Hay cuestiones que se llevan en la sangre, una mitología que surje en los diálogos de sobremesa, los relatos acerca de familiares del pasado que despiertan la imaginación, la curiosidad, el deseo de alguna vez poder vivir una historia similiar. Algo de eso había en Frederic Edwin Church, pintor estadounidense que se aventuró a América del Sur, quiza emulando a un antepasado, un pionero puritano de Inglaterra que realizó el primer viaje a través del desierto, uniendo Massachusetts con Connecticut. Mucho de eso hay en El corazón de los Andes, un cuadro de grandes dimensiones (168,0 × 302,9 cm) y su pieza más famosa.
El padre de Frederic estaba lejos de ser un expedicionario y había hecho fortuna en el negocio de la platería y las joyas, además de ser director en varias firmas financieras. Así que siendo joven, ya pudo comenzar a dedicarse al arte y como el dinero hace de las puertas más cerradas las más amplias, a los 18 ya estudiaba con Thomas Cole, fundador de la Escuela del Río Hudson, un movimiento sobre todo paisajístico romántico de mediados del siglo XIX.
Pero si bien ambos se manifestaron en grandes lienzos que descubrían los secretos de la naturaleza al gran público, las diferencias entre ellos eran marcadas. Church pintó con meticulosidad científica, sus obras son hiper detalladas y documentales, y pueden contener una gran variedad de animales y plantas, todo producto de su estudio del lugar, más allá de su experiencia in situ.
Para lograr esa función, la de una obra que podría confundirse con una fotografía por ser plana, Church ocultaba sus pinceladas, para que la mano del pintor no fuese lo más importante, sino en paisaje que se representaba. Por otro lado, Cole -nacido en Inglaterra- tenía una propuesta mucho más alegórica, moralizante, buscaba rescatar en sus obras el paisaje que iba desapareciendo, que estaba en peligro, por los avances del hombre.
Más allá de su admiración por su maestro, Church había sido profundamente inspirado por el polímata prusiano Alexander von Humboldt, sobre todo por la obra El Cosmos (de la Tierra, la materia y el espacio). El geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador, que escribió 30 libros sobre sudamérica en tres décadas, desafiaba a los artistas a retratar la fisonomía de los Andes. Church tomó la invitación como algo personal, y hacia allí fue.
Realizó dos viajes, en los que recorrió Colombia y Ecuador en 1853, y regresó a Ecuador en 1857; ambos financiados por el empresario Cyrus West Field, quien dirigió The Atlantic Telegraph Company, la cual llevó a cabo el primer tendido de cable telegráfico a través del océano Atlántico, y que deseaba utilizar su arte en las iglesias, y a su vez atraer a inversores a sus empresas en esta parte del mundo.
De sus experiencias sudaméricanas, Church también creó Las Cataratas del Tequendama cerca de Bogotá, Nueva Granada (1854), Las Cordilleras: Amanecer (1854), Los Andes de Ecuador (1855), Paisaje sudamericano (1856), Cayambe (1858), y Cotopaxi (1862), entre otras.
Church realizó bocetos al óleo, lápiz, gouache y acuarela de diferentes espacios como el Río Magdalena, el Salto del Tequendama, el volcán Cotopaxi y el volcán Chimborazo. En 1859 presenta El corazón de los Andes, un escenario que en sí es ficticio con elementos de Ecuador, en la Lyrique Hall de Nueba York.
Luego la llevó a la galería del Tenth Street Studio Building, realizando una presentación muy particular: era la única obra de toda la exposición, algo ya raro entonces, y la iluminó com lámparas de gas, escondidas detrás de reflectores plateados, en una cámara oscurecida. Fue un éxito, entre doce y trece mil visitantes pagaron los veinticinco centavos de dólar cada mes para admirarla. Además, se recomendaba utilizara prismáticos de teatro con el fin de apreciar los numerosos detalles botánicos y los accidentes geográficos representados. Su posterior presentación en Londres también fue una sensación.
El corazón de los Andes es una expresión idealista de la selva, donde presenta todas muchas especies de plantas y animales. Al fondo de la composición aparece la silueta nevada del Volcán Chimborazo, que Church pintó en otras obras. En medio de la vegetación del primer plano destaca la presencia de una cruz de madera, un elemento cristiano típico en la obra del artista.
El escritor Mark Twain escribió: la obra “permanecería en mi mente para siempre, y ni el más mínimo detalle podría ser cambiado sin que yo me diera cuenta”. Tras la exposición, Church la vendió por USD 10.000 dólares (el precio más alto pagado entonces por una obra de un pintor americano vivo) a Margaret Dows, quien en 1909 donó la pintura al Museo Metropolitano de Nueva York, donde puede apreciarse.
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