La Biblioteca Popular y Asociación Vecinal de mi barrio, Saavedra en la ciudad de Buenos Aires, convocó nuevamente a promover la lectura de obras literarias, figuren o no en sus catálogos, mediante breves ensayos, a publicarse en el Boletín de la institución. En esta ocasión, propuse llamar la atención sobre un poema de Jorge Luis Borges, Los Justos, que varios editores incluyeron en La Cifra, y aventurar una “otra cara” de dicho poema.
El mismo gira en torno de la leyenda judía de los 36 Justos, que Borges ilustra con trece personas de esa condición. Nuestro énfasis recaerá en la última frase: esos Justos “están salvando el mundo”. Desaparecidos los Justos, desaparecido será el mundo, según lo sentencian varias consideraciones del Talmud. Esto es, el “mundo”, nuestro “mundo”, subsiste precariamente, al borde del colapso, y esa precariedad es presagiada en términos de angustia. He aquí el poema:
LOS JUSTOS
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica y quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo
Veamos el original judío. En hebreo, el justo se denomina “tzadík”, “tzadikim” en plural; “tzedek” es justicia. El Justo inviste sus actos y pensamientos de una justicia lindante con la santidad, pero la guarda de la mirada pública, e inclusive ignora su condición de Justo, y desconoce a otros de su misma condición. Justifica ante Dios la existencia del ser humano. Los Justos son 36, cifra que en el uso hebreo puede ser representada por la letra lamed, igual a 30, junto a la letra vav, igual a 6. De ahí que los lectores de esta columna pueden toparse con “los lamed vav”, los 36, que Borges y Margarita Guerrero registraron en el catálogo que conformaran en El libro de los seres imaginarios, ateniéndose allí a la pronunciación en lengua ydish: los “lamedvufnik”. Allí se afirma que “constituyen, sin sospecharlo, los secretos pilares del universo. Si no fuera por ellos, Dios aniquilaría al género humano. Son nuestros salvadores, y no lo saben…Los árabes tienen unos personajes análogos, los Kutb”, propios del Sufismo.
En el libro Génesis de la biblia hebrea, hallamos un primer antecedente del papel que juegan los Justos. Allí el escriba relata la negociación que Abraham sostiene con Yhavéh, el Dios bíblico. De la existencia o no de justos, depende que las pecaminosas Sodoma y Gomorra sean o no destruidas. Yhavéh: “Si encuentro en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, perdonaré a todo el lugar en atención a ellos” (18:26). Abraham sabe que difícilmente dicha cantidad de justos esté disponible, de modo que negocia a la baja paulatina, que Yhavéh va aceptando, hasta concluir en escasos diez, a lo que Yhavéh acuerda: “En atención a esos diez, no destruiré la ciudad”. Aquí sólo estaba en juego la subsistencia de dos poblados, pero Borges alude a nada menos que al “mundo”, esto es, a la entera raza humana.
De nuestra humilde cosecha, señalamos pues la precariedad del “mundo” concebida por la tradición judía, de la que Borges se hace eco. Bastaron los impulsos imperiales en 1939, para hacer trizas la paz en Europa y en el extremo Oriente, a un costo de cincuenta millones de muertos. Y es suficiente una epidemia para poner de rodillas a prósperos países, en el escaso lapso de pocos meses, presentida, según los ecologistas, por el deterioro impuesto a la biósfera.
Supondremos que de dicha precariedad hay una intuición, en términos de angustia existencial, propia de la condición humana. Angustia es un término latino, que refiere a la vivencia de la estrechez, de la angostura, y es, según Jacques Lacan “aquello que no engaña”, contrariamente a lo que ocurre con lo que se dice y se habla. Convocamos aquí a un expresivo término de la lengua alemana, que Sigmund Freud empleó: lo unheimlich, donde el prefijo negativo un, en castellano in, confirma la amenaza al heim (home, en inglés), a lo hogareño y familiar, en un breve libro que tituló con ese término, y que fuera traducido al castellano como Lo siniestro: es “todo lo que, estando destinado a permanecer en secreto, oculto, sale a la luz”. También Martin Heidegger escribe sobre lo unheimlich (# 40 y # 41, de El Ser y el Tiempo) que nos resulta el “mundo”, registrado en términos de “angustia”: “el ‘ante qué’ de la angustia es el ser en el mundo”. La angustia “no sabe”, “lo amenazador no está en ninguna parte, es indeterminado”. “Lo que angustia no es ni esto ni aquello, es el mundo mismo”. Uno está en el mundo, pero ese estar es inhóspito, unheimlich; no terminamos de hacer del mundo nuestra casa.
¿Nos disculparía Borges esta elucubración, a caballo de su poema? Sí que nos disculparía, si la vivencia de la precariedad del mundo que habitamos, sostenida apenas por 36 Justos, fuera un rasgo constitutivo de la condición humana, lo cual está por verse.
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