien pero, admitámoslo, podemos ser héroes (al menos por un día) y sospechar de la industria cultural. O de lo que fuera que venga con la cara de Bowie impresa (dada tanta remera, chuchería y merchandising del artista británico dando vueltas). Bailemos con sus canciones y sospechemos ¿Se trata de un libro escrito por Bowie? No ¿Es un ensayo sobre su obra, su música o sus letras? Tampoco. ¿Acaso una serie de entrevistas en las que el así llamado Delgado Duque blanco, explica y revela la importancia de cada título? No. Estamos ante un libro de un periodista inglés (colaborador de The Guardian y The Times entre otros) que entrevistó al ídolo pop en 2002 y que, entre la crítica literaria y la divulgación, desmenuza la importancia de cada libro elegido por Bowie. Y el resultado es sorprendentemente muy bueno.

 El club de lectura
El club de lectura de David Bowie

Según cuenta O´Connell en la introducción, Bowie era un junkie de los libros. No hay metáfora: en 1975, paralizado por una gravísima adicción a la cocaína que lo afligía hasta los huesos, Bowie grita como Mafalda su “paren el mundo, me quiero bajar” y abandona del rock por un momento para protagonizar la película dirigida por su compatriota Nicolas Roeg, The Man Who Fell To Earth. Se había comprometido a no tomar drogas durante el rodaje y cambia una adicción por otra: ahora son los libros. Como Bowie odiaba viajar en avión, se traslada en tren por Estados Unidos hasta el set de filmación, acompañado de una biblioteca alojada en unos baúles especiales que, al abrirse, revelaban sus libros perfectamente ordenados y catalogados. 1.500 títulos en los que se zambullía cada vez que no era solicitado en el set de filmación. Muchos años después, en 2013, en Londres, se inaugura la exposición David Bowie is en el Victoria & Albert Museum. Especie de retrospectiva de su carrera que viajó por todo el mundo (a la Argentina nunca llegó y nos tuvimos que conformar con la fría y decepcionante muestra de fotografías en la Rural, Bowie by Mick Rock) ganando críticas unánimes. Allí se revelaban los libros que Bowie consideraba los más importantes e influyentes para toda su carrera —atención: no sus libros favoritos, sino una suerte de canon personal.

En esos títulos se basa el escritor inglés, los analiza uno a uno en este libro que acaba de editarse en castellano. Y la grata sorpresa es que O’Connell es preciosista, pero natural y accesible en esta aventura de glosar a un músico masivo con sus libros preferidos. Y no se toma nada a la ligera, lo cual queda demostrado en el muy bello prólogo. Borges y Bowie, por ejemplo. El autor compara la lista de Bowie con la que Borges confeccionó en 1985 de sus 100 títulos favoritos (en realidad se agotó y llegó hasta el número 74) para afirmar que ambas son “maravillosamente eclécticas, sugerentes y sorprendentes. Me gusta pensar que Bowie concibió su lista como un homenaje a Borges; como un jardín de senderos que se bifurcan”. Y sin mencionarlo, también nos hace pensar en El idioma analítico de John Wilkins, de Otras inquisiciones. Su clasificación imposible en la que los animales se dividen en “(a) pertenecientes al Emperador a (n) que de lejos parecen moscas.” En otras palabras, para Bowie y para Borges, todo orden o ninguno es imposible

A su vez, crítico sagaz, O’Connell no olvida en ningún momento que hablamos de un músico de rock. Y hasta ensaya una tesis singular: Bowie, que comenzó siendo un joven mod, tuvo ya desde esa tribu urbana una conexión con corrientes artísticas que combinaba motos italianas, trajes entallados, anfetaminas, Jean Paul Sartre y The Who. Existencialismo y furia inglesa fruto del grito teen de My generation. “Muchos de los libros que aparecen en la lista de Bowie son en este sentido, libros mod: no sólo En el camino o La tierra baldía de T. S. Eliot sino también los distintos libros sobre movimientos que lo fascinaban, como el dadaísmo y el surrealismo”.

David Bowie, 1965
David Bowie, 1965

¿Y qué devela esta colección de favoritos de Bowie? Al no tener las respuestas del artista para comparar influencias literarias y consecuencias musicales, O´Connell, conocedor de obra de Bowie, propone al final de cada una de las entradas de los 100 títulos, una canción de Bowie relacionada al libro (Leelo mientras escuchas) y otra lectura para seguir investigando (Si te gusta, animate a leer). En tiempos de hipervínculo quizás suene a poco, pero su intertextualidad está refrendada con conocimiento y pasión. Así, en la entrada de La naranja mecánica de Anthony Burgess es simple que se compare a Alex y sus drugos con diversos alter egos de Bowie, pero lo que muchos no sabíamos es que Girl Loves Me (de su opus final, Blackstar) utilizó deliberadamente el polari, la lengua secreta gay británica que abrevaba de la jerga inglesa, el idioma italiano y el yiddish. Bowie siempre estaba interesado en texturas lingüísticas, musicales o verbales.

Los títulos elegidos son tan amplios que incluyen ensayos sobre política, rock y arte (de Cristopher Hitchens, Greil Marcus y Jon Savage a Arthur Danto), poesía (Frank O´Hara), historieta (la revista Raw, principalmente de Art Spiegelman) y por supuesto novela. Los clásicos, pueden ser contemporáneos e históricos e incluyen a Dante, La Ilíada, Madame Bovary o Mientras agonizo, de William Faulkner.

