El docente y ensayista Pablo Alabarces propone en su libro Pospopulares repensar el vínculo entre las culturas populares y la cultura de masas en América Latina incorporando las transformaciones de las últimas décadas que, vía redes sociales y plataformas de streaming, fueron tomando nuevas dimensiones pero que nunca llegaron a modificar sociedades que identifica como “jerárquicas, antidemocráticas, absolutamente desiguales, racistas y patriarcales”.
Pospopulares. Las culturas populares después de la hibridación fue editado por la Universidad de San Martín y forma parte de los ensayos que impulsa el Centro María Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (Calas). Por eso, en la etapa final de escritura Alabarces se instaló en Guadalajara, donde en cuatro meses daría el toque final al trabajo que fue elaborando en ocho años al frente de cursos, investigaciones y visitas a bibliotecas internacionales.
Los cuatro meses en la ciudad mexicana se comprimieron en dos y medio porque apareció la pandemia y lo tuvieron que repatriar. “Esa sede implicó la posibilidad de una perspectiva muy descentrada, la exigencia del centro de estudios latinoamericanos implicaba la idea de que no fuera un libro estrictamente local sino muy específicamente latinoamericano”.
El autor de trabajos como Fútbol y Patria o Historia Mínima del Fútbol en América Latina dice que este libro busca volver a discutirlo todo sobre la indagación por lo popular y dice que esa apuesta hoy implica un doble movimiento: “ir en la búsqueda de aquello que está afuera de lo mediático” pero también “ver de qué manera la cultura de masas captura lo subalterno”.
—Planteás el mapa de lecturas que fuiste construyendo desde que comenzaste a estudiar la cultura popular. Ahí están Josefina Ludmer, Eduardo Romano, Beatriz Sarlo, Jorge Rivera o Carlos Monsiváis. ¿Cómo recordás tu interés inicial por este universo de temas?
—Originalmente estudié literatura, ya cuando estaba terminando en el 85 comencé a trabajar en la cátedra de semiología del ciclo básico de la UBA y ahí fue donde pude desplegar preocupaciones e intereses iniciales que tenían mucho más que ver con la cultura de masas, con el periodismo y los medios de comunicación. Termino la carrera haciendo un seminario sobre la literatura gauchesca con Josefina Ludmer y en ese mismo momento estaba militando en el peronismo, lo conozco a Eduardo Romano, que había sido uno de los inventores de los estudios sobre cultura popular, y empiezo a tomar cursos privados con él. Luego comienzo a trabajar en la carrera de comunicación con Aníbal Ford e inmediatamente la serie Romano-Ford me lleva a Jorge Rivera, con quien nunca trabajé pero con quien tuve una relación muy estrecha. Beatriz Sarlo había sido mi profesora de literatura argentina y luego la reencontré en un curso de la maestría en sociología que hice en los años 90 en un seminario sobre culturas populares. El desplazamiento de la literatura hacia la cultura de masas y la cultura popular estuvo marcado por mis propios intereses y a comienzos de los 90 empecé a trabajar con Romano en la que todavía es mi materia en la facultad de Ciencias Sociales que es el Seminario de cultura popular.
—Decís que la apuesta del libro es repensarlo todo en relación a las transformaciones de la cultura que además han sido “brutales” porque lo que han cambiado son las mismas culturas populares. ¿Cuáles definirías como las principales transformaciones y cómo pensás que están siendo abordadas?
—Repensar todo lo que tiene que ver con las teorías populares tiene que ver con que los últimos grandes textos se escribieron a fines de los 80: De los medios a las mediaciones, de Jesús Martín Barbero, y Culturas hibridas, de Néstor García Canclini. El solo hecho de que hayan pasado 30 años y que no se hayan producido nuevas teorías de las culturas populares ya nos habla de la necesidad de hacerlo, ese silencio significa una vacancia. En el medio en América Latina ha pasado la etapa neoliberal y la etapa neopopulista y entonces las transformaciones son económicas, sociales, políticas y culturales. En los años 90 no había celulares entonces la relación de los públicos con la cultura de masas era distinta, era la que se conocía durante todo el siglo XX. Comienzan cambios vertiginosos y al mismo tiempo continuidades marcadas. Eso es algo que me interesa mucho remarcar. En medio de tantos cambios que han experimentado nuestras sociedades hubo cosas que continuaron: son jerárquicas, antidemocráticas, absolutamente desiguales, racistas, patriarcales. Toda una serie de pautas que organizan sociedades en las cuales pensar lo popular sigue siendo imprescindible entonces ese es el eje ordenador del libro: volver a pensar todo lo que se ha dejado de pensar a la luz de las transformaciones que se han producido en estos 30 años de silencio.
—Si en un momento el debate había abandonado el problema de lo democrático y lo popular, reemplazándolo por la relación entre modernidad y posmodernidad y lo que implicaba la globalización, ¿cómo pensás que se aborda hoy lo popular? ¿Las culturas populares siguen prevaleciendo por fuera de lo mediático?
—No quiero decir que sigan prevaleciendo por fuera de lo mediático sino que se organizan por fuera en una suerte de dialéctica compleja en la cual lo mediático intenta capturarlo todo, por lo menos todo lo que le resulta rentable, mientras que lo popular sigue existiendo en esos espacios que no son capturados o capturables. Entonces abordar hoy lo popular significa ir a la búsqueda de aquello que está afuera de lo mediático, una tarea antropológica, de una gigantesca escucha etnográfica, ir a escuchar esas voces populares que no circulan por el mundo de la cultura de masas y, por otro lado, ver de qué manera la cultura de masas captura lo subalterno, lo popular. Es la vieja receta de Jesús Martin Barbero: la relación entre la cultura popular y la cultura de masas es tríadica porque va de lo popular a lo masivo y de lo masivo a lo popular y a su vez están los usos populares de lo masivo. Incluso prefiero pensar que lo popular es un punto de mira o una pregunta que se le hace a la cultura. ¿Es democrática? Y esa pregunta se contesta preguntándose por lo popular en esa cultura.
—Si la cultura de masas se define como organizadora de la cultura en toda sociedad, ¿qué rol juegan ahí las redes sociales y el consumo por streaming que desplazaron o se acoplaron al consumo televisivo?
—Las redes sociales parecen circular por fuera de la cultura de masas, sin embargo me animaría a afirmar que también se han vuelto parte. Por supuesto con otro reparto de los roles, ya que, por ejemplo, cada participante de las redes se cree poseedor de una inmensa autonomía que los mecanismos de control no hacen más que desmentir a cada paso. El streaming, a su vez, es un nuevo modo de organización de esa cultura de masas que no podemos pensar por fuera de una distribución social, económica. Me gusta recordar que solo el 50% de la sociedad latinoamericana tiene acceso a internet. En el caso argentino eso desciende a un 30. Estamos hablando de un porcentaje que no tiene acceso a internet por fuera de los datos del celular y eso no permite el acceso al streaming entonces no es necesariamente un modo central de organización de la cultura de masas en las clases populares.
Fuente: Télam
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