En noviembre de 2008 una anciana se resbaló en el hielo del invierno de Chicago y se hirió la cabeza. Quienes la llevaron al hospital, donde no se recuperó, ignoraban que era una de las mejores fotógrafas de la vida urbana en los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX; tampoco lo sospecharon aquellos la atendieron en el hospicio donde pasó sus últimos meses y donde murió, el 21 de abril de 2009.
Nadie había visto aún las imágenes de Vivian Maier, la niñera pobre y solitaria que a lo largo de cuatro décadas había retratado la vida en Nueva York y Chicago. Era una mujer sin recursos —vivía en un apartamento cuyos gastos compartían los hermanos Gensburg, a quienes había cuidado en la niñez— ni familiares o conocidos, que dejaba que se acumularan pilas de diarios y revistas, recortes, rollos de película y libros de arte como si fuera a ordenar de un momento a otro.
Tampoco John Maloof, un joven agente inmobiliario de Chicago, que tenía 30.000 de sus fotografías, sabía que ella era la autora. En 2007 él trabajaba en un libro sobre la historia de algunos barrios de su ciudad cuando compró en un remate ese lote de imágenes por USD 380. El dueño de un guardamuebles las había puesto a la venta junto con otras chucherías de los clientes que no habían pagado la renta.
Maloof eligió algunas y ofreció las demás en internet, donde las vio el experto en fotografía Allan Sekula.
Cuando Maloof logró identificarla y rastrearla, Maier ya había muerto. Tan discretamente como había vivido.
Había nacido en el Bronx, hija de una madre francesa y un padre austríaco, que abandonó pronto a la familia, y había vivido entre Nueva York y la villa alpina de Saint-Bonnet-en-Champsaur, donde estaban sus abuelos maternos. Tenía 25 años y un fuerte acento cuando regresó a su ciudad natal con una Kodak Brownie, una cámara de aficionado con una sola velocidad de obturación, sin control de enfoque ni regulación de diafragma.
Comenzó a trabajar como niñera y fue ahorrando dinero para comprar una Rolleiflex en 1952. La mayoría de las veces fotografiaba sola, aunque hizo algunas tomas durante los paseos con los niños, que conocieron así la ciudad que se extendía más allá de su capullo de la clase media.
—¿Qué haces? —le preguntaron algunos.
—Soy una especie de espía.
En 1956 se mudó a Chicago, donde tuvo por primera vez un baño propio: lo convirtió en cuarto oscuro. Pero no mostraba sus fotos: las escondía con el mismo celo que las sacaba.
Su obra se desarrolló hasta finales de la década de 1990 y superó los 100.000 negativos. Le dedicó su vida entera: no se casó, no tuvo hijos, no desplegó otra vida social que meterse en los instantes de la gente en la ciudad. Si se apartó un momento de la fotografía fue para filmar algunos documentales y grabar audios de sus fotografiados.
En los setentas, cuando creieron los niños de la primera familia para la que trabajó en Chicago, comenzó a rodar por distintos empleos de cuidadora y ama de llaves, sin poder ya revelar sus fotos. Daba instrucciones muy precisas —y devolvía impresiones— a los laboratorios donde las llevaba, con el nombre de V. Smith. Pero los carretes comenzaron a acumularse, y cuando pasó a una Leica IIIc y otras cámaras réflex pasaron a ser de película Kodak Ektachrome. En esos años, con el color también incorporó una mayor atención a lo abstracto.
La compra de Maloof en la subasta torció su destino de olvido. En 2011 una muestra exhaustiva de su trabajo, en el Centro Cultural de Chicago, la puso en órbita: las fotos de Maier fueron aplaudidas en muestras en Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Alemania, Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, España, Portugal, Suiza, Bulgaria, Hungría, Polonia, Rusia, Finlandia, Canadá, Australia, Corea del Sur, Taiwán, China, Brasil, Chile, Argentina.
El lote también torció el destino del comprador: Maloof se dedicó a investigar, catalogar y archivar las fotos de Maier. Encontró los rollos e impresos que se habían subastado de manera separada; rastreó el rompecabezas de su vida tan pequeña como anómala. Como la mayoría del material eran negativos, los escaneos recuperaron las instrucciones que Maier daba a los laboratorios: cómo imprimir, cómo encuadrar, qué acabado de papel.
Hoy casi la totalidad del archivo de Vivian Maier se encuentra en línea, en el sitio de la Colección Maloof.
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