Mishima, se nos cuenta, de quien Bowie tenía un retrato en su época berlinesa, era uno de sus favoritos y es citado en su penúltimo disco, The Next Day. Es sugerente también la cantidad de libros que Bowie elige sobre la Alemania del periodo de entreguerras, la famosa República de Weimar. Para O’Connell esa literatura gravitó fuertemente en su estadía en Berlín, cuando huyó de las luces de colores y las drogas de Los Ángeles para internarse con su amigo Iggy Pop en la desangelada y gris ciudad alemana. Adiós a Berlín de Christopher Isherwood (en la que se basó el film Cabaret y que, bien pensada, es una obra proto-glam y de sexualidad ambigua), el Berlin Alexanderplatz de Alfred Doblin o Antes del diluvio: una semblanza del Berlín de los años veinte de Otto Freidrich, son vívidamente analizados para dar nueva luz a obras de Bowie de su trilogía berlinesa: los álbumes Low, Heroes y Lodger. Uno puede imaginarse (como las simples y bellas ilustraciones que acompañan el libro, del dibujante Luis Paadin) a Bowie, Iggy Pop y Brian Eno atravesados estéticamente por esas novelas (a las que podríamos sumar parte de la obra de Thomas Mann y Kurt Weill) que se adelantaron en narrar el huevo de la serpiente del nazismo.

Bowie conoce a Christopher Isherwood
Bowie conoce a Christopher Isherwood (David Hockney)

Además O´Connell nunca es snob y también uno se encuentra en este sentido con una obra de crítica literaria profunda pero jamás densa. Divertida, próspera en ideas, singular. De Martin Amis (de quien Bowie escogió su clásico Dinero) el crítico sostiene que, mal que le pese a éste, le debe más a Tom Wolfe que a su amado Nabokov. Y en el análisis de Madame Bovary (“napoleónica y mayúscula” como la definió la cantante Liliana Felipe en su canción Como Madame Bovary, adjetivos que también le cabrían a Bowie) de Flaubert, O´Connell, elegante, cree también en la curiosidad del lector (como Bowie). De modo que no le hace falta subrayar la hipótesis de identificación entre autor y narrador: el “Ziggy Stardust c´est moi” corre por cuenta nuestra y así lo interpretamos, entre líneas, con una sonrisa. Y eso es lo que hace a un crítico verdaderamente distinto.

Otra sorpresa, entre varias, es observar que David Bowie eligió entre los más importantes a los volúmenes de Orlando Figes, La revolución rusa y La tragedia de un pueblo o La otra historia de los Estados Unidos, de Howard Zinn. De esa suerte de Eduardo Galeano norteamericano, O’Connell señala que su historia a contrapelo, tomando las voces de trabajadores, indígenas y mujeres, se relaciona con el Bowie del lado de los freaks y los outsiders.

En el recientemente aparecido, Something In The Air, Live Paris ’99, Bowie empieza con una versión de su clásico Life on Mars? Casi a la mitad, gracias a su extraordinario pianista Mike Garson, la canción se convierte en una improvisación, en una pieza a lo Bill Evans o una cortesía mínima a lo Erik Satie. Y eso sólo al comienzo del show. Como si Bowie nos dijera: soy folk, glam, soul, rock, funk, drum & bass, industrial y también jazz (escuchar si no el reciente homenaje jazzero a Bowie por el asombroso trompetista Paolo Fresu de su triple álbum Fresu 60). Soy distópico, extraterrestre, político, histórico, surrealista y andrógino. Y por supuesto, ahora lo sabemos, también lector.

David Bowie
David Bowie

Porque siempre hubo algo en los ojos de Bowie. En el disco final Blackstar y la letra que le da título al disco, que repite “En el centro de todo, tus ojos” y su videoclip ominoso en el que se lo ve al cantante con botones que suplantan sus retinas. En la bellísima canción Survive en la que se habla de los “ojos desnudos” (acaso un guiño a sus amados The Who, que tras la interpretación en vivo de su obra Tommy, sobre un chico ciego y sordomudo, la coronaban con la potencia de la canción inédita Naked Eye) o en la incendiaria canción The Pretty Things Are Going To Hell: “Yo soy la sangre en la esquina de tu ojo / y he encontrado el secreto, he encontrado oro”

Mientras, el “renacimiento” de Bowie de finales de los 90 con sus maravillosos álbumes Earthling, Hours…, Heathen y Reality nos siguen conmoviendo. Y aún se sienten nuevas las mejores canciones de sus últimos discos, como Love Is Lost, Where Are We Know, Valentine’s Days, (You Will) Set the World On Fire o Dollar Days. O la sutileza y los arreglos de Your Turn To Drive (perteneciente al disco Toy que nunca vio la luz del día) que, un tanto escondida, puede escucharse en los servicios de streaming. Nos aferramos a ellas como si el hombre que se pintaba el pelo de naranja mermelada estuviera todavía con nosotros.

Y entre tanta remera de moda (“Beep-beep, fashion”, como cantaba en Fashion), tal vez a partir de este libro se ponga de moda leer(lo). Tal vez surjan nuevos libros (esas cositas hermosas) sobre sus películas o pinturas favoritas (era un reconocido coleccionista). Y mientras, parafraseándolo, tenemos lectura y Let´s Dance. Bailemos. Y leamos.

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