En su libro Memoria en la tradición oral, David C. Rubin, profesor de psicología de la Universidad de Duke, asegura que “antes de que las narrativas pudieran ser escritas o formar parte de un texto, fueron recitadas o cantadas”. Quizás por eso, porque desde un comienzo está con nosotros, la música sigue teniendo esa enorme capacidad de reafirmar sentimientos, rescatar recuerdos o revivir aquellos que creíamos perdidos.
Y es así como una canción que de pronto surge en la radio o en el universo inabarcable del streaming nos sorprende disparando imágenes y vivencias que nos son comunes. Otras veces el mensaje es absolutamente personal y el autor se confiesa en un puñado de palabras y acordes. Como lo hace Eric Clapton en Tears in Heaven, escrita luego que su hijo Connor de cuatro años cayera desde un rascacielos de Manhattan a finales de marzo de 1991. “¿Sabrías mi nombre si te viera en el cielo? ¿Sería lo mismo si te viera en el cielo?”.
Pero quizás ese camino no haya sido nunca tan descarnado, confesional y poético como en Blue, el cuarto álbum de estudio de la canadiense Joni Mitchell, editado hace 50 años por Reprise Records y escrito y producido íntegramente por la cantante. Allí, y a través de una decena de canciones propias Mitchell, de solo 27años, habla con lacerante honestidad de amores frustrados, de la pena, del dolor y la pérdida; iniciando un camino de poesía testimonial nunca antes transitado por una estrella del rock. “Las canciones tristes son como tatuajes” dice.
Grabado mientras vivía un tormentoso romance con James Taylor, quien también colabora en la placa; Blue explora las varias facetas de una joven bella y talentosa, decidida a experimentar sin permisos una libertad amorosa y sexual que la escena del rock solo reservaba a los hombres; reafirmando su derecho a elegir, aún a costa del desapego y el error.
Así como lo expresa en River, uno de los temas centrales del disco, inspirado en su corto idilio con Graham Nash, al que abandonó buscando crecer lejos de su influencia. Nash era por entonces un referente dentro del universo rockero. En los primeros 60 como líder de The Hollies, la mejor banda beat de Manchester y luego como miembro del histórico cuarteto folk que formó junto a Dave Crosby, Stephen Stills y Neil Young; parte sustancial de la primavera hippie de Woodstock.
Pero así como River refleja su autonomía más allá de Nash, los críticos advierten que A Case of You, otro icono de Blue, habla sobre la breve y profunda relación que Joni mantuvo con su compatriota Leonard Cohen, el notable poeta, novelista y cantautor fallecido en 2016. “A la luz azul de la pantalla del TV / dibujé un mapa de Canadá / Oh Canadá / Con tu rostro dibujado en él dos veces / Oh, estás en mi sangre como vino sagrado / Sabes tan amargo y tan dulce”.
Claro que aquel álbum de sentimientos rotos no estaría completo sin Little Green, la canción que Joni escribió cuatro años antes de grabar el disco y que guardaba entre sus líneas una íntima tragedia que se mantuvo oculta por años.
Fue recién en 1993, cuando una antigua compañera de escuela vendió la historia a una revista, que el mundo supo que a los 20 años Mitchell, por entonces Roberta Joan Anderson, una estudiante en la Escuela de Arte de Alberta en Calgary; había tenido una hija a la que había entregado en adopción. “Yo era muy pobre. Y una madre infeliz no cría a un niño feliz. Fue difícil separarme de la niña, pero tuve que dejarla ir”, explicó años después, cuando la delación la obligó a exponerse.
Pero aquel desgarro había estado allí desde siempre para quien pudiera verlo. En el corazón mismo de Little Green, una de esas canciones tristes como tatuajes. “Entonces firmas todos los papeles a nombre de la familia / Estás triste y lo sientes, pero no te avergüenzas / Pequeño verde, ten un final feliz / Solo un poco de verde”.
“Tener un hijo sola no podía ser algo más desdichado. Socialmente te arruinaba. El estigma era espantoso. Era como haber asesinado a alguien. Yo no tenía dinero. No tenía hogar. No tenía trabajo”, recordaría en tiempos más felices. “Pero intenté encontrar algún tipo de solución que me permitiera quedarme con ella sin lastimarla. Ni a ella ni a mí misma”. Allí surgió la idea de un matrimonio por conveniencia con el cantante Chuck Mitchell buscando conservar a la niña. Pero al mes Chuck la abandonó, dejándole tan solo el apellido que la acompañaría por siempre.
Paradojas de la vida, aquella deslealtad de su antigua amiga devino en una enorme publicidad. Millones de personas conocían ahora el secreto oculto tras la poética de Little Green. Entre ellas la modelo canadiense Kilauren Gibb, quien tiempo atrás se había enterado que era adoptada y que ahora, embarazada, quería conocer a sus padres biológicos. Gibb ya se había conectado con Childrens Aid en Canadá y tenía información básica: algunas fechas, cierta referencia sobre la pasión musical de sus padres y una breve descripción de dos vidas jóvenes que apenas podía imaginar. Eso y las pocas certezas que le aportaron sus padres adoptivos era todo lo que tenía. Entonces la noticia sobre la hija perdida de Joni Mitchell saltó a la primera plana y Kilauren sintió el dulce atisbo de una historia en común.
Gibb llevaba poco más de una década como modelo internacional, con cientos de avisos gráficos, videos de rock, comerciales de TV y pequeños papeles en películas como The Freshman de 1990, la comedia dirigida por Andrew Bergman con Marlon Brando y Matthew Broderick; cuando se armó de fuerzas y llamó al manager de Mitchell. Por esos días el núcleo íntimo de la cantante estaba abrumado con miles de mensajes similares. Pero la información que la modelo entregaba parecía prometedora. Había varias coincidencias entre ambas historias. Entonces Joni le pidió a su manager que llamara a la joven. Que escuchara su voz. Cuando este habló con Gibb regreso azorado. “Es como hablar con Joni”, dijo.
El resto es historia conocida. En 1997 Gibb y su hijo de cuatro años fueron a Los Angeles a conocer a Mitchell, quien al mismo tiempo que recuperaba una hija ganaba un nieto. Un par de años después la canadiense editaba Both sides now. Era el disco 19 en su carrera, pero el primero que traía una breve leyenda: “Este álbum está dedicado a mi hija Kilauren”.
Cuando fue lanzado Blue alcanzó el puesto nueve en Canadá y el tres en la lista de álbumes del Reino Unido, con certificado de doble platino por la British Phonographic Industry. En enero de 2000, The New York Times lo eligió como uno de los 25 álbumes que representaron “puntos de inflexión en la música popular del siglo XX” y en el 2020 fue encumbrado como el tercer álbum más grande de todos los tiempos por críticos y músicos en una encuesta de la revista Rolling Stone, por encima de Abbey Road de los Beatles, Nevermind de Nirvana y Thriller de Michael Jackson.
En los años que siguieron al histórico Blue la canadiense publicó otros 16 álbumes a su nombre y una decena de recopilaciones. Entre todo ese material, hay al menos media docena de discos esenciales en la historia de la música popular: como Hejira (1976), Mingus (1979), Dog Eat Dog (1985), Turbulent Indigo (1994) y Both Sides Now (2000). Pero lo cierto es que “Blue” sigue ocupando un sitial de privilegio a 50 años de haber sido editado. “En todo el disco no debe haber una sola nota deshonesta en las voces” le dijo a Rolling Stone en 1979. Quizás radique allí la principal belleza de aquel viejo disco de tapas azules que aún sigue girando.
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